JEAN WAHL, EN BUSCA DE LA NADA


 

Yuma es un alpinista. Entonces no es un futbolista, ni boxeador, ni ciclista, etc.

Al definirse Yuma como alpinista está diciendo lo que es, y lo que no es. “Cada cosa es lo que es y no es lo que no es,  de forma que la definición misma de una cosa implica la negación de todas las características de que carece”, dice Platón en su obra el Sofista.

Este No Ser debe ser algo porque ha inquietado la mente de los filósofos de todos los tiempos. Demócrito, Parménides, Platón, toda la gama de pareceres hasta Bergson, siglo veinte.

Unos pensadores con los átomos y su Vacío, otros con los sentidos, el mundo sensible del  cuerpo y su no materia llámese alma, noúmeno o mundo ininteligible.

El tema del Ser y del No-Ser va a desembocar en el de la Nada. Pero una Nada que  es algo. O el tema de lo bueno y lo malo, el Bien y el Mal.

Si no es, pues no es, diríamos nosotros, y ahí termina el asunto. Nietzsche es del mismo parecer cuando dice (en Aurora) que no hay porque andar buscando debajo de las piedras lo que no existe.

Pero para Platón, escribe Jean Wahl, el asunto no es tan simplista. El Ser tiene su referente que es el No-Ser.

Dibujo tomado de
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich,1968
 
 
“El Ser se identificó con la distinción, que es la realidad del No-Ser.

Una burda analogía pero cerca de nosotros, la ofrecería un fotógrafo. El positivo (es decir, la fotografía en papel como la conocemos en los álbumes de la familia) nos dice que es el resultado de  un paso anterior: el negativo (celuloide, haluros de plata). Si hay positivo, que es el que conocemos, es que hay negativo, que es el que ya no vemos.

Así, vemos el Ser, pero no vemos el No-Ser. Llevado este tema al terreno de nuestra vida diaria común, nos preguntamos ¿yo qué tengo que ver con todos esos dimes y diretes que se traen los filósofos?(perdón, con ese ejercicio dialéctico de  hipótesis, tesis y síntesis que parecen no acabar nunca).

Si me limito a lo que en buena lid me corresponde, o en cambio, traigo a mi cubil, lo que a otros corresponde, en lo material y en lo afectivo. Para decirlo de manera velada.

Con lo que damos un salto a lo bueno y lo malo. Si es Bien es Bien, no es mal. Si es Mal es Mal, no es Bien.

Pero sea lo que sea, enfrente está su diferente, que suele llamarse como el contrario o el opuesto.

Aristóteles dice  algo que se parece al negativo del fotógrafo y es la Potencia y el Acto. El Acto es lo que se realiza, lo ya conocido, pero la Potencia, aunque no se ve, es algo.

Un alpinista quiere subir la montaña Iztaccihuatl. Ese “quiere subir” es energía ya en potencia, ya existe la intención, pero no se ha realizado.

Es desde que empieza a preparar su mochila que se  materializarse el Acto, la realización objetiva de aquella intención, de aquella energía real de Potencia.

Hegel la  llama Devenir. Así la Nada, vendría siendo la realidad ininteligible donde se manifiesta el Ser.

Aristóteles se refiere al mármol como la escultura en potencia. Todavía no es la escultura, en Acto, y, sin amargo, ya es escultura. El mármol es la nada, pero una Nada que ya es, o ya es Ser.

Hegel trae a la palestra lo que se llama Devenir. Entre la Potencia y el Acto se necesita la presencia de otra fuerza, y es lo que se llama Devenir.

El filamento de la bombilla (o foco) no se enciende porque ya estén instalados los  fusibles. Se necesita la energía atómica que corre por los cables para que brille la “luz”.

Este Devenir pasa a ser todo un personaje en la vida practica que es la realización, la objetivación, de lo espiritual.

Devenir, el verbo hacer, es lo que cuenta. Lo que no se hace no cuenta, por más sueños que se tenga de hacer algo. En sueños se quedarán. En tanto no empiece a preparar mi mochila, la ascensión a la Iztaccihuatl, jamás se dará.

La sola intención, es decir, la sola potencia, no sirve de nada. Y el haber llegado a la cumbre de la montaña tampoco sirve ya de nada efectivo, sólo del recuerdo.

¡Se ha dejado de hacer! El Devenir, la acción, es lo que le da vida a la vida. Lo jubilados se mueren pronto porque han dejado de hacer.

En Ser y el No-Ser ha ocupado treinta siglos, desde los Presocráticos, en la filosofía.  Y de seguro que su consideración continuará por siempre. Pero esta “consideración” de los filósofos está más cerca de nuestro  común vivir de lo que creemos.

Jean Wahl considera las grandes aportaciones a este tema del Ser y de la Nada en su obra Introducción la filosofía, en el capítulo XIV, Las Ideas negativas.

“Tales son las teorías, dice, según las cuales el No-Ser es algo, pero algo distinto del puro No-Ser”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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