Podía vencer a todos sus enemigos,
pero contra él no pudo.
Por eso la leyenda de Ayax, que viene
de los días de Homero, hace 25 siglos que la contó Sófocles en una representación de teatro, en
Grecia, es, y será vigente, en tanto existamos los humanos.
Derribamos murallas para tomar por
asalto al castillo, subimos montañas, abatimos ejércitos, escribimos La Divina Comedia, pero ni el más pequeño hábito patológico nuestro podemos vencer.
Muerto Aquiles, en el sito de Troya,
sus armas las heredará el otro guerrero griego que le siga en valor. Ayax está
seguro que él será el ganador. Los jueces dictaminan que Ulises.
“Fue la cruel Palas, la hija de Zeus,
la que tramó esta desgracia para halagar a Ulises”
Eso enloqueció a Ayax. En el Olimpo se entretejió
una de esas intrigas que saben hacer las diosas, en este caso Palas, y todo fue
en la tierra contra Ayax.
Ayax, con resentimiento, trama acabar
él sólo contra el (su) ejército griego que tiene sitiada a Troya. Es
tremendamente osado y hábil con la espada y además ahora está loco. Considera
que puede hacerlo.
Dibujo tomado de
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich, 1968
A semejanza de Don Quijote, confunde
vacas y toros con guerreros y los atraviesa con su espada. A otros animales los
lleva para su tienda, los ata, en la creencia que son sus cautivos y los golpea
hasta morir.
“Eran despojos cruentos de bestias y
él en su ilusión los juzgaba hombres”
En una sola noche, el héroe del ejército griego, queda en calidad de traidor
y además en ridículo porque pronto se sabe que ha confundido vacas con
guerreros.
El ataque de locura ha pasado. Se
da cuenta lo que ha hecho y decide quitarse la vida. Tecmesa,
su mujer con la que Ayax tiene un hijo, pequeño todavía, le ruega de muchas
maneras que piense en ellos…
“¿Qué bien contiene agregar día a día acumulándolos, sino es acercarlo
cada vez a la muerte?
Ayax acaba saltando sobre su espada y
muere. Su megalomanía es más grande que el amor que dice sentir por su hijo y
su mujer.
“¿A que sufrir por lo que ya es
pasado? Fue como ser debía; lo que obtuvo, eso obtuvo, ya inmutable”
Teucro, su hermano, y guerrero también en la campaña contra
Troya, se dispone a enterrar el cuerpo de Ayax. Llegan Menelao y Agamenon, los
jefes supremos de los ejércitos griegos que sitian Troya y le prohíben que lo
haga. Ahora Ayax es considerado un traidor.
Ese cuerpo debe ser arrojado a la playa para que se lo coman los perros y los
buitres, le dicen.
Teucro: “¡Ay miseria! Apenas muere el
hombre, se desvanece la gratitud que le debían…Hoy ya no te recuerda, hoy te
baldona, y tú, cuantas, cuántas veces al vida expusiste por él. Todo quedó olvidado,
todo se lo llevó el viento.”
Es ilustrativo el dialogo que
sostiene ambas partes, con razonamientos valederos para ambos. Si no hay
obediencia a los altos mandos, en el ejército, pronto la ciudad y la guerra
acabarán perdiéndose.
“Es un pérfido aquel que siendo súbdito,
no quiere acatar al que tiene el poder. Nunca las leyes en una ciudad serían
efectivas sino ahí no reinara el temor. Ni en un ejército se impone la
disciplina, sino hay acatamiento a los jefes”.
Mi hermano vino a Troya a rescatar a tu mujer,
e hizo grandes hazañas contra Troya, y
más de una vez te salvó la vida, cuando los troyanos te tenían acorralado junto
a tu ejército, les argumenta Teucro.
“El que olvida el bien que se le ha
hecho, muestra ser de linaje descastado”
Ese dialogo muestra la firmeza de los
altos mandos del ejército griego, pero también un modo mediocre de razonar
amparado por la disciplina castrense. Con Teucro el valor de exponer los méritos
de Ayax durante los años que lleva la guerra contra Troya.
Cuando parece que el ríspido dialogo ya no da para más e irse a las armas es inevitable, llega
Ulises, el beneficiado por los jueces, que lo hicieron ganador contra Ayax.
De inmediato se pone del lado de
Teucro y acaba zanjado, contra la voluntad de los hermano Menelao y Agamenon
que, por el respeto que le tiene a Ulises, ceden y Teucro puede al fin dar
sepultura al cuerpo de Ayax.
La desavenencia entre guerreros del mismo bando de seguro se da en
todos los ejércitos y en todos los tiempos. Hay situaciones de fondo que salen a la superficie por nimia
cosa. Con Ayax fue la posesión de la espada de Aquiles.
En la revolución mexicana Francisco Villa tenía un caballo blanco que había capturado
en la toma de Torreón. Victoriano Huerta lo reclamó, Villa se negó a cederlo y
de esta manera Villa fue a parar a la cárcel de Tlatelolco, de la que luego se
escapó. El final de esta animadversión, que fue un pretexto el caballo blanco,
la sabemos, culminó con la toma de Zacatecas, dirigida por Villa y que decidió
la caída y el destierro de Huerta. En el caso de Ayax no se sabe mucho más que
el detalle de la espada de Aquiles.
Pero la leyenda de Ayax es mucho más
que el pleito por una espada. Es rica en consideraciones de la vida de los
humanos. Como dice Ángel Ma. Garibay, uno de sus traductores del griego, de
esta pieza de teatro de Sófocles, es necesario leerla y volver a leerla, con atención, para poder captar su
belleza, no por inclinación patológica sino por su contenido filosófico.
Tal vez la palabra megalomanía es una
etiqueta apresurada. En el alma del
humano hay algo que lo lleva más allá de todo lo amado y todo razonamiento.
Sócrates también tenía hijos y
prefirió morir antes de faltar a las leyes de su ciudad. Medea sacrificó a sus
hijos para herir de esa manera a su infiel esposo. El capitán Hab fue más allá
de toda mesura humana en su lucha contra el destino en forma de ballena blanca.
Y los alpinistas no siempre regresan al valle…
Y los alpinistas no siempre regresan al valle…
Sófocles, Las siete tragedias, Ángel
Ma. Garibay, Editorial Porrúa, 2017, México.
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