LA DISYUNTIVA, PLATÓN


 

¿Sabiduría o cuerpo?

Es lo que platican Sócrates y Simmias.

Vivir sólo para los sentidos y al final se tendrá miedo de perder el cuerpo de los sentidos.

Buscar la sabiduría (el Bien era lo que significaba en  aquellos tempos la sabiduría), se cuidará el cuerpo de manera propedéutica para continuarla buscando cuando ya no haya cuerpo.

Los romanos en el Foro no entendían por qué los cristianos cantaban al morir.  “Vamos a casa” decían. Ya libres del cuerpo, arribarían a la mansión del Bien, donde ya no hay la distracción del cuerpo y así participar en plenitud del Bien.

Sócrates cinco siglos antes le decía a Simmias lo mismo en su celda  el día de su muerte. El cuerpo tiene necesidades naturales que atender. Pero más necesidades que inventar, y que para satisfacerlas siempre anda con muchas distracciones.

“No tenemos tiempo, le decía, para pensar en la filosofía; y el mayor de nuestro males consiste en que el acto de tener tiempo y ponernos a meditar, de repente interviene el cuerpo en nuestras indagaciones, nos embaraza, nos turba y no nos deja discernir al verdad.”

Los cristianos con información (recordar que los romanos son los herederos culturales de los griegos), que cantaban en la hora de morir, debieron recordar las palabras de Sócrates a Simmias:

  “¿De dónde nacen las guerras, las sediciones y los combates? “Del cuerpo con todas sus pasiones. En efecto; todas las guerras no proceden sino del ansia de amontonar riquezas, y nos vemos obligados a amontonarlas a causa del cuerpo para servir como esclavos a sus necesidades.”

Jesús, en el siglo primero, y Jorge Santayana, filósofo  norteamericano del siglo veinte, se expresaban en términos parecidos a Sócrates. No se está contra el dinero (que también ellos lo tenían y necesitaron gastarlo) sino contra la demasiada riqueza. Contra la sospechosa demasiada riqueza).

Dibujo tomado de
El País
9 de diciembre del 2017
Santayana además hace distinción de prosperidad y progreso. La primera es material y la segunda cultural.







 “Demasiado trabajo y demasiadas riquezas suponen la sujeción a las cosas, y esto es lo contrario de lo que los antiguos, que tenían el orgullo de los animales nobles, llamaban libertad. La prosperidad, tanto en los individuos como en los Estados, significan posesiones, y las posesiones significan cargas y ameses y esclavitud, también esclavitud mental, porque no sólo se apropia del tiempo del hombre rico, sino de sus afectos, de su juicio y del alcance de sus pensamientos.”

Jorge Santayana La ironía del liberalismo

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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