SÓCRATES ESTÁ CONTRA EL SUICIDIO Y SE SUICIDA


 

Sócrates está contra el suicidio porque, manifiesta, su vida pertenece a los dioses.

¡Increíble en los tiempos del liberalismo moderno, del celular en la mano, tatuaje y pantalones rotos!

¿Dueño de mi vida? Si me perteneciera mi vida de seguro que querría que jamás se acabara. Si mi cuerpo me perteneciera de seguro que jamás querría envejecer.

Ni siquiera el accidente metafísico que le ocurrió a Dorian Grey lo salvó a la postre del fin. Ni tampoco el contrato que Fausto firmó con Mefistófeles le aseguró la inmortalidad entre los mortales.

¿Por qué se suicidó entonces Sócrates?

Porque se lo ordenó el Estado, no por su iniciativa. Y tiene plazo para hacerlo, de otra manera le harán beber a la fuerza la cicuta.

Y, no obstante, Sócrates comete una especie de suicidio al ofrecerle el Estado perdonarle la vida al precio del destierro y negarse.

 Igual hizo Jesús cuando tuvo  tiempo de salir ileso de Jerusalén.

Sócrates reafirma de este modo, en el Fedón, de Platón, su creencia en la inmortalidad del alma, en la existencia de la vida después de esta: “No hay razón para suicidarse, y que es preciso que Dios nos envíe una orden formal para morir, como la que me envía mí en este día”.

¿Alcanzar lo ininteligible desde la razón práctica? Ese ejercicio dialectico de todos los tiempos es lo que  se conoce como el pensamiento europeo. Las Ideas y los principios de razón traen  de cabeza a la humanidad pensante.

Fuera del “área occidental” sólo hay soliloquio, sin importar los paralelos y meridianos en  que se encuentre este soliloquio.

Algunos  modernos de pantalones rotos vemos esto como una absurdo porque nos interesa sobre manera satisfacer los sentidos del cuerpo y, en lo posible, adquirir hasta la enajenación, cosas. Esas que mañana estarán arrumbadas en el desván, incluidos familiares y amistades.

Dibujo tomado del libro
 La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich 1968

Pero los filósofos, al menos los del corte de Sócrates, piensan y piensan en los valores perennes y plazos como la muerte, el nacer, el ¿por qué?, el ¿para qué?

Sócrates es el primero de los periodistas con su  mayéutico paquete de preguntas en una entrevista, por qué, para qué, ¿cuándo?,¿cómo?, ¿dónde?

“Muero porque no muero” dijo una mujer santa lo que Sócrates ya había comunicado al grupo de amigos filósofos en su celda, precisamente el día que, ¡por fin! Llegó la nave de Delfos.

¡La nave de Delfos! Antecedente remoto de la barca de Caronte, de Dante.

“No puede darse una ocupación más conveniente para un hombre que va a partir bien pronto de este mundo, que la de examinar y tratar de conocer a fondo ese  mismo viaje, y descubrir la opinión que sobre él tengamos formada. ¿En qué mejor  cosa podemos emplearnos hasta la puesta del sol?”

Un símil, mucho más cerca de nosotros los simples mortales, sería el comer los abundantes platos, pan y tortillas, hasta decir basta. Y un atleta que cuida la ingesta de carbohidratos y grasas de carnes rojas.

Así de simple es  con nosotros los hedonistas y aquella clase de filósofos de la cepa de Sócrates.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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