LITERATURA, EL REFUGIO DE LA VIDA, CHESTERTON


 

Literatura es realidad y fantasía.

Nos ayuda en las cosas prácticas de todos los días como leer y cierta confianza en el escribir.

Como fantasía a ejercitar nuestra libertad en el ir y venir por los mundos imaginarios de la poesía, el cuento y la novela.

Poesía,  cuento y  novela se incluyen en  la actualidad en  los  programas de rehabilitación contra el Alzheimer. Saca de sí, les recuerda nombres, argumentos, sucesos, lugares, olores. También  sensaciones, anhelos que  hacen  volar a la fantasía.

 Los viajes al  pretérito suyo, o a la novela ya leída, los arranca de la caída en el pozo sin fondo de la inconsciencia y el olvido total en el  presente.

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich 1968
Es sólo una consideración práctica  de lo que puede  la literatura.

 Abrir otra vez  la inmortal novela de Margaret Mitchell nos lleva a los días de nuestro romanticismo juvenil, los sinsabores de la guerra, nuestro amor a la tierra en la que nacimos, el hambre física, los piojos, la diarrea… Esto y diez cosas más forman el dosier de nuestra vida que amenaza con borrarse si no hay el ejercicio del recuerdo.

Margarita Mitchell
“Recuerdo las caminatas  por la Sierra de Pachuca, Hidalgo, en medio de la noche helada, y Raúl Pérez por delante con su linterna de minero alimentada con carburo, buscando el somero sendero hacia Capula…”

Como un mantra del budismo, o un rosario católico, repetido mil veces que impide que la hoja quede en blanco…Repetir dos o tres de los 487 soliloquios de Marco Aurelio…

Prestar atención a los relatos de los viejos. Cuando llevados por nuestra prisa ya no les hacemos caso, su mente empieza a quedar en blanco. Cuando ya no releemos un libro o ya no ponemos de nuevo la vieja película del Tercer Hombre…

La lectura y la relectura del libro aquel, de poesía, es la mejor medicina preventiva contra el Alzheimer.

La plenitud de la literatura cultural  está en las  regiones del espíritu tanto individual como social.

Un país, una calle, una familia, un individuo, lejos de la literatura cultural no tiene futuro humanístico, por más desarrollado que este en cuanto a tecnología.

Ya llegamos a la luna pero de Platón no pasamos. O, ni siquiera hemos llegado a Platón.

Releer a Homero no es sólo lo de Troya sino recordar el contexto social en el que vivíamos cuando por primera  vez lo leímos… La realidad y la ficción, dice Chesterton.

La inseguridad se posesionan de las calles y el Estado mismo se ve estorbado para alcanzar mejores condiciones de vida para sus ciudadanos. En este caso, mejor presupuesto para la cultura. Para mejor decirlo, tomar a la cultura como una inversión y no sólo como una carga pesada donde hay que gastar.

¿La inseguridad en las calles? Los filósofos han sostenido siempre  que la maldad es ignorancia, una grave enfermedad. Los países con pocas luces intelectuales enferman.

“Lo que es nocivo para la ciudad es nocivo para el ciudadano”, dice Marco Aurelio. También lo dice de otra manera: "Lo que no es bueno para el enjambre, tampoco lo es para la abeja".

Y Chesterton estima que:

“La literatura es, en realidad  uno de esos nobles lujos que todo Estado bien gobernado debería de extender a todos; e incluso debería ser mirada como una necesidad en el más noble sentido de la palabra.”
Gilbert  K. Chesterton,Ensayos

Ante la enfermedad que se generaliza, es ocioso también dejarle toda la tarea al Estado. Mejor invertir la fórmula: Lo que afecta al ciudadano también afecta al Estado.

Margarita Mitchell
Rescatar la idea que   la primera célula formadora, y educadora, del niño, es la familia.

El abandono de esta idea ha llevado a  duras experiencias que se han conocido en escuelas de México, Estados Unidos y otros países. Niños que disparan balas  contra sus maestros y sus condiscípulos…

 ¿Cuándo dejamos de leer? ¿O desde cuando no empezamos  a leer?

Jean Wahl se refiere a lo banal que es la vida en nuestros días: “Pudiéramos simbolizar este carácter superficial del mundo moderno llamándolo un mundo de film donde sólo se ven las superficie de las cosas.”

J. W. Introducción a la filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 1988.

A iniciativa personal   ir al encuentro de las luces de los libros.

Chesterton:

“Toda persona sana debe de alimentarse tanto de ficción como de realidad, en algún momento de su vida; porque la realidad es una cosa que el mundo le da, mientras que la ficción es algo que ella da al mundo.”

Sin embargo, las tareas diarias por la sobrevivencia, nos llevan a diferir para mañana el encuentro con la literatura.

 Equivale a decir tengo un insoportable dolor de muelas pero iré al dentista mañana o pasado mañana o algún día de estos, porque la verdad hoy estoy muy ocupado…

Marco Aurelio conocía bien que el humano se atora en las cosas perecederas y difiere para después lo que le da valor a la vida individual y grupal. De ahí que apura ir al encuentro de la literatura:

“No te demores más, que no has de tener tiempo para acabar de leer tus recuerdos, ni las proezas de los antiguos romanos y griegos, ni los extractos de los libros que reservas para el tiempo de tu vejez. Date, pues, prisa, llega al fin…”                                   

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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