Cincuenta años duró Peer
Gynt recorriendo el mundo y al final
regresó a su aldea, Hagstad, entre los fiordos noruegos.
Su exilio fue elegido. Pudo
apreciar los suyo sólo cuando estuvo fuera. Por voluntad propia se fue y siempre pudo regresar cuando él lo
decidiera. O no regresar. Pero regresó porque en Hagstad estaba la parcela de
tierra que lo vio nacer y el pedazo de
firmamento que le tocó vivir por arriba
de su cabeza.
Ese conocimiento de lo
suyo se exacerba cuando el exilio es
impuesto. Ya por razones políticas, económicas o de seguridad social.
Odiseo también regresó a
Ítaca después de participar en la
destrucción de Troya. Un tal Quijano siempre regresaba a su parcela en algún lugar de La Mancha.
Martín Fierro regresaba a la nada
de sus pampas argentinas, que para él
estaban llenas de todo. José Vasconcelos regresó de Paris a México. Pancho
Villa regresó de Estados Unidos a México, Dostoievski regresó a Rusia, Malcom
Lowry regresó de su querido México a su Inglaterra.
El pueblo de Jehová regresó después de dos mil años. Los ingleses mineros del
Real del Monte, Hidalgo, México, que no pudieron regresar, quedaron sus tumbas
orientadas hacia Inglaterra. El territorio de los tohono O´odham quedó dividido
en dos pero los tohono O´odham siempre regresan a su amado desierto de Altar…
Una sinopsis nuestra de esta obra fue publicada en el número 86 de Cuadernos de Comunicación Sindical del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, en octubre de 2006
En un trabajo sobre La
filosofía de José Ortega y Gasset y José Gaos, de Héctor Guillermo Alfaro
López, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1992, vemos
que a resultados de la Guerra Civil, de los años treinta del siglo pasado,
muchos españoles lograron adaptarse, con marcada dificultad, (hay toda una literatura del
exilio español), pero otros no lo lograron y hubo quienes, ya en el exilio,
prefirieron el suicidio.
¡El exilio, del color que sea,
no es un juego! Ortega y Gasset, con todas sus luces, nunca pudo adaptarse “a lo americano “, con haber estado varias
veces en Argentina y siempre defendió el eurocentrismo. Otro filósofo español, Manuel García Morente,
exiliado, cuando lo del Frente Popular, impartió clases en la universidad
de Tucumán y al final regresó a España.
Jean Wahl, en su valiosa obra
Introducción a la filosofía, dice:”Es verdad que somos lo que conocemos,
pensamos y sentimos, que estamos vinculados a nuestra cultura, la historia y
finalmente al mundo.”
Es una síntesis de ideas, hechos históricos a
través de inmensurables años, más allá
de lo que la arqueología ha logrado descubrir. ¡Antes de lo documentado ya existíamos!
El pedazo de firmamento sobre nuestra cabeza es la metáfora de lo
nuestro intelectual. Los mitos, las leyendas, los cuentos para niños, la poesía
y la novela, se alimentan de las rocas ígneas, metamórficas y sedimentarias de
esa única parcela de la Tierra. Tom Swayer, Peer Gynt, y Don Quijote son soñadores que se fueron en
busca de locas aventuras, pero no se perdían y encontraban el camino de
regreso.
Y esa es la
lección que nos dejó Peer Gynt.
Conoció la
cultura de “allá” llegó a querer mucho lo de “allá”, “echó sus raíces allá”, pero no se
perdió en el eclecticismo disolvente del mundo. Y pudo regresar a su parcela entre los fiordos
de Noruega y a su porción de estrellas sobre su cabeza.
Peer Gynt, de Enrique Ibsen,
es un soñador trotamundos. Solveig es la muchacha que no se pierde en quimeras
y espera hasta lo increible. Su presencia en el texto es furtiva y esporádica,
como de una sombra. Pero es el personaje más fuerte. A tal grado que el mismo
Ibsen debió pensar si el libro debería llamarse “Peer Gynt” o “Solveig”.
En realidad son dos soñadores.
Sólo que Peer tiene muchos sueños, pues quiere ser emperador, y Solveig nada
más un sueño. Este sueño se llama Peer Gynt. En un momento Solveig le dice
“¿Vienes?” y Peer le responde: “¡Debo recorrer el mundo...Ten paciencia; lejos
o cerca...tendrás que esperar!” Solveig sólo contesta “¡Esperaré!”.Espera medio
siglo el regreso de Peer Gynt.
Esto sucedió a todo lo largo
del siglo diecinueve ( la obra para el teatro se escribió en1867), en el valle
de Gudbransdalen, en las montañas
vecinas de Noruega, en las costas de Marruecos, en el desierto de
Sahara, en el manicomio de El Cairo, en el mar...
Es la tesis de tener a la mano los elementos
necesarios para la felicidad y, en cambio, pensar en vivir de otra manera. Un
hombre casado, se pregunta, a lo largo de cincuenta años de rutina, cómo
hubiera sido su vida entregado nada más a
la aventura. Peer es el hombre que vive en la aventura total pero, de
vez en cuando, se pregunta cómo hubiera sido su vida junto a Solveig.
El joven Peer no tiene nada en
aquella helada aldea de noruega, entre los fiordos alimentados por el deshielo
de las montañas. Zapatos viejos y pantalones desgarrados. Pero sueña en ser
emperador. Quiere fundar un país que se llamaría ”Gyntania”. Inventa un ego que
no se parezca a los egos de otros humanos. Será un “yo gynteano”. Y para que no
haya lugar a dudas o riesgo de confundirlo con otro ego, se le ocurre que un
“yo mismo” estaría mejor. Al momento parece que lo que le interesa es el poder:
“ La comarca entera tendrá que arrodillarse ante mí”.
En realidad no hay mucho que
reprocharle a Peer Gynt por sus sueños fantásticos. Unos sueñan distorsionando
la historia a su medida, otros sueñas
fumando mariguana y los más pobres tomando bebidas embriagantes baratas. ¿Qué
de raro tiene que Peer también sueñe?
No se ve cómo podría lograr su
sueño de ser emperador pues ni trabaja ni estudia y se la pasa imaginando
quimeras. Y enamorando a las muchachas. Ingrid se va a casar con otro pero Perr
la seduce y luego la olvida. Anitra será una esclava suya, pero lo seduce y le
saca cuantas joyas tiene. “La mujer de
verde” tiene un hijo que dice que es de Peer, pero él ni siquiera se acuerda de
tal situación, pues “estaba borracho”. El único punto fuerte es Aase, su madre.
Pero todos sus cuidados, ruegos, exigencias y más cuidados y más exigencias, no logran apartarlo de su mundo
de sueños.
Se parece a su padre. La madre reflexiona: “¿Qué queda ya de
la próspera riqueza acumulada por tu abuelo paterno, el viejo Rasmus Gynt, que
dejó para su hijo? Tu padre compraba tierras y viajaba en carruajes dorados.
¿Dónde está el dinero que derrochaba en los grandes banquetes, cuando
estallaban las botellas, y los invitados estrellaban su copa luego de beber?”
Peer le responde filosóficamente “¿Y dónde ha ido la nieve del año pasado?”
De todos modos llega a ser
rico. Pero en las costas de Marruecos unos vivillos lo dejan en la ruina. Sin
embargo Peer Gynt no es de los que se la pasan llorando el pasado como un
pretexto para no seguir adelante. Tiene la mente de un verdadero peleador: “No
todo acaba el día que termina la lucha”. Sus métodos para lograrlo no son muy ortodoxos,
que digamos. Uno de ellos es la venta de esclavos negros. “Negros para Carolina
y con ídolos para China”
En El Cairo va a dar a un
manicomio y aquí se encuentra con el viejo dilema de cómo hacer para llegar a
la verdad. Un habitante del lugar tiene la obsesión de llegar a ser como el rey
Apis. Pero no tiene dinero para construir pirámides y armar ejércitos para
pelear contra los turcos, como dicen que hacía el rey Apis. Peer le revela la
manera para que sea igual al rey Apis: “¡Muérete!” le dice. En el principio
será un poco diferente, pero al final serás igual que él.
Otro habitante del lugar, un
alemán, encuentra la clave para llegar a la verdad, ¿Cuál es, le pregunta Peer.
Observa. El alemán grita hacia la
Esfinge y el eco contesta en alemán.
¿Hay algo más fiel que esto para llegar a la verdad? Tal vez sin este loco
nunca hubiéramos conocido a un Wittgenstein quien, para investigar acerca de la
verdad, comparaba tres diarios del mismo nombre y del mismo día, para ver
si decían lo mismo...
Peer no cree mucho en los
historiadores. Dice que él va a dedicarse, entre otras cosas, “al estudio de la
veracidad de los tiempos pretéritos”. No a la historia sino a la veracidad de
la historia.
Entretanto Solveig sigue
esperando: “Aquí te esperaré hasta que retornes, y si me aguardas allá arriba,
¡allá nos veremos; mi bien!”
Una de las postreras
experiencias que Perr tiene es cuando se le presenta la oportunidad de engañar
al diablo que lo anda buscando para llevárselo. Sin identificarse Perr le dice
que se lo lleve con él. Está tan cansado de trotar por la vida que lo que
quiere es encontrar un lugar cálido ( aunque no demasiado) donde reposar.. El
diablo (llamado en la obra como “El hombre flaco) le pregunta por sus pecados. Porque el requisito es que sea
pecados de peso, no cualesquiera clase de pecadillos. Peer procura decirle lo
peor que ha cometido en su vida. Empieza por la venta de negros y otros por el
estilo. El diablo le dice que no son suficientemente graves: “no querrá usted
creer que por pecadillos como los suyos vayamos a gastar cantidad de
combustible, mucho más con los precios de ahora...” La moraleja es qué pecados
puede tener alguien que gana el sueldo mínimo, junto a los vivales que arrojan
las cosechas al mar para encarecer los precios del mercado...
Al final Perr decide regresar
a su aldea. Aunque ya no es rico va con una considerable cantidad de dinero.
Pero una tempestad azota el barco en el que viaja y lo pierde todo.
Viejo, después de tantos años
de vagabundeo, Peer compara las diferentes etapas de la vida de un hombre con
la metáfora de la cebolla.Se refiere a sí mismo: una capa el náufrago, otra el
buscador de oro, otra el traficante de negros, otra el jugador, otra el
pescador de la bahía de Hudson, otra la corona de un rey, otra el explorador
del pasado, otra el conquistador de mujeres, otra...
Al final lo único que Peer
Gynt conserva es su yo. No está seguro que todavía sea su “yo gynteano”. Sólo
su yo. Pero ese yo siente ahora que,
para estar completo, necesita otro yo. Y se acuerda de Solveig. Va al encuentro
de la muchacha con el temor de que lo rechace o que ya no viva. Pero ésta al
verlo sin titubear le extiende los
brazos.
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