Postulaba la acción como fin.
Aristóteles nació en Macedonia el año 384 antes de Cristo. Fue discípulo de Platón. Se le considera el creador de la metodología científica.
Postulaba la acción como fin. Muchos hablan pero no hacen. Otros hacen y alcanzan la meta, pero ahí paran. Por algo en la academia existen los cursos de actualización, para que no paren.
Ralph Waldo Emerson lo dice hablando de los libros: "Esos libros, bien utilizados, son los mejores tesoros, pero no sirven más que de inspiración, porque la úica cosa de valor en el mundo es el alma activa..."
Al parar se cancela el devenir y todo va siendo arrojado al archivo muerto, aunque esté revestido de vigencia. Como la gente mayor que se quedó en el relato oral de lo que fue. Fue porque ya no es.
Es un mundo que se detiene. Un poema de Ezra Pound dice:
“Os alabo libros míos,
Porque yo acababa de llegar del campo.
Yo estaba veinte años anticuado
Y por eso hallasteis un público bien dispuesto".
Es ahí donde Aristóteles escribe:” en las cosas que hay uso y hay posesión, siempre es mejor el uso que la posesión. Porque el uso y la acción son el fin, ya que el habito o la posesión están ordenados al uso o acción”
Pero la acción neurótica conlleva riesgos de perder la senda. Es necesario, como el fotógrafo que busca el punto de foco, mantenerse a igual distancia de los extremos.
El otro postulado de Aristóteles es que el individuo se desarrolla siendo parte de la sociedad, no solo.
Pero muy sociable es una deformación tan grave como la soledad. Aquí es donde salta la necesidad del “termino medio” aristotélico. Fuera de la sociedad está la soledad patológica. Pero sin cierto alejamiento, que busque la soledad terapéutica, trae consigo también una deformación.
Un cibernauta que, por gusto, no por necesidad de trabajo o estudio, permanece cinco horas frente a la computadora, ya cortó nexos con la familia y la sociedad. Su necesidad de hipervínculos está en la soledad del ciberespacio, pero no en la cercanía humana.
Como el que permanece muchas horas frente al televisor o hablando por el celular o jugando billar. Aunque parezca lo contrario, todos estos ya cortaron nexos con la gente. Por eso los primeros anacoretas del cristianismo comprendieron que su aislamiento más parecía un narcisismo que un misticismo. Fue cuando emprendieron el regreso y volvieron a mezclarse con la gente. El mismo Jesús estuvo cuarenta días en el aislamiento y se regresó a seguir viviendo la vida. Zaratustra también comprendió que su mensaje no podía comunicarlo al viento y también abandonó la cueva en la montaña y descendió a los pueblos, al encuentro de la plaza pública.
El otro extremo es la convivencia farragosa (más que convivencia simple y forzado acercamiento: trabajo, escuela, cárcel,etc) donde todo mundo practica el monólogo sin importarle un pistache lo que el otro dice. Se trata de dos extremos donde falta el término medio.
Lo anterior es sólo un ejemplo del contenido de la Gran ética de Aristóteles. Buscar el término medio entre los extremos de cada tema o asunto. Su estructura comprende dos partes. El Libro Uno tiene 34 capítulos y el Libro Dos 17 capítulos. Cada capítulo aborda un tema tal como “Relación entre virtud y felicidad”, “la virtud como término medio entre el exceso y la pasión”, “La amistad”, “Los placeres”, etc.
Habito y naturaleza es otro asunto del libro que, durante 25 siglos, ha ocupado a la Humanidad con la dualidad de la pedagogía frente a las pulsiones. O cuál fue primero si el huevo o la gallina.
Una taza de café como cura del alcoholismo
Contra el hábito del alcoholismo severo el individuo tiene excelentes recursos en la ciencia médica. Si hace lo que el médico le dice que haga, se salvará, sin duda.Lo mismo vale para otros tipos de drogas.
Pero no lo hace.
De pensamiento laico (o tal vez religioso), siguió bebiendo no obstante los principios cívicos, y teniendo conciencia que le esperaba el lógico final, de la destrucción total, física y mental. Cuando tuvo claridad que su vida giraba en derredor de una botella de alcohol, se dio cuenta que se había metido en un terreno del que ya no iba a poder salir, por sí. Era hora de dejar su libro de cabecera de Epicuro y empezar a buscar la desesperada salida.
El ejercicio de la causalidad de toda su vida de nada había servido para él frente al problema del alcoholismo.
En torno de una mesa, de poetas, filósofos y literatos, s e puede discurrir largo y tendido respecto de los pensamientos lógicos y los ilógicos que abriga la humanidad. Pero frente a la botella, la heroina, el extasis o el crack, se está ante un dictador que no perdona.
Si no quería perecer, y con él arrastrar a su mundo, era hora de jugar otras cartas. Ya sabía, por la psiquiatría, que su problema era el narcisismo. Pero no sabía cómo responder para contrarrestarlo lo necesario. Había sido capaz de encontrar un mecanismo de autodestrucción y ahora ignoraba cómo rehacerse a sí mismo. El sabio recurso aristotélico, del “termino medio”, a él de nada le servía. Él era de los “duros” que no se andaba con medias tazas.
Sabía que la solución era tan vieja como la humanidad. O al menos desde hace dos mil años: servir una taza de café a otro, por así decirlo. Lo contrario del narcisismo es el servicio. El que logre descifrar el enigma, y ponerlo en práctica, se queda, el que no se regresa a la cantina. La taza era la metáfora y servir lo terapéutico. La solución parecía increíble. Pero las cifras lo dicen. De un millón de enfermos de alcoholismo sólo llegan mil a Alcohólicos Anónimos. Y de estos mil sólo diez se quedan y los otros se regresan a morir abrazados de su botella.
Esa es la angosta banda en la que hay que jugar para salvar el barco de la tempestad.
El que forma parte de estos diez es un individuo con buena suerte.Aristóteles mismo declara que es dificil definir qué es esto de la "buena suerte". Para él no es ni la Divina Providencia (sic) ni la causalidad de la fenomenología. Como sea, esta "buena suerte" s e hace patente cuando el individuo ha quedado totalmente impotente para hacer algo por él: "la buena suerte opera en la misma esfera en que nuestras capacidades o posibilidades no pueden hacer nada,donde nosotros no tenemos ningún control, ni podemos llevar a efecto la acción."
En un artículo de H. Harry M. Tiebout, M. D. publicado en enero de 1944, en American Journal of Psychiatery, y que posteriormente formaría parte del libro “AA llega a la mayoría de edad”, dice el autor que esto es lo que ocurre en Alcohólicos Anónimos.
La religión actúa sobre el narcisismo y la naturaleza para producir una sensación de síntesis: “el valor terapéutico del enfoque de los Alcohólicos Anónimos depende de la utilización que hace de una fuerza religiosa o espiritual para atacar el narcisismo fundamental del alcohólico. Al desarraigar ese componente, el individuo experimenta toda una nueva serie de pensamientos y sentimientos que tiene naturaleza positiva y que lo conducen en la dirección del crecimiento y la madurez. En otras palabras, este grupo confía en una fuerza emocional , la religión, para alcanzar un resultado emocional que consiste en el rechazo de la serie de emociones negativas y hostiles y la suplantación de ellas por una serie positiva en la cual el individuo ya no necesita mantener su individualidad desafiante, sino que puede vivir en paz y armonía con su propio mundo compartiéndolo y participando de él libremente”.
Y eso es todo.
Cuando alguien decide investigar en algún grupo de AA lo invitan a sentarse. No le preguntan nada, ni su nombre ni su raza ni su religión ni si tiene problemas de salud o si es un pordiosero o un potentado ni nada. Sólo le hacen una pregunta:
“¿Quiere una taza de café, yo se la sirvo?”
El narcisista, recién llegado, todo desconcertado, cree que le están sirviendo. En realidad el que se está sirviendo, a sí mismo, es el que está sirviendo la taza de café. Hasta mucho tiempo después entiende que la clave, contra el narcisimo, está en servir.
Pero no lo hace.
De pensamiento laico (o tal vez religioso), siguió bebiendo no obstante los principios cívicos, y teniendo conciencia que le esperaba el lógico final, de la destrucción total, física y mental. Cuando tuvo claridad que su vida giraba en derredor de una botella de alcohol, se dio cuenta que se había metido en un terreno del que ya no iba a poder salir, por sí. Era hora de dejar su libro de cabecera de Epicuro y empezar a buscar la desesperada salida.
El ejercicio de la causalidad de toda su vida de nada había servido para él frente al problema del alcoholismo.
En torno de una mesa, de poetas, filósofos y literatos, s e puede discurrir largo y tendido respecto de los pensamientos lógicos y los ilógicos que abriga la humanidad. Pero frente a la botella, la heroina, el extasis o el crack, se está ante un dictador que no perdona.
Si no quería perecer, y con él arrastrar a su mundo, era hora de jugar otras cartas. Ya sabía, por la psiquiatría, que su problema era el narcisismo. Pero no sabía cómo responder para contrarrestarlo lo necesario. Había sido capaz de encontrar un mecanismo de autodestrucción y ahora ignoraba cómo rehacerse a sí mismo. El sabio recurso aristotélico, del “termino medio”, a él de nada le servía. Él era de los “duros” que no se andaba con medias tazas.
Sabía que la solución era tan vieja como la humanidad. O al menos desde hace dos mil años: servir una taza de café a otro, por así decirlo. Lo contrario del narcisismo es el servicio. El que logre descifrar el enigma, y ponerlo en práctica, se queda, el que no se regresa a la cantina. La taza era la metáfora y servir lo terapéutico. La solución parecía increíble. Pero las cifras lo dicen. De un millón de enfermos de alcoholismo sólo llegan mil a Alcohólicos Anónimos. Y de estos mil sólo diez se quedan y los otros se regresan a morir abrazados de su botella.
Esa es la angosta banda en la que hay que jugar para salvar el barco de la tempestad.
El que forma parte de estos diez es un individuo con buena suerte.Aristóteles mismo declara que es dificil definir qué es esto de la "buena suerte". Para él no es ni la Divina Providencia (sic) ni la causalidad de la fenomenología. Como sea, esta "buena suerte" s e hace patente cuando el individuo ha quedado totalmente impotente para hacer algo por él: "la buena suerte opera en la misma esfera en que nuestras capacidades o posibilidades no pueden hacer nada,donde nosotros no tenemos ningún control, ni podemos llevar a efecto la acción."
En un artículo de H. Harry M. Tiebout, M. D. publicado en enero de 1944, en American Journal of Psychiatery, y que posteriormente formaría parte del libro “AA llega a la mayoría de edad”, dice el autor que esto es lo que ocurre en Alcohólicos Anónimos.
La religión actúa sobre el narcisismo y la naturaleza para producir una sensación de síntesis: “el valor terapéutico del enfoque de los Alcohólicos Anónimos depende de la utilización que hace de una fuerza religiosa o espiritual para atacar el narcisismo fundamental del alcohólico. Al desarraigar ese componente, el individuo experimenta toda una nueva serie de pensamientos y sentimientos que tiene naturaleza positiva y que lo conducen en la dirección del crecimiento y la madurez. En otras palabras, este grupo confía en una fuerza emocional , la religión, para alcanzar un resultado emocional que consiste en el rechazo de la serie de emociones negativas y hostiles y la suplantación de ellas por una serie positiva en la cual el individuo ya no necesita mantener su individualidad desafiante, sino que puede vivir en paz y armonía con su propio mundo compartiéndolo y participando de él libremente”.
Y eso es todo.
Cuando alguien decide investigar en algún grupo de AA lo invitan a sentarse. No le preguntan nada, ni su nombre ni su raza ni su religión ni si tiene problemas de salud o si es un pordiosero o un potentado ni nada. Sólo le hacen una pregunta:
“¿Quiere una taza de café, yo se la sirvo?”
El narcisista, recién llegado, todo desconcertado, cree que le están sirviendo. En realidad el que se está sirviendo, a sí mismo, es el que está sirviendo la taza de café. Hasta mucho tiempo después entiende que la clave, contra el narcisimo, está en servir.
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Internet, ¿otra enfermedad inventada?
“Toda tecnología es expresión de la voluntad humana. Con nuestras herramientas buscamos ampliar nuestro poder y controlar nuestra circunstancia”, ha escrito Nicholas Carrr en un reciente, moderno y documentado trabajo (Superficiales) sobre la influencia que el Internet está ejerciendo sobre la mente y la conducta de los humanos.
Había el temor, entre los intelectuales del siglo pasado, que las máquinas pasaran a dirigir a los humanos. Todos acabaron olvidando el asunto. Pero ahora el asunto ha vuelto. Ya no es un tema de escritores sin tema: “Nuestra función esencial es producir máquinas cada vez más sofisticadas hasta que la tecnología haya desarrollado la capacidad de reproducirse a sí misma”.
El Internet s e ha apoderado de la mente y de la vida de millones de individuos de todas partes del planeta. Antes al menos abríamos con avidez, por la mañana, el periódico y luego lo arrojábamos en algún rincón de la casa o de la oficina. Ahora abrimos el Internet cinco o diez o veinte veces del día, de la noche o de la madrugada “por si hay algo interesante de última hora”. Es cuando se piensa que el Internet está manipulando nuestra conducta y alterando nuestra manera de vivir.
Se trata de la vieja polémica griega de Sócrates y Parménides. ¿La pedagogía modifica la conducta humana o no?¿O hasta qué punto? Ambos extremos ya habían quedado conciliados, también en tiempos remotos, con Demócrito y Aristóteles, en el tema del “termino medio”. Pero de manera recurrente vuelve la tentación que un extremo domine sobre el otro y la polémica vuelve a encenderse. Los instrumentalistas y los deterministas han desempolvado el asunto. Y ahora es con el Internet. Los de la generación pasada procuran mantenerse alejados de él y los de ésta generación en gran parte le han abierto los brazos hasta extremos patológicos. Los escépticos, que siempre le quitan el sabor a la sopa, dicen que con el inmensurable logro tecnológico del Internet, la humanidad, no obstante, sigue igual que antes de su aparición, o peor.
Ni Sócrates ni Pericles pudieron transmitir su sabiduría a sus hijos a través de la educación de la escuela o las costumbres en el hogar. En un panorama de libertad el individuo escoge los programas que él quiere, no los programas lo escogen a él. Es lo que Aristóteles llama “impulso guiado por un principio racional”. Así pasa con las llamadas “herramientas intelectuales” o el uso que se le dé a las mismas, como el Internet. Salir de este razonamiento es salir del mecanismo fenomenológico de la causalidad. Es aceptar que las herramientas tiene poder propio y autónomo, para manejarnos.
Está en la necesidad intrínseca del humano. Lo mismo acontece con el alcohol, el opio, el ejercicio físico exagerado, el pertenecer a alguna secta de cualquier tipo o pasarse las horas jugando en el billar. Busco llenar un vacío que hay en mi vida. Así sucede con muchas enfermedades. El humano las inventa. Es increíble su capacidad de autolesión. Se han encendido por la ciencia médica los focos rojos previniendo contra la polifarmacia. ¿Pastillas? ¡Solo las necesarias!
Stekel, un psiquiatra del primer tercio del siglo pasado, escribió que los humanos somos muy hábiles para auto inventarnos alguna enfermedad. Esta nos sirve para atraernos la atención de los demás o bien para cortar todo contacto con los demás. Algún tipo de demencia me hace ajeno al lugar concurrido en el que me hallo. Como alguien que, encontrándose en el seno de una animada reunión de amigos, de pronto se pone a hablar largo y tendido por celular.
La cuestión es: ¿1): el Internet es una excelente herramienta de trabajo,2): es la meta conciencia tecnológica que seduce a los humanos o 3): el moderno pretexto para una evasión?
Parece que, según el individuo, cualquiera de esas posibilidades es en la realidad.
Había el temor, entre los intelectuales del siglo pasado, que las máquinas pasaran a dirigir a los humanos. Todos acabaron olvidando el asunto. Pero ahora el asunto ha vuelto. Ya no es un tema de escritores sin tema: “Nuestra función esencial es producir máquinas cada vez más sofisticadas hasta que la tecnología haya desarrollado la capacidad de reproducirse a sí misma”.
El Internet s e ha apoderado de la mente y de la vida de millones de individuos de todas partes del planeta. Antes al menos abríamos con avidez, por la mañana, el periódico y luego lo arrojábamos en algún rincón de la casa o de la oficina. Ahora abrimos el Internet cinco o diez o veinte veces del día, de la noche o de la madrugada “por si hay algo interesante de última hora”. Es cuando se piensa que el Internet está manipulando nuestra conducta y alterando nuestra manera de vivir.
Se trata de la vieja polémica griega de Sócrates y Parménides. ¿La pedagogía modifica la conducta humana o no?¿O hasta qué punto? Ambos extremos ya habían quedado conciliados, también en tiempos remotos, con Demócrito y Aristóteles, en el tema del “termino medio”. Pero de manera recurrente vuelve la tentación que un extremo domine sobre el otro y la polémica vuelve a encenderse. Los instrumentalistas y los deterministas han desempolvado el asunto. Y ahora es con el Internet. Los de la generación pasada procuran mantenerse alejados de él y los de ésta generación en gran parte le han abierto los brazos hasta extremos patológicos. Los escépticos, que siempre le quitan el sabor a la sopa, dicen que con el inmensurable logro tecnológico del Internet, la humanidad, no obstante, sigue igual que antes de su aparición, o peor.
Ni Sócrates ni Pericles pudieron transmitir su sabiduría a sus hijos a través de la educación de la escuela o las costumbres en el hogar. En un panorama de libertad el individuo escoge los programas que él quiere, no los programas lo escogen a él. Es lo que Aristóteles llama “impulso guiado por un principio racional”. Así pasa con las llamadas “herramientas intelectuales” o el uso que se le dé a las mismas, como el Internet. Salir de este razonamiento es salir del mecanismo fenomenológico de la causalidad. Es aceptar que las herramientas tiene poder propio y autónomo, para manejarnos.
Está en la necesidad intrínseca del humano. Lo mismo acontece con el alcohol, el opio, el ejercicio físico exagerado, el pertenecer a alguna secta de cualquier tipo o pasarse las horas jugando en el billar. Busco llenar un vacío que hay en mi vida. Así sucede con muchas enfermedades. El humano las inventa. Es increíble su capacidad de autolesión. Se han encendido por la ciencia médica los focos rojos previniendo contra la polifarmacia. ¿Pastillas? ¡Solo las necesarias!
Stekel, un psiquiatra del primer tercio del siglo pasado, escribió que los humanos somos muy hábiles para auto inventarnos alguna enfermedad. Esta nos sirve para atraernos la atención de los demás o bien para cortar todo contacto con los demás. Algún tipo de demencia me hace ajeno al lugar concurrido en el que me hallo. Como alguien que, encontrándose en el seno de una animada reunión de amigos, de pronto se pone a hablar largo y tendido por celular.
La cuestión es: ¿1): el Internet es una excelente herramienta de trabajo,2): es la meta conciencia tecnológica que seduce a los humanos o 3): el moderno pretexto para una evasión?
Parece que, según el individuo, cualquiera de esas posibilidades es en la realidad.
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Aristóteles y la conducta inducida
Aristóteles |
Hay conductas innatas y conductas inducidas o aprendidas.
Un ejemplo de las conductas inducidas. La televisión y los periódicos, aparte de su labor informativa, o a través de ella, nos están formando o deformando diariamente. En estos tiempos los programas de la televisión en México tienen un noventa por ciento de violencia. Comprendidas las telenovelas de las abuelitas, las series policíacas, las del hampa cinematográfica como asaltos a bancos o matones anónimos profesionales: El Chacal, El Castigador, etc. Y es sabido que en México, en estos días, (2011) hay más violencia en la realidad que en cualquier lugar del mundo, incluso que en los países que están en guerra, como los árabes. La sociología tiene varios respetables puntos de vista a este respecto. Lo cierto es que el mismo presidente de México acaba de declarar, con motivo de su quinto informe de gobierno a la nación, que aquí “las instituciones están podridas”.
El fin que se persigue en esta vida es la felicidad. El vehículo para alcanzar la felicidad es la virtud. Aristóteles se apresura a decir que la virtud es una cuestión que no baja de las nubes sino que es fenoménico o terrenal. Es decir que se puede trabajar para alcanzar la virtud. O no se trabaja y no se alcanza. Ahora bien, y este es el punto, si se alcanza, es mediante la costumbre o hábito. Pero siempre hay el riesgo de perderla. Sin embargo existe un mecanismo muy humano para retener la virtud. Y estamos hablando otra vez del hábito.
Un criterio va a campear en toda la Gran ética de Aristóteles y se puede resumir en las siguientes palabras de él: “Una buena disposición es la que equidista entre el exceso y el defecto”. El tema de la virtud es el vehículo del que se sirve para decirnos que estamos hablando aquí de cuestiones terrenales, no de otra dimensión.
En el capítulo VI, de la Gran ética, Aristóteles aborda un tema que es vigente y será por los siglos de los siglos. Lo heredado y la conducta enseñada o inducida. Las conductas innatas en su tiempo se le adjudicaban al alma. En los tiempos actuales, donde todo se zenoniza, se les remite a la genética. Estos dos aspectos algunos pensadores los tratan de la siguiente manera: El hombre es como es y lo demás es puro periodismo dicen Schopenhauer y Nietzsche.
Respecto de las cosas aprendidas tenemos excelentes tratados de pedagogía. Desde los amenos libros de autoayuda hasta los pensadores de la academia. Aristóteles se refiere a estos dos aspectos echando mano de la metáfora de la piedra que rueda por la ladera: “ninguna cualidad innata y natural puede ser alterada por hábito. Por ejemplo, en una piedra, o en todas las cosas pesadas, que llevan entrañada la potencia de ser llevadas hacia abajo, por muy frecuentemente que uno la eche hacia arriba, no logrará crear en ella el habito de ser llevada hacia arriba, antes siempre tenderá hacia abajo. Así hay que entender todas las demás cosas.”
Aclara que la virtud es muy de este mundo. Se llega a ella, o se aleja de ella, estando en el juego de la vida.”Es imposible concebir la virtud o el vicio fuera de la tristeza o el placer…La virtud, pues, está relacionada con el campo del placer y la tristeza.” Según Aristóteles es sumamente difícil ser, o comportarse, como un hombre de la medianía, no de la mediocridad. ” El primero es el resultado de una serie muy compleja de circunstancias innatas y pedagógicas. El segundo sólo es el resultado de un analfabetismo emocional. Sería sumamente fácil comprobar esto último. Bastaría revisar los casos por las que las cárceles, los panteones y los hospitales, están siempre en sobrecupo, aun descontando a los inocentes que han sido involucrados en estos campus. Es una conducta tanatológica que lleva a la implosión de la especie:" ser bueno es algo trabajoso y difícil, puesto que llegar a una moderación en cada una de estas cosas, es realmente trabajoso"
Esto tiene más matices de lo que creemos. La zoología nos dice que fueron los “duros” los que prevalecieron y dejaron sus genes, etc. Y no los “blandos”. Lo que Aristóteles dice es que esos dos extremos tenían destinos tanatológicos. En cambió todo prevaleció gracias a que hubo alguien que supo reprimir tanto la ira patológica como la indiferencia patológica: “Por consiguiente, el punto medio de la virtud está en que ni nos sentimos excesivamente conmovidos por la ira, ni seamos tampoco absolutamente inconmovibles…Ser moderadamente irascible y suave, es un término medio entre la ira y la suavidad o carencia de ira. Lo mismo vale para la fanfarronería o jactancia y la autodeprecaiación: en efecto, atribuirse más cosas de las que uno posee es arrogancia; pero atribuirse menos de las que se tienen, es autodeprecaiación. El término medio, pues, es la verdad.”
No estamos hablando de un individuo inocente. Tal vez podemos imaginar a alguien que ha logrado reunir, o “manejar”, alguna dosis de ira y otra de bondad: “El término medio es inferior al exceso y es superior al defecto.”
Más una vez que se ha podido escalar la montaña, y llegar a conquistar el término medio, sólo hay una manera de conservar ese término medio: ejercitándose continuamente en ello. Es decir, mediante el hábito.
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El término medio de Aristóteles
Este tema el autor lo aborda hablando de la virtud moral.
El fin de esta vida es la felicidad. Esta se alcanza viviendo de acuerdo a la virtud o virtudes. Pero hay el riesgo de exagerar hasta caer en la deformación de la virtud. Al ejemplo del que come diez platos de nutritiva comida, en lugar de dos que son los que aconseja el dietista.
Tal vez cueste trabajo pensar en un exceso de virtud. En alguien que enfermó por haber exagerado la nota en la práctica de la virtud. Se nos ocurre un bacteriólogo que no se atreve a abrir la puerta del baño público porque la manija está llena de bacterias que pueden ser patógenas. O al saludar de mano corre a lavarse en busca de agua y jabón. Y como saluda a treinta personas al día… O el escritor que en lugar de escribir “suficiente” mejor escribe “demasiado”.
Es el afán exagerado de alejarse de la no-virtud o de la no-limpieza. Como el anoréxico que no quiere ser gordo. Adquirió una enfermedad tratando de alejarse de otra enfermedad, la abstinencia enfermiza.
El otro extremo sería alguien que, por indolencia patológica, no se movió en la búsqueda de la virtud moral.
“El término medio” parece uno de esos temas cuya argumentación, en un sentido u otro, puede llevar a la intelectualización estéril. Entonces es cuando Aristóteles recurre al ejemplo práctico que vemos de cerca y todos los días, y es el ejercicio corporal.
Demócrito, de los Presocráticos (ver Demócrito en este mismo blog) ya había abordado el tema cuando dice: “Conoce (el animal) lo que es necesario y cuánto. Por el contrario (el hombre) no conoce lo que es necesario”. Sócrates mismo dijo: “La ciudad está llena de cosas que nadie necesita y todos compran”.
Tal vez podríamos servirnos del símil químico de la acidez y la alcalinidad.En una escala del 0 al 14 el 7 es lo neutro,como quien dice, el termino medio. Hacia el 7 nos encontramos con la acidez y a partir del 7 está la alcalinidad en tanto nos aproximamos al 14.
Aristóteles escribe (en su Gran ética)que “la virtud moral puede ser destruida por exceso o por defecto. Que tanto el defecto como el exceso la destruyen, es posible verlo con claridad por la evidencia de nuestros sentidos, en todo lo que toca a las costumbres y caracteres. En las cosas inseguras hay que hacer uso de testimonios ciertos. Así pues, para no hacer muy larga la digresión diré que esto puede verlo cualquiera en los ejercicios corporales: si ellos son excesivos, destruyen la fuerza; y análogamente, si son deficientes. Lo mismo ocurre en la bebida y en la comida. Pues, tanto si su consumo es excesivo como si es deficiente, se daña la salud; por el contrario, con un uso moderado de los mismos, se conservan la fuerza del cuerpo y la salud.” (Gran ética, Cap. V).
Pero en el Cap. IX nos advierte que eso de situarse en el término medio no es tan fácil como decir voy al termino medio y ya. Si hay inclinación por alguno de los extremos costará más trabajo llegar al termino medio. Sencillo si se estuviera libre de inclinaciones,pero no es así.Será jalado,o retenido, en el extremo,por esas inclinaciones."El carácter de los principios determina el carácter de los productos" ( Cap. X). O como dice ahora la fenomenología: la causa y el efecto.
Pero, para no desalentarnos nos dice ( en el Cáp. VIII) que, como sea, situarse en el término medio se trata de una ganancia..Si somos malos podemos "caer" ( para bien) al termino medio. Al menos ya no seremos tan malos:el principio de la regeneración. Si somos buenos podemos caer(en demérito) al termino medio.Pero al menos no se cae hasta el extremo (el camino de la reflexión).
El fin de esta vida es la felicidad. Esta se alcanza viviendo de acuerdo a la virtud o virtudes. Pero hay el riesgo de exagerar hasta caer en la deformación de la virtud. Al ejemplo del que come diez platos de nutritiva comida, en lugar de dos que son los que aconseja el dietista.
Aristóteles |
Es el afán exagerado de alejarse de la no-virtud o de la no-limpieza. Como el anoréxico que no quiere ser gordo. Adquirió una enfermedad tratando de alejarse de otra enfermedad, la abstinencia enfermiza.
El otro extremo sería alguien que, por indolencia patológica, no se movió en la búsqueda de la virtud moral.
“El término medio” parece uno de esos temas cuya argumentación, en un sentido u otro, puede llevar a la intelectualización estéril. Entonces es cuando Aristóteles recurre al ejemplo práctico que vemos de cerca y todos los días, y es el ejercicio corporal.
Demócrito, de los Presocráticos (ver Demócrito en este mismo blog) ya había abordado el tema cuando dice: “Conoce (el animal) lo que es necesario y cuánto. Por el contrario (el hombre) no conoce lo que es necesario”. Sócrates mismo dijo: “La ciudad está llena de cosas que nadie necesita y todos compran”.
Tal vez podríamos servirnos del símil químico de la acidez y la alcalinidad.En una escala del 0 al 14 el 7 es lo neutro,como quien dice, el termino medio. Hacia el 7 nos encontramos con la acidez y a partir del 7 está la alcalinidad en tanto nos aproximamos al 14.
Aristóteles escribe (en su Gran ética)que “la virtud moral puede ser destruida por exceso o por defecto. Que tanto el defecto como el exceso la destruyen, es posible verlo con claridad por la evidencia de nuestros sentidos, en todo lo que toca a las costumbres y caracteres. En las cosas inseguras hay que hacer uso de testimonios ciertos. Así pues, para no hacer muy larga la digresión diré que esto puede verlo cualquiera en los ejercicios corporales: si ellos son excesivos, destruyen la fuerza; y análogamente, si son deficientes. Lo mismo ocurre en la bebida y en la comida. Pues, tanto si su consumo es excesivo como si es deficiente, se daña la salud; por el contrario, con un uso moderado de los mismos, se conservan la fuerza del cuerpo y la salud.” (Gran ética, Cap. V).
Pero en el Cap. IX nos advierte que eso de situarse en el término medio no es tan fácil como decir voy al termino medio y ya. Si hay inclinación por alguno de los extremos costará más trabajo llegar al termino medio. Sencillo si se estuviera libre de inclinaciones,pero no es así.Será jalado,o retenido, en el extremo,por esas inclinaciones."El carácter de los principios determina el carácter de los productos" ( Cap. X). O como dice ahora la fenomenología: la causa y el efecto.
Pero, para no desalentarnos nos dice ( en el Cáp. VIII) que, como sea, situarse en el término medio se trata de una ganancia..Si somos malos podemos "caer" ( para bien) al termino medio. Al menos ya no seremos tan malos:el principio de la regeneración. Si somos buenos podemos caer(en demérito) al termino medio.Pero al menos no se cae hasta el extremo (el camino de la reflexión).
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El Aconcagua Sur, de René Ferlet, 1954
El itinenario imaginado por Saint Loup |
Foto tomada del libro de Saint Loup. Al fondo la sur del Aconcagua |
El 24 instalan el campamento base sobre una plataforma, al pie de un espolón rocoso. Han ocupado una recua de 57 mulas para su equipo de escalada, víveres y tiendas. Acampan en una cresta que une el cerro Almacenes y la arista norte del Aconcagua. En tanto levantan las tiendas varios aludes se precipitan por la pared, arriba de sus cabezas. Por la noche la denudación hace estallar varios bloques de piedra.
El 30 de enero instalan el campamento número 1, en los 4,500 m. s.n.m. Cuando reanudan la marcha, al día siguiente, encuentran en los 5,200 un lugar sólo para una tienda. En este lugar se ven precisados a fijar 600 metros de cuerda.
La cumbre sur.A la derecha la pared sur. Del libro 28 Bajo Cero, de Luis Costa. |
Un apreciación de la pared sur. (derecha) Del libro de Luis Costa |
René Ferlet, el jefe de la expedición, sufre un ataque de ciática y ha de permanecer en el campamento base. En adelante es Guy Poulet el que relata la ascensión. Suben en tres cordadas de dos escaladores. Lucien y Robert, Pierre y Adrien, Edmond y Poulet. Llevan 260 metros de cuerda. Avanzan por una cresta de unos 50 grados de inclinación. Se mueven dentro de una temperatura de menos 15 grados y en lo general el estado del tiempo va a ser bueno. Y por tratarse del Aconcagua, y su proverbial intempestivo mal tiempo, fueron condiciones meteorológicas excelentes.
Hay que hacer notar,como todo alpinista de experiencia sabe, que superar 50 grados de inclinación no es lo mismo a 2,000 m.s.n.m que a los 6,000.
Para el tercer vivac ya no pueden hablar de campamentos en forma por las condiciones tan precarias del terreno. Conforman una plataforma en donde extienden en el suelo las tiendas, a manera de alfombra, o funda de almohada, y se introducen en ellas y en sus sacos de dormir. El tiempo sigue manteniéndose en buenas condiciones.
La traducción es algo extraña para el argot del alpinista. En lugar de clavos o clavijas , dice “picos” y “zapatos claveteados” en lugar de crampones. La edición de este trabajo lamentablemente carece de fotografías de la ascensión que nos pudiera dar una información visual del terreno. Asimismo carece de todo dibujo o plano de itinerario que nos marcara los hitos de la ascensión, dentro del panorama completo de la pared, la ubicación de los campamentos o vivacs.
El relato habla del glaciar o de un espolón rocoso muy empinado, etc. Así, cada lector piensa esta escalada según pueda imaginar su subjetivismo. Las escasas fotos que contiene el libro son las clásicas que conoce todo el mundo que va al Aconcagua. La caravana de mulas, caminata de aproximación en el valle de los Horcones, la foto de los seracs, vista de la cumbre sur desde la norte, un refugio a los 6,700 metros. De la escalada de la pared nada. De esta manera las expediciones o cordadas que quieran abordar esta ascensión tendrán que descubrir a su vez su itinerario.
Finalmente. Después de varios vivacs, sortear tramos de roca y ejecutar un arduo trabajo de nieve, arribaron a la cumbre sur. De ahí se dirigieron a la cumbre norte. El penoso descenso fue hacia Plaza de Mulas, por la ruta clásica.
Aconcagua sur |
Varios de ellos sufrieron congelaciones en los dedos de las manos y de los pies. Debieron permanecer meses internados en el hospital de la ciudad de Mendoza. En el trascurso de este tiempo les fueron amputados algunos dedos. Luego regresaron a Francia.
La expedición francesa encontró excepcionales condiciones atmosféricas para tratarse del Aconcagua. En otras situaciones ni del campamento base hubieran pasado. Habla de 15 grados bajo cero. La expedición de Luis Costa (libro 28 grados bajo cero) en 1954 encontró 28 grados bajo cero. Nosotros, en el flanco noreste del Aconcagua, tuvimos 33 grados bajo cero (libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, 1975)
Así quedó conquistada la pared sur del Aconcagua.
El relato de René Poulet no menciona para nada el trabajo pionero de Saint Loup.Este alpinista francés, hasta donde conocemos, fue el primero que imaginó seriamente una probable ascensión de la pared sur. No sólo imaginó sino que se plantó al pie de esa ladera y dibujó la posible vía de ascenso y sus dificultades técnicas a resolver. Su libro, de bella prosa, se llama Montañas del Pacífico. Publicado en español por Editorial Juventud, Barcelona, en 1952.
Hizo varias incursiones por el valle de los Horcones hasta la base de la pared. En 1947 y en 1949. Hombre de montaña, podía hacer conjeturas realistas y trazar con la imaginación una probable vía de escalada. En su libro mencionado dio a conocer el esquema de este flanco. Dibujó, en el lado derecho, es decir, en el sureste, una línea punteada que, partiendo la ruta desde el Glaciar Horcones, se elevaría hasta llegar a la cumbre norte. En la página 23 dice que: “No parece que la escalada a la pared sur por este itinerario pueda presentar grandes dificultades técnicas”. En la realidad la expedición de René Ferlet llegó por la cumbre sur.
Saint Loup es un ignorante respecto a la arqueología de alta montaña de los Andes. Cuando los indios americanos quemaban copal a Pachamama y a Tlaloc, en las cotas arriba de los 6 mil, Agamemnon apenas atacaba Troya. Por este desconocimiento Saint Loup quema incienso a la “dureza Vikinga” del hombre blanco. Pero ni siquiera por eso se le menciona en el relato de René Ferlet.
La lectura de estos relatos de montaña, por lo general realizada en un lugar habitable, confortable, frente a una taza de café, no da la idea para nada de dos factores que son difíciles de imaginar por la gente ajena al alpinismo. Y aun ajena a muchos alpinistas que no han tenido la oportunidad de ir más allá de los 4 mil metros de altitud. Los dos factores son la altitud que, debido a la escases de oxigeno, da deficiente producción de glóbulos rojos en la sangre. Esto puede trastornar desde un leve mareo hasta la muerte misma, en el término de pocas horas. Al fenómeno se le conoce como "mal de montaña" o "puna".
Y la baja temperatura después del cero, también conlleva el riesgo de la molestia propia del frío intenso, hasta la muerte por hipotermia o la amputación de dedos, orejas o nariz. Según hemos visto, les sucedió a estos escaladores franceses.
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alpinismo
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.