Referencias
La expulsión de los españoles de México
(1821-1828).
Harold
D.Sims, Fondo de Cultura Económica, Secretaria de Educación Pública, 1985,
Lecturas Mexicanas número 79.
Pontificaciones,
Conversaciones con Norman Mailer. Editorial Gedisa, S.A. Buenos Aires Argentina.1983
El
Teniente Coronel Bernardo Tello recibe, de parte del gobierno mexicano, su
pasaporte de expulsado y en ese momento cae muerto.
Le
seguirán en el proceso de expulsión unos mil 700 españoles. Se quedarán en el
país, por lo pronto, otros 4 mil.
El
episodio de Tello nos da una idea del estrés, como ahora se dice al extremo
sentimiento de angustia, que vivían los expulsados.
Quince
años vivieron estos españoles de México
en un ambiente que se les había
vuelto muy violento. De lo que se conoce
como el abrazo de Acatempan, cuando cesó la guerra entre españoles e
insurgentes, en 1821, y el reconocimiento de España en 1836.
Fue el
tiempo en el que España aceptara por fin reconoce la independencia de México.
Violencia que en momentos cobraba más intensidad por las noticias que llegaban
de que España intentaría la reconquista. O bien por los movimientos pro
españoles internos que buscaban con las
armas volver a retomar la hegemonía, entre ellos, el alto clero de la Iglesia
católica, en oposición del bajo clero que, en numerosos casos, encabezaba en el
campo de batalla esa independencia: Hidalgo,
Morelos, Matamoros…
Este
éxodo comenzó a principios de 1828 por disposición de la ley
del 20 de diciembre de 1827:
“Es mucho el número de coches salidos (de le
ciudad de México) hoy con gachupines, no se tiende la vista por ninguna calle
que no se vea uno o dos carrages cargadas.”
¿Qué había
sucedido en una ciudad, y en un inmenso territorio, en la que por trescientos
años ellos fueron los amos, en la que habían destrozado toda una cultura
milenaria náhuatl, haciendo añicos los edificios del hermoso coatepantli azteca
y en su lugar erigido sus edificios de arquitectura europea e impuesto con violencia, sus modos de conducta a su antojo y su
religión.
Era algo
más que “un inmenso territorio”. Eran amos de dos millones de kilómetros
cuadrados de terreno, en lo que va de Yucatán, en el sur, hasta los actuales
estados de Arizona, Nuevo México, Utah, Colorado y Texas. Para no mencionar el
caso de Florida.
Lo que
comprende las áreas geográficas actuales de
España, Italia, Francia, Alemania y Polonia juntas. Un solo
hacendado se consideraba dueño de tal
cantidad de terrenos, poseía tales riquezas, y gente esclava, que dos reyes juntos de Europa.
¿Qué
había sucedido? Era tarde para considerarlo y más para remediarlo. Ahora había
que agarrar el camino del éxodo.
La
historia en el planeta para entonces ya era otra. España había perdido la
fuerte presencia que tenía en países de Europa y los Estados Unidos hacían lo
suyo para acabar con los últimos bastiones del poderío español en América.
El
conde de Aranda, español con elevado cargo en el gobierno de España, ya había
advertido con respecto a Estados Unidos con toda antelación en el memorial de
1783 :"! Vendrá un día que será gigante, un coloso temible en esas
comarcas", pero ni españoles ni mexicanos le hicieron caso.
España,
no obstante, se cerraba al reconocimiento de esta nueva realidad. Se considera
que de haber enviado el reconocimiento
de la independencia de México (como lo haría quince años más tarde), el asunto
de los españoles, no obstante el resentimiento que con su vesánica
actitud provocaron durante tres siglos, las aguas no se levantarían más allá de
un oleaje.
En el
camino del destierro hacia el puerto de
Veracruz sufrieron de sobresaltos no ya por los contarios
políticos sino por los ladrones comunes que los despojaban de sus pocas
pertenecías que habían logrado llevar:
“Las desgracias de los españoles que partían
eran muchas. No era raro que alguno de ellos fuera robado o hasta asesinado en
el camino de Veracruz…Algunos españoles que lograron abordar su barco, no
llegaron a su destino. Por ejemplo, los 82 pasajeros y tripulantes que se
encontraban a bordo de la corbeta francesa Paquet
N° 3,que zarpó de Veracruz el 3 de abril, fueron sanguinariamente
asesinados por el pirata Pájaro Verde mientras navegaban rumbo a
Burdeos.”
Para recorrer
los caminos de la ciudad de México,
hacia el este, a lo largo de 500 kilómetros, hasta el puerto de Veracruz, debían
cruzar, la elevada cadena montañosa nevada
por el poblado de Río Frío (2,980 metros, 9,777pies o por Ituhalco 3,687 metros,
12, 096 pies) entre los volcanes Iztaccihuatl y Popocatépetl, cumbres nevadas de
más de cinco mil.
Popocatépetl,
5,426m. En el camino al puerto de
Veracruz.
Foto de
Notimex, tomada de Internet
Pillaje,
resentimientos y sed de venganza por mil atropellos sufridos contra las
poblaciones indígenas, violencia racial y política, se desataron a lo grande
contra los expulsados. Ya desde los días de Hidalgo en Jalisco jóvenes
españoles eran llevados a una barranca y acuchillados como animales en el
silencio de la noche.
Se
confirmó una vez más la antigua lección de historia que los excesos de la primera generación de
conquistadores la paga, y con creces, la
última generación de sus connacionales cuando esa conquista llega a su fin.
En octubre de 2021 América
latina (también parte de la población anglo en Estados Unidos) se decidió a
derribar estatuas de Cristóbal Colón. Incluido México. Una nota de Diego Flores,
aparecida en Internet el 13 de octubre del 2021, resume lo que a la sazón
apareció publicado en los medios
“El 12 de octubre se
conmemora la llegada de Colón al continente Americano, ese día su estatua se verá
en cenizas por haber masacrado y esclavizado brutalmente a los Indignas.
Ira desatada contra las
estatuas de Cristóbal Colón en América latina han sido derribadas, decapitadas
y pintadas de rojo que simboliza la sangre derramada de Indignas en diferentes
ciudades que fueron brutalmente asesinados y apropiados sus recursos naturales”
El mar
de los Sargazos, del Océano Atlántico, se le conocerá como la Ruta del Éxodo Español. Un siglo más
tarde (111 años) cientos de españoles cruzarán de nuevo estos paralelos
oceánicos en otro éxodo tan penoso como este, pero ahora en dirección
contraria, del este hacia México, expulsados de España por sus mismos
connacionales.
Sin
embargo de todas las barbaridades que se cometieron contra los expulsados, es
una distorsión de algunos historiadores
comparar este suceso del siglo
diecinueve, en México, con la revolución francesa. Es querer meter con
calzador el águila azteca dentro del
gorro frigio. ¡Esos historiadores!
Ya
Norman Mailer había advertido cuando
dice que si quieres saber de historia leas novelas y si te interesa la novela
leas historia. De tres mil notas sobre su escritorio, dice, escogen treinta y así arman su historia.
Lo
hemos dicho con mesura.
Mailer
no se anda por las ramas: “Cuando uno conoce los vacíos y arreglos con los
cuales los historiadores escriben su
historia, trabajan sobre diez mil hechos y seleccionan trescientos que les parece bastantes
para ilustrar las cosas, por mucho que a eso se le llame historia todos sabemos que es ficción. La señal del gran
historiador es su capacidad como gran
escritor de ficción…La historia no es historia, sino una serie de novelas inmensamente sobrias que han escrito unos hombres
que no suelen disponer de gran
talento literario y tiene mucho menos
que decir del mundo real que los novelistas. Se trata de un descubrimiento
perturbador: los historiadores no tratan
con los hechos sino con las
hipótesis que desarrollan en relación a una
serie de datos aislados”.
Aquí el
“corte de cabezas” lo sufrieron no los de hasta arriba sino los españoles pobres que no tenían recursos
para moverse hacia otros estados donde el sentimiento antiespañol era menos
fuerte.
Un
“corte de cabezas” entre comillas porque las familias de los desplazados no
fueron abandonados por completo por los mexicanos. Sims relata el caso del
gobierno de Oaxaca:
“El
gobierno de Oaxaca, y su legislatura dominada por los escoces (logia pro
española) sentían compasión por las esposas e hijos de los españoles forzados a salir por las
leyes locales y federales de expulsión.
El 31 de enero de 1828 la legislatura
ordenó al gobernador que elaborara una
lista de las familias que vivían en la pobreza
como resultado de las expulsiones, y que pagara una pensión diaria de
dos reales(a las esposa sin hijos o con uno solo) cuatro reales (a las que
tuvieran tres o más descendientes).
¡Imaginemos
a los jacobinos de la revolución francesa pensionando a las familias, en
Francia, de los aristócratas en el
exilio! ¡O a los dirigentes del Frente Popular español, de 1937, ayudando con
despensas y pensiones a las familias de los
fascistas caídos en combate!
Los
españoles ricos (sucede con los ricos en todos los tiempos y en todos los
paralelos) con toda anticipación agarraron sus fortunas y volaron para Europa o
para Nueva Orleans (todavía no de
Estados Unidos).Dejaron tras de sí un caos que se le vino encima a sus
connacionales pobres. Sims pone como
ejemplo de lo anterior:
“el
conspirador Aviraneta y el comerciante Rivas pagaron cada uno cien pesos por
pasaje de primera clase de Veracruz a
Nueva Orleans en el barco ingles Hibernia,
a principios de 1828.”
“Muchos
barcos estadounidenses, británicos y franceses se dirigían a Veracruz para
llenar sus cabinas con españoles que partían al exilio en Nueva Orleans, La
Habana o Europa. Los barcos extranjeros preferían llevar pasajeros que carga:
podían tener mayores utilidades llevando españoles a los Estados Unidos o a La
Habana que trasportando mercancía a Europa.”
Iztaccihuatl y Popocatépetl, vistos desde la Ciudad de México.Ituhalco es el nombre original del collado que queda enmedio de los dos volcanes. La otra vía para el Puerto de Veracruz es el pueblo de Río Fío, que se ubica a la izquierda de la Iztaccihuatl.
Foto tomada de Internet
Nueva
Orleans, por quedar tan lejos de la ciudad de México, se había convertido en el
punto de reunión de los conspiradores que preparaban con las armas en la mano
la reconquista:
“Los
funcionarios españoles emprendieron entonces una campaña efectiva cuyo centro
fue Nueva Orleans para reclutar y trasportar a La Habana (todavía de España) a
los emigrados españoles, como preparación para un futuro intento de reconquista de México.”
Y más
adelante:
“Los
españoles refugiados en Nueva Orleans se
convirtieron en una nueva fuente de
conjuras y por ello, en un nuevo problema para el gobierno de México. En 1828
existan proyectos entre los
exiliados en el extranjero para realizar
expediciones filibusteras contra la costa texana (todavía de México), y se
hicieron intentos de establecer una cabeza
de puente española sobre la costa
del Golfo de México y de apoderase de la fortaleza de San Juan de Ulúa una vez más.”
Este
intento de reconquista, en efecto, se
llevaría a cabo. Pero, el contexto ya era otro. En comparación con el encuentro
de los conquistadores del siglo dieciséis, con armas modernas para ese tiempo,
cañones, pólvora, arcabuces, caballos, virus, miles de indígenas incondicionales,
peleando contra lanza y macanas de los valientes aztecas.
Ya para la guerra de reconquista los mexicanos tenían las mismas
armas que los españoles, el soldado español montado sobre un caballo había dejado
de ser un dios, poseían resistencias
virales contra lo traído por los españoles, ya no contaban con tribus incondicionales.
Ya el
romance con los españoles se había acabado cuando los aliados indígenas, destructores de su misma
cultura ancestral y de su religión, fueron convertidos en esclavos de las
tiendas de raya de los hacendados.
El intento fracaso muy desafortunadamente a manos
de Antonio López de Santa Anna. Tan vergonzosamente que el general español, que
dirigía el ataque, se fue a vivir a Estados Unidos y jamás regresó a España.
No
obstante este descalabro, españoles del
estatus medio encontraron muchos de ellos el medio de defenderse no sólo de
permanecer en México sino buscando la manera de recuperar la hegemonía militar,
política y económica.
En
tanto el congreso de la capital se ponía
de acuerdo con los términos de expulsión en una ley general, cada estado
elaboraba su propia ley, unas muy virulentas contra los españoles y otras
protectoras.
Los que
pudieron se desplazaron hacia otras provincias del país. Recurriendo a
políticos contrarios a la idea de expulsión. Y teniendo a algunos periódicos de
la logia escocesa que protestaban contra
los yorkinos, que era la logia que buscaba a toda costa sacarlos de México:
“El
gobierno estaba seguro que los españoles
apoyaban a los revolucionarios con su dinero y consecuentemente, en la
ciudad de México se hicieron entonces esfuerzos extraordinarios para expulsar a
los peninsulares.”
Durante
tres lustros, a partir de 1821, España
no hizo nada, deliberadamente no hizo nada,
por buscar paliar el golpe de los
españoles en México sino, como anotamos, todo lo contrario. Que reinara el
caos para encontrar tierra fértil de
apoyo a la reconquista. Entretanto, quedaron estos españoles, como se dice, siendo la
carne del sándwich: triturados entre el gobierno español y los yorkinos. Por lo
mismo, parte de la sangre española que corrió entonces en México se le debe imputar a España.
“los
expulsados españoles que llegaban a Filadelfia tenían grave urgencia de obtener
ayuda de alguna fuente. El cónsul general de Francia informó en marzo que
numerosos exiliados españoles, después de haber sido abandonados por su propio
cónsul se dirigían al consulado francés en busca de ayuda”.
Los
yorkinos sin duda que cometieron excesos por ese deseo (aquí si semejándose a
la revolución francesa: quitarles el mando político, el militar y quedarse con
los mejores contratos y puestos burocráticos
manejados por el gobierno español) de desquite que bullía en el
inconsciente colectivo del pueblo en revancha por todas las carnicerías y
persecuciones de que fueron objeto los grupos étnicos a partir de la conquista
en el siglo dieciséis.
Sin embargo
los españoles del estatus medio que
ocupaban los mejores puestos en la política y en el ejército ( y que no había
tomado parte en algunas de las conspiraciones contra el gobierno), fueron
removidos pero en tanto España no reconociera la independencia de México sus
sueldos se les seguirían pagando. Si era expulsado pero dejaban familia en el
país con mexicanas, podían cobrar en el extranjero medio sueldo.
Además
los españoles casados con mexicanas en general no fueron objeto de persecución
ni de expulsión.
¿No
está por demás insistir: ¿podemos imaginar a los jacobinos de la revolución
francesa enviando sus sueldos a los aristócratas en el exilio? ¿O a los
bolcheviques procurando paliar la pobreza de los familiares de los zares ya
depuestos?
El
movimiento de independencia consignado en Los Tratados de Córdova, de tono
católico, pronto se volvió secular y en momentos jacobino. Y los sacerdotes
españoles peninsulares fueron reemplazados, a señalamiento del obispo, por
sacerdotes americanos:
“Entre
las ordenes que eran menos “españolas” se encontraban los agustinos, que eran
mexicanos en un 92.5 por ciento, y los mercedarios, en cuyas filas sólo había
un español.”
En
realidad fue el momento, con el argumento de expulsar a los sacerdotes
peninsulares, en que el proceso de secularización empezaría en la vida de México.
Medida sana como recurso dialectico con lo religioso. Pero que en ocasiones
perdería la tolerancia.
El movimiento
levantaba una polvareda que envolvía a los activistas escoceses y yorkinos, a
los representantes de los gobiernos
extranjeros en México y al alto clero.
Sims
hace notar “la hostilidad que existía entre los diplomáticos europeos y el
plenipotenciario (Poinsett) de los Estados Unidos.”
Empero,
todo esto fue menos que inútil. Con el tiempo, los que lograron escapar al
éxodo y se quedaron a vivir en México, no aprendieron la lección de historia.
Mejor dicho, hicieron una mala lectura de esa lección.
Así es
como termina el libro de Sims. Se reagruparon de la mejor manera para no volver
a ser sorprendidos y en cambio defender la tradición.
¿Pero
cuál tradición? ¡La de su estatus! La que había empezado con los conquistadores
del siglo dieciséis: la tradición de la destrucción y la esclavitud por medio
de las tiendas de raya de las haciendas.
“Los
que quedaban pronto, muy pronto aceptaron el desafío y buscaron el modo de defenderse.
Los que en el decenio de 1830-40 surgieron como defensores de los fueros
tradicionales y de las propiedades de la
Iglesia, eran gente decidida a impedir en el futuro cualquier ataque sobre los
derechos y privilegios heredados de la tradición.”
No la
tradición del pueblo mexicano con su cultura milenaria y sus necesidades de
comida, vestido, educación y cultura.
Un
estatus social, solipsista, es solo la abstracción del todo. Es jugar su peligroso juego al margen de los demás
estatus o, como ahora se dice, clases. Muy pronto se vería en México cuan
peligroso es ese juego.
Ahora
recién tenían los mexicanos dos grandes culturas, la suya de los soles
teotihuacanos y la de la Paideia griega. ¿Pero de qué servía si ni siquiera
sabían leer por carecer de escuelas públicas para el pueblo.
Sería
hasta el 25 de julio de 1921, que el
presidente Álvaro Obregón decretó la creación de la Secretaría de Educación
Pública (SEP), “medida que fue aprobada por unanimidad en la Cámara de
Diputados. Posteriormente, el 3 de octubre del mismo año, fue publicada en el
Diario Oficial de la Federación (DOF).”
Exactamente a 400 años de la conquista y a 100
años de la independencia. ¡Tiempo en
que, por extraños y por propios, a la
educación del pueblo no se le dio ninguna atención o se le combatió con la
indiferencia! ¡Un pecado de omisión muy grave de los políticos de entonces y
de la Iglesia!
Eurípides,
Cicerón, Epicteto, Shakespeare, Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Domingo
de Guzmán, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Asís,
Cervantes y otros, eran absolutamente
desconocidos para esta gente. Ni qué decir de las corrientes de filosofía que estaban en su apogeo en ese siglo
diecinueve en Europa: Kierkegaard, Schopenhauer, Goethe…¿Cómo se puede
alimentar al espíritu así? ¿Cómo se nutre el espíritu alejado por la fuerza de sus
representaciones propias de la Divinidad Nanahuatzin-Tezcatlipoca y
Chicomecoatl? ¡La espada y la cruz lo habían mutilado todo en el siglo dieciséis!
Ahora
tenían una bella religión pero por haber sido impuesta a la fuerza por los
conquistadores, siempre fue mal
comprendida y peor practicada.
En
breve, solo noventa años más adelante, la
Iglesia pagaría el precio de no haber enseñado, en esos tres siglos de la
colonia, filosofía y teología al pueblo (a ese pueblo, 90 por ciento de la
población, compuesto, como dice Fray Bernardino de Sahagún, de “maceguales y
gente baja”). Las masas de esclavos de las tiendas de raya de las haciendas, sólo conocían, mal conocían, el catecismo de
Ripalda. Eso es lo que la Iglesia, y los centros de investigación académica, incluso
universitarios, llaman “la evangelización de América”. Se refieren al diez por
ciento de la población, no al noventa por ciento.Siglos más tarde, tal como lo hiciera con Juana de Arco,la Iglesia aceptó esa conducta errática para con las etnias mexicanas y sus tradiciones y el haber impuesto a la fuerza el catolicismo. En el otoño de 2021 el Papa hizo todo un valiente reconocimiento de todas estas injusticias desarrolladas por los españoles y los frailes a lo largo de 300 años:
"El papa admite errores en
evangelización por imponer solo un modelo cultural
Agencia EFE
mié, 13 de octubre de 2021
3:54 a. m.
Ciudad del Vaticano, 13 oct
(EFE).- El papa Francisco admitió que se cometieron "errores en la
historia de la evangelización queriendo imponer un solo modelo cultural"
que llevaron incluso a "guerras", durante su catequesis de la
audiencia general celebrada hoy en el aula Pablo VI del Vaticano.
Reconoció que "son
muchas las tentaciones de querer imponer el propio modelo de vida como si fuera
el más evolucionado y el más atractivo" y admitió: "¡Cuántos errores
se han realizado en la historia de la evangelización queriendo imponer un solo
modelo cultural!".
"A veces, no se ha
renunciado ni siquiera a la violencia para que prevalezca el propio punto de
vista, incluso guerras. De esta manera, se ha privado a la Iglesia de la
riqueza de muchas expresiones locales que llevan consigo la tradición cultural
de enteras poblaciones", reconoció Francisco asegurando que esto es
"lo contrario de la libertad cristiana".
Carencia de la que se alimentan abundantemente no sólo las iglesias protestantes históricas, sino las seudo iglesias que a diario se arman sobre las rodillas.La Iglesia veía ahora la realidad de haber vivido durante tres siglos la ilusión que llamó "evangelización".
Ya a
pocos años de caído México –Tenochtitlán los frailes festejaban el triunfo de
la cruz por haber convertido al
cristianismo a millones de indígenas. Esos millones de indígenas ni entendían
el idioma español ni los españoles, salvo excepciones, habían aprendido a
hablar como los naturales (más de cincuenta etnias con sus diferentes
dialectos).
En otras palabras el pueblo del 90 por
ciento carecía de vitaminas culturales
para saber convivir, con el sano
laicismo, y prevenir el jacobinismo
que después se les vino encima.
Ya
desde entonces el cierre de las iglesias, en el país, y la prohibición de la
religión, tocaban a sus puertas.
Como
resultado de esa ignorancia muchos serían lanzados a la guerra a favor del
jacobinismo sin saber de qué se trataba éste
y otros muchos a defender lo religioso sin tener conciencia de lo que
estaba defendiendo sino movidos por el ciego fanatismo.
Para
filosofar se necesita la duda a través de la cual se busca la certeza. Para
creer en la Divinidad se requiere una fe que es dotada desde el cielo mismo, no
porque se tiene enfrente una presencia punitiva. Pero nada de esto, Filosofía y
Teología, caben donde se hace todo para
que no haya libertad para pensar.
En
rigor, laicismo no es una meta en si. Más bien se trata de un camino para
llegar a un fin. Este fin es el Humanismo. Humanismo es donde el individuo
puede vivir con toda libertad de pensamiento en el universo de las ideas y las
artes tales como la filosofía, el teatro, la literatura... Cómo se anotó, aquí
solo se mal conocía el catecismo de Ripalda.
Ya en
pleno siglo veinte, cuando las naciones habían agarrado el pulso de los nuevos tiempos, los mexicanos seguían de esclavos de la tienda de
raya de las haciendas.
En
realidad, insistimos, a la postre todo
quedó colgando de un hilo. La expulsión
de los españoles fue muy a la mexicana. Los odiaban, pero en algunas
provincias, no tanto.
La gran
cultura occidental que trajeron los españoles y los grandes centros de
enseñanza que fundaron recién la conquista (Tlatelolco, San Ildefonso en la
ciudad de México, Colegio San Nicolás Obispo de Valladolid, Michoacán…) fueron
pensando en los hijos de los conquistadores y en las familias de los grandes
caciques indígenas al servicio burocrático de los españoles. Pagando así los
servicios que habían prestado en la guerra de conquista y destrucción de México-Tenochtitlán.
“Quinientos
años de Resistencia indígena” es el slogan oficial y popular que se oye en
septiembre del 2021 en México.
Si todas las etnias (excepto las etnias del
norte) se unieron al español contra México-Tenochtitlan, en el siglo dieciséis,
la lectura del slogan es un reconocimiento
a que los mexicas fueron los únicos que resistieron contra la invasión
europea. La esclavitud sufrida durante trescientos años hicieron que se
reconociera el error y ahora los otrora enemigos del azteca se arropan
bajo el gentilicio de los mexicas, mexicanos. Arropamiento,gentilicio, que viene siendo un reconocimiento al
heroísmo azteca que cayó en defensa de
la original y milenaria cultura náhuatl.
Todas
estas etnias adversas fueron utilizadas de inmediato por el español para que
destruyeran las pirámides del centro
ceremonial azteca que estaba rodeado por el gran coatepantli o muro de las serpientes, muro de
Quetzalcóatl.
Aquí
empezó la resistencia indígena, hace quinientos años.
Coatepantli
de los aztecas
La
traumática situación vivida ochenta años atrás no fue suficiente como para
enmendar la actitud hacia el pueblo de los maceguales.
Al contrario, se dio un acercamiento
entre los altos mandos mexicanos, ya independientes de España, y el alto clero, con los hacendados que había logrado evadir la
expulsión.
Ese
“borrón y cuenta nueva”, dicho en otras palabras, era hacerse cómplice esos
mexicanos del genocidio sufrido por las etnias durante tres siglos por los
españoles, decir: “Hicieron bien en casi exterminarlos, esclavizarlos y marcarlos con
hierro candente en la cara y en llevarse todo
el oro y la plata que pudieron, y quemar vivo al que se resistía creer
en Jesucristo” o ser devorado vivo por los perros de los españoles.
"En otros casos se utilizó la Inquisición como medio para acabar con las prácticas prehispánicas que aún se continuaban realizando en muchos lugares de México.” se dice en el libro de Eduardo Matos Moctezuma Muerte a filo de obsidiana, editado en 1975 por El Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
Un
acuerdo, una actitud dialéctica, entre
los antagónicos de poder, siempre es bienvenido en nombre del bienestar del
pueblo. Esa fue, al menos la intención, del famoso abrazo de Acatempan, en el
que realistas e insurgentes se dieron la
mano para dar por terminada una lucha que ya llevaba
dos décadas. Ese sería la actitud de España cuando tres lustros más tarde decidió
reconocer la independencia de México.
Y esa
es la misión de los príncipes de la Iglesia católica, estar en el mundo, en
otras palabras, cerca de los poderes con la misión de paliar el sufrimiento
de los pueblos y, en la posibilidad de
las circunstancias, hacer por desterrar
su pobreza económica. Si eso no se da…
Cuando
ese acercamiento es en perjuicio del pueblo, es cuando recibe el feo
calificativo arriba anotado.
Cincuenta
etnias en México siguen viviendo, para
2021, sus costumbres y sus ritos ancestrales a lo largo de todo el país. Lo que
se conquistó en el siglo dieciséis
fueron los grandes centros de poder, cultura y población y el más
importante de todos México-Tenochtitlán.
En
otras palabras, el México precristiano no fue borrado. Sigue vivo. Pero también
en el abandono por extraños y propios, “por los siglos de los siglos”.
Y hubo periodos, en el siglo diecinueve, de los gobernantes mexicanos, que persiguieron
con saña a etnias del norte con la misma vesania que tres siglos atrás lo
hicieron los españoles. Despojar las
tierras a las tribus y “blanquear” la
piel de los étnicos era la idea.
Sí, dos
genocidios. El primero ejecutado por los conquistadores y el segundo por
algunos gobiernos de mexicanos ya independientes de España.
Para lo escépticos, de lo que aquí se dice, tenemos esta nota de El Universal publicada
en Internet el 28 de septiembre del 2021.Es una aceptación valiente de reconocer los errores tanto del gobierno federal como de la misma Iglesia, ésta, nada menos que del Papa.
"Ciudad de México, 28 de
septiembre (EFE).- Con la petición de disculpas al pueblo yaqui, el Presidente
de México, Andrés Manuel López Obrador, culminó este martes las ceremonias del
perdón por los agravios cometidos contra los indígenas desde la conquista hasta
la actualidad, en las que no ha participado el Gobierno español.
“El Estado mexicano no debe
permitir nunca más la marginación, los abusos y las injusticias en contra de
los yaquis ni de ningún otro grupo étnico o cultural de nuestro país. Primero
deseamos ofrecerles perdón”, declaró López Obrador en un acto con el pueblo
yaqui, en el norteño estado de Sinaloa.
Durante el evento, titulado
“Petición de perdón a los pueblos originarios”, arremetió especialmente contra
la persecución de indígenas bajo la dictadura de Porfirio Díaz (1877-1911), un
capítulo que consideró “vergonzoso”, y criticó la “concepción racista que se
padece desde la llegada de los invasores españoles”.
“A 488 años de la llegada de los
conquistadores a estas tierras del norte de México, venimos hoy a honrar la
digna historia de resistencia y dignidad del pueblo yaqui”, declaró Adelfo
Regino, director del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.En cambio, el papa Francisco
mandó una misiva este lunes en la que reconoció “los errores del pasado” y
reiteró su petición de “perdón por los pecados personales y sociales” cometidos
por la Iglesia durante la conquista y evangelización del actual México."
Si bien
la antropología social profesional e institucionalizada nació en México en 1917
con Manuel Gamio, sería hasta el
3 de febrero de 1939, por mandato del
presidente Lázaro Cárdenas, que se fundaría el Instituto Nacional de
Antropología e Historia. Una
dependencia del gobierno federal de los Estados Unidos Mexicanos.
A
ochenta años de gobiernos ya mexicanos, y de aquel sangriento 1828, el noventa
por ciento de los mexicanos eran analfabetas, andaban descalzos y vivían en
chozas. Los hijos heredaban la deuda que el español hacendado había anotado en
las tristemente tiendas de raya que cada hacienda tenia, esto, como se ha
anotado, con la venia de gobernantes
mexicanos.
El niño mexicano recién nacido en esos tiempos
ya tenía que pagar dos deudas: una deuda en la tienda de raya del
hacendado y otra deuda en la
iglesia con el nombre de “pecado
original”.
Lo
grave de esta indolencia hacia el pueblo, vendría en los tiempos que estaban
por llegar. Unas masas así, carentes de todo, se precipitan a la primera
oportunidad, a la prosperidad, al tener, que lleva la consumismo, incluida la telerrealidad. Seguirán
ignorando el progreso, que apunta hacia la evolución universal. Evolución en la
que el Romanticismo y la Ilustración caben, para bien, dialécticamente en el
alma del individuo.
Para mejor decirlo, llenar el desván de la
casa con trebejos y no el alma con las luces de la cultura.
Uno del
pueblo se encontraba en la calle a un español, o a un catrín (mexicano cerca
del poder), debía bajarse de la banqueta y no levantar la vista bajo riesgo de
ser golpeado en la cara por insolente. O enviado al presidio de San Juan de Ulúa, islote en el mar, de donde jamás regresaba.
Y se
daba por hecho, bajo la mirada de la Iglesia, lo que se llamó el derecho de
pernada: en situación de casamiento el primero que se acostaba con al novia era
el hacendado.
La
División del Norte, cruzando el desierto de Samalayuca, en el camino de librar
la batalla final, en Zacatecas.
El 20
de noviembre de 1910, con la toma de Ciudad Juárez, por Francisco Villa y
Pascual Orozco, a las órdenes de Francisco I Madero, empezó el movimiento
revolucionario que se ha considerado como la primera gran revolución popular
del siglo veinte en el mundo.
Francisco
Villa, Pascual Orozco y Maclovio Herrera no eran militares. Eran gente del
campo de la infinita llanura norteña que conocía las montañas, sabían
montar caballos y disparar en plena
carrera, y tenían muy desarrollada la
intuición del guerrillero.
El
pueblo del 90 por ciento, vejado durante tres siglos, ahora iba contra los corruptos mexicanos en el poder y sus compadres los hacendados.
En tanto los once generales de división del viejo orden huertista, que comandaban la
impresionante columna de trenes del ferrocarril con soldados del gobierno,
trazaban un plan de batalla para controlar el norte del país, la División del
Norte de Villa, compuesta de campesinos,
ya había tomado la ciudad de Torreón, hasta entonces en manos de los
huertista, penetraba las defensas de Paredón y preparaba el ataque decisivo que tendría
lugar en Zacatecas.
En
Zacatecas, último bastión del gobierno federal, batalla decisiva, Madero,
Villa, Natera y Herrera, iban contra los corruptos mexicanos en el poder y sus compadres los hacendados.
La
revolución mexicana casi barrió con toda esa perniciosa connivencia. Casi…