P.Freire y el miedo de leer

Título del libro: Cartas a quien pretende enseñar
Siglo XXI Editores
Decima edición en español

“Nadie nada si no nada”. Puede hacerlo pero tiene miedo de nadar. Imagine a alguien que, gozando de salud, estuviera sentado sin atreverse a caminar. Pudiendo hacerlo. Necesita dar un paso y luego otro. Con torpeza lo hará, trastrabillará y hasta puede caer. Pero cada vez lo hará mejor. Y por mal que lo haga será preferible que cuando sólo estaba sentado. Por eso Freire dice también; “Nadie escribe si no escribe”.

Dice que el  miedo de escribir tiene su origen en el miedo de no poder leer: “Miedo de no poder franquear las dificultades para finalmente entender un texto”.

Si puede hablar, puede escribir, y estamos hablando de individuos de media y alta enseñanza. Pasar de la oralidad a la grafia todos lo pueden hacer.  Con la misma espontaneidad con la que se habla. Lo que sí va a suceder  es que, cuando se decida a escribir, va a hacerlo como habla. El individuo habla como es su modo empírico. Si quiere conocer su inmenso potencial necesita leer.

Y solamente con la permanente práctica del leer-escribir y del escribir-leer, se irá adentrando en el  universo de los sustantivo y lo simbólico. Para lograr esto s e necesita la disciplina o habito de la lectura y, dice Freire, leer da miedo: “estudiar implica la formación de una disciplina rigurosa que forjamos en nosotros mismos, en nuestro cuerpo consciente”.   
Vivir, escuchar,  leer,escribir...


Hay algo que dificulta la labor de aprender y es la postura de autosuficiencia. Para aprender se necesita humildad, dice el autor. El sueño democrático y la superación de los preconceptos son posible  si escuchamos a los otros: “Cómo escuchar al otro, cómo dialogar si sólo me oigo a mí mismo. Si sólo me veo a mí mismo, si nadie que no sea yo mismo me mueve o me conmueve”. Humilde pero hasta cierto punto: “si no acepto que me humillen, estoy siempre abierto a aprender y a enseñar”.

 Tenemos miedos, unos legítimos  o imaginados por nosotros mismos y otros que terceras personas  mercenarias nos inventan desde detrás de la pantalla o moviendo el lápiz. El miedo puede llegar al pánico. Pero si tenemos cuidado de administrar nuestro miedo nos daremos cuenta que “sentir miedo es una manifestación de que estamos vivos… porque educar mi miedo  es de donde nace  finalmente mi valentía… Se va construyendo mi valentía necesaria”.

Freire s e libra  de  ser etiquetado. Una maña que tiene los partidos políticos y las sectas intelectuales es apropiarse de un escritor que ha alcanzado notoriedad.  Lo festejan, lo exhiben como uno de los suyos (nadie sabe si con su venia) y lo agarran de ariete. Como el mundo de las letras  hace siglos fue patológicamente secta rizado, en breve las otras sectas ya no quieren sabe nada de ese escritor.

L a estatura  intelectual  de Freire la encontramos cuando habla de la tolerancia, vehículo para la democracia  y la postura progresista sin trampa. Hablando de la tolerancia, Freire aclara que nadie debe confundirla  con la hipocresía, pues aquella es una virtud y esta es lo cenagoso, dice: “Bajo el régimen autoritario, en el cual se exacerba la autoridad, o bajo el régimen licencioso, en el que la libertad no se limita, difícilmente aprenderemos la tolerancia”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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