H. James, novela: Otra vuelta de tuerca

Otra vuelta de tuerca. Relato de fantasmas
Autor: Henry  james

Cuando la moral empieza a aflojarse es necesario dar otra vuelta de  tuerca.

Los fantasmas aquí tienen nombre y apellido. Un hombre y una mujer que se llaman, respectivamente: Quint y Jessel. Se aparecen con su horripilante aspecto de muerto. Impresionante no porque así nos parece el aspecto de los muertos sino porque estos muertos fueron en vida unos malvados.

Con todo, esos fantasmas “reales” que se hacen presentes varias veces en el relato, detrás de los ventanales o del otro lado del lago, son una metáfora del mal. En una época del pensamiento lógico y llena de escepticismo, nadie se atrevería a decir que los fantasmas existen. Pero nadie negaría que el mal exista.

Los fantasmas es el vehículo metafórico del mal. ¿Qué pesa más  en la balanza de la moral  si el  haber robado mucho o sustraído una simple carta inocua? Ambos tienen la misma dimensión. ¿Hay poquita moral o mucha moral? Hay o no hay. Un dilema teológico que requiere mucha atención.

Al niño Miles lo expulsan del colegio por haberse robado unas cartas. No tienen contenido especial, sólo era para él una especie de juego de colegial. Pero el proceso de conciencia que esto tuvo en Miles acabaron destruyéndolo. Se trata de un ser integro, en el que se va dar la tormenta, no de un malvado cínico que s e hubiera quedado indiferente.

Destruyéndolo no es la palabra. Más bien reconstruyendolo, salvandolo. Una mujer, su institutriz, se encontrará ante le disyuntiva de ver cómo el niño se pierde dentro del morboso padecimiento, o bien, aplicarle un tratamiento de ordalía, terapéutico por necesidad pero que rebasará la intensidad del mal. La pregunta es si el niño  lo resistirá. ¡Cuántos cirujanos en la plancha tienen que recurrir a la ordalía con tal de salvar al moribundo! Algunas veces s e logra, otras no. Pero eso se sabe si se vive el lance,  no antes. El cristianismo sabe de aquella ordalía donde el triunfo sobre el mal  requirió un esfuerzo sobre humano.

Henry James 1843-1916


La mansión donde tienen lugar los acontecimientos es un sitio que se llama Bly, a cierta distancia de Londres,  Inglaterra. Henry james dice que escribió esta novela sobre “espíritus abyectos aparecidos” cuando un diario le solicitó un relato para ser publicado como cuento de Navidad. Tiempo hacía ya que lo había escrito para recuperar la buena  tradición de los cuentos de fantasmas. El género ya había caído en desuso y ahora predominaba  en la literatura de ficción el psicologismo.

Pero la Navidad era una época del año que s e prestaba para ese tipo de relatos y, desempolvando el manuscrito, lo envió a la redacción. Dar otra vuelta de tuerca es también buscar aumentar la emoción del relato de fantasmas. Pero como esto es difícil debido al escepticismo de los adultos, respecto de la existencia de los fantasmas, es necesario que la emoción todavía crédula de un niño entre en el relato. Ahora bien, dice uno de los personajes, si hay dos niños, hay dos vueltas de tuerca a la emoción. El grupo se reunía cada noche para oír  una parte del relato y, como en Las Mil y Una noche, algo se quedaba en suspenso y mantenía el interés para asistir a la noche siguiente a la sala de la chimenea y seguir escuchando el relato.
El suspenso de la novela empieza cuando la maestra de los niños ve a un hombre dentro de la mansión, que no conoce y que tan pronto se hace presente, aunque a cierta distancia y algo velado por las sombras, como deja de verse.

Sacando conjeturas tanto la institutriz como el ama de llaves concluyen que se trata de Peter Quint, criado  de la mansión. Pero el caso es que Quint, para los días en que se dan estos acontecimientos, ya tiene tiempo de  haber muerto. Luego aparecerá otro fantasma, femenino, Jessel,que era la anterior institutriz. Ambos fantasmas que en vida fueron gente perversa (pero nunca se dice en qué consistió su perversidad).
Flora) niña) y Miles (niño) se llaman los personajes del relato. Miles es el que  ocupa un interés central. Quint  y jessel, empleados de la mansión en Bly, son  los nombres, ya lo mencionamos, de los malvados en tanto vivieron y luego regresarán como fantasmas.

Douglas, uno de los asistentes esa noche de Navidad, en derredor de la chimenea, es el que relata. Se refiere a un manuscrito que hace veinticinco años le había enviado una mujer, muerta ya para entonces en esta noche de Navidad. Douglas no llevaba consigo el manuscrito pero se le había quedado grabado y podía recordarlo con detalles. Se notará que James tiene dos alter ego. Primero Douglas que cuenta el principio de  la historia y, más adelante, la institutriz, que es la “mujer que le envió el manuscrito a Douglas”, hablará en primera persona contando los acontecimientos que involucran a los niños, a los fantasmas y a la institutriz.

El relato dice de dos niños que, habiendo quedado huérfanos, de padre, pasaron a depender de un tío. Este tío era joven y muy ocupado de sus negocios que vivía en Londres. No disponía de tiempo para atender a los niños y encargó su cuidado y su educación al mejor personal especializado que para tal efecto pudo encontrar.

Si se quiere, esta novela relata la lucha del bien contra el mal. En el estilo de Henry James donde la importancia del final es desbordado por el desarrollo de una prosa elegante y culta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores