En las montañas no hay ocio, coronavirus ni “sanas distancias” de metro y
medio. Pueden pasar días sin que encontremos a otro semejante.
En las montañas no hay ocio.
Al fondo la pared sur de La Colorada,
Sierra de Pachuca hidalgo, México.
Foto de Armando Altamira G.
Pero el ciudadano no está
acostumbrado a caminar por las montañas ni los bosques altos, dormir bajo las
estrellas ni estar lejos de su taza w. c.
Y tampoco es dado pensar en un éxodo
masivo hacia esos horizontes abiertos, soleados y ventilados. Así pues, hay que
sentarse frente al televisor.
El gobierno vigila por la salud
cultural del pueblo frente a los intereses de la economía de mercado.
Ese paternalismo, aun no buscado por
el Estado, retarda el desarrollo del individuo. El conocimiento de la cultura,
remota y actual, es tal vez la única clave para descifrar el misterio del ocio
obligado.
Sin dar por descontado que nunca
faltan los personajes particulares salvadores del pueblo.
El héroe pistolero del lejano oeste,
revolucionario y liberador, que acababa con los malos que tenían aterrorizado
al pueblo, acaba quedándose con el control del pueblo.
La salud mental del trabajador de
fábrica, oficina y de academia, está en relación al acervo cultural universal (no abstracto) que tenga,
para descifrar los mensajes que la televisión y el cine le están enviando.
Se sabe que la salud mental de la
población es firme en la medida que se
practica esa dialéctica entre el inmediato material y lo mediato cultural
universal. Siempre se pone en claro esta cultura universal como elemento de unidad,
lejos del eclecticismo disolvente.
Se dice que un obrero no puede
adquirir un libro de cultura en detrimento del salario que lleva a su hogar.
Ese argumento, o sofisma, era válido
en tiempos en que reyes y príncipes
disponían de bibliotecas propias, más bien “libreros”. Antes que las grandes bibliotecas de conventos, y públicas,
aparecieran en plena Edad Media en países del centro de Europa.
En el siglo veintiuno hay ventas de
libros, hasta en las banquetas de las calle del arrabal, a las posibilidades de
cualquier bolsillo. El promedio de su precio aquí es lo que cuesta un tarro de
cerveza…
Más ahora, como antes, el problema no
está en la escases o abundancia de los libros. O en su precio elevado o
accesible. Está en el hábito que se tiene para la lectura cultural, o en la
ausencia de éste.
Por ley el Estado democrático tiene
el mandato de velar por la educación de su pueblo.
En la democracia los gobiernos se suceden
unos a otros, con su particular modo de ver, o su filosofía, para plasmar en
los libros de distribución gratuita.
Mayormente son de formación
profesional, no cultural. Lo que le sirva a la industria, según la economía de
mercado del tiempo que corre.
El pensamiento está así
orientado hacia lo tecnológico y científico. Hacia lo útil inmediato.
La economía en detrimento y la
población siempre en aumento, es una antinomia difícil de resolver. Utopías
aparte de los pistoleros salvadores del lejano oeste.
La educación integral del pueblo es
una tarea ingente para todos los gobiernos del planeta. Se puede hablar así ya
que el coronavirus tiene la fuerza
maligna de mundializar el ocio
obligatorio del trabajador.
Pueden pasar días sin que encontremos
a otro semejante.
Pared sur del monte Ameghino, andes
argentinos
Mario Campos Borges y Salvador Alonso Medina,de México, aproximándose a los lahares del monte Aconcagua.
Foto de Armando Altamira G.
Los grandes problemas filosóficos se
quedaron atorados con Platón el idealista y con Epicuro, el atomista. Dos
enormes pilares de la cultura occidental con sus tesis y antítesis.
Valiosos y muy interesantes
interpretaciones de ellos se han realizado a través de los siglos por mentes preclaras. Pero son
investigaciones de instituto que no llegan a las banquetas de los barrios. O
esperan en los anaqueles inaccesibles de
las librerías.
Cultura occidental muy invasiva que
coloniza dejando en segundo lugar las culturas originales. ¡O las borra, previa satanización! Pocos, en proporción a la población total, en México están
familiarizados con el Popol Vuh y con la Leyenda de los soles teotihuacanos,
las bases de sus culturas originales.
Impedidos el individuo, y la familia,
por el encierro involuntario debido al
coronavirus, no puede trabajar o sea salir de su hogar.
De esa manera, sin el hábito de la lectura
cultural, y de la escritura, estamos
frente a la pantalla del televisor o del cine desde casa.
Inermes, sin vitaminas culturales
para estar conscientes de lo que estamos mirando.
Entendemos al fin que el primer
responsable en la educación cultural, no
es el Estado, es la familia.
Hay países en que personas leen
muchísimo. Ahí mismo muchos que leen poco, y que el ochenta por ciento de su
población sólo ve televisión y cine…
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