IBSEN-JUAN GABRIEL BORKMAN-4

 


Lejos de los valles frecuentados por los montañistas y escaladores, instalamos nuestro campamento de cinco tiendas individuales. Valles altos cerrados a todos, escaladores y turistas, por lo de la pandemia mundial.

 Ante la prohibición mundial, buscamos el rincón más apartado del grupo de Las Monjas, en los 3 mil metros  sobre el nivel del mar, arriba del pueblo de Chico, Hidalgo, México.


                  Grupo  Las Monjas, en el camino a Capula

                                    Foto de Armando Altamira

Finaliza el primer mes de otoño y ya la temperatura empieza a anunciar el invierno. En los tres mil hace mucho frío.Al atardecer la niebla es tan helada, cerrada y pegajosa, que no vemos los árboles más allá de cinco metros. Nos reunimos en la tienda-comedor y, metidos en nuestros confortables sacos de dormir,  tomando café negro casi hirviendo, escuchamos a Salvador que ha recordado algo de Ibsen. Dice:  

Un mundo viejo y un mundo nuevo. De todos los días,  acaso muy cerca de nosotros.

Uniones matrimoniales equivocadas, amores verdaderos que no llegaron a realizarse.

Sueños de grandeza apoyados en la trapacería. Todo en una época que se cierra con la muerte de Juan Gabriel Borkman.

El tiempo nuevo marcado abiertamente por otra pareja, en que ella, la señora Wilton, es la que decide cómo van a ser las cosas. Es siete años más grande que él y a él no le importa eso de la edad en la mujer que ama.

Juan Gabriel Borkman es el director de un banco, enviado a prisión por robar a la institución para la que trabaja, o por el mero intento, no se pone en claro.

Tres años estuvo en prisión preventiva y cinco años más para acabar de cumplir la sentencia.

Al salir se recluyó voluntariamente en una parte de su casa y permaneció, prácticamente encerrado por voluntad propia, ocho años lejos de la gente y casi incomunicado con su esposa Gunhild, la que, por su parte, tampoco hacia mucho por verlo.

Dieciséis años soñando que, con el tal dinero, podría revolucionar el país y el mundo, extrayendo plata y oro de las minas, levantando fábricas para miles, para millones de obreros.

¡Y de pronto! Salta de su morbosa postración y dice que se levantará de nuevo y realizara esos proyectos. Pero en seguida todo sigue quedando en sueños.

Entretanto aparece Ella, la hermana de su esposa Gunhil. Fue en un tiempo, antes de ir a prisión, la mujer que amaba. Ella, soltera y sin hijos,  llega a disputar el amor de Erhart, hijo de Juan Gabriel y de Gunhil.

Desde niño Ella lo ha tenido  pero ahora quiere que lleve su apellido, con la idea de dejarle su fortuna. En adelante se llamaría Erhart Rentheim y ya no Erhart Borkman.

Desde luego Gunhild, la madre se pone y buena parte de la obra se pasa en disputarse al hijo que, la madre, poco en realidad tuvo que ver con su educación. Juan Gabriel Borkman casi no interviene en esa enmarañada situación.

Él  sigue soñando en su mundo revolucionado. Finalmente decide escapar de su casa e invita a Ella a que lo siga. Juntos cristalizarán por fin todos aquellos sueños que un día tuvieron. Ella lo sigue.

Pero no llegan muy lejos, al superar una colina entre el bosque llegan a una banca de madera donde antaño ambos se sentaban a soñar…En ese lugar idílico Jan Gabriel Borkman,  muy delicado de salud y con la bajísima temperatura del momento,  muere.

Por su parte, y con anticipación,  Erhart el hijo,  le  dice adiós a la familia manifestando que él quiere vivir. Agarran el trineo cerrado él, Fanny, que así se llama la señora Wilton y una jovencita llamada Frida Foldal, cuya vocación es la ejecución de  música.

Y aquí el toque muy bergsoniano. Ese modo de pensar que, desde el siglo diecinueve, conquistó el corazón de muchas mujeres:

 La señora Wilton lleva a la joven Frida para que estudie música y, para cuando Erhart se canse de ella, y ella de Erhart…le dice sus planes  a la señora Borkman:

“Los hombres son tan volubles, señora Borkman. Y las mujeres también. Cuando Erhart se canse de mí…y yo de él…entonces será muy bueno para ambos que tenga, ¡pobrecillo “alguien con quien reemplazarme.”


                                      Enrique Ibsen nació el 28 de marzo de 1828

                                            en el puerto de Skien,Noruega





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores