SÉNECA, ES MÁS FUERTE EL ÁNIMO QUE LA FORTUNA

 


 

Bibliografía:

Séneca, Cartas a Lucilio

Nezahualcoyotl, Pensamientos

Donella Meadows, Los límites del crecimiento

Lee Masters, El pensamiento vivo de Emerson

 

No es que yo te aconseje la indiferencia. Al contrario, evita lo que debe ser temido, y que abrace tu previsión todo lo que la prudencia humana debe prever. Séneca.

 

Tengo muchas cosas materiales-le dice Séneca a su amigo Lucilio-.Al parecer la gente me da la importancia como un individuo que entre más cosas, tengo, más importante les parezco.

Ahora Séneca se pregunta ¿si los dioses le quitan todo lo que tiene? 

 En el siglo secular veintiuno los modernos se confían unos  al horóscopo, a la lectura de las estrellas, a las cartas, evitan pasar por debajo de la escalera y le sacan la vuelta por no encontrarse al gato negro.

Dibujo tomado de El País del 24 de noviembre de 2018

Lo mismo con mi mujer, sigue pensando Séneca, mis hijos y mi hogar doméstico (el hogar con familia, no el hogar a solas).Apreciarlo como valora el agua entre sus manos abiertas el caminante del desierto…agua que acabará por irse…Lo temible es en el  interior donde se barajan las cartas del juego. En otras palabras, los valores materiales o los de la volición.

Mesurar los  arranques  de júbilo cuando los seres queridos llegan a su vida, porque de esa manera será menos fuerte el dolor cuando se hayan ido.

Séneca:

“Posees tus hijos, tú esposa y tu patrimonio como posesión precaria, como objetos que no deben pertenecerte siempre y, de esa manera, si algún día los pierdes no te sentirás desgraciado... Los bienes todos que supones tuyos, los tienes en tu casa, pero no te pertenecen. Todos los bienes de los mortales son mortales.”

No son imperecederos. Las cosas materiales terminarán en el basurero y los seres por lo pronto nos desdibujaremos, como esas fotografías impresas en papel.

Nezahualcóyotl:

“Al lugar de los descarnados…

Tendremos que desaparecer

Nadie habrá de quedar.”

¡Desconfía de la fortuna, sólo cuenta con tu ánimo! Es el modo de pensar de Séneca y se dirige a los que esperan todo de fuera y desatienden de ejercitar sus propias fuerzas. Su ánimo, su ánima.

Es a los dioses a los que se confía en el tiempo de Séneca la orientación de la propia vida. La fe del pagano en sus dioses no tiene parangón. Sólo comparada con los pueblos náhuatl del Altiplano Mexicano y los del área maya el Popol Vuh.

“Los dioses lo han querido”, apunta Séneca sin importar lo que se tiene enfrente. Séneca no le hace al periodista entrevistando a  la divinidad: ¿Dónde, cuando, quién, por que, para qué?

En el siglo secular veintiuno los modernos se confían unos  al horóscopo, a la lectura de las estrellas, a las cartas, evitan pasar por debajo de la escalera y le sacan la vuelta encontrarse al gato negro en día martes… Son sus dioses.

 Otros, los lógicos, tantean el terreno con más cuidado, se confían a la intuición.

Esa intuición tan frecuentada por el pensamiento filosófico de todos los tiempos, por ejemplo Bergson. Ya antes que él Emerson se había referido a la intuición como  “el animal divino que nos lleva a través del mundo”

Ya no se cree en la divinidad, en plural, en el siglo de la cultura industrial sino en el crecimiento económico.  “Crecimiento económico, que suele identificarse con bienestar” Meadows.

Ya no hablamos con el viento ni dialogamos con la lluvia. Hablamos con  el celular. Y la televisión exige sólo ver y callar, pero no opinar. Los dioses, desde detrás de las nubes,  ven que ahora nos quejamos, amargamente contra el cielo, de nuestros dolores y miserias, mientras vemos la comedia de la tarde, sentados en frente de la televisión, y comiendo chetos…

“No interrumpas hijo, déjame ver  el partido de futbol, ¿los dioses, ha, por ahí deben de andar. No interrumpas, si La Fortuna lo quiere  gana mi equipo.”

Séneca previene:

“¡Guárdate de creer feliz a un hombre que depende de la Fortuna. Confía en un apoyo bien frágil quien funda su alegría en los bienes exteriores: su satisfacción pudiera irse del mismo modo que vino.”

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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