Dante
tendría un avatar femenino de la Teología. Boecio, muchos siglos antes,
tuvo su avatar femenino de la Filosofía.
Boecio vivió
la experiencia que estas dos entelequias pueden auxiliar a los humanos en sus
grandes aflicciones, mejor que poderosos fármacos, si se les conoce y se cree
en ellas.
Si
acaso llegan las grandes angustias de la
vida, dichoso el que puede recurrir a cualquiera de estas dos damas. Si no
llegan las angustias, entonces será doblemente feliz.
Vi una mujer con ojos muy encendidos |
Su elevada
posición social y política, en el Imperio Romano, le permite a Boecio una
educación de la más alta calidad. Ahora su anhelo es dar a conocer esa Paideia
griega. Para tal efecto piensa en traducir a Platón, y a Aristóteles, del
griego al latín.
Sólo logra
una mínima parte de tan audaz propósito. Sus altas responsabilidades cerca del trono se lo
impiden y, enseguida, una conjura en su contra lo lleva al calabozo.
Es cuando vive la otra cara de la moneda y
genera pensamientos de calidad que han llegado hasta nosotros:
“Cuando con
mucho cuidado
Se sigue lo
terrenal,
Queda el
justo ofuscado,
Queda el
seso embarazado
Sin su
lumbre natural”
Su “lumbre
natural” es para Boecio estar familiarizado con el pensamiento filosófico.
Beocio,
filósofo del paganismo, ya en los nuevos tiempos, al igual que Plotino, ambos
de los primeros siglos del cristianismo, suscita controversias en el sentido
que ambos eran paganos convertidos al cristianismo.
Sucede así porque
sus escritos, del pensamiento lógico, apoyan sus tesis contrastándolas con
valores vitales más allá del materialismo.
Del mismo
Séneca, durante la Edad Media, corrió la leyenda que había sido convertido por
San Pablo, su contemporáneo. Nada cierto sólo que todos ellos vivían en el
pensamiento de los valores reales y los espirituales, por más que unos dijeran virtud y los otros moral.
Sin embargo
el pagano Boecio, como sucedió con San Agustín, vivió al filo de los tiempos,
montado a caballo, entre dos eras, la pagana y la cristiana.
Y en estos dos
últimos personajes, como también sucedería con Tertuliano, la balanza acabó por inclinarse hacia los
modos del cristianismo.
Esta
situación la refiere Gustavo Bardy, en el prólogo que hace de la obra de Boecio:
La consolación de la filosofía (Ed.
Porrúa, Sepan Cuantos, México, Núm. 487,2004):
“Estamos
ante un hombre que ha consagrado lo mejor de su pensamiento y de su vida a la
reflexión filosófica, que se ha propuesto expresamente dar a conocer a sus conciudadanos las doctrinas de Aristóteles y
de Platón, que no ha escrito más que para llevar a cabo ese proyecto.”
Y es tan así
que aun en la cárcel comunicará su bagaje filosófico a los presos.
Agrega Bardy que Boecio era cristiano y católico, como lo eran la
mayor parte de los romanos de ese tiempo, debido a que se pone del lado de la
Iglesia por contraposición frente al arrianismo, pero:
“El
cristianismo no le ha penetrado demasiado profundamente. Y ¿cómo habría de penetrarle,
si Boecio es un laico, un hombre que no es ni clérigo ni monje, que respeta a
la jerarquía establecida y que quizá admire a los ascetas, pero que vive en el
mundo y ocupa en él una situación privilegiada?”
La filosofía asiste a Boecio en la cárcel |
Boecio
perdió a su padre que murió siendo él niño pero sus familiares y amistades le
procuraron una educación de calidad. Perteneció a una familia que durante largo
tiempo ocupó los más altos cargos del
reino tanto en Roma occidental como en Roma oriental, Bizancio. Figuran dos
emperadores y tres papas. El mismo Boecio, para los treinta años de edad, ya había ocupado algunos de los más elevados
cargos en la administración imperial, en tiempos de Teodorico, rey de los
visigodos.
Y en tanto
la vida le sonrió, confiesa que no le preocupaban mayormente otras cuestiones,
por serias que fueran:
“Mientras me
dio la fortuna
Infiel con
quien tuviese
Gran estado.
No me
acuerdo hora ninguna
Que la
Muerte no me diese
Gran
cuidado”
Pero, como
suele suceder, y con más frecuencia de la que imaginamos, tantos logros
materiales, académicos y espirituales, suscitan envidias, mueven aguas
subterráneas de mentalidades mezquinas y mediocres que se confabulan con
silencio extremo en contra.
La dama-filosofía le dice a Boecio:
"...vemos muchos mentirosos,
engañosos, afeitados,
que, en viéndose poderosos,
a los hombres virtuosos
derruecan de sus estados."
Así pasó con
Boecio. De estar tan alto se vio envuelto en una maquinación que lo llevó a la
cárcel y al patíbulo. Ante la proximidad de la muerte inminente, Boecio
escribió en la prisión lo que parece ser su obra filosófica más comentada: La consolación de la filosofía. Ha sido
publicada y traducida N número de veces todavía en tiempos del Impero Romano,
durante la Edad Media y en los siglos posteriores.
La dama-filosofía le dice a Boecio:
"...vemos muchos mentirosos,
engañosos, afeitados,
que, en viéndose poderosos,
a los hombres virtuosos
derruecan de sus estados."
En la cárcel
se ve enfrentado brutalmente con la realidad y piensa que, después de todo, la
Muerte en ciertas situaciones es un alivio:
“Deja, oh Muerte,
la pereza,
Ven acaba
con mi vida
Mis enojos”
En la antesala
del fin, Boecio encuentra en la filosofía su auxilio. Es cuando recibe en esos momentos amargos La consolación de la Filosofía:
“E estando
en esta congoja, y pensando de escribir mi tristes quejas llorando, vi que
estaba una mujer encima de mi cabeza, de muy reverendo gesto. Los ojos muy encendidos,
y en mirar tan virtuosos, que veía mucho que comúnmente ninguno de cuanto viven
alcanza.”
Y más adelante:
“Traían en la mano derecha unos volúmenes de libros, y en la siniestra, un
cetro real.”
La mujer le dice: "¿Habíate ¡oh hijo mío! de dejar pasara solas los trabajos que recibes de los que te han envidia porque sabes que eres mío?"
La mujer le dice: "¿Habíate ¡oh hijo mío! de dejar pasara solas los trabajos que recibes de los que te han envidia porque sabes que eres mío?"
No hay más
oscuridad cuando la dama toma el fino paño de su vestido y limpia los ojos de
Boecio:
“Después que
me hobo limpiado
Con su ropa
virtuosa,
Tornose
clara y graciosa
La noche tan
tenebrosa
Que me tenía
muy cegado.”
Con
deliciosa prosa de su siglo, y mediante metáforas, evita las abstracciones de las
que se llenaría la historia de la filosofía en siglos posteriores. Por el
contrario, nos ofrece su pensamiento universal, ese que va, en ininterrumpidos
eslabones, de una cadena fenomenológica,
hasta los espacios vitales. Lo hace cuando describe a la mujer que lo asiste en la
cárcel:
“La estatura, muy dudbosa, porque, a veces, se
estrechaba a la común cantidad a la que suelen tener los hombres; a veces
tocaba el cielo con lo más alto de sí, y si alzaba la cabeza, penetraba el
mesmo cielo y perdíase de vista a cuantos hombre la vían.”
Boecio |
Anicio
Manlio Torcuato Severino Boecio (en latín: Anicius Manlius Severinus Boëthius)
(Roma, c. 480 – Pavía, 524/525) fue un filósofo romano.
Provenía de
una importante y antigua familia romana, la gens Anicia, que dio dos
emperadores y tres Papas. Fue hijo de Flavio Manlio Boecio. Empezó estudios de
retórica y filosofía, conocimientos que amplió en Atenas. Se casó con
Rusticiana, hija del senador Símaco (senador y cónsul en el año 485).
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