Hay dos historias en el alpinismo, la personal y la del alpinismo, propiamente.
La primera es
seguir la senda que otros abrieron.
La segunda es
trazar en la montaña una vía nueva.
Ejemplo:
nuestras ascensiones al Pico de Orizaba, por el norte y el sur, son méritos
personales, pero no marcan ningún hito en la historia general. No mueven las
manecillas del reloj alpino.
La
circunvalación a esta misma montaña, en la cota 4,200, en cambio, hasta
entonces no realizada, pertenece a la historia del deporte. Aporta algo nuevo.
La primera
escalada a la pared norte del Ogro, en Suiza, llevó algunos años y costó varias
vidas. Figura en la historia alpina.
Tiempo después
alguien la escaló en sólo 14 horas. Historia personal de mucho mérito, pero
nada aporta al alpinismo, sólo al álbum familiar.
La muy conocida
conquista del monte Cervino en Italia- Suiza, en 1865, igualmente llevó algunos
años y varios murieron en esa ocasión. Fue un aporte a la historia general.
Posteriormente
esa ascensión se hizo tan familiar que, se dice, alguien empezó su ascensión
por la mañana, llega a su cumbre al mediodía y baja al hotel a comer por la
tarde y luego fue al cinematógrafo por
la noche. Mucho mérito personal pero que nada dice para la historia general.
Mediados del
siglo veinte en México era común llevar a cabo, en temporada de invierno, lo
que se llamaba “la trilogía”. En una misma salida, a lo largo de varios días,
subir las tres montañas arriba de los 5 mil: Iztaccíhuatl, Popocatépetl y Pico
de Orizaba. Requería un esfuerzo físico y de voluntad sólo para privilegiados
por la Naturaleza. Pero tampoco aportaban algo nuevo para la historia alpina.
Los méritos de
las primeras ascensiones de la Iztaccíhuatl y
Citlaltépetl o Pico de Orizaba, pertenecen a la etapa de la prehistoria. La primera al Popocatépetl, según
Chimalphain, historiador indígena del siglo dieciséis, oriundo de Amecameca, se
debe a Chalchiuhtzin, en 1287.
Nuestras
ascensiones por las vías tradicionales a estas montañas, durante años, son para el álbum familiar, no para la
historia general.
En nuestra
primera época de escalar subimos, durante años, todas las vías que estaban ya
trazadas de la pequeña pero muy
interesante pared de Los Perros, cerca del poblado de Salazar Estado de México.
Una gran escuela de adquirir confianza física y conocer las potencialidades propias
para subir montañas, pero nada nuevo para el alpinismo de nuestra parte.
LA CONQUISTA DEL PICO DE
ORIZABA
Cuaderno de comunicación
sindical # 75 del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma
de México, Armando Altamira Gallardo. México,
Distrito Federal, septiembre 2004
Hay que caminar hacia los mundos que todavía no
están destruidos.
Presentación
Esta montaña(5,636m) presentaba seis
problemas alpinos. Comprendían las ascensiones de las vertientes sur, norte,
oeste, este y las circunvalaciones a su cráter y a la base.
Los dos primeros fueron
resueltos en tiempos prehispánicos bajo la concepción religiosa del Tepeilhuitl, como era conocida la fiesta
de las montañas. Se celebraba a partir del 24 de octubre. Fray Bernardino de
Sahagún (siglo XVI) y Francisco Javier Clavijero (siglo XIX) ofrecen amplia información
a este respecto.
La primera circunvalación al
cráter tuvo lugar en 1930 (ver revista Sierra Club, editada en la Ciudad de
México, página 13, del mes de julio de 1938).
Quedaban por resolver la Pared
Oeste, la Vertiente Este y la Circunvalación a la base.
Es probable que en la Oeste se
hayan efectuado algunas ascensiones por el centro de su pared. Aquí hay una
falla, un talud, que permite el paso sin necesidad de escalar. Nosotros
realizamos una escalada en su sector norte, en 1957 (ver La Pared Oeste del
Citlaltepetl 1995, trabajo editado por el Sindicato de Trabajadores de la UNAM,
STUNAM, Ciudad de México). Sino hay una escalada debidamente documenta,
anterior a 1957, esta escalada podría tornarse como la primera, es decir, la
conquista de lo que sería propiamente la pared. No obstante lo anterior, la Pared
Oeste sigue sin ser escalada hasta la fecha .La Vertiente Este, asimismo,
carece de historia alpina.
En diciembre del 2003, como se detalla más
adelante, realizarnos la primera vuelta a su base en la cota de los 4,200. Y
con esto se dio un paso más hacia la conquista total de la montaña.
Adelantamos que al final
escuchamos en Tlalchichuca que esta vuelta a la base ya había sido realizada.
Son relatos orales sin apoyo hemerográfico ni bibliográfico.
Si estos existen, y son dados
a conocer, pasarán con toda legitimidad a formar parte de la historia alpina de
esta montaña, la más alta del país.
Nuestro intento de 1994.
En el sector noroeste Antonio Muñoz y Armando Altamira Areyán.
Bella y horrible. Es lo que se
puede decir de la Circunvalación al Pico de Orizaba que llevamos a cabo cuatro
alpinistas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue a pie y en la
cota promedio de los 4,300 metros de altitud. Nos llevó cinco días, del 18 al
22 de diciembre de 2003. Jornadas efectivas de ocho horas de caminata y doce
dentro de las tiendas de campaña obligados por las bajas temperaturas. En el
grupo había tres geólogos.
Fue un constante subir y bajar
de cañadas abruptas en los primeros 180 grados a partir de la cañada Jamapa, en
el norte, en la ladera este y en el sector sureste. Originalmente trazamos en
el plano una línea a seguir en la cota de los 4 mil, pero con frecuencia las
cañadas nos obligaban a remontar hasta su cabecera para poder salvarlas. En el
sureste fue preciso subir hasta los 4,660 metros, que es en donde se encuentra
ubicado el refugio de piedra “Fausto González Gomar”.
Punto marcados por AAA que señalan nuestro recorrido
Foto tomada de Internet
Puede decirse que, en esas
cotas, toda la circunvalación es de unos 20 kilómetros. Si bien, para dar idea
de lo accidentado del terreno, baste mencionar que, del campamento dos al tres,
pudimos avanzar sola mente dos kilómetros en todo un día en el sector sureste.
Para el efecto de caminata
horizontal, en derredor de su base, esta montaña es semejante a un pulpo visto
desde arriba. Con sus múltiples cañadas, como tentáculos, vertiendo la mayor
parte de ellas hacia el este. Coincide tal característica volcánica con la
orientación de su cráter W- E siendo la cumbre más baja también hacia el este.
Sector sureste, campamento dos.
Esto de subir y bajar es
consustancial a la práctica del alpinismo, desde luego. Más aquí la práctica
tuvo su factor limitante y fue la sed. La falta de agua para beber es el
problema número uno que debe enfrentar todo aquel que quiera realizar la vuelta
a la base del Pico de Orizaba. Además de poder contar con un equipo humano
unido, resistente y obstinado como el que se dio en esta ocasión. Cada
individuo necesita al menos 4 litros de agua por día para dar la vuelta.
Estaríamos hablando de veinte o veinticinco litros en total, más el equipo de
acampar y viveres…
Nuestra publicación de este recorrido
En el segundo día, y ya en el
sector sureste, pasamos por una situación angustiante por la falta de agua. Parecida
a la de los navegantes que sufren de sed en medio del océano. Muy arriba de
nosotros las cumbres blancas de nieve y hielo del cono volcánico ¡pero abajo
las cañadas estaban secas! Al menos en 270 grados de la circunvalación, o tres
cuartas partes del recorrido, no encontramos agua. De haberse dado en semanas
anteriores alguna gran nevada todo estaría húmedo y arriba mucha nieve. Pero no
fue así. En las cotas superiores había nada más hielo. Y el sol débil del
invierno era incapaz de fundirlo.
En el segundo campamento
disponíamos de sólo 2 Litros de agua en total para los 4 componentes del grupo.
Tomamos un cuarto de litro en la cena y el otro en el almuerzo del día
siguiente. Con esto se echaron a andar todos los graves síntomas de la sed.
Nuestras mochilas repletas de comida y nadie pudo comer un solo bocado por
falta de agua. Se carecía de agua para beber y para preparar los alimentos. Es
probable que los habitantes de la City sepan que los más exquisitos bocados de
nada sirven si no hay agua para beber.
Sector sureste.
B-A Torrecillas.C-F-B el modo que franqueamos esta cañada(B-refugio Fausto González Gomar 4,660m). D-Descenso hacia el emplazamiento de los tinacos, ladera sur).
C-E por explorar en la idea de un mejor paso hacia la ladera sur.
Como consecuencia siguió una
debilidad creciente para enfrentar el terreno que teníamos por delante. Una
progresiva deshidratación que, junto con la altitud en a que nos movíamos,
amenazaba afectar el ritmo cardiaco. Principios de trastornos visuales. Como
cuando se mira hacia el interior de una tortillería...Un estreñimiento
agudo...Al escupir, la saliva quedaba colgando de la boca, como si fuera una
liga de hule...
En el sector suroeste
Entre tanto, los 7 grados bajo
cero de temperatura congelaba las secreciones de las narices y quedaban
colgando, como estalactitas. En lugar de limpiarlas con el pañuelo las
rompíamos dándole un golpecito con la uña. Taza de café hirviendo, a la mitad
se había enfriado y al final podía haberse congelado, en sólo unos minutos.
Tener 30 o 40 grados bajo cero en los macizos alpinos de otros continentes
puede parecer impresionante. Pero no lo es tanto si se piensa en una
aclimatación progresiva que va teniendo la expedición conforme se va acercando
a la montaña final.
A- Nuestro ascenso hacia el refugio Fausto González Gomar. B- por explorar.
Pero tener 7 grados bajo cero,
cuando el día anterior se emprendió el ascenso de los valles calientes de
México, ya estamos hablando de por lo menos 25 grados de caída en el
termómetro.
Llevamos a cabo esta
circunvalación tres estudiantes del Postgrado de Geología de la UNAM y un
fotógrafo. Respectivamente: Laura Rosales Lagarde, Pedro Arredondo Guerrero,
Armando Altamira Areyán y Armando Altamira Gallardo.
El paso de la ladera sur hacia el suroeste
La Circunvalación fue en el
sentido de las manecillas del reloj: norte, este, sur oeste y norte. Salimos
del albergue de Piedra Grande, en el norte, a las 8:59 horas de la mañana del
18 de diciembre de 2003 y regresamos al mismo a las 12:36 horas del 22. Sobre
todos los relatos orales no documentados que hay en la región, respecto de esta
fantástica circunvalación, nosotros trajimos cerca de 300 fotografías digitales
a color, de prácticamente todos los ángulos de la montaña y 60 fotografías
fotomecánicas en blanco y negro. Además de un registro de nuestra ruta mediante
señal satelital conocida como “GPS” (Global Positianing Sistem). Esta gráfica
arrojó una especie de elipse de la base de la montaña en sentido noreste-
suroeste.
Pedro Arredondo Guerrero en el primer campamento
La primera noticia de esta
empresa deportiva salió publicada en el periódico Unión, diario informativo del
Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, número
670, el jueves 12 de febrero del 2004, pág.8. Sucinta por naturaleza, como son
las noticias cuando se dan a conocer por las vías del periodismo. Es la reseña
que aparece arriba. Ahora tengo la oportunidad de referirme a algunos detalles
que entonces fueron omitidos y que en su momento tuvieron un valor decisivo
para el éxito de la circunvalación. Los consigno aquí porque pudieran ser de
utilidad para los que en el futuro emprendan esta “vuelta”.
En la tarde del segundo día, a
la hora de instalar el segundo campamento, casi se nos habían agotado las
reservas de agua que llevábamos en nuestros envases de dos litro cada uno. Esta
cantidad de cuatro litros es suficiente para una jornada. Los habíamos llenado
el primer día en la barranca Ojo Salado. Llevábamos cuatro litros por individuo
en la esperanza de encontrar otro sitio en donde poder volver a llenarlas. El
problema es que no hay lugares a la mano para recargarlos cada vez que se han
terminado. La solución sería cargar muchos más litros. Y esto deberá hacerse en
la medida que el peso de las mochilas lo permita.
En el sector sursuroeste
También hay que llevar tienda,
víveres, ropa de abrigo, bolsa de dormir, enseres de cocina, cámara
fotográfica, instrumentos de orientación...
En la fuerte caminata de la
tarde del primer día, y la caminata entera del segundo, esas existencias de
agua prácticamente habían llegado a cero. De esta manera, a la instalación del
segundo campamento, disponíamos de dos litros en total, para ser repartidos
entre cuatro. Pero entre cuatro que tenían sed. Es decir que ya acusábamos los
síntomas de la deshidratación. Nos tocaba medio litro para que cada uno lo
distribuyera entre la cena y el desayuno del día siguiente.
Buscando el paso entre los acarreaderos de los 4,400m, ladera noreste
Medio litro de agua, arriba de
los cuatro mil, para preparar la cena y el desayuno y además tomar agua y
deshidratados, hace que, de manera mecánica, sin pensarlo casi, se rechace todo
intento de comer algo. No se puede comer, en las condiciones que estamos
describiendo, sino hay agua para beber. Cualquier bocado va a requerir un trago
de agua. Preferimos repartir un cuarto de litro para mojar la boca durante la
noche y tener otro cuarto para beber en la mañana, antes de emprender de nuevo
la marcha. Fue una noche marcada por la sed. En la mañana siguiente, en efecto,
tomamos el último trago de agua.
"Perdidos" en el lado suroeste, Armando Altamira Areyán Y Pedro Arredondo Guerrero.
Habíamos llegado, así, al
momento de la disyuntiva. Frente a nosotros seguía el panorama de cañadas por
demás accidentadas que, por la experiencia de los días anteriores, sabíamos que
no podríamos encontrar en ellas ni gota de agua. Sobre nuestras cabezas tuvimos
siempre los grandes mantos blancos helados. O las cascadas congeladas. Pero no
era nieve sino hielo que el sol no alcanzaba a fundir.
La humedad que había en los
tejidos de nuestros cuerpos nos alcanzaría para descender en la forma más
directa y rápida hasta alcanzar un lugar habitado en donde poder encontrar algo
de beber. Significaba abortar el plan y buscar una salida para evitar la
postración por sed. Yo conocía, en las travesías del desierto, lo que pudiera
llamarse la” escala de la sed” antes de la inanición total. En una escala de
diez, en Altar habíamos llegado al nueve. Si ahora seguíamos con la
circunvalación, arriba de los cuatro mil, a través de las cañadas, al concluir
el día habríamos alcanzado el punto nueve. La fisiología de la sed no es ningún
juego.
Pico de Orizaba desde el lado este
Autor desconocido
Tiene que ver con la buena o
mala marcha del corazón y una serie de consecuencias colaterales. Estas podrían
hacerse presentes en el transcurso de la noche de este día, si es que para
entonces no habíamos podido alcanzar la ladera sur. En la ladera sur era el
lugar en el que yo sabía encontraríamos agua en unos grandes tinacos de
plástico instalados por los de Texmalaquilla. De no haber podido alcanzar esas
cisternas, en la noche entre el tercer y cuarto día, de seguro habríamos
llegado al punto diez...
En esas condiciones, de fuerte
deshidratación y debilitamiento por no haber ingerido alimentos debido a la
falta de agua, era cada vez más difícil poder seguir avanzando. Y a lo mejor ya
sin fuerzas suficientes para bajar completamente. Fue cuando les propuse que
abandonáramos la idea y empezáramos a bajar sin perder un minuto. El último
trago de agua que habíamos podido ingerir estaba ya contra reloj siendo
aprovechado por nuestro organismo... Lo hubiera planteado con otros
cualesquiera. Una vida es una vida sea quien sea. Pero era el caso que estos
tres era geólogos que cursaban diferentes niveles del postgrado de esa
disciplina académica. Con cien millones de habitantes, y en un país tan pobre
como México, la educación de cada uno de ellos había costado infinitos
esfuerzos al pueblo. En la actualidad pocos son los que a nivel universitario,
terminan una licenciatura en el área de las llamadas ciencias exactas. Y menos
aun lo que llegan al doctorado.
Sector noroeste
Si nos apresuramos, dije, tal
vez al anochecer habremos alcanzado algún caserío, de tantos caseríos que se
ven brillar en la noche, del lado sureste del Citlaltepetl A lo mejor hasta
vamos a dar a Orizaba... Pero ellos no querían abandonar sin haber hecho un
último esfuerzo. Bajemos esa cañada, dijo Armando, y remontemos la pendiente
que tenemos enfrente. Si del otro lado no logramos distinguir Torrecillas, que
quiere decir la ladera sur, entonces abandonamos y mañana empezaremos a
descender hacia el sureste. Los otros fueron de la misma opinión. ¡juventud!
Me pareció que ese “mañana” ya
sonaba muy lejano. Pero entendí. Yo mismo había estado en situaciones extremas
por no haber sabido renunciar a tiempo. Parece que el alpinismo se caracteriza
por reunir entre sus filas a cabezas duras que no saben renunciar a tiempo. No
es ninguna casualidad que las laderas de muchas montañas del planeta, incluida
esta del Pico de Orizaba, estén sembradas de cadáveres. Como son empresas
arduas y costosas, ir por esos cadáveres, ahí se les deja. Pregunté a Laura y a
Pedro. Dijeron que eran de la misma opinión de Armando. Seguimos.
Campamento tres, ladera sur
Hacia el medio día alcanzamos
lo alto de la cresta que teníamos enfrente por la mañana. Hasta donde se podía
ver, bajo nuestras botas se abría una abrupta cañada y más allá seguramente
había otra. Es decir que la situación se presentaba nada alentadora.
Más al ver hacia lo alto del
Citlaltepetl identifiqué con toda certeza los tramos superiores de la ruta de
ascensión de ladera sur. Y por ver hacia lo alto no me fijé lo que había en los
planos inferiores. Hasta que Armando preguntó de la alta roca en forma de
cresta en Torrecillas. En efecto, era Torrecillas. Al final, en el lado norte,
o sea el más alto, el pegado a la montaña propiamente del Citlaltepetl, estaba
el refugio “Fausto González Gomar”. No se veía desde ahí pero yo estaba seguro
de tal cosa. Ahora ya sabíamos con certeza el terreno que pisábamos. Faltaba
ver si podíamos superar lo que nos faltaba para pasar del otro lado de
Torrecillas. El camino más corto era dirigirse hacia el oeste. Buscar un paso
de descenso entre la ladera vertical de la cañada que teníamos justo debajo de
nuestros pies. Luego remontar la ladera de enfrente y volver a descender la
otra cresta. Esta era propia mente la pequeña cordillera de Torrecillas. La
incertidumbre consistía si desde esa cresta que teníamos enfrente podríamos
encontrar un paso dentro de la verticalidad de su otra ladera.
Sugerí lo que me pareció
entonces la línea más segura, aunque era la más ardua. Bajar hacia el norte
esta cresta en la que nos encontrábamos. Descender hasta el fondo, a través de
pronunciados acarreaderos con una pendiente y un material erosionado y suelto a
punto de ponerse en movimiento hacia el fondo. Luego remontar la pesada
pendiente hasta alcanzar el refugio. De ahí, desde los 4, 660 metros, bajar por
el sendero de las caravanas hasta la cota de los 4,400. Así lo hicimos y eso
nos llevó casi toda la jornada.
Efectivamente, como habíamos
imaginado, la sed fue creciendo a cada esfuerzo. Y junto con ello aparecieron
los fenómenos de la deshidratación. La primera alteración fue visual. En un
ambiente tan frío, no obstante, veíamos hacia lo lejos como en el desierto
cuando la temperatura está cerca de los cincuenta grados calientes.. . La
segunda era la extrema sequedad en la boca. Los labios habían desaparecido. En
su lugar quedaban dos como costras a punto de sangrar. Escupíamos y la saliva
quedaba colgando de la boca..
Aparecería también el
estreñimiento. En situación de deshidratación el organismo empieza a echar
rnano de líquidos (se orina menos) y de cuanta humedad contenga en todas
partes. Una de ellas es el sistema digestivo, particularmente la humedad que
hay en los intestinos. El resultado va a ser un estreñimiento que puede
volverse tan severo que provocará una peritonitis o la aparición de las
hemorroides.. .
En un momento cuando ya nos aproximábamos al
refugio, sentí nauseas. Son los síntomas que experimentan los que están siendo
atacados por el esfuerzo en alta montaña. Vomitar es la manera que tiene el
corazón para defenderse en principio. A mi edad de los 68 años no se debe
forzar la marcha cuando aparecen estos síntomas. Reduje la cantidad de pasos
entre descanso y descanso. A veces daba sólo cinco pasos y volvía hacer alto.
Pienso que, a la sazón, habíamos llegado a la cifra 9.5 de la “escala de la
sed”.
Finalmente llegamos al
albergue. Teníamos la esperanza de encontrar algo de agua que los alpinistas
suele dejar en algún lugar para no cargarla de regreso. Pero esta vez no fue
así. En el lugar estaban dos montañista de Orizaba. Nos regalaron una coca cola
de medio litro.
La tomamos entre Armando y yo.
Fueron apenas unos tragos pero suficientes para sentir que la “escala” se
alejaba del punto fatal hasta, digamos, tal vez la cifra de 7. Cuando
reemprendimos la marcha nos sentimos mejor. Al menos para bajar por la ladera
sur sin tanto apremio. Los otros venían más abajo.
Extremo sur de la pared oeste
No nos detuvimos hasta los grandes tinacos en la que los habitantes de Texmalaquilla guardan el agua de lluvia. Teníamos pensado acampar en ese lugar y así lo hicimos. Fue nuestro tercer campamento. La sorpresa consistió en que las cisternas estaban vacías. Buscamos con desencanto y desesperación. Todas estaban vacías. Finalmente descubrimos que varios de estos depósitos tenían una costra de hielo en el fondo. Eso volvió a animarnos. En todo caso fundiríamos el hielo y obtendríamos agua. No fue necesario ya que por debajo de la capa de hielo había agua en cantidad suficientes para beber cuanto quisiéramos y volver a llenas nuestros recipientes. Era una agua que no inspiraba confianza. Pero llevábamos gotas purificadoras eso resolvió el potencial peligro de una infección. Un rato después llegaron al lugar nuestros compañeros.
Laura y Pedro se habían
rezagado durante todo el día. Se debió a que Armando y yo apresuramos el paso
tratando de buscar los lugares más adecuados para ascender o bien para cruzar
los acarreaderos. Varias veces nos equivocamos en algún tramo y debimos
rectificar. Los otros observaban desde lejos y evitaba nuestro yerro. De esa
manera economizaban tiempo y energía. Por ejemplo, la tarde del segundo día
remontamos una pendiente muy pesada, muy arriba llena de rocas erosionadas
tratando de encontrar un paso alto por el cual salvar la cañada que teníamos
enfrente. Pero al final nos topamos con un acarreadero imposible de cruzar
debido a su inestabilidad. Avanzamos en sentido horizontal y cuando habíamos
llegado a la mitad, toda la ladera se ponía en movimiento arrastrando lo que en
ella se encontrara. Regresamos y desde arriba gritamos a los otros que desistieran.
Bajamos y nos reunimos con ellos en el lugar que instalamos el segundo campamento.
La maniobra de exploración tan agotadora e inútil nos había llevado al menos
tres horas.
En el suroeste
Ya en el campamento tres,
levantado entre las cisternas, Laura nos comunicó que en la mañana siguiente
abandonaría la circunvalación y bajaría a Texmalaquilla. Era terreno seguro
pues estábamos ya en un área de la montaña muy frecuentada por los que suben al
Citlaltepetl por el lado sur. Del lugar en el que nos encontrábamos acampando,
en los 4,400, al pueblo, quedan unos siete kilómetros de descenso a lo largo de
un terreno sin dificultad y muy marcado.
No es que estuviera
particularmente cansada sino que creía que nos venía retrasando pues su paso
era algo lento. Más o menos como el mío. Le expliqué que nuestra prisa de esa
jornada era por encontrar agua pero una vez que ya la teníamos, que nos
habíamos rehidratado y llenado de nuevo nuestros envases, no había en adelante
ninguna prisa. Nos encontrábamos a la sazón dentro de un periodo de vacaciones
y nuestras mochilas contenían suficientes víveres. Calcularnos que en dos
ornadas más cerraríamos la circunvalación. Pero si fueran necesarias tres o más
jornadas tampoco habría prisa. Además conocíamos la ladera oeste y esta ofrecía
un terreno en el que podríamos avanzar con más velocidad y menos esfuerzo Con
excepción del sector suroeste, en el que hay que enfrentar dos cañadas
agrestes, lo demás era ya sólo cosa de distancia. Desistió de su idea y a la
mañana siguiente continuamos los cuatro.
En 1994 bajaba agua abundante de deshielo por la barranca Alpinahua (D) a partir de las diez de la mañana y se volvía a congelar hacia las seis de la tarde. Pero este día la barranca estaba seca por completo. El glaciar(A) había retrocedido de manera considerable en apenas nueve años.
En la foto Pedro Arredondo Guerrero, Laura Rosales Lagarde y Armando Altamira Areyán
El campamento cuatro lo
instalamos en la barranca Alpinahua. Exactamente en el lugar que habíamos
acampado dos noches en el invierno de 1994. En esa época fue cuando hicimos el
primer intento de la circunvalación pero en sentido inverso. Es decir, de norte
hacia el oeste.
Nos dimos cuenta en esa
ocasión que la empresa era de mayores vuelos y desistimos. Entonces éramos
Antonio Muñoz, Armando Altamira Areyán y yo. Lo tres de México- Tenochtitlan.
No obstante, aquella experiencia ahora nos sirvió mucho para caminar por el
terreno ya conocido del lado oeste.
En 1994 bajaba agua abundante
de deshielo por la barranca Alpnahua a partir de las diez de la mañana y se
volvía a congelar hacia las seis de la tarde. Pero este día la barranca estaba
seca por completo. El glaciar había retrocedido de manera considerable en
apenas nueve años. Todo estaba seco por lo que, al menos en esta ocasión, el
agua ya no bajaba como producto del fenómeno de deshielo. Seguramente volvería
a hacerlo en temporada de lluvias y con sus abundantes nevadas, aunque fáciles
de volver a desaparecer. Esto deben de tenerlo en cuenta los que en adelante
intenten esta circunvalación.
No nos preocupó la falta de
agua pues aun nos quedaba suficiente para dos días más. Y para este cuarto día
ya habíamos recorrido 310 grados de la circunvalación (ver dibujo), por lo que
esperábamos alcanzar el albergue de Piedra Grande hacia las primeras horas de
la tarde del día siguiente. Como en realidad sucedió.
En la mañana del último día,
el quinto de caminata, fue cuando no pudimos encender la estufilla. La
temperatura era de siete grados bajo cero y el gas no fluía. Las secreciones de
la nariz se congelaban apenas salían de nuestras fosas nasales...
Para el desayuno recurrimos al
viejo expediente de la humanidad haciendo una fogata. Era la primera fogata que
encendíamos de toda la expedición. Como siempre fuimos cerca del límite
superior del bosque, podíamos disponer de la leña que quisiéramos. Pero una
fogata hace humo que se ve desde lejos. Y si es de noche su luz también se
distingue a mucha distancia. Los tiempos son inseguros y en caballos los
depredadores podrían remontar desde los valles lejanos. Pero ahora se trataba
de la última mañana y podíamos darnos ese lujo de la fogata.
¡Quinto día! Al fondo el albergue de Piedra Grande (4,260m). Visto desde la ultima cresta(4,320m)
A lo lejos el monte Chichimeco. Por su base pasamos el primer día del recorrido.
Albergue de Piedra Grande, vertiente norte (4,260m)
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