El volcán "personaje" de la novela
Popocatépetl(5,452m)
foto tomada de Internet (De Armando Salas Portugal)
El autor de esta obra viene de una tradición novelística de largo aliento, al estilo de Lo que el viento se llevó, de Margarita Mitchell o Middlemarch, de George Eliot o La Montaña Mágica de Thomas Mann (o, en el Este, La Guerra y la Paz de Tolstoi). No se trata de un trabajo para lectores susceptibles de ser llevados a la carrera para todos lados tanto por la mercadotecnia como por “el espíritu de la época.”
Inglaterra y Europa central
hacen una región donde el promedio de lecturas al año, por individuo, es alto.
Esto se traduce en obras donde los escritores no tienen prisa por terminar sus
relatos y los lectores, en correspondencia, son muy sui generis.
Geoffrey Firmín, uno de los
personajes centrales de esta novela, es un alcohólico convencido y de tiempo
completo. En toda la obra le vamos a encontrar exclamaciones como ésta: “¿Qué
belleza puede compararse a la de una cantina en las primeras horas de la
mañana?”. Para escribirla, el autor debe ser
alcohólico y el lector, para comprenderla en toda su dimensión, también
debe ser alcohólico. Nadie que no sea alcohólico puede poseer la clave para
penetrar este misterio.
Igual filósofos escriben y hablan
para filósofos, los “ordinarios” no los entendemos, como nadie entiende a los borrachos
consuetudinarios. Y tanto filósofos como alcohólicos acaban por no entendernos
a los “normales”. Son sectas de un solo dios y para un solo dios. El dios de
aquellos se llama Platón-Demócrito y el de estos Ome Tochtli, de los pueblos originarios de México. Ambos
ya poco conocidos por las “religiones ciudadanas ya con poca religiosidad”.
Ome Tochtli (dos conejo) dios
del vino octli (o pulque y de la fertilidad). Bebida altamente
erótica como embriagante. Esta bebida totalmente natural, extraída del
maguey, del agave, no deben tomarla los pueblos que están en el fríamente
calculado suicidio generacional. Fracasarían ¡Se llenarían de niños!
Su jeroglífico en el pectoral es un conejo y
con eso este dios lo dice todo. Un
erotismo que no se aviene con las políticas economicistas de los siglos.
Empero, este genio de la
especie de los mexicas, era de rigurosísima observancia calendárica (bajo pena
de muerte) pues una población beoda de nada bueno le servía a la etnia azteca.
En el Calmecac, colegio, a los niños se les enseñaba a repetir la fórmula: “El vino embrutece aun a los
hombres más sabios”.
Escultura en el Museo Nacional
de Antropología e Historia de la Ciudad de México, Sala Mexica.
La digresión viene al caso
porque tanto el autor de esta novela, en la vida real, como sus personajes de ficción, para nada se
asoman con Ome Tochtli y en contrario se apuran a beber licores asesinos que se
producen en el país, con la impotencia
sexual. Como daño colateral, la impotencia por alcoholismo es otra manera de militar en los bandos del suicidio generacional.
Más adelante el Cónsul (Firmín) exclama confirmando su anterior pensamiento: “Bebe toda la mañana, bebe todo el día. ¡Esto es vivir!”
No quiere tener contacto con el mundo que,
siente, se derrumba y construye su propio mundo, que no es otro que la cantina en
la cual se encuentra a gusto:
“Aquí estaba a salvo: era éste
el lugar que amaba: el refugio, el paraíso de su desesperación… ¡Ah, cómo
echaría de menos, por doquier que fuese,
aquellos ardientes sorbos solitarios que tal vez eran los momentos más felices
de su vida”.
Geoffrey Firmín, como todo
alcohólico, tiene su coartada. En este caso es de dimensiones histórico-
sociales. El hundimiento de la República Democrática Española y la inmensa catástrofe de la
Segunda Guerra Mundial. (Decaimiento que es un puro pretexto, es inglés y, por
lo tanto perteneciente al bando central de los vencedores).
Otra coartada: el alcoholismo
es un anestésico cultural. Hugo, otro personaje, se refiere a Geoffrey en estos
términos: “De nada serviría
desintoxicarlo por uno o dos días. ¡Por Dios! Si nuestra
civilización tornara a la sobriedad por
un par de días, al tercero moriría de remordimiento”.
Aun hay otra coartada y es su
matrimonio fracasado con Ivonne Griffaton.
Y bajo la manga tiene otra
coartada más para justificar su alcoholismo: Es su irremediable
escepticismo ante el espectáculo que no se puede ser eternamente joven: “Porque en menos de cuatro años que
transcurrían con tal rapidez que el
cigarrillo fumado hoy parecía haberse fumado ayer, tendría treinta y tres; en
siete más, cuarenta: y en cuarenta y siete, ochenta. Sesenta y siete años parecía un plazo cómodamente largo, pero entonces tendría
cien”
Todo se desarrolla en un ritmo
donde pareciera que el tiempo no existe, o al menos no importa, en la ciudad de
Cuernavaca, treinta kilómetros al sur de la Ciudad de México. (En ese tiempo
todavía se le decía “lugar de la eterna primavera”).
El relato empieza el Día de Muertos de 1939,
en el Hotel Casino de la Selva. M.
Laurelle y el doctor Vigil, otros alcohólicos de tiempo completo de la
novela, se meten a una tenducha. Para entrar al segundo cuarto, que es en el
que venden bebidas fuertes, hay que hacer a un lado una cortina mugrosa que sirve de puerta.
En el más puro estilo
puritano, el segundo cuarto es el submundo a donde va a parar sin remedio todo
lo que se sale de armonía. Aquí no hay reconstrucción posible como en el cristianismo ortodoxo. Aquí nada
más existe el no retorno, como en la filosofía de Hegel.
La obra, Bajo el Volcán, está plagada de estas metáforas de luz y
sombra, lo alto y lo bajo.
En sus numerosas referencias
al Popocatépetl, que observa desde el valle de Cuernavaca, Geoffrey se refiere
a la cumbre blanca llena de luz pero también a la “barranca”.
Siempre la barranca, la oscuridad, el submundo
que no regresa porque nunca se ha ido y que envuelve su alma atormentada.
Esta montaña, sacratísima, fue, es, y seguirá siendo considerada como la representación, el avatar, de Tezcatlipoca, el dios más grande de los aztecas.
Para Lowry, cristiano, esta barranca, vista desde el lado oeste llena de diablos y brujas, es precisamente por donde un día Virgilio y Dante entraron al infierno.
Popocatépetl sin nieve por la intensa actividad volcánica de los últimos 20 años.
Foto tomada de Internet ( De By Live the Mountain)
Tal vez, como
Kierkegaard, vive ya desde ahora un
terrible final apocalíptico, el precio
de un pecado que él, como hijo putativo de esta religión, no cometió pero que
se siente llamado a pagar. ¡Y en tanto llega el temido final, la tensión es insoportable, con el elegante nombre de estrés, que sólo la ciencia medica, psiquiatría, puede paliar. Los pobres, que no tiene para la cara consulta, toman licor.
La barranca que espera y lo
envolverá con su manto pero, en tanto ese momento llegue, es necesario
anestesiarse con alcohol.
En el lado oeste de la base
del Popocatépetl está realmente la impresionante barranca de Nexpayantla. La
hemos recorrido varias veces, que se mantiene a partir de su cabecera, en los 4
mil metros con ligero declive hacia el oeste. Profunda y de varios kilómetros
de extensión hasta terminar cerca del pueblo de San Pedro Nexapa.
Siempre es salvajemente
bella y cuando se cubre de nieve, el
espectáculo es paradisíaco. Pero como está debajo, más allá de la base del
volcán, Geoffrey lo imagina, en su locura puritana y alcohólica, como el submundo al estilo de la gruta donde
se mete Eneas después de la caída de Troya, que relata Virgilio. O la otra
gruta que nos cuenta Dante, llena de diablos y monstruos malditos. Así es para
Geoffrey la bella barranca de Nexpayantla. Escribe:
“Por la ventana, el Popocatépetl,
se erguía con su inmensa falda…su cima cubría el cielo, y se alzaba sobre la
cabeza del Cónsul, y directamente en su base estaba la barranca…Por algo los
antiguos situaron el Tártaro bajo el monte Etna y en su interior al monstruo
Tifeo con sus cien cabezas y sus ojos y sus voces temibles”.
Se dice que la novela Bajo el Volcán es una obra maestra de la
narrativa del siglo veinte. Malcolm Lowry, el autor, nació en 1909, en New
Brigton y murió en Inglaterra en 1957. Comenzó a escribir esta novela en 1934
y, luego de reescribirla en tres ocasiones, fue editada en 1947.
Lowry
Lowry fue un
novelista conquistado por México, al estilo del alemán Bruno Traven.
Pero también por el mezcal de Oaxaca.
Las postreras líneas de esta
gran novela son para referirse, para que Geoffrey siga refiriéndose, al mundo destruido sin
remedio de su imaginación alcohólizada: “Alguien tiró tras él un perro muerto
en la barranca”. ¡Otra vez la barranca! Y más adelante el jardín de una casa
tenía un letrero: “¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo
destruyan!”.
Se trata de un loable deseo
para otros, pero el mundo de él ya estaba destruido sin remedio.
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