La filosofía alemana, en su afán de
buscar más allá de las apariencias de las cosas, es la que ha cautivado el pensamiento
del mexicano, ansioso éste de encontrar
algo más que la boruca del liberalismo moderno. Sin embargo, estas filosofías,
no llegan a nuestras calles populares.
Las religiones mismas, como las que en los últimos trescientos años se
inventan sobre las rodillas, van aumentando
considerablemente la boruca.
No faltan comunicadores, en los medios, que
carentes de vitaminas culturales, repiten sin ton ni son estos lugares comunes
y el panorama, ya en pleno relativismo, se vuelve caótico.
De ahí la enorme importancia del trabajo de
Frost para ayudarnos a comprender el terreno que pisamos.
Elsa Cecilia Frost se refiere, en
esta su obra (publicada en 1990 por la Universidad Nacional Autónoma de México),
concretamente a cuatro categorías de la cultura mexicana, de los últimos cinco
siglos que son la hispanoamericana,
la latinoamericana, la indolatina y la panamericana.
“La expresión Hispanoamérica se refiere a la época colonial, la etapa que va
desde el descubrimiento hasta las guerras
de independencia; Latinoamérica es el
nombre que se adopta en la época republicana (siglo XIX y por último, Indoamérica, es el nuevo concepto
revolucionario creado por el aprismo. Casi resulta innecesario añadir que tras
el panamericanismo se oculta la
ambición imperialista de los yanquis.”
El centro ceremonial (coatepantli) de los aztecas
Para algunas categorías ya pasó su tiempo
hegemónico pero se empeñan por
permanecer vigente en grandes sectores de la sociedad.
En conjunto todas han ampliado, para bien, la cultura mexicana.
Pero ellas son las que permanecen en la abstracción hasta dirigirse casi al
término de la secta cultural.
Hay un México que vive los tiempos de Hispanoamérica, aplaudiendo la
conquista y añorando los días de la Colonia.
En la actualidad los canales
televisivos de la Iglesia católica, desde la costa oeste de los Estados Unidos,
no tiene otra manera de referirse a los habitantes del continente americano, del
Río Bravo hasta el sur extremo, sino como
“hispanos”. De la misma manera los millones de individuos de los países sureños,
que viven en la Unión Americana, son “hispanos”.
A los salvajes indios, España les
trajo su cultura:
“Al encenderse la Guerra de Independencia y
frente al criollo que aseguraba que la verdadera América es la prehispánica y el español un intruso,
se alzó al voz de los colonialistas en defensa de la obra de España. América-decían-
debe sus ser a la Conquista. Qué era este continente antes de la llegada de los
españoles sino un mundo idolatra, salvaje
y antropófago?”
Hay otro México, latinoamericano (Frost
llama a no confundir los nombres de “América Latina” y el de “Angloamerica”).
Está por las calles de las ciudades y por los campos, en especial en el
occidente del país, ya como parte importante de México.
Es el enemigo de México en los campos
de batalla pero que los mexicanos, conservadores y liberales, nos acercamos,
por voluntad propia, a su cultura y a sus costumbres.
La aplastante presión diplomática de
Estados Unidos, sobre Austria para que se abstuviera de abrir puesto de
voluntarios a venir a México al lado de Maximiliano, y algunas victorias pírricas del ejército mexicano,
hizo que sus naves de guerra emprendieran el regreso a Francia.
“A Francia debemos sin duda la
enseñanza que nos permitió pensar con libertad, y sólo en virtud de esta
libertad pudimos darnos cuenta de lo que éramos y a lo que teníamos derecho
como hombres y como pueblo”, escribe Frost.
El modo español, y el cristianismo,
fueron impuestos a los mexicanos con la espada, con la hoguera y con el
aperreamiento. Hubo no pocos mártires que murieron en la hoguera, o en las
fauces de los perros, por persistir en su milenaria religión de Tezcatlipoca.
Ejemplo el de don Carlos. Estos nombres de occidente también les eran impuestos y al parecer no se conserva su nombre indígena original: "También entonces ocurrió la muerte de don Carlos que gobernó Tetzcuco Acolhuacán durante 8 años. Él ere hijo del Nezahualpilli Acamapichtli. Por orden de don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo que hubo en México, don Carlos fue quemado por...que era fiscal en Tezcuco y así terminó su carrera de idolatra porque, según se sabe de fijo, él no abandonó el culto a los dioses antiguos sino que, por el contrario, siguió prestando adoración a los diablos que cada uno de ellos estaba dentro de un envoltorio, que en los tiempos antiguos fueron la adoración religiosa de los pasados. Dicen también que a todo alrededor de su huerta había puesto en hilera estas siniestras y antiguas figuras"(Chimalphain, Séptima Relación).
Ejemplo el de don Carlos. Estos nombres de occidente también les eran impuestos y al parecer no se conserva su nombre indígena original: "También entonces ocurrió la muerte de don Carlos que gobernó Tetzcuco Acolhuacán durante 8 años. Él ere hijo del Nezahualpilli Acamapichtli. Por orden de don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo que hubo en México, don Carlos fue quemado por...que era fiscal en Tezcuco y así terminó su carrera de idolatra porque, según se sabe de fijo, él no abandonó el culto a los dioses antiguos sino que, por el contrario, siguió prestando adoración a los diablos que cada uno de ellos estaba dentro de un envoltorio, que en los tiempos antiguos fueron la adoración religiosa de los pasados. Dicen también que a todo alrededor de su huerta había puesto en hilera estas siniestras y antiguas figuras"(Chimalphain, Séptima Relación).
A Francia en cambio, fuimos a buscarla expresa y tácitamente. A los
mexicanos no se les revuelve el estómago cuando se les llama “latinoamericanos”,
término que se atribuye fue inventado
por Francia.
“Pero no obstante la vaguedad del
término este no sólo fue muy usado en la época del afrancesamiento de nuestra
cultura, sino que ha llegado a reemplazar en el uso común a la denominación
“Hispanoamérica”.
En México hay, en sus ciudades, por
lo anteriormente anotado, un México pluricultural que vive en el México
indígena.
De la cultura indoamericana Frost
anota que esta referencia sólo puede aplicarse a “aquellas culturas en las que
haya, o pueda Heber, una influencia indígena”.
En realidad lo que se conquistó
fueron los lugares en donde existían los centros de poder: México-
Tenochtitlan. Todavía les llevó un siglo a los españoles y a sus aliados
tlaxcaltecas poder avanzar más hacia el norte, en busca de los yacimientos de
oro y plata.
Mexicana de la etnia Kicapoo
norte de México
El resto quedó como antes de la conquista.
Para el siglo veintiuno se calcula que hay 52 etnias a lo largo de todo el territorio,
con su modo ancestral de vivir y su hablar,
además del español.
No es un pensamiento anquilosado sino
una filosofía de vida dinámica.
El panamericanismo, donde todas las fronteras
se borran. El mestizaje, donde todos somos iguales. La Torre de Babel, de donde
todos llegamos, son anzuelos que las etnias no se han tragado.
Esta realidad ha llevado a preguntar
a algunos historiadores si hubo conquista española o sólo se trató de una
invasión que duró tres siglos.
Poco tiempo si se compara con los ocho siglos
que los árabes estuvieron en España. En
el Valle de México, igualmente, existieron hegemonías indias precristianas que duraron seiscientos años, otras
trescientos, por ejemplo el eje Chalco-Amecameca, según escribe Chimalpahin en
su obra Relaciones. O el eje
Culhuacán- Amecameca.
“Es pues, posible llamar “indoamericana”
a la cultura de México”, escribe Frost.
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