FROST, EN EL 29 ANIVERSARIO DE LAS CATEGORIAS DE LA CULTURA MEXICANA


 

La filosofía alemana, en su afán de buscar más allá de las apariencias de las cosas, es la que ha cautivado el pensamiento del mexicano, ansioso éste  de encontrar algo más que la boruca del liberalismo moderno. Sin embargo, estas filosofías, no llegan a nuestras calles populares. 

 Las religiones mismas,  como  las que en los últimos trescientos años se inventan sobre las rodillas, van  aumentando considerablemente la boruca.

 No faltan comunicadores, en los medios, que carentes de vitaminas culturales, repiten sin ton ni son estos lugares comunes y el panorama, ya en pleno relativismo, se vuelve caótico.

 De ahí la enorme importancia del trabajo de Frost para ayudarnos a comprender el terreno que pisamos.

Elsa Cecilia Frost se refiere, en esta su obra (publicada en 1990 por la Universidad Nacional Autónoma de México), concretamente a cuatro categorías de la cultura mexicana, de los últimos cinco siglos que son la hispanoamericana, la latinoamericana, la indolatina y la panamericana.

“La expresión Hispanoamérica se refiere a la época colonial, la etapa que va desde  el descubrimiento hasta las guerras de independencia; Latinoamérica es el nombre que se adopta en la época republicana (siglo XIX y por último, Indoamérica, es el nuevo concepto revolucionario creado por el aprismo. Casi resulta innecesario añadir que tras el panamericanismo se oculta la ambición imperialista de los yanquis.”

El centro ceremonial (coatepantli) de los aztecas
 
 
Para  algunas categorías ya pasó su tiempo hegemónico pero  se empeñan por permanecer vigente en grandes sectores de la sociedad.

En  conjunto todas  han ampliado, para bien, la cultura mexicana. Pero ellas son las que permanecen en la abstracción hasta dirigirse casi al término de la secta cultural.

Hay un México  que vive los tiempos de Hispanoamérica, aplaudiendo la conquista y añorando los días de la Colonia.

En la actualidad los canales televisivos de la Iglesia católica, desde la costa oeste de los Estados Unidos, no tiene otra manera de referirse a los habitantes del continente americano, del Río Bravo hasta el sur extremo, sino  como “hispanos”. De la misma manera los millones de individuos de los países sureños, que viven en la Unión Americana, son “hispanos”.

A los salvajes indios, España les trajo su cultura:

 “Al encenderse la Guerra de Independencia y frente al criollo que aseguraba que la verdadera  América es la prehispánica y el español un intruso, se alzó al voz de los colonialistas en defensa de la obra de España. América-decían- debe sus ser a la Conquista. Qué era este continente antes de la llegada de los españoles sino un mundo idolatra, salvaje  y antropófago?”

Hay otro México, latinoamericano (Frost llama a no confundir los nombres de “América Latina” y el de “Angloamerica”). Está por las calles de las ciudades y por los campos, en especial en el occidente del país, ya como parte importante de México.

Es el enemigo de México en los campos de batalla pero que los mexicanos, conservadores y liberales, nos acercamos, por voluntad propia, a su cultura y a sus  costumbres.

La aplastante presión diplomática de Estados Unidos, sobre Austria para que se abstuviera de abrir puesto de voluntarios a venir a México al lado de Maximiliano, y    algunas victorias pírricas del ejército mexicano, hizo que sus naves de guerra emprendieran el regreso a Francia.

“A Francia debemos sin duda la enseñanza que nos permitió pensar con libertad, y sólo en virtud de esta libertad pudimos darnos cuenta de lo que éramos y a lo que teníamos derecho como hombres y como pueblo”, escribe Frost.

El modo español, y el cristianismo, fueron impuestos a los mexicanos con la espada, con la hoguera y con el aperreamiento. Hubo no pocos mártires que murieron en la hoguera, o en las fauces de los perros, por persistir en su milenaria religión de Tezcatlipoca.

Ejemplo el de don Carlos. Estos nombres de occidente también les eran impuestos y al parecer no se conserva su nombre indígena original: "También entonces ocurrió la muerte de don Carlos que gobernó Tetzcuco Acolhuacán durante 8 años. Él ere hijo del Nezahualpilli Acamapichtli. Por orden de don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo que hubo en México, don Carlos fue quemado por...que era fiscal en Tezcuco y así terminó su carrera de idolatra porque, según se sabe de fijo, él no abandonó el culto a los dioses antiguos sino que, por el contrario, siguió prestando adoración a los diablos que cada uno de ellos estaba dentro de un envoltorio, que en los tiempos antiguos fueron la adoración religiosa de los pasados. Dicen también que a todo alrededor de su huerta había puesto en hilera estas siniestras y antiguas figuras"(Chimalphain, Séptima Relación).

A Francia en cambio,  fuimos a buscarla expresa y tácitamente. A los mexicanos no se les revuelve el estómago cuando se les llama “latinoamericanos”, término que se  atribuye fue inventado por Francia.

“Pero no obstante la vaguedad del término este no sólo fue muy usado en la época del afrancesamiento de nuestra cultura, sino que ha llegado a reemplazar en el uso común a la denominación “Hispanoamérica”.

En México hay, en sus ciudades, por lo anteriormente anotado, un México pluricultural que vive en el México indígena.

De la cultura indoamericana Frost anota que esta referencia sólo puede aplicarse a “aquellas culturas en las que haya, o pueda Heber, una influencia indígena”.

En realidad lo que se conquistó fueron los lugares en donde existían los centros de poder: México- Tenochtitlan. Todavía les llevó un siglo a los españoles y a sus aliados tlaxcaltecas poder avanzar más hacia el norte, en busca de los yacimientos de oro y plata.

Mexicana de la etnia Kicapoo
norte de México
El resto quedó como antes de la conquista. Para el siglo veintiuno se calcula que hay 52 etnias a lo largo de todo el territorio, con su modo ancestral de  vivir y su hablar, además del español.

No es un pensamiento anquilosado sino una filosofía de vida dinámica.

El panamericanismo, donde todas las fronteras se borran. El mestizaje, donde todos somos iguales. La Torre de Babel, de donde todos llegamos, son anzuelos que las etnias no se han tragado.

Esta realidad ha llevado a preguntar a algunos historiadores si hubo conquista española o sólo se trató de una invasión que duró tres siglos.

 Poco tiempo si se compara con los ocho siglos que los árabes estuvieron en España.  En el Valle de México, igualmente, existieron hegemonías indias precristianas  que duraron seiscientos años, otras trescientos, por ejemplo el eje Chalco-Amecameca, según escribe Chimalpahin en su obra Relaciones. O el eje Culhuacán- Amecameca.

“Es pues, posible llamar “indoamericana” a la cultura de México”, escribe Frost.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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