Referencias:
G.K.Chesterton,
Santo Tomás de Aquino, Editorial
Espasa-Calpe Argentina, S.A: Buenos Aires, México, 1942
G.K.
Chesterton, San Francisco de Asís,
Editorial Juventud, S. A. Provenza 101-Barcelona, 1925
San Francisco
de Asís y Santo Tomás de Aquino, italianos ambos, son dos figuras del
cristianismo a los que Chesterton dedica estudios sobre sus vidas.
Tales
reflexiones tienen un interés particular
dada la personalidad de Chesterton. Hombre de letras, con marcado acento
filosófico, muy conocedor de la Paideia griega, viene del campo protestante
hacia el catolicismo.
Su
conocimiento de la historia y la cultura de Inglaterra, y de Europa, lo llevó a
investigar los orígenes del cristianismo, sus dogmas y de sus principales
figuras, con una profundidad pocas veces vista aun en el mismo campo católico.
Es
un relato que va hacia lo positivo sin dejar de señalar las influencias desde afuera, contra la
Iglesia, así como las deficiencias internas cuando la Iglesia se volvió cómoda.
El protestante común pocas veces va más allá de los que diga la Palabra. Por lo que las grandes ideas de los pensadores de
Institución, ya sea religiosa o laica, que no sirve a los necesitados, está sirviendo a los no necesitados
la Paideia griega de la antigüedad
no sólo le son ajenas sino que imagina que Satán está por ahí, agazapado, en
cada página de los Presocráticos.
Y
las masas de católicos tienen un conocimiento lamentablemente superficial de lo
que se conoce en los centros de estudios católicos y en algunas áreas fuera de
los seminarios.
Cada
homilía dicha por el sacerdote, al celebrar el banquete de la Eucaristía, vista
con los ojos de la razón humana, es toda una conferencia. Dicho en otras palabras,
una pieza de oratoria preparada con conocimientos propios de la formación
sacerdotal y referida en los puntos bíblicos en los que se apoya.
Pero
no se considera así por la masa de
católicos. Se aburren, cuando no es que se duermen, al estar hablando el
sacerdote. Se escapa así una oportunidad valiosa de enterarse de su religión.
Cuando
Chesterton dio el paso hacia el cristianismo apostólico poseía ya un bagaje de
reflexiones, filosóficas y teológicas, que tiene un valor enorme para el católico
que quiera conocer el terreno religioso en el que con sinceridad cree profesar pero del que mucho desconoce en la
realidad.
Chesterton
sabe cabalmente la influencia que la filosofía
griega de tiempos pasados ocupa en la Tradición de la Iglesia.
Si
bien, hay que decirlo, adolece del intento de querer hacer “padrinos” a los
padres de la Iglesia de los grandes pensadores de la Paideia. Por ejemplo,
Santo Tomas de Aquino no descubrió a Aristóteles sino que el cristiano trata de
cristianizar al filósofo pagano…
El
hombre común del catolicismo, como en el
campo protestante, adolece de fanatismo ciego, limitado, que por lo mismo no
deja ir más allá en el conocimiento de las ideas.
Pocos como Emerson, desde su capilla, que se saltó el muro y se fue enriquecer las ideas de los grandes, que tuvo que
estudiar antes con detenimiento.
De
las condiciones magras culturales nacen, y se alimentan, las seudo religiones
que cada día aparecen y recorren nuestras calles.
Para
los protestantes nada dice la Tradición de la Iglesia. Y los católicos sólo la
conocen de oídas, nada detenido, nada profundizado. El mundo comenzó de cero
con Jesús y antes nada se pensaba ni se decía…
Chesterton,
al igual que San Agustín, dudó y dudó y dudó y en esa medida investigó. Es
autor de dos obras de inmensurable valor didáctico sobre el cristianismo. Uno
lleva por título Santo Tomás de Aquino
y el otro San Francisco de Asís.
Epicteto,
muchos siglos atrás, vivía la filosofía
del no tener. Previene contra el consumismo. Un pobre no puede vivirla
porque subvive. Es para los que sobreviven.
Se
dice que Epicteto nunca cerraba la puerta de su casa porque los ladrones no
encontrarían qué robar en ella.
Francisco procedía de una familia de comerciantes de
buen nivel económico en la sociedad de su tiempo y lugar.
Una
de las cosas que le hizo ganarse la santidad fue cuando se refería al modo de
vivir del no tener: “Si poseyéramos bienes nos serían indispensables armas y
bienes para defenderlos.”
Ese
modo de pensar fue lo que revolucionó a la Iglesia que para entonces se había
vuelto muy cómoda olvidando que lo único que puede abrir las puertas del cielo
es practicar la caridad.
En ese tiempo la Iglesia dejó la gran lección que la institución, ya sea religiosa o laica, que no sirve a los necesitados, está sirviendo a los no necesitados.
Las dos grandes catarsis que la Iglesia ha hecho,desde su interior, la llevó a cabo Francisco, en el siglo doce y, hasta cuatro siglo más tarde, Martín Lutero. El primero llevando flores en su sayal al Vaticano y el segundo a bayoneta calada desde los palacios de los príncipes germanos.
Chesterton:
“La
Iglesia y todas sus instituciones tenían ya el aspecto de cosas viejas,
cristalizadas y prudentes, tanto las instituciones monásticas como lo demás.”
En
este contexto es cuando aparece Francisco, enseñando con su ejemplo que el
cielo no se gana aprendiendo de memoria la Biblia y leyendo y releyendo todos
los días sus versículos. Eso está bien, pero sin la práctica de la caridad,todo queda en un
sospechoso trasiego de las Escrituras.
Con
lo que refrendaba lo que Pablo, otro gran espíritu de la Iglesia, había dicho:
“Sin
la caridad nada de esto sirve.”
Abrió sus puertas y volvió a las calles del barrio
Francisco y los que lo siguieron vivían de la caridad y a la vez hacían la caridad.
Un modo
de ser que la Iglesia tuvo que descifrar, abrir sus puertas y volver a las calles del barrio.
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