Agustín es un hombre de
inmensurable fe que sigue al Dios del cristianismo, pero primero fue filósofo.
Todo este proceso de civilización, cultural y
espiritual, Agustín lo relata en su libro Confesiones.
Ve de cara, le habla de frente,
a su amado Hacedor , le hace preguntas y hace reflexiones para sí. No es como
los demás cristianos que creen sólo por fe.
Él encuentra que su fe es
fuerte porque pregunta, cuestiona. Una de sus frases es: “No hay fe más fuerte
que la fe que duda”. Agustín considera que una fe ciega es una posición cómoda, apoltronada y, por lo
mismo, endeble cuando, por lo humano, o por Dios mismo, se le somete a prueba.
Un terreno muy peligroso pues
un paso más y está el escepticismo que desemboca en el materialismo y,
finalmente, en el relativismo donde todo pierde su rostro.
Sugiere que para subirse al ring con los pesos pesados hay que
contar con vitaminas culturales. O será como un conejillo queriendo emboscar al
león. Vitaminas que sólo se encuentran en la filosofía, si el ring está en el terreno de la
fenomenología y su razón pura.
Agustín
Agustín ya ha pasado por todo
eso en sus largos años de andar buscando la Verdad entre filosofías de su
tiempo que es el siglo cuarto d.C., especialmente la platónica. Cuando se
convirtió al cristianismo se encontró que lo sustantivo que enseñaban los
apóstoles ya lo tenía por conocido, y publicado, Platón cinco siglos antes,
“menos la gracia”.
“Puseme a leer y descubrí que
todo lo que había de verdadero allá en los platónicos se decía acá, más con la
recomendación de tu gracia;”
Agustín conoce el revés del
molde y no se encapsula en una fe miedosa de conocer.
Por eso hace esta temeraria
pregunta: ¿Quién hizo al diablo? ¿Por qué se le escribe con minúsculas siendo
una fuerza tan poderosa? El diablo, con ser bueno, se hizo solo, pero ¿quién
sembró en él la semilla del mal?
“Si el diablo es el autor, ¿de
dónde viene el diablo mismo.”
Planteamientos como este
fueron los que hicieron de Agustín uno de los grandes pensadores de la Iglesia
Católica o tal vez el más agudo. Marca la senda filosófica que seguirán otros
grandes teólogos: San Benito, San Domingo de Guzmán, San Alberto Magno, Santo
Tomás de Aquino…
Una y otra vez volverá a la
pregunta:
“¿Quién me ha hecho? ¿No ha sido
mi Dios que es no solamente bueno sino el bien mismo? ¿De dónde me viene, pues,
el querer el mal y no querer el bien?”
¡Él me hizo libre!
En el México de la
revolución de 1910 se aplicaba la “ley fuga”. Se le dejaba libre al prisionero
y en tanto se alejaba, era baleado y cazado como animal. Así, el culpable era
el cazado no el cazador. ¿Es así el libre albedrío?
Agustín da un paso más:
“Y si él mismo, por su
voluntad mal encaminada, en ángel bueno se convirtió en demonio. ¿de dónde le
vino a él la voluntad mala, por lo que se hizo demonio si había sido hecho ángel
todo entero por un creador buenísimo?”
Al parecer el laberinto
cristiano no tiene salida. Dios hizo una criatura y la instaló pura en el
Jardín del Edén. Pero el hombre a su vez, pregunta: ¿quién sembró en mí el mal?
Siglos antes la filosofía
griega se enfrentó con este dilema del mal en el humano.
Son otros valores los de la
Hélade. Aquiles y Eneas ¡Son héroes por ser mitad humanos y mitad dioses y por
ser destructores y saqueadores de ciudades!
En el Olimpo los dioses dan la
cara: Zeus protege a Héctor y Hera su esposa, se inclina por proteger á
Aquiles. “Zeus es famoso por sus conquistas de muchas mujeres mortales —entre
las que destacan Sémele, Alcmena, Ío, Europa y Leda” ( y otras que no sabemos).
El Dios del cristianismo es
todo amor y ¡andrógino!
¿De veras son otros valores?
Nadie puede negar que, en los últimos veinte siglos de historia los cristianos han hecho lo mismo que antaño Aquiles y Eneas.
El paganismo, no el
cristianismo, parece haber encontrado la salida de ese laberintico origen del
mal.
Marco Aurelio
Marco Aurelio, el emperador romano
sabio, no busca culpables entre las nubes, como ramonean católicos y
protestantes. El mal, por ignorancia,
siempre se incubó en lo secular, es la tesis de los pensadores filósofos griegos
desde la antigüedad, pero se buscó, por los cristianos, en lo sagrado.
El origen del mal, dice Marco Aurelio en sus Soliloquios,
está (tesis socrática) en la ignorancia:
“Deberás estar de ánimo bueno para con quien
pecó por ignorancia”, dice el emperador.
Con lo que el origen del mal
no se busca en el cielo sino 1) en el PIB
que el estado dedica a la instrucción del pueblo y 2) la dosis de moralidad que
esta instrucción tenga.
“!No queremos saber nada de moralina!” dicen
los que escatiman el PIB.
Emerson recordará a Marco Aurelio siglos más
tarde cuando dice (En sus Ensayos)
que la civilización se mide por:
“ la clase de personas que
produce el país…No puede haber una alta civilización sin una moralidad
profunda…El fin de toda lucha política es el de establecer la moralidad como
base de toda legislación¸ no es el fundar instituciones libres, no es la
republica ni la democracia el fin que se persigue; éstos no son más que los
medios. La moralidad es el objeto del gobierno.”
Triola, autor de un bello
libro español de técnica alpina, valioso por lo técnico como por los
pensamientos de calidad cultural, editado más de un siglo ya, va en la misma
dirección:
“Convencido
de que es tan perniciosa la
cultura física sin ir acompañada de una perfecta ética, como la cultura intelectual sin una sólida base de educación
social, he de procurar en el trascurso del escrito infiltrar ideas de alta
moralidad, para desarrollar al tiempo que el cuerpo, la fibra del sentimiento,
avivar el espíritu.”
La familia tiene su carga de
responsabilidad por no haber cuidado la formación moral y, finalmente, el
individuo mismo por no hacer lo necesario y romper esa ignorancia cultural.
(Nos apresuramos a decir que nada
tienen que ver con todo esto los inocentes que están en la cárcel por
habérseles fabricado culpabilidad).
Schopenhauer relata el caso de
una abuela y una madre que van a implorarle al juez, con lágrimas e hincadas,
que salve a su hijo del cadalso. “Si esa preocupación hubieran aplicado, dijo el
juez, en la educación cuando su hijo era niño, no estarían ahora en esta
situación”.
Dibujo tomado del libro de
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich, 1968
Este mismo criterio aplica Emerson para los gobiernos de un pueblo que carecen de cierta profundidad para evitarse males en los tiempos que están por venir. Habla en plena guerra civil de (E:U) que con un criterio de calidad no se tendría el caos por eso de la esclavitud:
“Si los Estados libres
hubieran cumplido con su deber, se hubiera bloqueado la esclavitud con una
barrera infranqueable y evitado para siempre nuestras recientes calamidades.”
Según las palabras de Emerson
no es necesario engolfarse en el estudio de sendos trabajos de sociología de cualquier
punto del planeta: la civilización se mide por: “ la clase de personas que
produce el país”.
La divinidad, en la Creación,
o la célula primordial, en la Evolución, como se prefiera, ya hicieron los
suyo. Lo que sigue corresponde a la sociedad y a sus respectivos gobiernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario