Escuchar y observar es lo que recomienda Hemingway a quien necesite escribir, ya sea como vocación o como profesión. Lo mismo hacía y recomendaba Oscar Wilde. Ponía atención a lo que la gente hablaba, aun de lo que parecía la charla más banal. En algún momento saltaba una frase, o una idea, y él estaba atento para pescarla al vuelo. La desarrollaba y de ahí salía un cuento o hasta una novela.
Pero escuchar requiere una disciplina difícil de dominar. Por lo general no se escucha. No se escucha a los que hablan oralmente o a los que hablan por medio de la escritura. Esto sin dejar de lado que se habla más por medio del gesto corporal o la mímica natural.
Sierra de Pachuca (3,000msnm), Hidalgo, México |
Flanco oeste del Citlaltepetl (campamento en los 4,000msnm y cumbre en los 5,700m) |
Y, cuando la reunión es de cuatro o cinco, nadie logra exponer una idea por completo. El ejemplo más redondo de esto es una tertulia de cantina entre hombres. Tiene que intervenir la mímica para tratar de imponerse a los otros parlanchines. Los programas matutinos de la televisión, a cargo de cinco o seis mujeres, frente a la cámara, es el pleno concurso de cómo arrebatarse la palabra. Al final siempre queda el sabor de la vaciedad donde se habló mucho y no se dijo nada. Lo propio en toda conversación sería proceder como en una conferencia de prensa. El periodista hace una pregunta y guarda silencio escuchando lo que el entrevistado expone.
En una carta Hemingway le reprocha a Scott Fitzgerald que ha dejado de escuchar. Fitzgerald es el autor de El Gran Gatsby. Novela que lo colocó en los primeros planos de los escritores norteamericanos de su tiempo, primer tercio del siglo veinte. La fama adquirida le perjudicó grandemente como escritor precisamente porque se dedicó a escuchar las voces propias, y no las ajenas. Hemingway le dice:”Hace mucho tiempo que dejaste de escuchar, salvo las respuestas a tus propias preguntas. Eso es lo que seca a un escritor: el no escuchar. Ves bastante bien pero dejaste de escuchar”.
Desierto de los Leones, México (2,300msnm). |
Pared norte del Abanico(cumbre 5,000msnm) |
L a tercera condición es la veracidad. Cada trabajo escrito con veracidad aporta conocimientos de los que se servirán los escritores alpinos que vendrán después de él. Más que leerse, la veracidad se huele. Si hay consistencia en el dato formará parte de la historia, de otra manera se desechará.
Otra cuestión distinta es la composición lírica. Para escribir una obra de ficción, como sería cuento, novela o poesía, se necesita una cosa más: la imaginación. Aquí es donde muchos se acalambran. Tiene miedo de dejar la playa de la objetividad y lanzarse al mar de la imaginación. Soltarse, pensar en voz alta mediante los caracteres escritos. Lo que se hace imposible, debido a los calambres, es el comienzo. Pero, si se dejan de lado las maneras complicadas, resulta fácil de escribir, por ejemplo: “Instalamos las tiendas en el límite del bosque”, después siguen, de la manera más fluida, diez o cien o quinientas cuartillas.
Con la imaginación se pueden lanzar hipótesis de la manera más amena posible, proporcionar información sustentable y cabalgar sobre las doradas nubes de la fantasía. Tres ejemplos. La novela alpina El primero de la cuerda, de Roger Frisón Roché. Y la novela histórica Salambó, de Flaubert. Ambas novelas proporcionan más información real que las más sesudas historias en sus respectivos géneros.
En abril del año 2010 publicamos Escalando con Schopenhauer. Creemos que ningún trabajo alpino mexicano, hasta la fecha, proporciona tantos datos de escalada, en la pared norte del Abanico (vertiente norte del Popocatépetl), informa de la inseguridad social que ha penetrado en las montañas de este país, el retroceso que han sufrido los glaciares, debido al incremento de la temperatura local y global, la presencia de la lengua y la cultura náhuatl, etc., que este… Y, en efecto, después de intentar mil comienzos, de los más complicados y afectados, que sonaban por demás falsos, empezamos así: “Instalamos las tiendas en el límite del bosque”…
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