¿Qué le recomendaría a los mexicanos que leyeran?, le
preguntaron el 23 de febrero del 2018 al Dr. Miguel León Portilla.
Que lean a Sahagún y a Bernal Díaz del Castillo, dijo.
Que lean a Sahagún y a Bernal Díaz del Castillo, dijo.
De manera análoga,
decimos nosotros, como si alguien preguntara a un sacerdote qué le
recomendaría a un católico leer?, diría que lea la Biblia. A un griego del
siglo veintiuno para conocer el
pensamiento de la Hélade, la respuesta sería, que lea, a Homero, Platón y a
Aristóteles.
En otras palabras, que se conozca, que conozca sus orígenes.
Se es por el conocimiento, de lo suyo, dice Jean Wahl en su obra Introducción a la filosofía, sino se conoce no se es. ¿Qué es sino sabe lo que es?
Se es por el conocimiento, de lo suyo, dice Jean Wahl en su obra Introducción a la filosofía, sino se conoce no se es. ¿Qué es sino sabe lo que es?
Sahagún, Bernal Díaz del Castillo, Fray Diego Durán y otros
cronistas del siglo dieciséis, de alguna manera no son nada ajenos en la casa
de los abuelos, incluidas ahora las dos obras de Miguel León Portilla, Filosofía Náhuatl y La visión de los vencidos.
De niños el abuelo acostumbraba llevarnos a Teotihuacán,
cuando sólo la pirámide del Sol inteligible estaba reconstruida. La Calzada de
los Muertos era una ruina que habían dejado los siglos, y la depredación de los
hombres que destruían edificios de importancia arqueológica, para construir sus casas, y la pirámide de la Luna
inteligible un enorme túmulo de tierra con algunos restos apenas visibles de
muros y escalinata por aquí y por allá.
Al recorrer la Calzada el abuelo decía siempre: “Aquí los
dioses se pusieron al servicio de los humanos, en un tiempo que todo era
oscuridad pues no había sol ni luna.”
La obra de Sahagún es un portento de investigación de las
cosas del México precristiano y, en el español latino de México, de Ángel Ma.
Garibay K., es una delicia su lectura.
Es tan extensa como la Biblia pero basta leer dos hojas, a
las que nos referimos en esta nota, para saber por qué el “imperio” azteca fue grande en su manera de administrar la
justicia: combatía a toda costa la corrupción en el seno de su sociedad.
Enseguida de apagar el televisor en el que vimos la entrevista del Dr. Portilla,
agarramos Historia General de las cosas
de Nueva España. Como hacen los católicos cuando quieren encontrar la
palabra de Dios y abren la Biblia al azar, como quien dice, donde caiga.
Así hicimos con Sahagún, al azar, y caímos en el capítulo XIV del libro VIII, que habla de “la
manera de las casas reales donde tenían lugar las audiencias de la causas
criminales.”
Estas salas estaba ubicadas en el (coatepantli sagrado, ahora
“Zócalo”) palacio del señor, así le llama Sahagún al tlatoani supremo, al que
luego los historiadores europeos le pondrían los títulos de “rey” y
“emperador”.
El “imperio” azteca no era, como románticamente lo
imaginamos, todos sus habitantes íntegros, probos y estoicos. Había parásitos, tranzas,
corruptos y asesinos, como en muchas partes, pero ahí, en las mencionadas salas
de justicia, era donde se paraba la podredumbre que podía destruir desde dentro
al imperio.
Del tlatoani supremo se puede decir, con la antinomia de
Platón, que “es lo que no es”. No es corrupto, entonces es lo opuesto a
corrupto.
El señor, que era como cualquier mortal, no se comportaba, no
estaba en él, comportarse como cualquier mortal, porque, según el largo discurso (discursos)
que se le restregaba en la cara, cuando la asamblea de notables lo investía con
el cargo de rey, se le dejaba bien claro, una y otra vez, casi hasta el
cansancio, que él era el administrador del reino, y nunca debía perder de vista que
el dueño de todo, el reino y el universo, era Tezcatlipoca (ver el libro VI
de la obra de Sahagún).
Tal vez se parezca lo que en la actualidad se hace en Estados
Unidos para algunas ocasiones que juran sobre la Biblia.
Y como los políticos suelen olvidar con facilidad sus promesas,
ya cuando están en poder del puesto público, el rey debía efectuar una ascensión a una lejana y alta
montaña (Tláloc), cada año, al sureste del gran valle, y lo haría con gesto de
humildad y vestido con harapos. Era un decreto, un imperativo categórico, no
era una opción.
Eso era en prevención que el rey, dueño y señor de un
territorio inmenso conquistado por las armas, al que no se le podía ver de
frente, ni caminar sino trasportado en andas de oro, y retroceder hacia atrás
cuando alguien debía presentarse en su presencia, y para eso Tezcatlipoca “te
dio colmillos y uñas para que seas temido y reverenciado.”
También se le había advertido, cuando tomó posesión de su
cargo, que Tezcatlipoca lo ha designado como supremo entre los hombres, pero no
para siempre:
“te quiere probar y
hacer experiencias de quién eres, y si
no hicieres tu deber, pondrá otro en
esta dignidad.”
Esto se haría realidad con la piedra que, salió de algún
lugar y, mató a Moctezuma para poner en
su lugar a Cuauhtémoc, cuando Moctezuma ya no servía a los intereses del pueblo azteca.
Allá, en la cumbre estaba el avatar de Tezcatlipoca, en forma
de ídolo, y ante él debía inclinarse el rey.
Se tenía muy claro que la divinidad estaba presente en la
manera de sentirla porque es inefable
y no se puede traducir en palabras, conceptos ni opiniones, solo en avatares ya
de roca o de barro o en códices.
Inútil ir más allá porque la divinidad es de naturaleza
noumenica y nosotros somos del panorama atómico: “Dios es una cosa en sí, un noúmeno, mientras que nuestra
experiencia sólo puede ser una experiencia fenoménica”, escribe Wahl.
Como preámbulo a lo
que sigue diremos que no había cárceles
de larga duración ya que los presos consumirían comida y haberse que necesitaba
la gente libre y trabajadora. Se mencionan con frecuencia “jaulas que hacían de
palizadas resistentes”. Semejantes a las jaulas de los romanos para exhibir a
los reos contra la patria.
Jaulas pero no sentencias prolongadas
Dibujo de la obra de Fray Diego Durán
(códice florentino)
El palacio de los señores (los sucesivos tlatoanis a lo largo
de la historia de México-Tenochtitlán)o casas reales, tenían muchas salas.
“La primera era la
sala de la Judicatura, donde residía el rey, cónsules y demás oidores” Aquí, de
manera preferencial, se atendían los problemas del pueblo, sin dilación,
trapacerías ni componendas:
“Y en esta primera
sala que se llamaba tlaxitlan, los
jueces no diferían los pleitos de la gente
popular, sino procuraban de determinarlos presto, ni recibían cohecho,
no favorecían al culpado, sino hacían justicia derechamente.”
Al rey se le había dicho, como una advertencia, el día que
tomó posesión de su cargo, que no podía corromperse. “eres imagen de nuestro
señor dios y representas a su persona.”
Otra sala del palacio se llamaba tecalli o teccalco “En
este lugar residían los senadores y lo ancianos para oír los pleitos y
peticiones que les ofrecía la gente popular:”
Aquí, como en Las Avispas,
de Aristófanes, según lo que Sahagún cuenta, jueces y el avispero que hay en
los tribunales, nunca faltaban
personajes que no le hicieran el feo a la ganancia fácil, aunque eso fuera al
precio de una injusticia. Aquí es donde, de enterarse, se hacía presente la
justicia del señor:
“Y si oía el señor que los jueces o senadores que tenían que juzgar,
dilataban mucho, sin razón, los pleitos
de los populares, que pudieran acabar pronto, y los detenían por los cohechos o
pagas, o por amor de los parentescos, luego el señor mandaban que le echasen
presos en unas jaulas grandes, hasta que fueran sentenciados a muerte; y por
esto lo senadores y jueces estaban muy recatados o avisados en su oficio:”
Da algunos testimonios de jueces que agarraron con las manos
en la masa, en los tiempos de Moctezuma:
“En el tiempo de Moteccuzoma
echaron presos a muchos senadores y
jueces en unas jaulas grandes, a cada uno de por sí, y después fueron
sentenciados a muerte, porque dieron relación a Moteccuzoma que estos jueces
no hacían justicia derecha, o justa, sino que injustamente la hacían, y por eso
fueron muertos; y eran estos que se siguen: el primero se llamaba… da siete
nombres y al final del párrafo dice: “eran todos de Tlatelolco.”
Algunas de las exhortaciones que se le hacían al rey recién
nombrado, para recordarle que no estaba
en él corromperse. Esto dirigido a Tezcatlipoca:
“Has puesto nuestro soberano dios por nuestro señor”.
Al rey: “en vuestro regazo
y en vuestros brazos pone nuestro señor dios este oficio y dignidad de
regir y gobernar a la gente popular.”
Y le advierte que esa gente popular no es una perita en
dulce, es “muy antojadiza y muy enojadiza.”
Por lo que el rey debía batallar en hacer justicia a ese
pueblo, difícil de contentar, y al
mismo tiempo estar al pendiente contra
la corrupción de sus jueces.
Teniendo esto en mente, el orador le recuerda que la
tarea es pesada y necesita de todo su valor, fuerza y ser prudente:
“Mira señor que no duermas sueño suelto, mira que no
te descuides con deleites y placeres corporales, mira que no te des a comeres
ni a beberes demasiados; mira, señor que no gastes con profanidad los sudores y
trabajos de tus vasallos, en engordarte y en emborracharte, mira señor, que la
merced y regalo que nuestro señor te
hace en hacerte rey y señor no la conviertas en cosas de profanidad y locura y
enemistades.”
SAHAGÚN
“Fray Bernardino de Sahagún. (Sahagún, España, 1499 o 1500 -
México, 1590) Eclesiástico e historiador español. Estudió en la Universidad de
Salamanca. En 1529 se desplazó a América e inició el estudio de la lengua de
los indígenas mexicanos. Con una finalidad estrictamente catequística escribió
en lengua náhuatl Psalmodia cristiana y sermonario de los Sanctos del Año
(1583). Su obra fundamental es Historia general de las cosas de Nueva España,
recopilación en doce tomos de costumbres, mitos y leyendas aztecas. Lo más
destacable de este tratado es el método de investigación empleado, precursor
del que aun hoy aplican los etnólogos, ya que confeccionó un cuestionario
previo, seleccionó a los informadores y recurrió a intérpretes nativos que
escribían al dictado náhuatl. En su día, la Iglesia confiscó la obra al considerar
que se oponía a la labor misionera.” WIKIPEDIA
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