Algo
para conocer, y meditar, este 2021, a 500 años de la caída de (Tlaltelolco)
México-Tenochtitlán.
Referencias
La expulsión de los españoles de México
(1821-1828).
Harold
D.Sims, Fondo de Cultura Económica, Secretaria de Educación Pública, 1985,
Lecturas Mexicanas número 79.
El
Teniente Coronel Bernardo Tello recibe, de parte del gobierno mexicano, su
pasaporte de expulsado y en ese momento cae muerto.
Le
seguirán en el proceso de expulsión unos mil 700 españoles. Se quedarán en el
país, por lo pronto, otros 4 mil.
El
episodio de Tello nos da una idea del estrés, como ahora se dice al extremo
sentimiento de angustia, que vivían los expulsados.
Quince
años vivieron estos españoles de México
en un ambiente que se les había
vuelto muy violento. De lo que se conoce
como el abrazo de Acatempan, cuando cesó la guerra entre españoles e
insurgentes, en 1821, y el reconocimiento de España en 1836.
Fue
el tiempo en el que España aceptara por fin reconoce la independencia de
México. Violencia que en momentos cobraba más intensidad por las noticias que
llegaban de que España intentaría la reconquista. O bien por los movimientos
pro españoles internos que buscaban con
las armas volver a retomar la hegemonía.
Este
éxodo comenzó a principios de 1828 por disposición de la ley
del 20 de diciembre de 1827:
“Es mucho el número de coches salidos (de le
ciudad de México) hoy con gachupines, no se tiende la vista por ninguna calle
que no se vea uno o dos carretas cargadas.”
¿Qué
había sucedido en una ciudad, y en un inmenso territorio, en la que por
trescientos años ellos fueron los amos, en la que habían destrozado toda una
cultura milenaria náhuatl, haciendo añicos los edificios del hermoso
coatepantli azteca y en su lugar erigido sus edificios de arquitectura
europea e impuesto con violencia, sus modos de conducta a su antojo y su
religión.
El
que se resistía aceptar el cristianismo era devorado vivo por los perros de los
españoles. Tan frecuente esta práctica
que se le conoce como “ el
aperreamiento”.
Imagen: Código. Tomado de Internet
Era algo
más que “un inmenso territorio”. Eran amos de dos millones de kilómetros
cuadrados de terreno, en lo que va de Yucatán, en el sur, hasta los actuales
estados de Arizona, Nuevo México, Utah, Colorado y Texas. Para no mencionar el
caso de Florida.
Lo
que comprende las áreas geográficas actuales de
España, Italia, Francia, Alemania y Polonia juntas. Un solo
hacendado se consideraba dueño de tal
cantidad de terrenos, poseía tales riquezas, y gente esclava, que dos reyes juntos de Europa.
¿Qué
había sucedido? Era tarde para considerarlo y más para remediarlo. Ahora había
que agarrar el camino del éxodo.
La
historia en el planeta para entonces ya era otra. España había perdido la
fuerte presencia que tenía en países de Europa y los Estados Unidos hacían lo
suyo para acabar con los últimos bastiones del poderío español en América.
El
conde de Aranda, español con elevado cargo en el gobierno de España, ya había
advertido con respecto a Estados Unidos con toda antelación en el memorial de
1783 :"! Vendrá un día que será gigante, un coloso temible en esas
comarcas", pero ni españoles ni mexicanos le hicieron caso.
España,
no obstante, se cerraba al reconocimiento de esta nueva realidad. Se considera
que de haber enviado el reconocimiento
de la independencia de México (como lo haría quince años más tarde), el asunto
de los españoles, no obstante el resentimiento que con su actitud
provocaron durante tres siglos, las aguas no se levantarían más allá de un
oleaje.
En
el camino del destierro hacia el puerto
de Veracruz sufrieron de sobresaltos no ya por los contrarios
políticos sino por los ladrones comunes que los despojaban de sus pocas pertenecías
que habían logrado llevar:
“Las desgracias de los españoles que partían
eran muchas. No era raro que alguno de ellos fuera robado o hasta asesinado en
el camino de Veracruz…Algunos españoles que lograron abordar su barco, no
llegaron a su destino. Por ejemplo, los 82 pasajeros y tripulantes que se
encontraban a bordo de la corbeta francesa Paquet
N° 3,que zarpó de Veracruz el 3 de abril, fueron sanguinariamente
asesinados por el pirata Pájaro Verde mientras navegaban rumbo a
Burdeos.”
Los
caminos hacia el este, a lo largo de 500 kilómetros, hasta el puerto de Veracruz, debían
cruzar, la elevada cadena montañosa nevada
por el poblado de Río Frío (2,980 metros, 9,777pies o por Ituhalco 3,687 metros,
12, 096 pies) entre los volcanes Iztaccihuatl y Popocatépetl, cumbres nevadas de
más de cinco mil.
Popocatépetl,
5,426m. En el camino al puerto de
Veracruz. Por aquí llegaron y por aquí se fueron.
Foto
de Notimex, tomada de Internet
Pillaje,
violencia racial y política, se desataron a lo grande contra los expulsados. Ya
desde los días de Hidalgo en Jalisco jóvenes españoles eran llevados a una
barranca y acuchillados como animales en el silencio de la noche.
Se
confirmó una vez más la antigua lección de historia que los excesos de la primera generación de
conquistadores la paga, y con muchas creces, la última generación de sus
connacionales cuando esa conquista llega a su fin.
El
mar de los Sargazos, del Océano Atlántico, se le conocerá como la Ruta del Éxodo Español. Un siglo más
tarde (111 años) cientos de españoles cruzarán de nuevo estos paralelos
oceánicos en otro éxodo tan penoso como este, pero ahora en dirección
contraria, del este hacia México, expulsados de España por sus mismos
connacionales.
La cara dura del exilio. Rumbo hacia México, expulsados por sus connacionales de 1938
Sin embargo de todas las barbaridades que se cometieron contra los expulsados, es una ligereza de algunos historiadores comparar este suceso del siglo diecinueve, en México, con la revolución francesa.
Aquí
el “corte de cabezas” lo sufrieron no los de hasta arriba sino los españoles pobres que no tenían recursos
para moverse hacia otros estados donde el sentimiento antiespañol era menos
fuerte.
Un
“corte de cabezas” entre comillas porque las familias de los desplazados no
fueron abandonados por completo por los mexicanos. Sims relata el caso de
gobierno de Oaxaca:
“El
gobierno de Oaxaca, y su legislatura dominada por los escoces (logia pro
española) sentían compasión por las esposas e hijos de los españoles forzados a salir por las
leyes locales y federales de expulsión.
El 31 de enero de 1828 la legislatura
ordenó al gobernador que elaborara una
lista de las familias que vivían en la pobreza
como resultado de las expulsiones, y que pagara una pensión diaria de
dos reales(a las esposa sin hijos o con uno solo) cuatro reales (a las que
tuvieran tres o más descendientes).
¡Imaginemos
a los jacobinos de la revolución francesa pensionando a las familias, en
Francia, de los aristócratas en el
exilio! ¡O a los dirigentes del Frente Popular español, de 1937, ayudando con
despensas y pensiones a las familias de los
fascistas caídos en combate!
Los
españoles ricos (sucede con los ricos en todos los tiempos y en todos los
paralelos) con toda anticipación agarraron sus fortunas y volaron para Europa o
para Nueva Orleans (todavía no de
Estados Unidos).Dejaron tras de sí un caos que se le vino encima a sus
connacionales pobres. Sims pone como
ejemplo de lo anterior:
“el
conspirador Aviraneta y el comerciante Rivas pagaron cada uno cien pesos por
pasaje de primera clase de Veracruz a
Nueva Orleans en el barco ingles Hibernia,
a principios de 1828.”
“Muchos
barcos estadounidenses, británicos y franceses se dirigían a Veracruz para llenar
sus cabinas con españoles que partían al exilio en Nueva Orleans, La Habana o
Europa. Los barcos extranjeros preferían llevar pasajeros que carga: podían
tener mayores utilidades llevando españoles a los Estados Unidos o a La Habana
que trasportando mercancía a Europa.”
Nueva
Orleans, por quedar tan lejos de la ciudad de México, se había convertido en el
punto de reunión de los conspiradores que preparaban con las armas en la mano
la reconquista:
“Los
funcionarios españoles emprendieron entonces una campaña efectiva cuyo centro
fue Nueva Orleans para reclutar y trasportar a La Habana (todavía de España) a
los emigrados españoles, como preparación para un futuro intento de reconquista de México.”
Y
más adelante:
“Los
españoles refugiados en Nueva Orleans se
convirtieron en una nueva fuente de
conjuras y por ello, en un nuevo problema para el gobierno de México. En 1828
existan proyectos entre los exiliados en el extranjero para realizar expediciones
filibusteras contra la costa texana (todavía de México), y se hicieron intentos
de establecer una cabeza de puente
española sobre la costa del Golfo de
México y de apoderase de la fortaleza de
San Juan de Ulúa una vez más.”
Este
intento de reconquista, en efecto, se
llevaría a cabo. Pero, el contexto ya era otro. En comparación con el encuentro
de los conquistadores del siglo dieciséis, con armas modernas para ese tiempo,
cañones, pólvora, arcabuces, caballos, virus, miles de indígenas incondicionales,
peleando contra lanza y macanas de los valientes aztecas.
Ya para la guerra de reconquista los mexicanos tenían las mismas
armas que los españoles, el soldado español montado sobre un caballo había
dejado de ser un dios, poseían
resistencias virales contra lo traído por los españoles, ya no contaban con
tribus incondicionales. Ya el romance
con los españoles se había acabado cuando los
aliados indígenas, destructores de su misma cultura ancestral y de su
religión, fueron convertidos en esclavos de las tiendas de raya de los
hacendados.
El intento fracasó muy desafortunadamente a manos
de Antonio López de Santa Anna. Tan vergonzosamente que el general español, que
dirigía el ataque, se fue a vivir a Estados Unidos y jamás regresó a España.
No
obstante este descalabro, españoles del
estatus medio encontraron muchos de ellos el medio de defenderse no sólo de
permanecer en México sino buscando la manera de recuperar la hegemonía militar,
política y económica.
En
tanto el congreso de la capital se ponía
de acuerdo con los términos de expulsión en una ley general, cada estado
elaboraba su propia ley, unas muy virulentas contra los españoles y otras
protectoras.
Los
que pudieron se desplazaron hacia otras provincias del país. Recurriendo a
políticos contrarios a la idea de expulsión. Y teniendo a algunos periódicos de
la logia escocesa que protestaban contra
los yorkinos, que era la logia que buscaba a toda costa sacarlos de México:
“El
gobierno estaba seguro que los españoles
apoyaban a los revolucionarios con su dinero y consecuentemente, en la
ciudad de México se hicieron entonces esfuerzos extraordinarios para expulsar a
los peninsulares.”
Durante
tres lustros, a partir de 1821, España
no hizo nada efectivo por buscar paliar el golpe de los españoles en México
sino, como anotamos, todo lo contrario. Que reinara el caos para encontrar tierra fértil de apoyo a la
reconquista. Entretanto, quedaron estos
españoles, como se dice, siendo la carne del sándwich: entre el gobierno
español y los yorkinos.
“los
expulsados españoles que llegaban a Filadelfia tenían grave urgencia de obtener
ayuda de alguna fuente. El cónsul general de Francia informó en marzo que
numerosos exiliados españoles, después de haber sido abandonados por su propio
cónsul se dirigían al consulado francés en busca de ayuda”.
Los
yorkinos sin duda que cometieron excesos por ese deseo (aquí si semejándose a
la revolución francesa: quitarles el mando político, el militar y quedarse con
los mejores contratos y puestos burocráticos
manejados por el gobierno) de desquite que bullía en el inconsciente
colectivo del pueblo en revancha por todas las carnicerías y persecuciones de
que fueron objeto los grupos étnicos a partir de la conquista en el siglo
dieciséis.
Sin embargo
los españoles del estatus medio que
ocupaban los mejores puestos en la política y en el ejército ( y que no había
tomado parte en algunas de las conspiraciones contra el gobierno), fueron
removidos pero en tanto España no reconociera la independencia de México sus
sueldos se les seguirían pagando. Si era expulsado pero dejaban familia en el
país con mexicanas, podían cobrar en el extranjero medio sueldo.
Además
los españoles casados con mexicanas en general no fueron objeto de persecución
ni de expulsión.
¿No
está por demás insistir: ¿podemos imaginar a los jacobinos de la revolución
francesa enviando sus sueldos a los aristócratas en el exilio? ¿O a los
bolcheviques procurando paliar la pobreza de los familiares de los zares ya
depuestos?
El
movimiento de independencia consignado en Los Tratados de Córdova, de tono
católico, pronto se volvió secular y en momentos jacobino. Y los sacerdotes
españoles peninsulares fueron reemplazados, a señalamiento del obispo, por
sacerdotes americanos:
“Entre
las ordenes que eran menos “españolas” se encontraban los agustinos, que eran
mexicanos en un 92.5 por ciento, y los mercedarios, en cuyas filas sólo había
un español.”
En
realidad fue el momento, con el argumento de expulsar a los sacerdotes
peninsulares, en que el proceso de secularización empezaría en la vida de México.
Medida sana como recurso dialéctico con lo religioso. Pero que en ocasiones
perdería la tolerancia.
El
movimiento levantaba una polvareda que envolvía a los activistas escoceses y
yorkinos, a los representantes de los
gobiernos extranjeros en México y al alto clero.
Sims
hace notar “la hostilidad que existía entre los diplomáticos europeos y el
plenipotenciario (Poinsett) de los Estados Unidos.”
Empero,
todo esto fue menos que inútil. Con el tiempo, los que lograron escapar al
éxodo y se quedaron a vivir en México, no aprendieron la lección. Mejor dicho,
hicieron una mala lectura de esa lección.
Así
es como termina el libro de Sims. Se reagruparon de la mejor manera para no
volver a ser sorprendidos y en cambio defender la tradición.
¿Pero
cuál tradición? ¡La de su estatus! La que había empezado con los conquistadores
del siglo dieciséis: la tradición de la destrucción y la esclavitud por medio
de las tiendas de raya de las haciendas.
“Los
que quedaban pronto, muy pronto aceptaron el desafío y buscaron el modo de defenderse.
Los que en el decenio de 1830-40 surgieron como defensores de los fueros
tradicionales y de las propiedades de la
Iglesia, eran gente decidida a impedir en el futuro cualquier ataque sobre los
derechos y privilegios heredados de la tradición.”
No
la tradición del pueblo mexicano con su cultura milenaria y sus necesidades de
comida, vestido, educación y cultura.
Un
estatus social, solipsista, es solo la abstracción del todo. Es jugar su peligroso juego al margen de los demás
estatus o, como ahora se dice, clases. Muy pronto se vería en México cuan
peligroso es ese juego.
Ahora
recién tenían los mexicanos dos grandes culturas, la suya de los soles
teotihuacanos y la de la Paideia griega. ¿Pero de qué servía si ni siquiera
sabían leer por carecer de escuelas públicas para el pueblo.
Sería
hasta el 25 de julio de 1921, que el
presidente Álvaro Obregón decretó la creación de la Secretaría de Educación
Pública (SEP), “medida que fue aprobada por unanimidad en la Cámara de
Diputados. Posteriormente, el 3 de octubre del mismo año, fue publicada en el
Diario Oficial de la Federación (DOF).”
Exactamente a 400 años de la conquista y a 100
años de la independencia. ¡Cinco siglos en que, por extraños y por propios, a la educación del pueblo no
se le dio ninguna atención o se le combatió con la indiferencia! ¡Un pecado de
omisión muy grave de los políticos de entonces y de la Iglesia!
Eurípides,
Cicerón, Epicteto, Shakespeare, Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Domingo
de Guzmán, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Asís, y otros, eran absolutamente desconocidos para
esta gente. ¿Cómo se puede alimentar al espíritu así? ¿Cómo se nutre el
espíritu alejado por la fuerza de sus representaciones propias de la Divinidad
Nanahuatzin-Tezcatlipoca y Chicomecoatl? ¡La espada y la cruz lo habían
mutilado todo en el siglo dieciséis!
Ahora
tenían una bella religión pero por haber sido impuesta a la fuerza por los
conquistadores, siempre fue mal
comprendida y peor practicada.
En
breve, solo noventa años más adelante, la
Iglesia pagaría el precio de no haber enseñado, en esos tres siglos de la
colonia, filosofía y teología al pueblo ( a ese pueblo, 90 por ciento de la
población, compuesto, como dice Fray Bernardino de Sahagún, de “maceguales y
gente baja”). Las masas de esclavos de las tiendas de raya de las haciendas, sólo conocían, mal conocían, el catecismo de
Ripalda. Eso es lo que la Iglesia, y los centros de investigación académica, llaman la
evangelización de América.
En otras palabras el pueblo del 90 por
ciento carecía de vitaminas culturales
para saber convivir con el sano laicismo
y prevenir el jacobinismo.
Para
filosofar se necesita la duda a través de la cual se busca la certeza. Para
creer en la Divinidad se requiere una fe que es dotada desde el cielo mismo, no
porque se tiene enfrente una presencia punitiva. Pero nada de esto, Filosofía y
Teología, caben donde no hay libertad
para pensar.
En
rigor, laicismo no es una meta en si. Más bien se trata de un camino para
llegar a un fin. Este fin es el Humanismo. Humanismo es donde el individuo
puede vivir con toda libertad de pensamiento en el universo de las ideas y las
artes tales como la filosofía, el teatro, la literatura... ¡Aquí solo se
conocía el catecismo de Ripalda!
Ya desde
entonces el cierre de las iglesias, en el país, y la prohibición de la religión,
tocaban a sus puertas.
Ya
en pleno siglo veinte, cuando las naciones habían agarrado el pulso de los nuevos tiempos, los mexicanos seguían de esclavos de la tienda de
raya de las haciendas.
En
realidad, insistimos, a la postre todo
quedó colgando de un hilo. La expulsión
de los españoles fue muy a la mexicana. Los odiaban, pero en algunas
provincias, no tanto.
La
gran cultura occidental que trajeron los españoles y los grandes centros de
enseñanza que fundaron recién la conquista (Tlatelolco, San Ildefonso en la
ciudad de México, Colegio San Nicolás Obispo de Valladolid, Michoacán…) fueron
pensando en los hijos de los conquistadores y en las familias de los grandes
caciques indígenas al servicio burocrático de los españoles (en nahuatl se dice "achichincles". Pagando así los
servicios que habían prestado en la guerra de conquista y destrucción de México-Tenochtitlán.
La
traumática situación vivida ochenta años atrás no fue suficiente como para
enmendar la actitud hacia el pueblo de los maceguales.
Al contrario, se
dio un acercamiento entre los altos mandos mexicanos y el alto clero con los hacendados que había logrado evadir la
expulsión.
Cincuenta
etnias en México siguen viviendo, para
2021, sus costumbres y sus ritos ancestrales a lo largo de todo el país. Lo que
se conquistó en el siglo dieciséis
fueron los grandes centros de poder, cultura y población y el más
importante de todos México-Tenochtitlán.
En otras palabras, el México pre cristiano no fue borrado. Sigue vivo. Pero
también en el abandono por extraños y propios.
Extremo
norte de la zona arqueológica de Teotihuacán, con la pirámide de la Luna.
Foto
tomada de Internet.
Si
bien la antropología social profesional e institucionalizada nació en México
en 1917
con Manuel Gamio, sería hasta el
3 de febrero de 1939, por mandato del
presidente Lázaro Cárdenas, que se fundaría el Instituto Nacional de
Antropología e Historia. Una
dependencia del gobierno federal de los Estados Unidos Mexicanos.
Dicho
de otra manera, la gran cultura de los Soles Teotihuacanos (con su gran aporte
del Popol Vuh), y la gran cultura europea, con sus importantes aportes
coránicos, estaban totalmente vedada para el común del pueblo mexicano, ya
cuando en el mundo habían tenido lugar enormes avances tecnológicos y
culturales.
A
ochenta años de gobiernos ya mexicanos, y de aquel sangriento 1828, el noventa
por ciento de los mexicanos eran analfabetas, andaban descalzos y vivían en
chozas. Los hijos heredaban la deuda que el español hacendado había anotado en
las tristemente tiendas de raya que cada hacienda tenia.
Lo
grave de esta indolencia hacia el pueblo, vendría en los tiempos que estaban
por llegar. Unas masas así, carentes de todo, se precipitan a la primera
oportunidad, a la prosperidad, al tener, que lleva la consumismo. Seguirán
ignorando el progreso, que apunta hacia la evolución universal. Evolución en la
que el Romanticismo y la Ilustración caben, para bien, dialécticamente en el
alma del individuo.
Por
si fuera poca la miseria material y cultural del pueblo, el niño mexicano al
nacer ya debía dinero que nunca alcanzaría a pagar. Lo heredaría a sus hijos y
estos a sus hijos.
Uno
del pueblo se encontraba en la calle a un español, o a un catrín (mexicano cerca
del poder), debía bajarse de la banqueta y no levantar la vista bajo riesgo de
ser golpeado en la cara por insolente. O enviado al presidio de San Juan de Ulúa, islote en el mar, de donde jamás regresaba.
El
20 de noviembre de 1910, con la toma de Ciudad Juárez, por Francisco Villa y
Pascual Orozco, a las órdenes de Francisco I Madero, empezó el movimiento
revolucionario que se ha considerado como la primera gran revolución popular
del siglo veinte.
No eran militares,sólo campesinos, pero iban por los malos políticos del viejo orden y sus compadres los hacendados
Francisco
Villa, Pascual Orozco y Maclovio Herrera no eran militares. Eran gente del
campo de la infinita llanura norteña que conocía las montañas, sabían
montar caballos y disparar en plena
carrera, y tenían muy desarrollada la
intuición del guerrillero.
Estas mujeres mexicanas no esperaron un siglo para luchar, en igualdad de género, en los campos de batalla con las armas en la mano
Foto arriba derecha. Adelita, la mujer que inspiró el corrido guerrero más famoso de la revolución mexicana.
Foto izquierda. Niña revolucionaria.
En
Paredón en tanto los once generales de división
del viejo orden, que comandaban la impresionante columna de trenes del
ferrocarril con soldados del gobierno, trazaban un plan de batalla, la División
del Norte de Villa, compuesta de
campesinos, ya había penetrado sus defensas y preparaba el ataque final.
Madero,
Villa, Orozco Y Herrera iban contra los mexicanos en el poder y sus compadres los hacendados.
La
revolución mexicana casi barrió con todo
esa perniciosa connivencia. Casi…
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