Referencia:
H.George Ward México en 1827, Fondo de Cultura Economica, México.
Sigue
la pandemia y nuestra permanencia en la aldea de Capula, estado de Hidalgo,
México, se prolonga. Entre montañas cerca de los tres mil. Es en realidad una
especie de granero en el que la familia que nos alquila el lugar ocupa para
guardar su pastura. Desde aquí organizamos nuestras salidas para las travesías
por la sierra o emprender algunas escaladas. Es la primera semana de primavera pero siguen noches muy
frías.
No nos preocupa pues dormimos sobre la pastura
seca que nos proporciona un calor agradable. Sólo los alacranes nos inquietan y por las noches subimos el cierre de nuestros sacos de dormir.
-Los
alacranes no viene hacia nosotros-, comenta Yuma, nosotros somos los que vamos
hacia ellos para aniquilarlos por su potencial peligro.
-¿Es
una metáfora?-pregunta Kiva, la muchacha escaladora-.Somos agresivos con muchas
cosas que en la vida nos parecen sospechosas de peligro, pero, ¿cuántas veces
caemos en la cuenta que hemos cometido
una injusticia?
Una
noche encendemos una fogata en nuestro granero y, ya metidos en nuestro
sleeping, tomamos un vaso de vino y comemos pan negro con rebanadas de queso.
Les
comento que hace tiempo subí al Valle de
Las Ventanas (en las montañas donde
ahora nos encontramos,diez kilómetros al este) al finalizar el verano. Invitado, para hablar de
escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes entonces del
Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba un “Ciclo
de Conferencias de Escalada”.
Para
mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y
posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de
los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los
escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo
alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé
no más de quince minutos hablando de algunas ascensiones. De inmediato pasé a hacer
reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: ¿Por qué los escaladores de más
de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?” o ¿Por qué los tramos en
escalada libre son ahora más cortos y en su lugar se llenan las paredes de
clavos y barrenos? ¿Por qué los que
empiezan a escalar no suben con mochila y botas, como preparación de
ascensiones más adelante en cotas de
nieve y hielo? etc.
Automáticamente, los ahí presentes, hicieron
suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de
vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da
resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes
ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y
apasionadamente.
Tuve
la fortuna de encontrar a escaladores que varios lustros atrás habían sido mis
maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi
gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy.
Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del
montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo.
La Blanca, en el grupo de Las Monjas, Sierra de Pachuca, estado de Hidalgo, México.
Raúl Revilla (de la ciudad de Pachuca), en la foto. Realizó su primera escalada por la pared norte (sombreada).
Foto
de Armando Altamira
Pude conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo
Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de
Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a
generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas
del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí
a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Tomás Velázquez es el autor de un libro (Guía del escalador mexicano) que fue muy comentado y sirvió mucho a los
escaladores de aquel tiempo y sigue vigente.
Luego
de otro trago de vino y otra rebanada de queso, Yuma refirió algo de historia
del siglo diecinueve ocurrida precisamente en esta región minera en la que
ahora nos encontramos:
- “Viajeros”, “Expediciones científicas”,
“Gambusinos”...Todos querían conocer
entonces las potencialidades de México
apenas, Hidalgo ha dado el grito de independencia frente a Francia, y que en
seguida se dirigirá contra España. Se tenía horror por el curso que había
llevado la revolución francesa y de plano ya no se toleraba en México a los “gachupines”.
Humboldt
de Alemania y Poinsett de Estados Unidos son los primeros en llegar. El primero
mide la altura de las montañas, estudia las minas y se mueve en el ambiente de
los hombres de la ciencia.
El otro, Poinsett, es un "simple" viajero que
vino a formar las logias del rito yorkino, enemigas de los españoles
peninsulares en México, que a su vez se habían organizado formando, para su
defensa contra los insurgentes, las logias del rito escocés (después Poinsett
regresará a México como Plenipotenciario y primer Embajador de su país).
Ambos, Humboldt y Poinsett, son los personajes
que envían a sus respectivos gobiernos
informes puntuales de lo que hay en el subsuelo y en la superficie del
país, de su gente, de sus costumbres. Después de tres siglos de un
control absoluto de la libertad de expresión, por parte de España, los
mexicanos les dan la bienvenida sin pensarlo dos segundos.
Procedentes
de países anglos, los nuevos visitantes incluían siempre, como requisito
para decidirse a invertir en México, el tema de la libertad de cultos. Les
interesaba introducir el cristianismo liberal en un ambiente cristiano romano. Casi
todos los insurgentes eran católicos, y abundaban los caudillos – sacerdotes,
pero necesitaban dinero para reconstruir minas y presas...
En
este panorama social mexicano también llega Henry George Ward, Encargado de
Negocios de su Majestad de Inglaterra, a las costas de Veracruz. Los caudillos
mexicanos del momento lo esperan con los brazos abiertos. Necesitan
reconocimiento político y también esperan que invierta su capital. Los
caudillos tienen tan sólo una década en la lucha y se revelan, a pesar de eso,
como experimentados negociadores.
Empero, los otros, los extranjeros, tienen mil años de experiencia...
Esos viajeros eran tan preparados
académicamente que, sin excepción, dejaron trabajos de “observación” que a la
postre resultarían verdaderas joyas de la “literatura de viajes” enfocados a
los más diversos aspectos que eran de su interés tales como la minería,
política, historia, arqueología (cuando
en México ni se soñaba que existiera esta ciencia de la antropología),
sociología, economía, potencialidades geográficas como selvas, ríos...Hasta un
siglo más tarde Gamio empezará con sus trabajos pioneros en cuanto a la
antropología.
Ward observa que, con una patente falta de
visión, los insurgentes habían destruido las presas de las que se alimentaban
la extensas tierras de las haciendas de los españoles. Cuando cesó la contienda
los insurgentes se encontraban dueños de una tierra yerma y sin dinero para
reparar esas presas. Lo mismo sucedió con las ricas minas.
El gran Tiro General de la mina la Valenciana ya había costado a los españoles
un millón de dólares en 1801. Y se siguió invirtiendo en ella durante años. En
1810 las tropas de Hidalgo la inutilizaron y en 1818 fue destruida por los
seguidores de Mina. Después se necesitó concesionar este importante lugar a la
Anglo Mexicana Association para que volviera a producir.
Al cerrar una mina se caía la economía de la región. Los labradores, artesanos, pequeños ganaderos o pastores dependían en mucho del poder adquisitivo de los obreros mineros. La historia oficial nos ha impedido realizar un trabajo más a fondo y estudiar a algunos de estos caudillos.
Con el argumento de quebrar la economía de los españoles acababan
con lo que sería el patrimonio de los mexicanos. Individuos que de pronto aparecían
en nuestras costas al frente de un grupo de rebeldes armados y
pertrechados, con dinero de sus propios
bolsillos, y al grito de ¡Viva la
Independencia de México y mueran los gachupines!, quemaban sus ricas tierras de café, destruían sus
fabulosas minas y volaban las grandes presas!...
Otra
de las observaciones que hace Ward es que fue desde los lejanos tiempos de la
colonia, y durante prácticamente los tres siglos que ésta duró, que nuestra ecología sufrió un grave daño. Lo
que les interesaba sobre todo a los españoles, desde los días de la conquista,
era la extracción de la plata. Para tal actividad se necesitaban enormes
cantidades de madera que satisfacían cortando árboles de todos esos bosques de
la amplia franja norte de Pachuca, como
es Tulancingo, Chico hasta Zimapan, en
los que se encuentran ubicados los macizos montañosos de importancia alpina de
los Frailes, las Monjas, las Ventanas, Peñas Cargadas.... Y más allá los
bosques de Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas...
El Obelisco, en la región de
Los Frailes, Actopan, estado de Hidalgo, México.
Manuel Ramírez (guía alpino
de la ciudad de Pachuca), en la cumbre, llevó a cabo su conquista.
Foto de Armando Altamira
Ward
insiste que la guerra de independencia
trajo la casi destrucción de la exitosa industria de la minería en México. Pero dada la tecnología y el capital, que era
necesario para volver a echarlos a
andar, estos no se encontraron a la mano y los mexicanos, ya independientes,
tampoco pudieron beneficiarse de las minas, ahora suyas. Muy relativamente
suyas: “En 1826 estaban establecidas allí (en la región de Temascaltepec) cinco
compañías, dos inglesas, dos americanas y una alemana; no había una sola mina
explotada por alguna compañía mexicana a pesar de que el señor Septión, del
tribunal de Minería, es propietario de una, San Francisco de Paula, para la
cual todavía está buscando quién le proporcione avío”
-¿Eso,
donde lo dice?-pregunta Kiva.
-El
libro de Ward se llama “México en 1827”,
Fondo de Cultura Económica).
-Sigue-
le digo.
-La prosa de Ward, elegante, sencilla y culta,
descubre una educación de las mejores universidades europeas de su tiempo. Aun
en pleno siglo veintiuno es agradable leerlo. Sobre todo si recordamos que a la
sazón, en el diecinueve, algunos de los mejores
escritores mexicanos se esforzaban
por llenar sus escritos de citas en latín y un español de España muy rebuscado. Ward mezcla, con cuidadosa dosificación, el
dato exacto y la sabrosa anécdota.
Podemos
imaginar una pequeña expedición inglesa que atraviesa el bárbaro y muy pobre
territorio mexicano, carente de caminos para carruajes. Sólo senderos para
animales de carga, llevando consigo tiendas de campaña, camas de latón y
sirvientes. Además un surtido vestuario
para cambiarse de ropa a la hora de tomar el te, lo que hacen en pleno campo abierto
o entre la agreste montaña. Evita describir el absurdo de cómo hacían sus
necesidades fisiológicas en un país donde no se conocían los elegantes
“retretes” de Inglaterra.
Sobre todo es muy cuidadoso en sus expresiones que escribe de las gentes, los lugares y costumbres de México. Al final, como a Lawrence de Arabia le pasó con las arenas del Cercano Oriente, parece que Ward fue conquistado por México. Llegó a tomar, con agrado, pulque y pidió al conde de Regla que le llevara a bautizar a una de sus hijas...
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