Los estoicos no dudaban. Su fe
en la existencia de la divinidad está fuera de toda elucubración.
El resto del mundo es el que
quiere ver a la divinidad con los ojos del cuerpo. A semejanza de cuándo vamos
al médico: pesarlo, medirlo o, en manos de la policía, interrogarlo: ¿Por qué
esto, porque aquello? Los malos viven bien y los buenos sufren etc.
Ya Jardiel Poncela nos ilustró
que, aun en el caso que tuviéramos a la divinidad frente a nosotros, de carne y
hueso, no sólo en espíritu, pronto se le perdería el interés.
Cuando Dios llegó a España, la plaza de toros, que fue el punto en el que descendió del cielo, o se hizo visible, estaba a reventar de gente de todos los modos de pensar. Materialistas pronto a descubrir el engaño, anarquistas listos a hacer explotar dos o tres bombas y volar el estado en mil pedazos, gente de la Iglesia católica que también acudió llena de prevención por tantos mesías que en los siglos han aparecidos en las plazas diciendo Yo Soy el que Soy, protestantes ávidos de preguntarle qué le parecían las 95 tesis de Lutero.
¿Una plaza de toros? Los puritanos se escandalizaron ¿Cómo se le ocurre a Poncela semejante barbaridad? ¿Por qué no en el Vaticano o en alguna de sus miles de grandes catedrales que tiene en el mundo? Tenía su base. Si Jesús bajó a los infiernos una plaza de toros era como un hotel de lujo. Sobre todo ( después de citar veinte grandes párrafos de la Biblia), remarcaban este "sobre todo" a Dios nunca lo ha visto nadie.
Ya Plotino ( neoplatónico y el ultimo de los grandes pensadores paganos) en el siglo cuarto escribió, en su tercera Enéada, hablando del Amor universal:
Este ultimo está por entero en todas partes del universo donde le place, bajo las diversas formas adecuadas a cada parte se revela él mismo con figura visible, cuando esto le conviene.
Como sea, a las conferencias que daba el
Señor acudían cada vez menos gente. Les
recordaba lo que tiempo atrás ya le había dicho, cuando les ofreció un desayuno a base de pescados y pan: cuidado con las riquezas mal
habidas, la lujuria, el egoísmo, la ataraxia patológica. Finalmente ya no asistió nadie. El Señor consideró que
era el momento de dar por terminada su Tournée
aquí en la tierra y regresar a su espacio sideral vacío sin tiempo ni espacio.
Dios se quedó hablando solo.
Menos les interesaba a los de
la prensa cubrir esa despedida. Dios había dejado de ser noticia y qué caso
tenía? Por no dejar, buscaron un espacio en sus prensas. Lo encontraron en un pagina que llenaba el anuncio
de una pomada contra los callos y, en letras chiquitas (para no incomodar al
patrocinador de la pomada), aparecieron tres palabras: “Dios se va”.
Con el razonar empírico de los
humanos se podrá llegar a la cumbre de la montaña, pero no más allá.
Del libro Técnica alpina, de Manuel Sánchez y
Armando Altamira, UNAM 1974
Séneca, considerado como estoico, leído desde el siglo nuestro, parece repetir principios del cristianismo. Sólo que Séneca nació cuatro años antes de empezar lo que es el tiempo cristiano. Cuando Jesús muere en Jerusalén, Séneca tenía 32 años de edad con amplios conocimientos de la paideia griega.
Años más tarde los primeros cristianos llegados a Roma eran sólo
una pequeña y desconocida secta de tantas que pululaban por el suelo romano.
Lo que Pedro y Pablo
susurraban en secreto, en lo profundo de las catacumbas, Séneca ya lo tenía
publicado y distribuido con los pensadores de su contexto social.
Un solo párrafo de sus Tratados filosóficos habla de la creación, de los hados que luego Leibniz llamaría noúmenos y el cristianismo almas. De un presente, de lo que sucede, como resultado de lo que antecede, que luego Kant, los desglosaría magistralmente dentro de la ley del enlace entre causa y efecto. De no detenerse mucho en cosas tan mudables de la tierra porque la meta del humano es el cielo imperecedero, que él llama universo.
Los hados nos guían, y la primera hora de nuestro nacimiento dispuso lo que resta de vida cada uno; una cosa pende de otra, y las públicas y particulares las guía un largo orden de ellas. Por lo cual conviene sufrir todos los sucesos con fortaleza, porque no todas cosas suceden como pensamos; viene como está dispuesto, y si desde sus principios está así ordenado, no hay de qué te alegres ni de qué lo llores, porque aunque parece que la vida de cada uno se diferencia con grande variedad, el paradero de ella es uno. Los mortales sabemos recibido lo que es mortal; use, pues, la naturaleza de sus cuerpos como ella gustare; y nosotros, estando alegres y fuertes, en todo, pensemos que ninguna cosa de las perecederas es caudal nuestro. ¿Qué cosa es propia del varón bueno? Rendirse al hado por ser grande consuelo el ser arrebatado con el universo. ¿Que razón hubo para mandarnos vivir y morir aquí? Aquel Formador y Gobernador de todas las cosas escribió los hados, pero síguelos, una vez lo mandado, y siempre los ejecuta.
Fe inquebrantable en lo
dispuesto por el Formador, como él lo llama, pero conscientes por tener, desde antiguo, al menos
quinientos años atrás, los diálogos de Platón en toda su maravillosa obra construida
a base de tesis y contra tesis. Con sus puntos centrales de la tierra y el
cielo o, como ahora se dice, la razón
humana y las ideas de corte neumónico o metafísico.
Como Hegel más tarde, Platón es un idealista y
también un materialista. Paradigma de todas las variantes del pensamiento
occidental ulterior.
Allá en Grecia, Pablo se nutrió de ideas platónicas (como luego lo haría San Agustín), que luego esparció en las catacumbas romanas enmarcadas ya en el mensaje de Jesús.
Pablo conoció allá los dos modos de la divinidad El monoteísmo vertical, con Zeus a la cabeza, y el politeísmo horizontal con diosas y dioses y poder propio no siempre obedientes a Zeus, según relata Homero. Se identificó con el primero.
Hombre sabio, con una
educación rabínica amplia, en contraste de los sencillos apóstoles de Jesús,
Pablo estaba, sin embargo, consciente que el mandato lo tenía Pedro. A Pedro
había que seguir en las duras y en las maduras, así llueve, truene o relampaguee.
Andando los siglos, con la
Ilustración, la duda en la existencia del Formador se hizo presente con más
fuerza y muchos carecieron ya de aquella fe inquebrantable de los estoicos.
Pero tampoco nada fue nuevo.
Ya entre los contemporáneos de Sócrates estaba Aristófanes (450 a C.), el
filósofo irreverente que, de manera formidable y sintética, es como el Jardiel
Poncela español, para ilustrarnos qué sucede cuando ya no se es dueño de la fe
estoica.
En su obra de teatro, conocida
como La Paz, dos criados del palacio
de Trisgeo dialogan y uno de ellos pregunta. ¿Cómo le haré para ir derechito a
Zeus? Luego se puso a fabricar unas escaleritas débiles y de poco sostén y por
ellas intentaba subir al cielo…pero se vino abajo y se quebró la cabeza.
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