Referencias:
Altamira
Gallardo Armando, El invierno español de
1936, editado por el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional
Autónoma de México, enero 1994 (Cuaderno de comunicación sindical número 43)
AVNI,
Haim LAZARO CARDENAS Y LOS REFUGIADOS
JUDIOS, Ed. La Jornada Semanal No.
Harold
D. Sims, La expulsión de los españoles de
México, 1821-1828, Editorial Fondo de Cultura Económica, México 1985.
191, 7
de febrero de 1993.
BROUE,
Pierre y Témime Emile, LA REVOLUCION Y LA
GUERRA DE ESPANA. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
CECILIA,
Frost Elsa, LAS CATEGORIA5 DE LA CULTURA
MEXICANA. Ed. Universidad Nacional
Autónoma
de México, 1990.
IBAURRI,
Do/ores, EL UNICO CAMINO, Ed. Era,
S.A. México, 1963.
LONGO,
Luigi, LAS BRIGADAS INTERNACIONALES EN
ESPAÑA, Ed. Era, S.A. México, 1 977.
MUÑIZ—Huberman,
Angelina, EL JUEGO DE ESCRIBIR, Ed.
La Jornada Semanal, No. 74, 11 de noviembre de 1990,
NENI,
Pietro, LA GUERRA DE ESPANA, Ed. Era,
SA. México, 1967.
PAYNE,
G. Stanley, FALANGE, HISTORIA DEL
FASCISMO ESPAÑOL, Ed. Sarpe, Madrid, 1985.
PEIRATS,
José, LA CNT EN LA REVOLUCION ESPAÑOLA,
Ed. CNT, Toulouse, Francia, 1952
WISKEMANN,
Elizabeth, LA EUROPA DE LOS DICTADORES Siglo
Veintiuno Editores, S.A.
México,
1978.
Sucedió hace ya muchos años. Un testimonio para que los
demócratas no echen a perder el voto por la democracia.
El
movimiento social en España hacia 1936 fue una conmoción general que venía
madurando desde algún tiempo. Desembocó en el triunfo de la República mediante
un proceso completamente democrático de elecciones en todo el país. Es decir
una rica gama de partidos que, como denominador común, podrían llamarse de
izquierda, ganó legítimamente su acceso al poder. “Las izquierdas obtuvieron
una victoria clara, aunque no fuese aplastantemente numérica” (Payne). Por
diversas causas este historiador considera que España es un país dentro de la
Europa occidental, que llegó tarde al nacionalsocialismo, al fascismo y también
al socialismo: “Durante varias generaciones su desenvolvimiento social y
político se apartó tanto de los módulos europeos que el socialismo y el
nacionalismo a la europea maduraban en España muy lentamente”. Y aun hubo
grandes novelistas españoles, como Pío Baroja, que externaban una opinión
parecida: “La democracia, de Repúblicas el socialismo, en el fondo, carecía de
raíces en nuestro pueblo “(citado por Payne). Y sin embargo el socialismo
democrático había triunfado en toda la línea.
Nosotros
creemos que más que ausencia de todo fue una nueva presencia de todo, que para
entonces España era el crisol donde bullían las ideas, pero con tanta fuerza,
que era difícil para cualquiera de ellas imponerse a las otras. Dos ejemplos.
Las izquierdas marxistas (no las anarquistas) pese a todo el empuje que
desplegaron y el apoyo que recibieron de Stalin, no lo consiguieron. La iglesia
católica misma, con toda su tradición en España y la ayuda internacional que
proporcionó tampoco pudo imponerse como grupo aislado.
Eran
nueve partidos políticos de la izquierda y dos grandes asociaciones sindicales,
la Unión General de Trabajadores (UGT) socialista, y la Confederación Nacional
del Trabajo (CNT) de acción anarquista. El presidente en el principio fue
Manuel Azaña, al último Negrín. De hecho tres sectores componían este Frente
Popular: el socialista, el marxista y el libertario. Los comunistas llamaban a
este frente,así : “Frente Popular”. Los anarquistas preferían no llamarlo de
ninguna manera.
Al
principio de 1936 la relación de fuerzas de estos grupos, de miembros
afiliados, estaba como sigue: anarcosindicalistas: 1,577 mil; socialistas:
1,447 mil; comunistas: 133 mil (Peirats). Este mismo autor refiere que en los
frentes se encontraban luchando muchos voluntarios procedentes de prácticamente
todo el mundo que no pertenecía a ningún partido, o al menos nadie sabía este
dato porque las circunstancias apremiantes de la guerra no les daba tiempo de
abrir un expediente en forma. Así pues cada uno de estos grupos (comunista,
anarquista y socialista) decían que eran de los suyos. Más tarde, con la ayuda
prestada por la Unión Soviética a la República, en armamento y combatientes, el
número de afiliados al Partido Comunista Español aumentó su membresía.
El
resultado de las urnas dio origen a una sublevación armada en otra parte del
pueblo español. Habían perdido por poco margen en las urnas pero sus puntos de
vista no eran tomados en cuenta porque sencillamente no había tribuna
parlamentaria en donde hablar. La radicalización fue absoluta y ni quien
pensara en los derechos de las minorías. O que las minorías legitiman a las
mayorías, etc.
Y es
que para entonces las condiciones sociales en España estaban tan aceleradas que
“José Peirats, cronista de la CNT, declara que en cinco meses, del 17 de
febrero al 17 de julio de 1936, se produjeron 213 atentados, 113 huelgas
generales, y 228 huelgas parciales. Estos disturbios costaron la vida a 269
personas, elevándose el número de los heridos a 1,287” (Payne). El panfleto y
la propaganda partidista sólo contenían palabras calientes y la mesura fue
pronto desterrada de la Península. Y si en algún momento hubo sectores
españoles que pensaron en la cordura y en la unidad, del exterior llegó más
combustible y la hoguera se encendió aún más.
Casi
todo el Ejército se puso del lado de los rebeldes. Unión Militar Española fue
el instrumento de oposición dirigido en un principio por los generales
Sanjurjo, Mola y Franco. El nombre completo de este último era Francisco
Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde. “Un hombre pequeño y cauto que
ha logrado sobrevivir a las constantes mutaciones de calidoscopio político
“(Payne).
Pero
no eran dos bandos antagónicos sino nueve, bien definidos. El tercero lo hacían
los países empeñados en dominar la escena española para sus propios intereses.
El cuarto grupo estaba dentro de las mismas izquierdas. Los escritores
comunistas dicen que era el anarquista. Estos aseguran que fueron aquellos.
Del
lado de las derechas había por lo menos cuatro grupos, todos con posiciones muy
encontradas. El famoso partido la Falange era contrario en un principio a las
fuerzas conservadoras, a la iglesia y a los monárquicos. Los requetés, fuerza
armada, eran católicos. Luego el Vaticano, con todo su poderío político mundial
y económico. El otro grupo era el poco conocido, y también poco mencionado,
pero que en el fondo daría coherencia hacia mediados de los años cincuenta
(pero ya desde 1929 había empezado a adquirir posiciones considerables) al
bando franquista y era el Opus Dei: “El principal sostén del nuevo gobierno lo
constituía la participación en el mismo de los miembros de la asociación
católica seglar y secreta del Opus Dei, orden religiosa misteriosa y hermética
fundada por un sacerdote aragonés en 1929 “(Payne). El noveno que, como
veremos, no se ajustaba a ningún matiz político callejero ni se ligaba ni se
acercaba a ninguno de ellos, la
masonería.
Cada
grupo tratando de ser más fuerte en la guerra, en la política y frente al
pueblo para poner en práctica su ideología. Románticamente podríamos decir que
los franquistas querían conservar la sociedad de explotación de las masas, pero
también aquella grandeza que hasta entonces España había logrado en un trabajo
centenario y que saliendo de los orígenes ibéricos había evolucionado hasta
conquistar medio mundo. O el mundo completo conocido hasta entonces. Los
comunistas querían una sociedad diferente. Los anarquistas un hombre nuevo,
iconoclasta, al estilo de Nietzsche, pero de izquierda.
Los días de gloria
No es
la novela de la guerra. La guerra española fue en realidad una guerra tan
cruenta como todas las guerras. Y más. Es revelador de ello el siguiente
ejemplo. Cuando España Republicana se hizo jacobina (la ancestral liga
iglesia-Estado opresor fue su motivación) y empezó a matar sacerdotes, violar
religiosas, asesinar creyentes y a derribar templos (Broue dice que solamente
en los primeros seis meses 411 templos quedaron deshechos): “Las iglesias
fueron destruidas o cerradas y el culto prohibido”, la España nacionalista vio
cómo los contingentes católicos, formados por los requetés, se armaron lo mejor
que pudieron y se fueron a los frentes de batalla a librar la nueva “guerra
santa”.
El
Vaticano envió cerca de Franco a un nuncio. El primero de julio de 1 937, 43
obispos firmaron y publicaron lo que se llamó la “Carta colectiva de los
obispos españoles” y los recursos hacia Franco se puede decir que fueron
ilimitados.
Tampoco
fue la novela romántica que cantaba cada partido en sus panfletos. Aparte de
toda esa carnicería que se hizo, unas veces en nombre del progreso y otras en
nombre de la tradición, los que ganaron fueron otros, pero no los españoles. A
la URSS fue a dar su oro y, a tal grado, que “El envío a Rusia de la mayor
parte del oro español provocó más tarde violentas controversias entre los
dirigentes republicanos” (Broue). Alemania se llevó sus metales. A México llegó
su dinero: “La llegada México en marzo del barco español Vita, que traía parte
de las reservas del erario de la República, de un valor de unos 50 millones de
dólares” (Avni). Francia también obtuvo su oro español. Cuando Franco exigió de
Francia reconocimiento DE JURE a comienzos de 1939, dice Broue que “pidió a los
franceses que le entregaran los bienes españoles en Francia, el material de
guerra, el oro del banco de España, etc”. Respecto de los logros inmediatos,
Alemania pudo extraer mucho de lo que necesitaba para su industria de guerra a
cambio de la ayuda material que prestó a Franco. Como contrapartida, y ya que
se perdió la contienda para el comunismo en España, se podría pensar que la
Unión Soviética invirtió de manera estéril, no obstante el oro español le había
sido remitido tempranamente. Wiskemann escribe: “Stalin sacó ventaja a Hitler y
a Mussolini pues el gobierno español (republicano) le pagó en oro antes de
fines de octubre “de 1936.
Nadie
dio nada a España de manera gratuita. Mucho después Estados Unidos ayudaría a
la economía de España pero a cambio de una base. Para otros la tajada fue
política o religiosa. Quizá el que más puso y menos pudo sacar fue Mussolini.
Ciudades en ruinas, huérfanos centrifugados por todo el mundo, “colocados”
entre familias extrañas, y un dolor inmensurable fue lo que al final España
tuvo entre sus ensangrentadas manos. Y en la actualidad adultos españoles viven
en el planeta desarraigados de su caro suelo español que los vio nacer. Aunque
ya deben de quedar pocos.
A la
postre, ya sabemos, ganó Franco. Lo que se pudo ver entonces es la política de
No Intervención manejada por las naciones europeas, principalmente por
Inglaterra seguida por Francia y apoyada fuertemente desde lejos por Estados
Unidos, desde el seno de la Sociedad de las Naciones, o League of Nations,
antecedente de la ONU. En apariencia esto le impedía a la República comprar
armas, modernas y suficientes en número, para enfrentarse con éxito a los
rebeldes que además de haberse quedado con el Ejército regular poseían las
armas, y también eran apoyados convenientemente en tales renglones por
Mussolini y Hitler. En el principio así fue. Longo, escritor comunista,
escribe: “El 25 de julio (1936) apenas ocho días después del comienzo de la
insurrección, el gobierno francés prohibió la exportación de armas a España, e
invitaba a otros países a obrar de la misma manera”.
En
realidad no se suministraban armas de manera abierta oficial, sino que buscaban
formas subrepticias de hacérselas llegar. Broue, anarquista, dice que el
consejo de ministros francés en su reunión del 25 de julio (1936) decidió
recurrir a un ardid: “se utilizó el expediente de una venta ficticia al
gobierno mexicano que quedaba en libertad de utilizar armamento así puesto a su
disposición en favor de Francia.” De esta manera se explicaría la remisión
famosa que México hizo de armas para ayudar a los republicanos. Si bien es
cierto que en esta etapa el armamento estaba tan anticuado que se decía que era
“del tiempo de la guerra de Crimea”.
De
todas maneras las fuerzas que sostienen políticamente a la República encontraron
la manera de conseguir armamento, y ahora del más adelantado, aparte del que
abiertamente le proporcionaba Rusia.
Los
emboscados vendedores de armas hacen también su gran negocio. Ibarruri, La
Pasionaria, comunista, escribía: “Es falso afirmar que la escasez de armas nos
impida seguir combatiendo. Tenemos armas suficientes para resistir y deshacer
cualquier ataque enemigo”. Y Nenní, comunista, se refiere a este punto con las
siguientes palabras: “El frente madrileño parece un trágico laboratorio donde
se desarrolla una dramática experiencia”.
Las condiciones sociales en España estaban tan aceleradas que “José Peirats, cronista de la CNT, declara que en cinco meses, del 17 de febrero al 17 de julio de 1936, se produjeron 213 atentados, 113 huelgas generales, y 228 huelgas parciales. Estos disturbios costaron la vida a 269 personas, elevándose el número de los heridos a 1,287” (Payne).
Francia fue la ruta por la que, de manera callada, entró la mayor parte del material bélico para los republicanos, más que por el Mediterráneo, que por lo general controlaban naves italianas y alemanas. Oficialmente Francia era fuerte apoyadora de la política de No Intervención y podía exhibirse así en todos los grandes foros internacionales que hablaban el lenguaje de la paz de los pueblos, pero los Pirineos conocieron el paso de los traficantes de armas de todas partes.
Inmensas
fortunas se hicieron entonces a costa de la sangre de los españoles e
internacionales que fueron a pelear a España. Conscientes de este tráfico
incesante de armas a través de los Pirineos, los nacionalistas se dieron prisa
en tomar las provincias del norte, como realmente lo hicieron, para de esta
manera parar la afluencia de armamento con lo que se beneficiaban los
republicanos: “Era el ensayo general, el primer choque, la prueba de ensayo de
sus armas (de alemanes e italianos) contra las procedentes de Checoslovaquia o
de Rusia, la primera utilización de un material destinado a ser empleado en más
amplios campos de batalla” (Broue).
Enrique
Sotomayor, destacado dirigente de las Juventudes Estudiantiles del lado de
Franco al terminar la guerra, exclamaba en uno de sus discursos: “Los mismos
que durante siglos nos han venido acorralando y venciendo, los que fueron
contando moneda a moneda mientras que nosotros perdíamos hombre a hombre”
(Payne).
Del
lado de Franco llegaron italianos y alemanes para ayudarlo a combatir a los
republicanos. Broue asegura que “En este campo, al menos, la moderación alemana
contrasta con la imprudencia del gobierno fascista. Cierto es que Alemania
tenía menos intereses inmediatos en el Mediterráneo que Italia, y para su
gobierno no era absolutamente necesaria la victoria total de Franco. Sin duda
es exacto que Berlín no buscó en España ninguna ventaja política, pues los
alemanes no se hacían ilusiones al respecto: no se imaginaban que el
nacionalsocialismo pudiera ser introducido jamás en España”. Más adelante dice
que “Los alemanes nunca fueron mucho más de diez mil hombres” en tanto los
italianos alcanzaron la cifra de 60 mil en total al término de la guerra”.
También
Payne escribe que en octubre de 1936: “el principal consejero político de la
Wilhelmstrasse, Ernest von Wezsá había manifestado a los representantes
alemanes en España que no estaban autorizados a ejercer la menor presión para
tratar de favorecer una revolución del tipo nacionalsocialista en aquel país.
Los
alemanes jamás se apartaron de esta línea.
Contra
todas las hipótesis lanzadas por los que han escrito de esta guerra, en el
sentido que Alemania e Italia tramaron toda una conjura para apoderarse del
control de España, Payne dice que fue el general español Mola el que el 1 7 de
julio, había lanzado la flecha de la insurrección sin estar seguro dónde
exactamente iba a parar esa flecha. Parece ser que aquellos ni enterados
estaban del levantamiento: “No hay ninguna prueba de que lo mismo el gobierno
alemán que el italiano estuviesen al corriente del golpe que se preparaba, ni
mucho menos de que lo hubiera provocado”. Y más adelante este autor agrega: “La
rebelión militar (de Mola) cogió a los italianos por sorpresa”.
Por lo
general eran soldados regulares, con preparación militar apropiada y otros,
como la Legión Cóndor, de los alemanes, tenían entrenamiento especial. De los
“voluntarios” enviados por Mussolini Broue hace la observación: “La mayoría de
los soldados, destinados a España fueron, al parecer, designados de oficio
entre las tropas ya entrenadas. Al principio se trató en su mayor parte de los
que habían hecho campaña en Etiopía.
La
República recibió apoyo de la Unión Soviética. También llegaron hombres de
Italia, Alemania, México, Estados Unidos y cincuenta países más en tal medida
que pronto se organizaron lo que se conoció como “Brigadas Internacionales”.
Verdaderas legiones de hombres soñadores que luchaban por la libertad y la
democracia. Longo dice que, de hecho, la República recibió ayuda de todo el
mundo: “Todos los continentes, razas y pueblos, están representados por sus
mejores hijos en las filas de los defensores de la República Española. Hay
voluntarios de 53 países”.
Hombres,
y también algunas mujeres, que tenían como norma cambiarse de nombre. De la
tierra de donde procedían se llamaban de una manera, en España de otra y más
tarde se les encontraría actuando en la Segunda Guerra Mundial bajo otro
nombre, muy al estilo de Bruno Tráven, ese gran novelista que fuera conquistado
por México y del que también la leyenda dice que actuó en la guerra española al
lado de los republicanos, bajo quién sabe qué nombre.
La
Falange, partido nacionalista, “poético y literario” del principio, como había
sido caracterizado por José Antonio Primo de Rivera, a partir del 2 de
noviembre de 1933 en que en Daimiel fuera muerto a puñaladas uno de sus
miembros, colocó en segundo lugar su carácter cultural para dedicarse más a
acciones con la pistola en la mano en un medio político que, a semejanza de los
otros países europeos de esos años, las piezas de oratoria eran acompañadas con
balazos y cuchilladas.
En los
meses que siguieron las calles de las ciudades españolas fueron sembradas por
cadáveres tanto de socialistas como de nacionalistas. Fue el momento en que los
políticos de todos los colores dejaron de comprar lápices y cuadernos y
empezaron a preocuparse por obtener las mejores armas del mercado internacional
“Contra la voluntad de José Antonio Y hasta contra sus esperanzas, la
dialéctica natural de su movimiento impulsaba a la Falange hacia una carrera de
violencias” (Payne).
Así
fue como la revolución civil desembocó en una auténtica guerra. Un conflicto
casero que se internacionalizara sin salir de sus propias fronteras poniéndose
en juego intereses de muchas partes ajenas al lugar. Todos intentando
rescatarla. Lo secular quería salvarla. La religiosidad también quería
salvarla. Luego veremos que, en ese estado de cosas, precisamente los que no
querían salvar- a la democracia española eran los que se decían países
democráticos. Cuando les convino simplemente dieron el reconocimiento al
dictador Franco Y arrojaron a la basura el proyecto de libertad y democracia
que tanto habían cantado en el mundo a nombre de la España Republicana. La
primera potencia que reconoció a Franco fue Inglaterra:
“El 16
de noviembre, el gobierno inglés, para la protección de sus intereses, se
decidió a reconocer de FACTO al gobierno de Burgos” (Broue).
Para
dar una idea de lo que fueron las Brigadas Internacionales, del bando
republicano (pues en cierto modo también hubo Brigadas Internacionales del lado
nacionalista, aunque nunca se llamaron así), Longo dice que, nada más en el
batallón “Dimitrov” se hablaban doce idiomas distintos y que esto representaba
siempre un problema de entendimiento. Broue agrega que “El 9 batallón de la 14
brigada se conoció con el nombre de “Batallón de las nueva nacionalidades”.
También
deja constancia que, por conveniencia de inflar los números, ha habido
exageraciones entre escritores de todas las tendencias políticas, quienes
hablan de “cientos de miles”, pero que las cifras máximas de las Brigadas
fluctuaron entre 30 mil y 50 mi combatientes en su mejor momento. Propone un
contingente de 50 mil, pero: “Si estimamos el efectivo de una brigada en 3,500
hombres, lo que es un máximo, pues las brigadas rara vez tuvieron completos sus
efectivos”. André Malraux dice que no pasaron de 25 mil (dato citado por
Broue).
La
mitad del mundo socialista se fue a España a luchar contra Franco, desbordando
valor y entusiasmo, pero pocos sabían el arte de la guerra. Es cierto que
fueron reforzados por esos internacionales que eran veteranos de la primera
guerra mundial, pero “buena parte de estos jóvenes llegan al frente sin haber
empuñado jamás un arma. Algunos caen antes de haber disparado la primera bala”
(Longo).
Este
mismo autor relata que los combatientes a favor de la República “Van al frente
en mangas de camisa o en ropa de trabajo, vestidos con el MONO, que durante
semanas de lucha distingue a los republicanos. Pero al llegar la noche, sin
mejor defensa, sufren por el frío y la humedad.
Durante
la batalla, una vez agotados los cartuchos que se llevan en los bolsillos como
el mejor tesoro, los combatientes se encuentran de pronto inermes y deben abandonar
las posiciones. Con frecuencia regresan tranquilamente a sus casas, a la
ciudad”.
Los
voluntarios por el lado de Mussolini se agruparon en la organización CORPO
TRUPPE VOLONTARIE (CTV). Esto de voluntarios, ya lo anotamos debe leerse entre
líneas, al menos en lo que se refiere a soviéticos (para el lado republicano) y
a los italianos (de Franco). Los enviados de Stalin eran hombres bien
preparados en lo militar y en la política. Los de Mussolini no se quedaban
atrás. Eran en parte voluntarios captados en los locales del partido fascista y
otros habían salido directamente de los cuarteles. Como fuera, todos ellos, de
un bando o de otro, percibían su paga mensual.
Las
Brigadas Internacionales eran financiadas por los partidos antifascistas de sus
respectivos países. El ejemplo más patente de ello lo constituyó el batallón
“Garibaldi” de los italianos. Pero organizaciones de otros países podían
patrocinar también a Brigadas de otras nacionalidades con este mismo fin. Longo
apunta: “En Francia se encuentran ya Nenni y Nicoletti. Su intención es la de
asistir al congreso de las TRADE UNIONS inglesas y pedir ayuda a favor de los
garibaldinos en España”.
De
todas maneras la República debió asumir muchos de los gastos de esos
voluntarios de otros países en alojamiento, víveres y ropa. Sobre todo si se
piensa que cientos de combatientes debían ser retirados heridos de los frentes
y llevarlos a las ciudades donde permanecían inactivos convalecientes. Broue
apunta que en enero de 1939, cuando la defensa de Barcelona: “En Barcelona,
sobrevivir se había convertido en el primero de los problemas. Todo faltaba: ya
no había carbón, ni electricidad. Las tiendas estaban vacías; inclusive en el
mercado negro, la penuria se había generalizado”.
En
ocasiones esto producía rivalidades con los mismos españoles republicanos a los
que habían ido a ayudar. Como las Brigadas Internacionales estaban más
pertrechadas podían dar mejores batallas y con frecuencia hubo descontento.
Cuando a los voluntarios españoles socialistas se les terminaba el parque,
abandonaban la lucha y regresaban a la ciudad, como hemos visto. Los
internacionales en cambio seguían luchando.
En
parte a esto se debe que la historia de la guerra registre un ligero mayor
empuje en estos que en los españoles. No es que les faltara valor, lo que les
faltaban eran balas. La batalla de Teruel, y más tarde la del Ebro y las
defensas de Madrid, fueron los escenarios donde los combatientes españoles, de
los dos bandos, reafirmaron que peleaban corno cualquier otro guerrero en
“Teurel fue quizá, como dijo Rojo, la resurrección de la grandeza moral” del
combatiente.
Muchos
de los voluntarios nacionales, y también de los internacionales, creyeron en un
principio que apaciguar las cosas era cuestión de pocas semanas. Pero la guerra
empezó a alargarse y los combatientes se fueron cansando. Muchos soldados de
Mussolini se pasaban a las fuerzas de la República y después ya con más
libertad dejaban el frente de batalla, llegaban a la ciudad española más
próxima y buscaban su regreso a Italia.
Los
españoles, enfrentados entre sí y dejados a sus propios recursos, hubieran
protagonizado una acción golpista más o menos como tantas que ha habido en este
siglo por todo el mundo. Lo que le dio grandiosidad al conflicto fue que ahí chocaron
intereses demasiado fuertes. Su panorama de guerra fue distinto a lo que
conocemos como movimiento armado de la Revolución Mexicana (aunque aquí fueron
más años e igual cantidad de muertos que allá) debido a que aquí solo había una
potencia extranjera oyendo a las facciones contrarias, Estados Unidos. En
cambio en España eran varios países dirigiendo, todos ellos muy fuertes.
Hacia
mediados de 1938 el comité de No Intervención decidió retirar a las brigadas
Internacionales de los dos lados. En el fondo fue un teatro la tal medida: “La
evacuación de los extranjeros que combatían en España constituyó una comedia
diplomática, por ambas partes. Se hizo sin control, pero en medio de ceremonias
ruidosas, de desfiles de patéticos adioses” (Broue).
De las
dos partes se retiraron, efectivamente, heridos o combatientes cansados, pero
eran reemplazados por gente descansada. Cuando al fin, en 1939, los frentes de
guerra de la República se hundieron y hubo que cruzar los Pirineos para salvar
la vida, muchos de estos combatientes eran todavía de las Brigadas
Internacionales. Entre los que huían hacia Francia “figuraban 700 de los
últimos internacionales que se habían quedado en Cataluña hasta el último
momento y qué cruzaban la frontera el 7 de febrero tan sólo” (Broue).
México
también contempló este aspecto de las Brigadas. Avni escribe que “cuando el
gobierno republicano español decidió disolver las Brigadas Internacionales y
México tuvo que admitir algunos de los voluntarios, que no podían regresar a
sus países de origen, Cárdenas ordenó a su embajador de España, Adalberto
Tejeda, enviar a México a todos los alemanes, austriacos e italianos: más tarde
ofreció asilo a todos los ex miembros de las Brigadas oriundos de países del
este de Europa que, de haber regresado a sus países, habrían sido perseguidos
por los gobiernos fascistas. Ello incluía 313 polacos, 98 checos, 56 rumanos y
otros de diversas nacionalidades”.
La
república tuvo una existencia de lo más inestable desde el principio. Con un
enemigo respaldado por poderosos aliados de Italia Alemania, contaba además con
ministros de partidos políticos y organismos sindicales jalando más o menos en
una misma dirección ideológica, pero en la práctica enfrentándose entre sí,
estorbándose sus respectivos planes de trabajo día tras día.
Juan
Peiró, encargado del Ministerio de Industria, escribió a este respecto: “Podría
decirse que, a cada iniciativa presentada por el ministro de industria, hemos
tropezado con un sabotaje muy cordial, muy amistoso, pero sabotaje al fin.
Muchas cosas han quedado por realizar, después de ser aprobados, porque no
hemos tenido los medios necesarios para realizarlos. Y así se va escribiendo la
historia” (Peirats).
También
Federica Montseny, senadora anarquista de la CNT encargada del Ministerio de
Sanidad y Asistencia, hace alusión a ese ambiente de intrigas (se refiere a los
comunistas) que prevalecía en el seno de la República Democrática: “Nosotros
trabajábamos desde la mañana hasta la noche realizando todos los trabajos. No
teníamos tiempo para perder ni viajando ni celebrando conciliábulos, ni
intrigando ni haciendo camarillas políticas ni preparando crisis” (Peirats).
La
Pasionaria opinaba lo mismo: “El aglutinamiento común —la voluntad y la
decisión de ganar la guerra—, se diluía frecuentemente, desaparecía, ahogada
por las rivalidades y antagonismos (se refería a los anarquistas) de las
diferentes fuerzas políticas y por las ambiciones personales de los dirigentes
de estas... Las direcciones de los diferentes partidos políticos se negaron a
toda acción común eficaz”.
La
división interna que caracterizó a las fuerzas antifranquistas fue tan profunda
que ni antes ni después se pudo disfrazar este hecho: Los socialistas estaban
en contra de los comunistas, estos en contra de los anarquistas y los
libertarios en contra de los comunistas. Ocasionalmente se unían para repeler
otros ataques de Franco o para tomar la iniciativa en el combate, pero después
del triunfo, o de la derrota, se volvían a separar y atacar entre sí. Y
entonces lo ganado se perdía, o se perdía más de lo perdido.
En el
lado nacionalista había también fuertes divisiones manipuladas por Franco con
miras a enfrentar a sus seguidores para que no se unieran y pudieran disputarle
el liderato. Esta táctica la practicó de manera constante hasta el final de sus
días. Un ejemplo. Sancho Dávila, Agustín Aznar y José Moreno intrigaban
fuertemente por hacerse cada uno de ellos del mando del partido de la Falange,
después de la muerte de José Antonio Primo de Rivera. Esta incapacidad de los
partidos políticos, o de los funcionarios, para ponerse de acuerdo y lograr la
unidad, desembocaba siempre en el fortalecimiento de Franco como figura
central, Payne es acertado cuando dice, refiriéndose al campo franquista ‘Entre
los revoltosos no existía el menor vínculo político común”.
Aquí
debemos decir algo sobre la Falange, por haber sido, del lado franquista, el
partido político que más importancia desarrolló. En el lado de las izquierdas
había numerosas figuras principales pues eran partidos poderosos y varias
organizaciones sindicales muy fuertes. Cada uno de estos grupos con sus pugnas
internas propias queriendo imponer sus programas particulares. El resultado
eran frecuentes y prolongadas asambleas, en donde se consumía demasiado tiempo.
Del lado de los nacionalistas igualmente existían numerosas figuras
principales, pero solamente había una jefatura: Franco. Tal situación permitía
mayor efectividad en la coordinación de planes y en la acción para llevarlos a
cabo.
La
figura de la jefatura única, con su teoría de la minoría, había empezado a
hacerse familiar desde algunos años atrás, cuando la Falange empezó a
estructurarse. Entonces había tres figuras principales que eran Ruíz de Alda,
Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera.
Este
triunvirato batallaba mucho también para sacar adelante el movimiento. Por eso,
con el tiempo, apareció un grupo en el seno de la Falange que fue e! promotor
de la figura única, la cual recaería en el último de los triunviros mencionados:
“Alegaban que no podían superarse las contradicciones internas, ni mantenerse
un frente unido, ni imponer una ideología bien definida, al menos que dotase al
movimiento de una autoridad jerárquica indiscutible” (Payne).
Pero
no se crea que soñaban con un Duce o un Führer. Hablando de uno de los líderes
de la Falange, Payne escribe: “Ruíz de Alda se sumó a los líderes jonistas,
repudiando las ideologías extranjeras por considerarlas demasiado
autoritarias”. Lo mismo dice que pensaban José Antonio Primo de Rivera y Ramiro
Ledesma. Querían algo auténticamente
español, pero no sabían a ciencia cierta qué. No les gustaba la democracia de
las izquierdas bolcheviques, pero tampoco la teoría de la minoría de los nazis,
ni tampoco el fascismo el cual “tiene una serie de accidente externos,
intercambiables, que no queremos para nada asumir” dijo en una ocasión José
Antonio Primo de Rivera (citado por Payne). En realidad José Antonio buscaba
una revolución social bajo el sello de nacional sindicalismo.
La
desesperación de ser barrido de la escena política por las izquierdas, bajo el
recurso de encarcelar a sus dirigentes, (como finalmente lo hizo con José
Antonio Primo de Rivera) hizo que la Falange aceptara ligarse con grupos que
hasta entonces había evitado, como eran los monárquicos y los militares, y
decidirse por el camino de apoyan la violencia: “Cuando la conspiración militar
se hizo concreta, la Falange sólo podía sumarse a ella sino quería exponerse a
ser aplastada por una derecha militante o por una izquierda victoriosa”
(Payne).
La
cara sanguinaria con que el mundo conoce a la Falange corresponde a la Falange
de Franco. Pero la Falange fundada por José Antonio Primo de Rivera aspiraba en
su nacimiento a ser una cosa distinta.
Años
treintas en España las muchachas que querían militar en un partido político
tenían que vencer primero la oposición de la familia, y con esto nos podemos
imaginar la revolución que significó “La organización (se llamaba Sección
Femenina de la Falange) creció de manera asombrosa durante la guerra y en 1939
contaba con 8O mil afiliadas” (Payne). Esta sección Femenina había sido fundada
por Pilar, la hermana de José Antonio Primo de Rivera.
A
partir de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, en 1936, en la cárcel de
Alicante, donde fue fusilado, para la Falange se perdieron las esperanzas de
ser un partido nacionalsindicalista, político y culto. En adelante, y ya
metidos todos en el mecanismo de la guerra, fue un instrumento paramilitar y,
con frecuencia, el ejército regular sacaba a sus mejores combatientes y los
absorbía con la perspectiva de mejores sueldos y oportunidades potenciales
concretas. Payne da un dato del lugar importante que ocupaba la Falange en la
composición de las milicias, que eran los grandes cuadros de apoyo en los frentes
de guerra y en la retaguardia con los que contaban los ejércitos de Franco. En
abril de 1937 eran “1 26 mil falangistas, 22 mil requetés y 5 mil hombres
pertenecientes a otros grupos”.
Mas
adelante acabarían siendo asimilados por completo en un partido único de los
nacionalistas. “La línea ideológica de la Falange se había truncado
definitivamente con los trágicos acontecimientos de 1936” (Payne). Y más
adelante: “En 1937 la mayoría de los miembros del partido carecían de toda
formación ideológica.
Este
autor relata que la fama de organización sangrienta, que tuvo la Falange
después de la muerte de su fundador José Antonio, se debe a una hábil
estratagema del ejército regular ya que, en lugar de ser esta institución la
que ejecutara a grandes grupos, se servía de la Falange para que lo hiciera:
“El ejército, principal responsable de la iniciativa y de la ejecución de esta
política de asesinatos en masa, prefirió, en lo posible, utilizar a falangistas
para esos menesteres”.
Pero
también Payne deja asentado que a pesar de habérsele asignado el papel de
verdugo, la Falange se preocupaba porque el derramamiento de sangre fuera el
menor posible: “Sin embargo, la Falange fue el único movimiento dentro del
grupo de las derechas, que trató de impedir que sus miembros se entregasen a
crímenes arbitrarios, incluso en casos excepcionales”.
El 14
de marzo de 1936 la República democrática prohibió la Falange. Sus principales
dirigentes fueron encarcelados y otros pudieron escapar. Así, este partido
político, de segunda importancia hasta entonces, se vio en la disyuntiva de
desaparecer para siempre o rebelarse de manera frontal contra la República, ya
fuera sola o en colaboración con otros. Pronto se encontrarían con el “prudente
y muy influyente general Franco”. Así fue como la Falange pasó a ser, dentro de
la sangrienta acción de la guerra, el principal partido político del Estado
Español de los años posteriores.
Para
desaparecer a la Falange, o más bien, para quitarle este nombre, Franco primero
asumió el mando del partido, después lo fundió con otra organización (la
Comunión Tradicionalista) y con los contingentes de las dos agrupaciones nació
lo que iba a ser el partido único oficial del nuevo Estado Español. Este
partido se llamó en adelante: “Falange Española Tradicionalista y de las Juntas
de Ofensiva Nacional Sindicalista”. Después, ya bajo la sombra de las potencias
occidentales aliadas, la historia de este partido le estorbaba a Franco. La
Falange se extinguiría como partido político hacia 1960.
Los
dirigentes socialistas estaban de acuerdo que, de ganarse la guerra en España,
por las izquierdas, era muy probable que la segunda guerra mundial, que para
entonces era ya muy evidente, jamás hubiera empezado. Querían ganar la guerra
en España para evitar la guerra en Europa y en el mundo. Pero, como tremenda
contradicción, también querían empezar esta guerra general para salvar a la
República, que ya para 1938 se consideraba insostenible por los republicanos
españoles y por los que desde afuera los apoyaban.
Las potencias
se dedicarían a cuidar para sí sus reservas de guerra y dejarían de pensar
tanto en España y en apoyar a Franco. Hasta pensaron provocarla. En cierta
ocasión Prieto, ministro de Defensa del lado republicano, tuvo la ocurrencia de
atacar a la flota alemana del Mediterráneo con aviones de bombardeos: Tal
réplica significaba la guerra con Alemania, Prieto lo sabía, pero esperaba que
eso produjera la guerra europea, único medio, según el, de salvar a España”
(Broue).
Pronto
se dieron cuenta los españoles que el destino de esta guerra no estaba en sus
manos. Que desde el exterior podía decidirse en una dirección o en otra. Veían
los resultados, pero ya no podían penetrar las intenciones de las potencias.
Algunos como Federica Montseny o La Pasionaria, deducían unas primeras razones,
pero hubieran necesitado tener a la vista los resultados de los siguientes
cincuenta años de historia para encontrar otros móviles relacionados con la
dirección que entonces seguía su guerra.
En
este punto no seguimos a Payne cuando dice que “después de 1898 no existía
ninguna amenaza extranjera contra España”. En realidad todos estos países
jugaron con el atraso social que España venía experimentando, desde décadas
atrás, y que era lo que había puesto en ebullición a los españoles de todas las
tendencias, desde el golpe de Estado en 1923 del general Enrique Primo de
Rivera, padre de José Antonio.
Volvieron
a actuar los antagonismos históricos, que siempre han tenido las potencias
dentro del mismo continente europeo, con miras a fortalecer las posiciones
incluso allende sus fronteras. En este punto los republicanos fueron algo
ingenuos (tan ingenuos como Hitler cuando quería hacer alianza con Inglaterra).
Los libertarios hablaban de la libertad del individuo y los comunistas de la
dictadura del proletariado, pero los paises cuidaban mucho sus áreas de
influencia política y económica.
Estamos
hablando aquí sobre todo de los países que en esos días se decían
“democráticos” y que debieron haber echado toda la carne al asador para darle
la victoria a la España de la Montseny. Con su anuencia y apoyo político,
humano y técnico, esta España se metió en el callejón de la guerra y explícita
y tácitamente estaban obligados a ello. Pero decidieron que perdiera. No fue
Italia y Alemania las que tuvieron más empuje en el apoyo a Franco, sino que
los aliados de la República se hicieron para atrás. Las izquierdas españolas se
quedaron inermes y entonces Franco solamente necesitó de unos meses para
convertirlas en polvo.
Creyeron
de buena fe los socialistas españoles que los ingleses, sus eternos adversarios
en Europa, en el mar y en América, los ayudarían para defender la República. Ya
una vez Inglaterra había contribuido en favor de los Estados Unidos a que
España perdiera sus inmensos dominios de América y ahora no iba a dejar que
volviera a levantar cabeza, por más que, junto con Francia, hablara el hermoso
lenguaje de la libertad y la democracia.
En el
lado nacionalista también se incurrió en este descuido de la historia: “la alta
burguesía española en general y particularmente los núcleos monárquicos eran
anglófilos” (Payne). En realidad muchos carlistas (monárquicos) eran católicos
antifascistas no porque repudiaran las ideas de Mussolini por sí, sino porque
eran anglófilos.
Este antecedente
histórico lo consignó la Pasionaria en su destierro en la Unión Soviética: “Ni
la burguesía francesa ni el capitalismo inglés deseaban el triunfo de la España
popular por múltiples razones, entre otras, por su constante enemistad hacia
España, a la que necesitaban pobre, atrasada, para imponerle tratados ominosos
y pactos leoninos. Para ello actuaron como lo hicieron”.
Además
era difícil que Inglaterra aceptara quedar situada entre dos potencias
comunistas. Rusia y el resto de la Unión Soviética como puerta de la profunda
Asia, y España, en el suroeste europeo, con un puente ya establecido en
Marruecos y el norte de África al final del cual estaba Palestina...
Palestina,
esta es nuestra idea, era la carta que a la sazón jugaba Inglaterra en favor
del proyecto sionista. Ya una vez España había expulsado a los judíos de su
suelo y su influencia, andando el tiempo, podría hacerse presente de nuevo
políticamente entorpeciendo tal programa por el que tanto había trabajado
Inglaterra, en la primera guerra mundial, y los sionistas desde el siglo
pasado.
Esta
influencia no solo podía llegar a través de las dunas del desierto africano,
sino en barcos sobre las olas del Mediterráneo, que por entonces dominaban
Italia y Alemania y que conectaba directamente a España con Palestina.
La
previsora Inglaterra no podía permitirse esa incertidumbre a despejar en el
futuro. Había demasiadas cosas en juego. Para conjurar ese peligro potencial
era mejor reconocer a Franco. Este también podría influenciar en el cercano
oriente, pero ello dependía de si el Eje ganaba la guerra. Con una Alemania
derrotada Franco se quedaría quieto, preocupado únicamente de no ser derrocado,
y los palestinos podrían ser desplazados sin que nadie metiera las manos para
impedirlo.
Y algo
menos perceptible entonces todavía que el éxodo judío a Palestina, estaba lo
que al parecer, aun hoy, sigue dándose sin apenas notarse y era abatir el
eurocentrjsmo conocido en todo el mundo con el concepto genérico de lo
“occidental” y transferirlo al norte del continente americano. De esa manera,
los que apuestan que a Esta dos Unidos le quedan tan sólo tres años de primera
potencia, abonan con ese confiado pensamiento el real desplazamiento de la
capital de la cultura occidental hacia Norteamérica.
El temor
enorme en esa época era que el asiacentrismo desplazara el eurocentrismo. Pocos
se cuidaban de Norteamérica. Parece increible que la capital del mundo
tecnológico, y se espera que también el cultural, estaría después en Estados
Unidos y ya no en Europa: “Auge que había empezado ya con el desplazamiento del
poder político hacia los Estados Unidos, pues a éste habrá de seguir el
desplazamiento cultural en la misma dirección” (Frost). Creemos que esto
también influyó para quebrar el empuje vigoroso de la República española, pues
no hay que olvidar el enorme bagaje cultural que a través de los siglos ha dado
España al mundo occidental.
Al
finalizar la segunda guerra mundial, muchos esperaban que los aliados
derrocaran a Franco, pero fue “salvado finalmente al terminar la guerra gracias
a la protección del vencedor norteamericano” (Broue). Franco no iba a externar
la menor opinión en contra de los judíos en Palestina frente a Estados Unidos,
gran impulsor y protector de este proyecto.
Longo
dice al referirse al Pacto de Munich en septiembre de 1938, concluido por
Alemania, Italia y los jerarcas de Inglaterra, y Francia, apoyados por los
Estados Unidos: “En esta situación, los círculos dirigentes
anglo—franco—americanos multiplicaron sus esfuerzos para asfixiar a la
República Española”. Prieto, del gobierno republicano, exclamó: “Europa nos ha
traicionado” (Broue).
Otra
presencia que el pueblo en su casi totalidad no veía era la acción de la
masonería española. La Pasionaria hace en su libro un examen de esta organización
y le dedica un capítulo en el que la califica como “Actuando al dictado de
fuerzas no nacionales”. En España, dice, la masonería siempre fue liberal,
antifeudal, antimonarquísta, anticlerical, antiabsolutista: “Impulsando al
proletariado a la lucha contra ellos, pero bajo la dirección de los partidos
burgueses”, agrega que “a la postre también fue factor que contribuyó a la
derrota de la República”.
En el
lado nacionalista la cosa estuvo más grave para la masonería, pues no se quedó
en la mera acusación intelectual. Cuando Payne relata la caída política de
Salvador Merino, uno de los grandes dirigentes de la Falange, después de la
guerra civil, escribe lo siguiente: “Durante su ausencia (Merino acababa de
casarse y se encontraba de viaje de bodas) fue acusado de haber pertenecido a
la masonería, acusación gravísima en una época en que centenares de masones, a
los que se consideraba como los peores enemigos de la “nueva España”, habían
sido ejecutados”.
Unos
años antes Onésimo Redondo, organizador del sindicato de remolacheros en los
años 1930, 1931, se expresaba en sentido análogo: “Todas las fuerzas agnósticas
relativistas, germen de división, que habían adquirido cierto predominio en
1931 y aún desde 1875, debían ser barridas” (anotado por Payne).
En esa
situación de inestabilidad los españoles recurrieron a un mecanismo de
compensación. La Pasionaria cuenta que, de niña, iba a la playa cercana de su
aldea minera y soñaba con México y Hernán Cortés. Los franquistas no se
quedaban atrás: “Los jóvenes falangistas manifiestan ruidosamente su deseo de
reconstituir una gran potencia ibérica” (Broue). Y más adelante: “España, pobre
antes de la guerra, y arruinada después, no podía más que soñar con la grandeza
sin esperar alcanzarla”.
Los
españoles de todos los bandos pensaron en un resurgimiento como primera
potencia. José Antonio Primo de Rivera, que no se ubicaba en ningún extremo
político, pero que a la vez todos le ponían la etiqueta de pertenecer al
partido contrario, también decía: “Las luchas sociales, la miseria económica y
las discordias políticas sólo se terminarán cuando los españoles volvieran a
ser capaces de forjar su propio destino común en el mundo” (Payne). Este mismo
autor apunta lo siguiente: “Los sueños imperiales resultaban francamente
absurdos teniendo en cuenta los flacos recursos españoles... Se trata de un
tradicionalismo patriótico, vuelto hacia el pasado, que predomina especial
mente en la clase media castellana y entre los campesinos del norte”.
Apenas
al año siguiente del inicio del conflicto, pero cuando ya muchas esperanzas de
triunfo se estaban perdiendo para la República, se ofreció por Negrín un programa
mínimo bastante moderado. En él se garantizaba poder volver casi al antiguo
modo de vida: respeto de la propiedad privada. Ya no se hablaba tan
insistentemente de internacionalismo y en cambio la misma Pasionaria buscaba la
expresión: “Unión Nacional”; libertad de creencias religiosas: “Las misas
privadas fueron autorizadas y, el 15 de agosto de 1 937, en Valencia, se celebró
la primera misa oficial en el inmueble que ocupaba la delegación vasca... Todas
esas decisiones tenían como miras tranquilizar al extranjero” (Broue).
Era
tarde. Franco no quería escuchar una sola palabra procedente de los comunistas.
Ni siquiera la palabra “capitulación”. Los quería muertos. El, como también los
otros grandes grupos del Frente Popular que luchaban por la República, tenían
la idea que seguían órdenes directas de Stalin para apoderarse del control
total de España. Eran, al decir de Broue, un “Estado dentro del Estado”.
Podría
tal vez entrar en pláticas con los socia listas, republicanos y hasta con los
anarquistas, pero no con ellos. Buscando terminar el conflicto de manera que se
facilitaran las cosa, que hubiera siquiera un mínimo de entendimiento con los
nacionalistas, para rescatar lo que se pudiera de puestos claves en el nuevo
gobierno que se avecinaba, y evitar un final sangriento como era de suponerse,
el 5 de marzo tuvo lugar lo que se llamó la Junta Casado, y no fue más que un
cuartelazo al presiente Negrín queriendo dejar asentado con esa maniobra las
condiciones aceptables por Franco, pues “Todos los sindicatos o partidos del
Frente Popular figuraban en ella, con excepción del PC” (Broue).
Los
comunistas aún tenían fuerzas suficientes para enfrentar a la Junta Casado,
pero el gobierno de Negrín al aparecer consideró estéril que siguiera
derramándose sangre a esas alturas, y al día siguiente, el 6, el sector
comunista del gobierno abandonó España en un avión y sus componentes volaron
para Francia. En él iban Negrín y del Vayo: “Con ellos salieron los dirigentes
comunistas, políticos como La Pasionaria, Uribe, militares como Lister,
Modesto, Hidalgo de Cisneros, Nuñez Maza”.
Mientras
tanto los oficiales comunistas tomaban de todas maneras las armas en Madrid
para enfrentar a Casado. Dos de ellos, dice Broue, “Castro y Hernández parecen
haber combatido, en aquella época, la actitud de capitulación de su dirección,
y sobre todo, la huida de La Pasionaria”.
Empezó
así el absurdo cuadro de una guerra entre iguales, teniendo a las puertas a las
poderosas fuerzas nacionalistas que podían acabar con todos ellos juntos en
cualquier momento.
En una
sola semana hubo todavía dos mil muertos del Frente Popular que se hacían la
guerra entre sí en los alrededores de Madrid. Madrid, la de la leyenda para
todos los bandos. La inconquistable hasta entonces para Franco debido a las
valientísimas cuatro batallas que habían hecho los republicanos a costa de
miles de vidas, estaba derrumbándose ahora sola en virtud misma de la guerra
mutua entre las anteriormente heroicas izquierdas defensoras, ahora enemigas
irreconciliables.
Franco
no tenía que hacer sino esperar sin disparar un solo tiro para entrar a barrer
lo que quedara de escombros del inmenso simbolismo que era la ciudad de Madrid.
En ese lugar habían muerto demasiados miles de españoles republicanos, así como
de internacionales, y ahora Madrid ya era nada.
El 12
de ese mismo mes “un folleto del PC hizo un llamamiento para que terminaran los
combates fratricidas” y el 25 salió, de un pequeño aeródromo cerca de
Cartagena, un avión llevando a 50 militantes comunistas”.
Pero
de todas maneras Franco no quería negociar. Ante esto, “La junta pidió barcos
al extranjero, especialmente a Londres y a Paris” (Broue), para que el mayor
número de comprometidos pudieran abandonar España. En Alicante se amontonaban
por lo menos 45 mil personas. Pero Londres y Paris no respondieron. Solamente
salió un barco francés con 40 pasajeros.
El
final nos lo relata Broue: “En algunas partes unos cuantos centenares de
combatientes se hicieron matar o se suicidaron. Centenares de miles abandonaron
el frente, pero en su mayor número fueron finalmente capturados”. Terminó la
guerra civil española el 31 de marzo de 1939.
“En 1944
un funcionario del Ministerio de Justicia le entregó, a un corresponsal de la
Associated Press, una hoja de papel en la que figuraba el número de presos
políticos que se suponía habían sido ejecutados desde el final de la guerra:
192,684” (Payne) y en seguida el autor explica que esta cifra “se refiere
únicamente a las ejecuciones dictadas por la administración de la justicia
desde abril de 1939 a junio de 1944 y no incluye las ejecuciones llevadas a
cabo por el ejército”.
Wiskemann
relata que “El 19 de mayo de 1939 tuvo lugar en Madrid el desfile de la
victoria de los nacionales, en el que tomaron parte los italianos. El 22 de
mayo se celebró en León el desfile de despedida de la Legión Condor” de los
alemanes.
Franco
había ganado. Sin embargo las potencias que lo habían llevado al triunfo en
breves años perderían la guerra y entonces conocería dificultades políticas muy
serias y tuvo que aprender a sortearlas.
Tanto
en España como en América muchos esperaban la caída de Franco para cuando terminara
la segunda guerra mundial, por haber estado su ascenso fuertemente respaldado
por Italia y Alemania. Sin embargo sería Estados Unidos los que lo salvarían de
su inminente caída: “El nombramiento de un embajador norteamericano (1950) en
Madrid fue la señal para que, una tras otra, las potencias occidentales
reconocieran nuevamente al régimen franquista” (Payne).
En lo
económico Franco debió enfrentar un panorama desolador pues la destrucción de
las ciudades, industrias y el campo, estaba por todas partes y al hambre del
pueblo había que sumar la atención de innumerables heridos de guerra.
La España nacionalista había gozado de cierta
abundancia dentro de la guerra porque ocupaba zonas poco pobladas, pero en
cuanto dominó todo el país “la prosperidad aparente de la España nacionalista
se desvaneció a medida que el gobierno de Franco tuvo que tomar a su cargo a
las regiones superpobladas, muy empobrecidas por la guerra y mal abastecidas de Barcelona, Madrid y de
Levante (Broue).
La
situación económica, en la España de Franco de Posguerra, es contradictoria aún
entre los historiadores que no son sospechosos de posiciones partidistas. Payne
asegura que “En 1950 España estaba en pleno florecimiento capitalista. El
margen de beneficios de los grupos económicos era elevadísimo y las empresas
aumentaban constantemente su capital social”.
Así
termina el aspecto epopéyico, diríamos glorioso de la contienda. Poético, como
hubieran escrito Novalis y Nietzsche. Pero es en este punto en que da comienzo
la parte más cruel de la guerra española: el exilio.
Francia
tuvo que aceptar a centenares de personas que, huyendo de Franco, cruzaron su
frontera o llegaron por mar. Fueron encerrados en campos de concentración
llamados los “campos de la muerte”: Avni describe: “Terribles condiciones
reinantes en los campos de concentración de Saint Cyprien, Gurs, Rivasaltes y
otros”.
Y
mientras esto sucedía, unos meses después estalló la segunda guerra mundial y
muchos de ellos, combatientes ya cansados por todo lo que habían pasado en
España y lo que querían era recuperarse, organizarse y volver a vivir, fueron
lanzados de nuevo a participar en la resistencia de los MAQUISARDS franceses.
Entonces conocieron de cerca no a paisanos franquistas sino a esa maquinaria de
guerra que Hitler había preparado con todo cuidado.
¿Terribles
condiciones en los campos de concentración amigos ? El gobierno francés se vio
en la disyuntiva de alimentar a los refugiados o a sus ejércitos ya en plena
guerra...
No
sabemos que Inglaterra haya admitido refugiados, y si lo hizo debió haber sido
en número muy reducido. En cuanto a los que fueron aceptados por Rusia “a
menudo fueron dispersados, aislados, colocados en condiciones de trabajo que el
clima, difícil de soportar para mediterráneos, hacía más penosas todavía”
(Broue).
En
estas condiciones tan afrentosas, donde los refugiados españoles parecían lo
peor de la humanidad en cuantas puertas tocaban, cuando apenas unos meses atrás
eran el ejemplo más grande a seguir por todos los países democráticos.
Broue
menciona la actitud del gobierno mexicano que “abrió sus fronteras, libremente,
a todos los que deseasen encontrar refugio en el país”. En 1939, “La corriente
de refugiados que entraban en Francia se convirtió en Febrero en alud. El 27 de
febrero Inglaterra y Francia reconocieron oficialmente al gobierno de Franco y
el 1° de abril se rindió lo que quedaba del ejército republicano. Había en esa
época unos 400 mil a 500 mil refugiados, entre civiles y militares en el sur de
Francia” (Avni).
Se dice fácil,
se escribe más fácil y se lee todavía más fácil y de pasadita. ¿Alguien
puede detenerse a pensar lo que significa para un gobierno dar alojamiento,
servicios sanitarios, médicos y comida a medio millón de personas, así fuera una sola comida al día?
La dura cara del exilio
Cárdenas entró en pláticas directas con Alemania a fin de que esos barcos no fueran hundidos en alta mar cuando se encontraran surcando las aguas rumbo a México
El
presidente Lázaro Cárdenas dio un apoyo casi sin medida a la emigración
española, y tanto que de colaborador, en un principio, se convirtió en
protector de la misma. Gestionó ante la Francia de Vichy que los españoles
refugiados entonces en su suelo no fueran entregados a los alemanes que habían
invadido a la sazón Francia. Para prevenir una sorpresa de Hitler, Cárdenas alquiló
dos castillos cerca de Marsella y alojó en ellos a los españoles bajo bandera
mexicana.
La
Francia de Vichy fue, y sería, señalada onerosamente por los españoles del
Frente Popular por haberse declara neutral en la guerra. Paradójicamente
Vichy era ahora el refugio que por lo pronto los ponía salvo
del nazismo.
Después
Cárdenas hizo gestiones ante Francia y también ante Estados Unidos de conseguir
barcos para transportar a los refugiados. Luego entró en pláticas directas con
Alemania a fin de que esos barcos no fueran hundidos en alta mar cuando se
encontraran surcando las aguas rumbo a México.
Finalmente,
“México se declaró dispuesto a acoger a todos los españoles refugiados en
Francia, sus colonias y protectorado” (Avni).
En
1826 los españoles fueron expulsados de México (ver Sims), por prepotentes y
arbitrarios durante tres siglos, pero
ahora, derrotados una parte de ellos, en su misma tierra, el gobierno de México
no dudó en recibirlos.
Ya en
México tuvieron que descubrir en carne propia que en el inconsciente colectivo
del pueblo mexicano siempre están presentes las atrocidades de la conquista
española y las de la colonia (“El mexicano no vive su pasado como tal, en él la
vieja pugna está siempre presente”, Frost). Sin embargo pronto aprendieron a
conocer la connotación que el mexicano daba cuando decía “gachupín” que cuando
decía “refugiado”.
No
obstante la disposición de Cárdenas para con los refugiados, no se crea que fue
la vida en rosas cuando estos estuvieron en México. Aquí se encontraron con una
corriente nacionalista bien organizada haciendo presión al presidente para que
parara el flujo de inmigrantes; con el sinarquismo, semejante a los requetés de
España, y a los españoles franquistas ya establecidos en el país.
Situación por demás incómoda que significa el
que Estados Unidos le estuviera recordando al pueblo mexicano que a los
españoles los admitía en tanto a los cientos de judíos que, perseguidos de
cerca por los nazis, también quería entrar en México pero que sin embargo a
estos no tan fácil se les abrían las puertas.
Finalmente
el asesinato de Trosky en México, por un agente de Stalin, pues los refugiados
españoles, sino los anarquistas, si los comunistas, habían actuado en la España
Republicana bajo la sombra de Stalin, y eso también los señalaba en algunos
sectores de México.
Sin
embargo, junto a los que otros españoles refugiados estaban viviendo en países del mundo, todo esto eran un mero
aspecto histórico, intelectual, existencial pero contingente, con el que se
podía llegar a convivir, o encontrar la solución, o la dolorosa y lenta
adaptación. En suma, se podía seguir viviendo.
Trasladados
así abruptamente, de una semana para otra, de su tierra natal a otra casi
extraña, México, tuvieron que empezar a aprender a vivir en un medio diferente
en el cual habían nacido y se enfrentaron al proceso “por el cual los inmigrantes
sufren determinadas modificaciones en su cultura originaria por la influencia
del nuevo medio geográfico y social” (Frost).
La
Pasionaria soñaba de niña con México, con Hernán Cortés, y tal vez volver a
marchar hacia el Altiplano Mexicano pasando por Tlaxcala. Pero ya la historia
había dado una voltereta y el futuro se perfilaba de solidaridad y no de
enfrentamiento.
Niños
huérfanos españoles fueron adoptados por familias mexicanas, o españolas ya en
México, o fueron organizados de alguna manera como aquellos famosos “Niños
Cantores de Morelia”. Angelina Muñiz escritora mexicana nacida en Hyéres,
Provenza... Parte de una rama española que se desgajó durante la guerra civil
de 1936 nos revela “algunas profundidades del alma española en el exilio de
aquel tiempo, sin raíces, sin fe: en busca de identidad: en el exilio y en la
separación... La búsqueda de nacionalidad: exilio español y México”.
Se
desligaron así de su España a la que habían querido transformar y provocaron un
impacto a donde llegaron, pero “La mayoría de los países de lengua española de
la América Latina se han beneficiado de manera considerable con la aportación
intelectual y cultural de los republicanos españoles, que han pasado a ocupar
un lugar en las empresas, los periódicos, las universidades” (Broue).
Todavía
organizaron en México algunos grupos culturales que les recuerda a su querida
tierra: bailes, música, vestidos, fechas. Paralelamente de eso pasaron a ser
parte del pueblo mexicano y a vivir juntos un destino común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario