¿Ciencia médica y Estado encontraron el modo de salvar del sufrimiento
tanto a enfermos como a criminales? Es el fondo de esta novela.
Introducción:
Muerte asistida
por la ciencia es lo que se conoce buscan algunos enfermos terminales y acabar
así con el sufrimiento. También señalada como Eutanasia voluntaria o suicidio
asistido.
Otros optan por el auto suicidio. Éste tiene
muchos modos. Uno de ellos es el que va a practicar Jim y es el hacerse matar.
Criminales de
todos los tiempos y lugares, si bien de una manera inconsciente, ¿también buscan
hacerse matar enfrentándose con los grupos rivales o con la policía?
Sócrates tiene la idea que la maldad es una
enfermedad “son malos a pesar suyo”, le dice a Callicles en la obra Gorgias.
Una tesis
delicada nuestra es si el Estado, donde se practica la pena de muerte, lleva a cabo no un castigo sino ayudar al criminal serial acabar
con su mal puesto que él no puede detenerse por sí mismo. De alguna manera,
como en el caso de la muerte asistida por la ciencia, él estaría buscando su
muerte a manos del Estado.
Jim (Lord Jim) comete una falta y el jurado lo absuelve, pero… él sabe que no podrá seguir viviendo, está consciente que se encuentra enfermo de alma.
“Lord Jim es una novela escrita por Joseph Conrad y publicada originalmente en la Blackwood's Magazine entre octubre de 1899 y noviembre de 1900.”
El que lea con
cuidado esta novela de Conrad sabe que tanta integridad moral, como la de Jim,
ciertamente no abunda en nuestro mundo de la cultura industrial, del tener, no del progresar.
Una sinopsis nuestra de esta obra fue publicada en octubre de 2006 por el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (STUNAM) con el título Letras inglesas y noruegas
Esta obra trata de una virtud
que, lleva al extremo, queda convertida en una auténtica ruina moral. Para el
personaje no hay ciencia ni religión. No hay psicólogo ni sacerdote. En lugar
de buscar el remedio para su mal, practica la huida.
Lord Jim es el espíritu encarnado del puritanismo inglés. Inflexible consigo mismo ante una falta, viajará por esos puertos perdidos del archipiélago malayo confundiéndose con los parias del mundo. Joseph Conrad, el autor, lo investirá con las mejores galas del romanticismo aventurero y la crítica caminará tras esta versión estereotipada.
Pero éste personaje no será diferente al inspector Javert de Victor Hugo. Tampoco será distinto a Hegel en su concepción de la naturaleza llena de Dios. ¿Y cuando descubrió que en el mundo también hay asesinos, tramposos, cínicos, ladrones y perversos?
Son rescatados por otro barco y,
cuando llegan al puerto, se dan cuenta que el Patna no se hundió y sus
peregrinos alcanzaron sanos y salvos el puerto.
La vida de Jim es una especie de hegelianismo. Vivir en la pureza de los ideales. Pero, cuando la naturaleza humana falla, cuando llega el miedo, cuando habla el instinto, no hay reconstrucción posible. El mundo no lo hirió, él fue el que se lesionó.
Entonces hay que alimentar el gusanito morboso de la conciencia hasta conseguir la destrucción propia. Es una especie de soberbia estoica, pero que resultará de un peso tan apabullante que acabará aplastándolo.
Este puritano prefiere sucumbir a ser humilde y recurrir al cristianismo donde hay perdón y reconciliación. Es decir, reconocerse en el mundo destruido pero otra vez lleno de posibilidades de regeneración.
Tampoco busca la salvación en la ciencia médica. Cree que su enfermedad, de tipo moral, no tiene cura. La tiene, pero no la busca. Más bien le rehuye.
Es como un gusano que roe en todo tiempo su pensamiento. Es necesario pensar en la enfermedad. Una y otra vez rehúsa acudir al médico para que lo sane. ¡Podría suceder que lo curara!
Mejor seguir
pensando en la enfermedad. Huye de la sociedad. Busca los lugares más
solitarios o inusitadamente cambiantes. Donde sea un desconocido. Necesita
estar él solo con su enfermedad. Ninguna sociedad, ninguna amistad, ningún
médico, ninguna mujer, es más importante que
su enfermedad.
Y entonces el inspector Javert tuvo que arrojarse otra vez de cabeza a aquel tenebroso remolino del Sena.
La cultura industrial del mundo moderno en el que, por alcanzar la prosperidad material, se ha vuelto tan ligero que recuerda las sombras de la cueva de La República de Platón.
El mismo mundo que el gran filósofo marsellés Jean Wahl, lo cataloga como “un mundo de film, donde sólo se ven las superficie de las cosas” (Cap. de El camino del filósofo). En un mundo así, el probo carácter moral de Jim no encuentra lugar.
Dueño de factorías en muchas partes del archipiélago malayo en las que distribuye su mercancía. La de Patusán ya no funciona. Un par de empleados llamados uno rajá Allang y el otro jerife Alí, se han adueñado de ella erigiéndose como dueños y señores. Hay que quitarlos de en medio. Pero Stein no encuentra la manera de destruirlos y poner de nuevo en su lugar a empelados fieles.
¿Por qué hizo tal cosa? La gente de Patusán no entiende. Es musulmana y sólo sabe del exterminio para quien ha atentado contra ellos.
Pero Jim procede de la cultura greco
cristiana. Tal vez una voz del cristianismo ha hablado en él. Tal vez, no lo
sabemos, él no lo dice ni el autor tampoco. Sólo suponemos. Pero por dejarles
la vía libre hacia la vida, y quizá otra oportunidad para la regeneración, él
recibe el balazo mortal.
Este tipo de sacrificio supremo, de ofrendar
sus vidas por salvar la de otros, no es raro en escritores ingleses. Piénsese
en Cartone, personaje heroico de Dickens, en Historia de dos Ciudades, que
ofrenda su vida para que otro se salve de la guillotina, entre las llamas de la
Revolución Francesa.
Otros llevan la trama al plano de la religión: la eterna lucha del mal contra el bien. O al de la filosofía: la ética y su antítesis.
Para todas esta elucubraciones sirve la vida desgraciada de Jim. Gran novela de Joseph Conrad que es relatada por Marlowe, el alter ego del autor.
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