Milton, Kierkegaard, Kant, protestantes.
San Agustín, Shakespeare, Chesterton, católicos.
Todo
un mundo literario de calidad se nos ofrece si brincamos el prejuicio.
Montaigne,
el gran Montaigne, ya en su siglo
dieciséis exclamaba: “Persigo la
comunicación de algún espíritu famoso, no con el fin de que me adoctrine, sino
para conocerlo”.
Y
sabido es que conociendo a los otros es
como mejor me conozco yo.
Haber
perdido el Paraíso celeste es una confirmación
de la vocación democrática de Dios. Esto sucedió en un tiempo “que ni
cielo ni Tierra existían aun”. También confirma el anhelo de libertad de la
mujer. Esto cuando ya estaba el Paraíso terrenal.
Los
ángeles creyeron poder rebelarse y lo hicieron. Pero, como en toda democracia,
se hizo el recuento y, ¡los rebeldes quedaron en minoría numérica! Lo
importante es que había condiciones para decidir. “Fueron los unos para
sostenerse y los otros para caer”. A la postre no fue el número lo que decidió
el resultado de la guerra en el cielo sino los valores que sostenían ambos
frentes. Entonces llegaron el Pecado, la Muerte y el Caos.
De
esa manera empezó la historia con sus
valores paradigmáticos del Bien y el Mal (con estas categorías no hay que
olvidar que estamos hablando de cuestiones que sucedieron en el cielo, pues tal
es la naturaleza de la obra comentada). Paradigmáticos porque, siguiendo su ejemplo, muchos escogen
ser malos y otros buenos. En el proceso una gama amplia de tonalidades de gris
del blanco al negro. Y los sacerdotes de ambos lados haciendo proselitismo sin
cesar para su causa.
La
historia de la libertad se repite con el hombre. Mejor dicho con la mujer,
porque el hombre, Adán, prefiere obedecer
no comiendo la fruta del árbol prohibido. Pero es la mujer la que no se
conforma con que haya algo prohibido que ella no pueda alcanzar...
“Te
advertí- le dice Dios a Adán-, te aconsejé, te predije el riesgo a que te
exponías, y que un enemigo oculto estaba acechando para tender sus trampas.
Llevar más allá mi celo hubiera sido violentarte, y emplear la violencia contra
el que es libre, es proceder indigno”.
A
partir de la rebelión algo se salió de
armonía. Para restablecerla se hace necesario que el mismo dueño de la casa se
humille y convenza a los disidentes que deben volver. No es tan rara esta
situación. Un padre que ve que el hijo rebelde se va de la casa y después debe
abrir las puertas para facilitar que regrese. Un gobierno, o el mismo país con
otro gobierno, que decreta la amnistía para que sus connacionales, otrora
rebeldes, regresen del exilio.
Pero
el rescate, al menos del humano, no del ángel, no es tan fácil. Dios pide
voluntarios entre sus fieles ángeles para efectuar la salvación del hombre.
Nadie da un paso adelante. Finalmente el Hijo de Dios “en quien reside la
plenitud de su amor divino” se ofrece de voluntario.
Pero
no todos regresan. Desde el primer momento el humano se muestra arrepentido y
quiere rehacerse. En cambio Satanás y sus seguidores dejan bien establecido
cuál es la fuerza que los mueve siendo la soberbia y el odio: “Ten por seguro
que nuestro fin no consistirá nunca en hacer el bien. El mal será nuestra única
delicia”.
Por
cierto que hay un dato que se refiere a México, en aquel conocido episodio de
la pasión de Cristo, en el que Satanás lleva a Jesús a lo alto de una montaña
para desde ahí tentarlo mostrándole los reinos del mundo: “ Y allá en su
imaginación (de Satanás) quizá descubrió la opulenta México, imperio de
Moctezuma”. Desde luego que esto no está es la Biblia pero sí es una parte del
lirismo miltoniano.
El Paraíso Perdido de Milton es uno de los más bellos libros que alguien haya escrito respecto de la Gracia y la Libertad del humano. Si bien, al final del libro el cristianismo liberal de Milton lo hace entrar en tesis y contratesis frente al cristianismo ortodoxo, ya que no puede resistir la tentación polémica teológica tan fuerte de su tiempo.
Sus biógrafos coinciden en que escribió
preferentemente en prosa y con propósitos polémicos. Algo parecido a lo que
motivó a Dante para escribir su Divina Comedia varios siglos antes.
Como sea, se trata de una formidable recreación bíblica que ha conquistado un lugar en la cultura occidental. Para los pueblos americanos llenos de sol, al menos 360 días al año, esa obra parece un panorama cultural pesado y sombrío.
Sin embargo aborda temas como lo establecido, la libertad, el caos, el egoísmo, el anhelo de reconstrucción.
Sombrío pero perfectamente leíble, y legible, aun para lectores flojos. Su prosa es una delicia. Su lectura es imprescindible porque es lo mismo, en línea generales, lo que contiene esta obra, de fuerte sabor teológico, lo que vamos a encontrar en esa disciplina académica laica conocida como “filosofía.
Todos, filósofos y teólogos, aquí y en el Tibet, tiene un pie en la razón y otro en la sinrazon. En otras palabras,lo lógico sino se hace referencia a lo ilógico.¿Cómo hablar de fenomenología sino hay algo que trasciende al tiempo y al espacio?
John Milton. Al periodo final de su existencia, el de la
ceguera, la pobreza y el aislamiento, pertenecen sus dos grandes poemas que son
El Paraíso Perdido y El Paraíso Recobrado.
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