Subir
una montaña es ir resolviendo los
obstáculos que vamos encontrando. Todo alpinista sabe eso. Su voluntad se
prepara para tal cosa. Enfrentarse a lo que a cada paso va encontrando.
Una
vez que hemos llegado a la cumbre no está todo concluido. Apenas es la mitad
del asunto. Ahora es necesario resolver los problemas del descenso. En
ocasiones éste es más complicado que a la subida. Entre otras cosas porque ya
empleamos mucha de nuestra energía. Los tobillos pueden romperse... un descenso por
cuerdas…
El
alpinismo es la metáfora perfecta de la vida para el humano. Al nacer nada
tenemos resuelto. Es preciso ir resolviendo los quehaceres dé cada día, en el
hogar, en la escuela, en el trabajo, en el modo de relacionarse, o no, con el
contexto en el que nos tocó vivir. Hay suficiente energía para todo eso. Para
llegar a la cumbre.
¿Pero
cuantos nombres se conservan de los que, arriesgando su vida, conquistaron
montañas? Personalmente conozco muchas de estas escaladas pero ni idea tengo,
por más que busco, de los nombres de esos valiosos y valientes escaladores. Si
acaso dos o tres. El tiempo se llevó y borró sus nombres. Como el río se lleva
a las hojas de los árboles que caen
sobre sus aguas.
A la
mitad de la vida es cuando empieza el descenso. ¡Ya mucha de nuestra energía se
ha gastado! Las grasas asesinas, de las sabrosas comidas, han obstruido la
mitad de las arterias y el corazón, ya gastado, se ve sometido a realizar un
esfuerzo doble que en la juventud. ¡Poco colágeno queda en las rodillas! El
Alzheimer toca a nuestra puerta por el poco oxigeno que llega al cerebro o, tal
vez, como apuntó Stekel, el famoso psiquiatra austriaco del siglo diecinueve,
para olvidar algo…
¡Cuarenta
años antes!
Así
es en las películas. De pronto se interrumpe la acción de los personajes y
aparecen en la pantalla las palabras: “Cuarenta años antes”.
Aquellos
personajes, ya adultos, ahora son jóvenes. Estamos otra vez en el principio,
pero ahora con la fresca actitud ante la vida. Enfrente hay una aporía, como se
dice en filosofía ante una situación al parecer sin solución.
En
un tono, que parece revolucionario, el poeta dice que se hace camino al
andar. Arrancar de cero es un
pensamiento creacionista, no evolucionista. Pero el humo del cigarro no deja
ver claro.
La
tradición es su contratesis. Pero apoyarse en la tradición parece un
determinismo, el mecanicismo de la causa y el efecto en el que la libertad de
decisión del individuo para decidir su vida, no cuenta para nada. Todo está
escrito desde antes del principio de los siglos o, dicho en el modo moderno,
todo está escrito en nuestra herencia genética.
Es
aquí cuando aparece Marco Aurelio, el sabio emperador romano. El que habló como
mil años después hablaría san Francisco de Asís, también romano.
MARCO AURELIO
¿Ayer?
¿Mañana? ¡Lo más tranquilo que puedas vive este día!
Tus apologistas ya se fueron a hacer la apología de otro. La estatua tuya de bronce, que se elevaba a la entrada de la ciudad, ya la derribaron, la fundieron e hicieron tornillos para componer el viejo motor del carro de la basura. ¿Tus memorias? Sabes bien que todo pasa y dentro de cuarenta años ya nadie se acordará de ti.
El administrador del panteón buscaba ganar más dinero,
cambió los requisitos, reorganizó las tumbas,
antes a perpetuidad, y tus distinguidos
huesos fueron a dar a la fosa común, junto con los huesos del indigente que dormía en la calle.
El encargado del crematorio tenia prisa de reunirse con su familia, para la cena de Año Nuevo y entregó cenizas de un perro a los familiares que esperaban las de su ser querido apenas fallecido dos días atrás...
“Alejandro
el de Macedonia-dice Marco Aurelio- y su mozo de mulas, habiendo muerto,
vinieron a parar en una misma cosa…”
Marco
Aurelio:
“! Cuantos se hallan ya sepultados en el
olvido habiendo sido antes muy aplaudidos! !Y cuántos de los que celebraron a estos fueron asimismo borrados tanto ha de la
memoria de los hombres!”
Antes
había anotado en su obra Soliloquios,
libro IV:
“El
tiempo es como un río, y aun como un rápido torrente, que arrastra cuanto hay
en el mundo. Lo mismo es dejarse ver cada una
de las cosas, que desaparecer precipitadamente, y sucederla otra, y
también ser arrastrada con igual prontitud.”
Esta fugacidad eterna, incesante, fue observada por Platón y dijo que apenas se puede señalar o poner nombre a las cosas cuando ya mudaron, se fueron, o desparecieron. Como las sombras largas de los arboles, en la mañana,van moviéndose durante el día y desaparecen en la oscuridad de la noche.
Igual que en las rocas se trate de millones de años o que el animalito que nació en la mañana, por la tarde sea ya un anciano.
Buscando algo estable, perenne, Platón fue dando forma a su teoría de las Ideas, esas que están fuera de la fenomenología, no localizadas ni en el tiempo ni en el espacio…
Este anhelo de Platón, de dar con lo único estable,el hombre nahuatl lo encontraba en las dos palabras de flor y canto,lo que perece todos los días, y el canto,lo metafísico
En un tiempo tan remoto, como el de Marco Aurelio, o tal vez antes, y en un continente desconocido y también muy lejano, es decir, aquí en América, un tlamatini, como se llama al sabio filósofo náhuatl mexica, dijo:
“No para siempre en la
tierra, sólo un poco aquí.”
De
Ayocuan Cuetzpaltzin, sabio y poeta, águila blanca, de Tecamachalco, que vivió entre la segunda mitad del siglo XV y
principios del XVI, la tradición oral conservó lo siguiente:
“¿Nada
quedara de mi nombre?
¿Nada
de mi fama aquí en la tierra?
Nezahualcoyotl, rey y poeta de Texcoco, México, dijo así sus pensamientos
metafísicos:
“Así
somos, somos mortales,
De
cuatro en cuatro nosotros los hombres,
Todos
habremos de irnos,
Todos
habremos de morir en la Tierra…”
Los
del pensamiento positivista, materialista, se quedarán aquí en Tlaltícpac, como se dice en náhuatl,
“aquí sobre la tierra”.
Los
animistas se irán, envueltos en su aureola teológica-metafísica, con Ometeotl,
el dios de la dualidad (Ometecuhtli, Señor, y Omecíhuatl, Señora), el que habita en el Omeyocan,
más allá de los cielos.
Pero
todo eso está por verse. Los mismos sabios tlamatinime, tan profundamente creyentes
en Ometeotl, reflexionaban escépticos:
“De
pronto salimos del sueño,
sólo
vinimos a soñar,
no
es cierto, no es cierto,
que
vinimos a vivir sobre la tierra.
Como
yerba en primavera
es
nuestro ser.”
Tochihuitzin Coyolchiuhqui, el autor de este
pensamiento, vivió entre fines del siglo XIV y mediados del XV
Mejor,
como escribe Marco Aurelio, procuremos
ser felices este día:
“Donde
quiera que te encuentres puedes ser un hombre feliz…Ajústate y acomódate a lo
que el hado te ha destinado, y ama a los hombres con quienes te cupo en suerte el vivir, pero que sea de
veras!
No hay comentarios:
Publicar un comentario