LOS OFICIOS
Cicerón
Espasa-Calpe,S.A. Colección Austral, Madrid,año 1980.
El mundo es de los triunfadores
“Marco Tulio Cicerón, en latín Marcus
Tullius Cicero1
(pronunciado ['mar.kʊs 'tul.liʊs ˈkɪkɛroː]), (Arpino, 3 de enero
de 106 a. C.
- Formia, 7 de
diciembre de 43 a. C.) fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano.
Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana.”
El mundo de
los triunfadores es una expresión que, en el siglo veintiuno no deja lugar a
dudas de lo que se trata. Vencer
dificultades y aventajar a otros en una presurosa carrera hacia el dinero, la
cumbre de la montaña, la fama, el poder, emérito en la ciencia, o la
presidencia de la república.
No es eso lo
que Cicerón señala cuando habla de los triunfadores. Lo dice alguien que sabe
de lo que está hablando. No hay que olvidar que Cicerón fue senador del imperio
más poderoso y duradero del tiempo antiguo. Y que se encontró metido en grande
revoluciones políticas.
No dice que
no hay que vivir, sólo recomienda que “no demasiado”: “Nuestro principal
cuidado ha de ser vivir libres siempre de todas las pasiones, deseos,
inquietudes, tristezas, ira y alegría demasiada, para poder conservar la
serenidad y tranquilidad de espíritu.”
Una visita
guiada a centros hospitalarios, en pleno siglo veintiuno, nos acercaría a lo
que dice Cicerón. Ulceras pépticas por demasiada tensión, sistemas nerviosos desquiciados,
obesidad por abundante comida para calmar la angustia, hipertensión, etc.
La idea
operante fue la virtud, el soporte moral
y cívico con el que vivió todos los días, durante milenios, el mundo pagano de
la antigüedad occidental. No necesitaba
más para seguir viviendo con la calidad y fuerza que se recuerda a Roma.
Cuantas sectas tocaban sus puertas encontraban un modo bien establecido de vida
(Virtud y Código Romano, razón vital y razón práctica) con el que no podían competir.
No fue el cristianismo el que a la postre venció a Roma sino que fue Roma la
que se venció a sí misma.
Cicerón |
En la medida
que la lenta decadencia moral de los últimos trescientos años fue minando los
cimientos del imperio (otras veces
república), que otra propuesta religiosa penetró sus calles y palacios. Al
estilo de un suero fisiológico que penetra un organismo enfermo y busca
restituir la salud.
Fue ese
mundo antiguo, al que pertenecía Cicerón, que creía en un Dios (más mencionado
en plural) que con su poder había creado al mundo y lo conservaba. También
creía en la inmortalidad del alma (a Sócrates le urgía morir para ir a charlar
con los filósofos ya fallecidos) y que ésta conocería después de la muerte del
cuerpo la felicidad o el castigo.
A cambio de
tan halagüeña perspectiva, como en todo contrato colectivo, hay derechos y
obligaciones para los humanos. El mundo pagano de Cicerón se desenvolvió en un
equilibrio de lo útil con lo honesto. El que se saliera de esta regla caía en
la zanganería y en la corrupción y era castigado.
Cuando el imperio mismo se salió de esta regla
de equilibrio, mordió el polvo y en su lugar fue penetrando una secta,
igualmente estoica, con creencias morales y costumbres sobrias
extraordinariamente semejantes a las que habían sustentado el mundo greco-romano
desde los presocráticos hasta Séneca y Plotino, el último de los filósofos
paganos.
Cicerón fue
un filosofo original pero su grandeza de
espíritu comprendió que lo que no está escrito se lo lleva el viento y, “Fue
Cicerón el primero que hizo traducciones completas de los autores griegos,
facilitando así a los romanos la inteligencia de aquella lengua.”
Ese es el
contexto histórico desde el que Cicerón nos habla. El gran imperio romano que,
para ser grande, practicó la sencilla regla de útil y honesto. El poder de
penetración del pensamiento de Cicerón iba más allá de la obvia confrontación
de lo honesto contra lo deshonesto. Estaba atento a distinguir “entre dos cosas
honestas, cuál es más honesta.” Decía
que la honestidad pertenece a la justicia y la justicia que se corrompe deja de
ser justicia para ser instrumento al servicio de la injusticia.
Señalaba que
hay varias maneras de injusticia que parecen justicia. Como aquella que, tanto
en la modernidad como en la antigüedad, roba para repartirla entre los
necesitados. Con lo que se instala el
principio de repartir lo ajeno y no lo
propio.
Otra manera
de injusticia la practican los que, de manera irracional, se dedican a causa lícita
descuidando lo que tiene cerca. Esto se ve mucho en las películas norteamericanas
donde el valiente y honrado agente de
policía se dedica a perseguir criminales en tanto su hogar se derrumba: “Otros
se entregan de tal manera a sus estudios y ocupaciones, que dejan abandonados a
los que deberían amparar y proteger.”
Algunos se
dan cuenta de lo anterior hasta que se jubilan. Son extraños dentro de su
propia familia. Los que se dan cuenta de lo que les espera no se jubilan nunca. Se quedan para siempre ya
no con su familia y sí con su “contexto del trabajo”.
Señala otros
casos de “deshonestidad bien intencionada”: “como aquel general que, habiéndose
pactado con los enemigos treguas por treinta días, talaba por las noches los
campos porque las treguas habían
tratado de días y no de noches.”
Algo de
Cicerón que cobra vigencia inmensurable en estos tiempos donde el noventa por
ciento de películas, espectáculos y programas de televisión, van de la violencia
a la extrema violencia, es la siguiente anotación: “ Es, pues, necesario tener
el pensamiento ocupado en las ideas mejores y la voluntad sujeta en todo a la
razón.”
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