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Schopenhauer dice que
busco a los otros porque no puedo vivir con mí mismo (recuérdese que Séneca
coincide con él:”No es que quisieras estar con el otro, sino que no podrías
estar contigo mismo”).El personaje de
una novela de Jardiel Poncela quiere
estar con su novia porque tiene pavor a estar solo.
Un alpinista desciende al valle, después de una expedición de dos meses en la soledad de las montañas, y se da cuenta, como tal vez ningún otro humano pueda hacerlo, lo inmensurablemente valiosa que es la convivencia con la gente.
Pero es un hecho que mucha sociabilidad también descompone lo valioso de la vida porque no permite un cierto alejamiento para estar con mi mismo. Es cuando “el vino se convierte en vinagre.”
Este es el contexto en el que Schopenhauer dice que nacemos en la comunidad, no en la soledad: “la soledad no es natural al hombre, que a su llegada al mundo no se encuentra solo sino en medio de padres, hermanos, hermanas, o, dicho de otra manera, en el seno de una vida en común”.
En tiempos de vigor, el hombre conquista al mundo y, no necesita de nadie. En la etapa prostática necesita que le cambien el pañal de la incontinencia y lo lleven en silla de ruedas. No necesitamos recordar la vida y ocaso físico de Federico Nietzsche.
No es la soledad, de Schopenhauer, el solipsismo patológico de Strirner. Éste viaja solo por el universo negando a las otras personas.
- Arthur Schopenhauer (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana».
Schopenhauer tampoco idealiza al hombre del común, como lo hace el político que, en tiempo de campaña, busca su voto en la urna para poder llegar a la cámara de legisladores o hacerse del supremo poder de ese país.
La expresión “hombre del común” no se refiere al lumpenproletariat ni al trabajador urbano, como se dice en el panfleto y en la ciencia política, sino aquel individuo, de la clase social que sea, que adolece de cultura. El instinto de lucha por la sobrevivencia, o por la opulencia, se brinca las trancas de toda clasificación de la sociología, nos deshumaniza y nos regresa a la caverna. Así andemos en harapos, en ropa burda o con corbata todos los días del año.
El lumpenproletariat ahora ya no es ausencia de cuenta corriente en el banco sino de lejanía de los libros de cultura. Antes al que leía libros de cultura se le etiquetaba como pequeño burgués. Tenía que estar en la fábrica o en la mina, no leyendo libros. En la actualidad ya casi ha desaparecido esa clase de pequeños burgueses…Se sabe porque en el mundo hay mucha boruca. Donde falta la cultura abunda la boruca y el ruido. No hay inclinación al retiro.
Sucede en los países cuyos programas de las escuelas y las universidades se han quitado, desde muy temprano, materias como civismo, moral y ética. El resultado es tan obvio que basta asomarse por la ventana para comprobar que el mundo se ha descompuesto. Se ha descompuesto hasta para los que descompusieron al mundo.
Schopenhauer habla de la urgencia que tiene la gente de la soledad. La soledad: “se consigue especialmente después de haberse convencido de la miserable condición moral e intelectual de la mayoría de los hombres”. Se insiste: no de la pobreza económica sino de la cultural y de la moral. Para los que se incomodan con la palabra moral recomienda sustituirla por ética.
No se queda en la crítica y sí traza el camino que pueda conducir hacia la soledad terapéutica, esa que necesitan hombres y mujeres para vivir en paz consigo mismo, o para pensar y escribir, si ese es su modo de vida, o su vocación: “en cada individuo, separadamente, los progresos de la inclinación al retiro están siempre en razón directa de su valor intelectual”.
Cervantes nos habla, mediante esos dos inmortales personajes, que parecen tan chiflados uno como el otro, del instinto y el ensueño. Uno de ellos leía muchos libros. En Platón el anhelo de una vida fuera del espacio y el tiempo. Éste escribía muchos libros. La inmortalidad demostrada en la prisa de Sócrates, por salirse de este planeta, porque “allá” lo esperan los filósofos con los que puede conversar de manera inteligente y amena. Éste, como haría Jesús, no escribía pero habla para que otros escribieran.
La conclusión para Schopenhauer es que si sólo me gusta la soledad lo mejor será que me apresure a buscar al psiquiatra. Y si nada más me siento a gusto entre la boruca, el vaticinio es que, tarde o temprano, visitaré la clínica de salud mental.
Estos vericuetos intelectuales, y otros parecidos, son en los que Schopenhauer quiere que se camine en busca de la soledad de mimismo pero sin soltar amarras con la multitud.
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