TRES POETAS
FILOSOFOS
George
Santayana
Editorial
Porrúa, S. A. México, Serie Sepan Cuantos, Núm. 645, año 1994
Átomos,
consumismo, azar y libertad de decisión.
“Tito
Lucrecio Caro (99 a. C.
- 55 a. C.),
poeta y filósofo
romano.
Es autor de un largo poema didáctico, De
rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), en algo más de
7.400 hexámetros
distribuidos en seis libros, acaso la mayor obra de la poesía de Roma. En este
poema se divulgan la filosofía y la física atomistas que
había tomado Epicuro
de Demócrito.
El único texto que poseemos del poema se ha transmitido gracias a Cicerón,
quien preparó su edición a la muerte del poeta, y al humanista Poggio Bracciolini, que lo copió en 1418 del único códice
conservado. En deliberado contraste, se inicia con un himno a la diosa Venus
generatriz y termina con una descripción de la peste de Atenas.”
Vivir en
medio del consumismo y el ruido no hace feliz a nadie. Pero tampoco importa a nadie. Lo que importa es que hay libertad para ser un asceta o un despilfarrador compulsivo.
Aquí se
consideran las cosas del cielo y de la tierra. Pero tampoco es necesario ir tan
lejos. En este día todavía hay países,
en todos los continentes, que sus habitantes no conocen el ejercicio de decidir.
Podemos
imaginar que en aquellos lejanos días de la Helade ya estaba presente el
consumismo. Lo sabemos por Sócrates que se dolía que Atenas estuviera llena de
cosas que nadie necesitaba pero que todos compraban.
Lucrecio,
romano, es un poeta de la naturaleza, con aspiraciones profilácticas para el cuerpo, suficientes para hacer individuos sanos. Pero nos separan de él
muchos siglos y nuestros hábitos
citadinos, del siglo veintiuno, nos lo
muestran como persiguiendo una felicidad rural.
Pensadores apenas del siglo diecinueve como Goethe,Emerson y Thoreau, y luego del veinte, como Alexis Carrel y Desmond Morris, que en cierto sentido abogan por lo mismo, es decir, una vida sana pegada a la naturaleza, nos parecen ya lejanos. Imaginemos cómo nos parece el remoto Lucrecio, en esta época que nos pasamos mucho tiempo pegado a la televisión y a la computadora, lejos de los campos, los bosques y las montañas.
Pensadores apenas del siglo diecinueve como Goethe,Emerson y Thoreau, y luego del veinte, como Alexis Carrel y Desmond Morris, que en cierto sentido abogan por lo mismo, es decir, una vida sana pegada a la naturaleza, nos parecen ya lejanos. Imaginemos cómo nos parece el remoto Lucrecio, en esta época que nos pasamos mucho tiempo pegado a la televisión y a la computadora, lejos de los campos, los bosques y las montañas.
El asunto está en que queremos más de lo que
necesitamos. Si no se consigue empieza la frustración. Y la frustración puede
derribar imperios. Por eso Santayana comenta: “Todos los seres vivientes
perseguimos la mayor felicidad realmente posible. En un mundo tan desapacible como el nuestro, esto solamente puede
obtenerse mediante la abstención y el
retiro. Si son pocas las cosas pedidas, es mucho más probable que lo obtenido no desilusione.”
Ya nada más
por el fenómeno del consumismo, una cuestión netamente humana, se podría
señalar que en la vida hay algo más que la eterna causalidad atómica. Y aquí es
donde se piensa interviene el azar, o sea lo que cambia la regla del juego del
destino, que es algo predeterminado, y aparece el azar, que es terreno en el
que puede ejercitarse la voluntad de decisión, más conocida como libre
albedrio.
El poeta
Lucrecio fue discípulo de Demócrito y éste es un personaje pionero que le da coherencia a un sistema materialista que venía
bosquejándose desde los presocráticos.
Santayana se refiere a él en estos términos al modo de pensar de Demócrito: “el
mecanismo en lo que respecta al movimiento, el atomismo en lo que toca a la
estructura, el materialismo en lo se refiere a la sustancia: he aquí todo el
sistema de Demócrito.”
En un mundo
de puros átomos el destino es previsible y el libre albedrio imposible. Se
necesita una alteración en el curso de los átomos, para que tenga lugar el
azar: “El movimiento de los átomos no debe ser absolutamente regular y
mecánico. Para eliminar el destino podía admitirse el azar…Si se permitiera que
los átomos experimentaran una pequeña desviación en sus cursos, el futuro sería
imprevisible y el libre albedrio quedaría a salvo.”
En algún
momento la danza de los átomos experimenta algún accidente y el resultado es óptimo.
Tanto que consideramos el principio de la vida, como la entendemos los humanos,
a semejanza, dice Santayana, como obtenemos el número del doble seis en el
agitar del cubilete: “la vida pertenece a la forma y no a la materia, o, en el
lenguaje de Lucrecio, la vida es un eventum,
un producto ideal superfluo o un aspecto incidental implicado en el equilibrio
de la materia. Del mismo modo que la obtención de un doble seis es eventum un producto ideal
superfluo o un aspecto incidental implicado ocasionalmente en el acto de agitar
un cubilete de dados. Pero así como el resultado mencionado es la culminación y
la mejor consecuencia posible en un
juego de dados, así también la vida es la culminación y la mejor consecuencia
posible de la danza de los átomos.”
Santayana estudia a Lucrecio con atención
porque sabe que el poeta no es un contestatario compulsivo y neurótico. Al
contrario, este poeta romano es parte importante del pensamiento humano de todos
los tiempos. Y así como dice Santayana que el idealismo puede tener toda la
verdad posible, pero que sólo es una parte del mundo, así igual con el
materialismo de Lucrecio: “Las emociones que Lucrecio asoció con sus
átomos y su vacío, con sus negaciones
religiosas, y sus abstenciones frente a la acción, son emociones necesariamente
implicadas en la vida.”
Epicuro era
ateo, como Lucrecio. Pero era menos que éste. Aunque parece que ninguno de los
dos abandonó por completo las playas del sobrenaturalismo, o de la mitología
moral. Lucrecio en sus versos evoca a diosas y dioses. En cuanto a Epicuro,
Santayana anota lo siguiente: “es habitual y, en cierto sentido, legitimo,
hablar de los epicúreos para calificarlos de ateos, por cuanto negaban la
providencia y el gobierno de Dios. Sin
embargo admitía la existencia de dioses. El propio Epicuro era tan sincero en
esta creencia y estaba tan influido por ella, que acostumbraba frecuentar los templos,
celebrar las fiestas dedicadas a los dioses y frecuentemente pasar largas horas
ante sus imágenes en actitud de contemplación y plegaria.”
Epicuro toma con menos rigor atómico el asunto y da
pie para que Santayana evoque, al final,
unos conocidos versos de Fitzgerald:
Bajo la rama, un libro de poesía
Un cántaro de vino y una hogaza de
pan-y tú
A mi lado en la soledad cantando…
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