SANTAYANA Y LA FANTASIA DEL NOVELISTA




Diálogos en el limbo
George Santayana
Editorial Porrúa, S.A. Serie Sepan Cuantos…Núm.645, año 1994
Primera edición en 1910


“Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, más conocido como George Santayana (Madrid, 16 de diciembre de 1863Roma, 26 de septiembre de 1952), fue un filósofo, ensayista, poeta y novelista hispano-estadounidense. A pesar de ser ciudadano español, Santayana creció y se formó en Estados Unidos. A los 48 años dejó de enseñar en la universidad de Harvard y nunca más volvió a los Estados Unidos. Escribió sus obras en inglés, y es considerado un hombre de letras estadounidense. Su último deseo fue ser enterrado en el panteón español en Roma. Probablemente su cita más conocida sea «Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo», de La razón en el sentido común, el primero de los cinco volúmenes de su obra La vida de la razón o fases del progreso humano.”


La psicología clínica estudia cómo actúan los seres animados. Investiga los resultados de una vida vivida.

Una vida inventada es lo que hace la psicología literaria, como la llama Santayana. Está en el origen de toda creación de caracteres: “La psicología literaria es el arte de imaginar cómo sienten y piensan esos personajes. El novelista crea unos personajes y los echa a andar, como los relojes de Schopenhauer. Les da cuerda y señala el camino que debe recorrer, cómo actuar, dónde deben detenerse o seguir. Como individuo  invisible que mueve a sus personajes de guiñol.

El escritor es el creador de los personajes y del contexto donde se mueven esos personajes. Lo que sucede en una novela sólo pasa en esa novela, por más que pueda tener algún parecido con la vida real. A semejanza de lo que sucede en  las sendas historias de la academia  y de las de carácter lírico.
 
G.Santayana
Santayana advierte que no hay que tomarse demasiado en serio porque en la novelas  estamos en el terreno de la  fantasía. Y en este mundo de la fantasía no sólo entran los novelistas y  los  historiadores sino también los filósofos. Dicen su versión, por más que crean que están diciendo la verdad universal.

Todo mito es una fantasía que corresponde a un grupo humano. Hay que apresurarse a decir que no estamos en el mundo del escepticismo y el desaliento.  Todo lo contrario, es el optimismo en el que todos tienen libertad de creer. Si alguien cree lo que aquel escribió es que fue una fantasía bien inventada y el otro carecía de vitaminas culturales suficientes para descubrir el artificio. El arte del oficio."No porque esté escrito,tiene que ser cierto"dijo Clint Eastwood en la película Un mundo perfecto.

 La ciencia médica dispone ya de muchas vacunas para prevenir el contagio. En la cultura no se adquiere así la inmunidad. Hay que leer toda la vida y en muchos países (a juzgar por los presupuestos magros que tienen las secretarías de cultura. Presupuestos que siguen considerándose un gasto, no una inversión)  eso de la cultura no es prioritario...

Santayana dice que aun en el mundo de la academia los grandes historiadores son unos  fabuladores. Más bien escriben novelas: “los historiadores clásicos no se contentan  con citar palabras registradas: componen discursos para sus personajes, bajo la confesada inspiración de Clío, o menos honradamente, en los tiempos modernos, explican cómo sentían sus héroes, o que influencias obraban en el espíritu de la época, o qué dialéctica dirigía la opinión de un sentimiento a otro. Todo eso es descarada ficción…Su virtud no es de ningún modo ser verídica, sino estar bien inventada.”

De tal modo que somos Alicia atravesando el espejo y regresamos a relatar otra verdad diferente a la verdad que conocemos. Una de las grandes virtudes que conoce la humanidad, mejor inventada, es la del emperador Napoleón que iba por el planeta sojuzgando países mientras pregonaba la igualdad entre los humanos.

Por eso para Santayana los personajes de la novela  deben ser congruentes con su modo de hablar. O es una máscara lo que está diciendo para sorprender incautos. Es cosa antigua que lo que se habla se pone a prueba con las acciones: “El pensamiento sólo puede descubrirse poniéndolo en acción.” El inspector Javert, de Víctor Hugo, se decía implacable agente al servicio de la ley y en el fondo era alguien que no carecía de humanidad. Cuando él se descubrió, que era diferente a como creía que era, prefirió que se lo tragara el Sena.


Intereses nobles e intereses vesánicos son los que van a mover a los personajes de la novela. El ego es el que está en el centro del relato. Pero no hay que asustarse, sólo son fantasías: “objetos de psicología literaria…el universo es una novela cuyo héroe es el ego; y la amplitud de la ficción (cuando el ego es culto y omnívoro) no contradice su esencia poética.”

Los filósofos mismos, dice el filósofo Santayana, se quiebran la cabeza por demostrar en la física y en la teología la validez de su conocimiento: “Por esta razón los poetas y novelistas son a menudo mejores psicólogos que los filósofos.”

Al final el novelista creador va a ser también un instrumento del  ente que lo va a impulsar a contar algo, llámese espejo de Alicia o bien su sociedad o su historia o su fantasía: “hacemos una novela de nuestra incoherencia, y componemos nuevas unidades en el esfuerzo de desenredar a aquellas a las que estamos acostumbrados.” 

El rey, del relato de Alicia, pedía a su reina le consiguiera otro lápiz porque este escribía otra cosa distinta a lo que él quería escribir…














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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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