Vida de los filósofos más ilustres
Diógenes
Laercio
Editorial
Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.427
Primera
edición en español, Basilea 1533
“No puedo
dejar de ser lo que he sido.”
Escribe Santa Teresa de Jesús (Teresa de
Ávila, para los laicos) en Las moradas.
Existe el yo
inalterable que defiende sus puntos de vista por sobre todas las cosas, y con
frecuencia hasta las regiones de lo absurdo. Se le conoce vulgarmente como necedad. Cuando dos necedades dialogan
adquiere el nombre de dialéctica. Para que la cuestión arribe a puerto es
cuando ese diálogo alcanza un resultado
llamado síntesis.
Donde más
genuinamente tiene lugar la dialéctica es en el congreso de la ciencia, en el
que se exponen tesis frente a tesis, del mismo asunto. Si bien, por la
naturaleza del contexto de la investigación científica, no se da la síntesis o
ésta va a ser temporal.
En la
asamblea sindical, donde se debate con libertad, gana la mayoría, lo que no
quiere decir que convenza a la tesis
contraria. Por eso en los sindicatos
reales, así como en las cámaras de
legisladores, siempre existe lo que se conoce como oposición.
Como sea, es
lo más cercano, en la práctica, a lo que en filosofía se le llama dialéctica, que Jean Wahl define como “teoría
de las oposiciones y su visión de las tensiones, dentro del Devenir.”
Se trata de
un loable recurso de intercambiar ideas e intereses que busca llegar a un acuerdo de civilidad, de
civilización, y con esto la vida en comunidad puede seguir guardando cierto
equilibrio, si se trata de un pueblo que vive en un régimen en el que se pueden
expresar con libertad.
Otra forma
de ver el asunto es que conocer las ideas del otro me sirve para conocerme a mí
mismo. Como cuando se corre el maratón, los otros con su potencial me indicarán
si el mío es mejor o menor.
El método
filosófico negativo es que yo no pienso como el otro. Es como la revelación de
mi individualidad dentro de la comunidad.
Si la
mayoría piensa como yo, o diferente, es coincidencia de principios, no de
números de asamblea.
Hasta puedo yo ser el único en el planeta que
piense diferente. Esto es el principio en el que se basa el pensamiento de la
investigación científica.
El principio
de dialogar con síntesis lo descubrieron
los griegos de la antigüedad. Aun viviendo en un estado teocrático ya el
antropocentrismo alzaba la voz y se hacía presente. Había dialogo con los
olímpicos, según Homero, pero como la lógica de los dioses es accesible a pocos,
entonces el ejercicio dialéctico se circunscribió a mortales.
Heráclito, de
Éfeso, cinco siglos antes de Cristo, se menciona como el iniciador de este
sistema de filosofar: Entre su literatura se encuentran frases como estas:
“Por la
conversión de los contrarios se ordena y adaptan los entes…Que todas las cosas
se hacen por contrariedad.”
Cicerón, un
siglo antes de Cristo, en su obra Los
oficios, refiriéndose a sus contemporáneos romanos, dice:
“Los
nuestros disputan contra todos los argumentos porque no pueden darse a mostrar
lo probable sino se confrontan las razones por una y otra parte.”
Y Jean Wahl, francés, en el siglo veinte,
apunta, en su obra Introducción a la
filosofía:
“Dialéctica viene de
una palabra griega que significa conversar y, como es bien sabido, usaba Sócrates
de la conversación filosófica como de un
medio para conducir a los hombres hacia la verdad…La unión de estos dos modos
de pensar suministró a Hegel su esquema
dialectico, con su sucesión de tesis, antítesis y síntesis, que en apariencia
nunca finaliza.”
Nació hacia el 544
antes de Cristo, aproximadamente, y vivió en Éfeso, ciudad enclavada en la
costa Jonia, al norte de Mileto, hasta su muerte, en el 484 antes de Cristo.
Pertenecía a una familia aristocrática y, al parecer, no se llevó muy bien con
sus conciudadanos, si nos atenemos a alguno de los fragmentos que se conservan
de su libro, y a los testimonios de sus contemporáneos.
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