QUILÓN Y ESCRIBIR CON FRASES CORTAS




Vidas de los filósofos más ilustres
Diógenes Laercio
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos, Núm.427,año 2003
Primera edición en español: Basilea 1533

Quillón es considerado entre los filósofos más ilustres de la antigua Grecia.

Diógenes Laercio menciona una serie de preceptos de Quilón que son como una apretada síntesis de lo que conocemos como pensamiento occidental.

Quilón fue éforo, algo así como diputado o especie de  miembro de la cámara de legisladores. Lo que más tarde los romanos instituyeron como tribunos de la plebe. No era la democracia directa ni representativa, como ahora conocemos, pero se trataba de un principian en esa perspectiva que había que fortalecer.

 Su misión, tanto entre los griegos como en los romanos, era la de “balancear” las decisiones del rey. “Amortiguar” la conducta del soberano que, con frecuencia era déspota que atropellaba no sólo a los funcionarios de mando del reino sino sobre todo al pueblo del común.

Se requerían ciertas cualidades cognitivas y humanas para desempeñarse  con inteligencia como éforo. Como el grupo de éforos era el que recibía el primer impacto de las arbitrarias disposiciones del rey, el éforo debía tener las cualidades que ahora conocemos como diplomacia. Saber “negociar”. Evitar la violencia y obtener, en cambio, algún arreglo que beneficiara a la gente o por lo menos que no la perjudicara.

Un hermano de Quilón aspiraba a ser éforo, y se desesperaba porque no lo conseguía, Quilón le dijo: “Yo sé sufrir injurias, pero tú no.”

Relacionado con este suceso, del hermano de Quilón, Diógenes Laercio ofrece un hecho histórico que ilustra cómo la democracia puede comprometer su existencia al convertirse en déspota, en plural, que el mismo déspota en singular.

Los éforos de ese tiempo adquirieron tanta importancia por su actitud valiente frente al rey, que perdieron el piso propio  del cabildeo. Se volvieron insolentes y hasta amenazaron con hacer prisionero al rey. Fue cuando Cleómenes, hijo de Leónidas, quitó los éforos. Con lo que el pueblo del común perdió la posibilidad de cabildear. Después sólo tenían que obedecer. Encontrándose otra vez a merced de las deposiciones arbitrarias del poder absoluto.

Recuérdese que esto mismo lo repitieron los romanos, con la muerte de Julio Cesar, por parte de los senadores. Y toda señal de democracia desapareció por los siguientes trescientos años.

Como en el caso de los éforos de Quilón, para 1939 España había perdido el interlocutor frente a Franco, como tres años antes se había perdido el interlocutor ante la República...

Es una vieja película de la humanidad. La asamblea estudiantil del país sin nombre adquiere tanta fuerza que acaba quitando al rector de la universidad pública. Entonces el rector llama a la fuerza pública y acaba con la asamblea estudiantil. Y todo vuelve a empezar.

 La  experiencia que Quilón relata es que las revoluciones empiezan en los corredores del palacio, no en la calle.

A Quilón se le menciona también por su modo conciso de expresarse, llamado estilo Quilón. Recuerda las frases cortas de algunos novelistas contemporáneos, sobre todo norteamericanos, como Hemingway, Valtín, Faulkner, etc. A muchos escritos les sobran palabras.

Respecto de sus mencionados preceptos, griegos, es al estilo de un muy anticipado Sermón de la Montaña en el que Jesús hace mención de una serie de patología en la conducta humana.

Estos preceptos de Quilón, que en realidad  pertenecen al presocratismo, es lo que ha hecho creer a los historiadores que el socratismo es un pre cristianismo y el cristianismo un pos socratismo:

“Detener siempre la lengua, singularmente en convites; no hablar mal del prójimo, sino queremos oír de él cosas que nos pese; no amenazar a nadie; acudir primero a los infortunios que a las prosperidades de los amigos; casarse sin pompa; no hablar mal del muerto; honrar a los ancianos; guardarse de sí mismo; escoger antes el daño que el lucro torpe, porque lo primero se siente por una vez, lo segundo para siempre; no burlarse del desgraciado;

" el poderoso sea humano, para que los prójimos antes le celebren que le teman; aprender a mandar bien su casa; no corra la lengua más que el entendimiento; reprimir la ira; no perseguir con baldones la adivinación; no querer imposibles; no apresurarse en el camino; no agitar la mano cuando se habla, por ser cosa de necios; obedecer las leyes; amar la soledad.”




Qilón




Quilón de Esparta. Principios del s. VI a. de C. - Pisa (Peloponeso, Grecia), Olimpiada LII Uno de los Siete Sabios de Grecia. Quilón, hijo de Damageto, fue lacedemonio. Diógenes Laercio lo alaba en sus escritos. Y por medio de él nos han llegado algunos de sus pensamientos y máximas




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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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