TERESA Y LEIBNIZ EN BUSCA DE LA ORIGINALIDAD PARA ESCRIBIR






Las moradas
Santa Teresa de Jesús
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.50,año 2005
Primera edición, Salamanca, 1588

Originalidad para decir las cosas y exponer las  ideas por medio de la escritura, proponen también Santayana, Schopenhauer y otros.

Santa Teresa de Jesús (Teresa de Ávila para los laicos)  dice algo semejante desde el siglo dieciséis, en su obra Las moradas, y Leibniz hace lo propio en el siglo diecisiete, en su Nuevo Tratado sobre el entendimiento humano.

Es la irónica situación si se piensa que tenemos un formidable legado cultural de al menos 50 siglos, desde los sumerios, en la antigua Mesopotamia y, muy destacadamente, de los griegos, de hace 25 siglos.

 ¡Y ahora nos piden que no hagamos caso de ese enorme baúl de experiencias vitales y cognitivas.
Leibniz

Básicamente somos lo que somos y ese es nuestro estilo al expresarnos de manera espontánea, y no lo vamos a poder cambiar (como no podemos cambian la forma de nuestra orejas).  Teresa lo dice así: " ya que no puedo dejar de ser la que he sido."

Pero también somos lo que tantos siglos nos han enseñado.

Por más que a algunos escritores les guste la idea de la generación espontánea, en eso de las ideas (conmigo empieza la posteridad), y ensayen a ser originales, lo que ha dado excelentes así como no excelentes trabajos literarios, el desarrollo viene de muy lejos. Para probarlo podemos recurrir  no a la historia sino a la antropología.

Se trata del esfuerzo del humano de siempre ir hacia adelante. Al ejemplo de los atletas que buscan  correr la misma distancia en el tiempo más breve.

Para Leibniz caemos con frecuencia en la práctica de explicar, en lugar de decir, lo que de manera espontánea, y por tanto original, pudiéramos decir: “lo que sucede no solamente cuando hablamos como gramáticos, sino también  cuando hacemos las veces de diccionarios, dando la explicación de la palabra…”

La filosofía es el arrecife en el que se nutren los novelistas, ensayistas, historiadores y periodistas de todo tipo y color. Pero no estaría de más saber  que la filosofía ata lo espontáneo, de la creación lírica, tan necesaria para construir los mundos imaginarios de la novela. Y sobre todo de la poesía!

Sigue diciendo Leibniz:

“No obstante, es cierto que muy frecuentemente  se pretende expresar más bien lo que otros piensan que lo que piensa el que habla, como sucede sobre todo con los laicos...
“Así pues, algunas veces no somos más que los trujimanes de los pensamientos  o los portadores de la palabra ajena…

Y más adelante reconoce que, como sea, siempre hay originalidad, puesto que siempre hay subjetividad: “Por lo demás, sucede alguna veces que nuestra ideas y nuestros pensamientos son la materia de nuestros discursos y constituyen la cosa misma que se quiere significar, y las nociones reflexivas entran más  de lo que se cree en el concepto de las cosas.”

Siempre será posible la originalidad si escribimos desde nuestros asuntos, buscando en nuestras intimidades. Atendiendo a las generalidades del humano pareciera que  todos decimos lo mismo pero nuestra subjetividad nos hace diferentes y únicos. De tal manera que el Popocatepetl pintado por Gerardo Murillo (Dr. Atl) es diferente que el pintado por Diego Rivera.

Para Santa Teresa, que habla para sus monjas carmelitas, es consciente que no puede ir más allá de su causalidad, a la hora de escribir, y pide a su Dios que la ayude para decir cosas y situaciones en la perspectiva que haya utilidad para la gente.

Igual que hacen algunos poetas que le entran al peyote o los atletas que se dopan. ¡Ir más allá de lo humanamente posible! Pero Santa Teresa no lo hace desde el solipsismo de la suprema intelectualidad. Parte del humilde reconocimiento de la impotencia más allá de sus limitadas fuerzas humanas:

“Son tan oscuras de entender  estas cosas interiores, que a quien tan pocos saben como yo, forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas, para decir alguna que acierte. Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la tenga para escribir lo que no sé, que cierto algunas veces tomo el papel, como una cosa boba, que ni sé qué decir ni cómo comenzar.

“Bien entiendo que es cosa importante para vosotras declarar algunas interiores como pudiere, porque siempre oímos cuán buena es la oración, y tenemos de constitución tenerla tantas horas, y no se nos declara más de lo que podemos nosotras; y de cosas que obra el Señor, en su alma, declarase poco, digo sobrenatural. Diciéndose y dándose a entender de muchas maneras, sernos de mucho consuelo considerar este artificio celeste interior, tan poco entendido de los mortales.”

 
Santa Teresa de Jesús
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo de 1515Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas).







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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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