FILOSOFIA ES VERBO, NO SUJETO


FILOSOFIA ES VERBO, NO SUJETO

Vender jitomates en el puesto de la esquina, caminar por las montañas, un vivac colgando de la roca sobre el valle, un concierto de rock, o el pensar sistemáticamente en el instituto universitario, es filosofía.

Es hacer, no ser. Se realiza el ser con el hacer. Si Nanahuatzin no se arroja a la hoguera…Si Jesús no se echa a caminar…Si Cesar no cruza el Rubicón…

Lograr la comprensión histórica, es otra historia. Ya no es el verbo hacer sino estudiar el corpus en su conjunto.

Todos, casi, nacemos en el seno de alguna religión con su iglesia organizada. Nadie nace en una filosofía.

Es tan improbable que se tope con ella porque el mundo está hecho para la distracción, ya sea práctica o sea ociosa, no para el pensar.

Como el caminar y nos tropezamos con una piedra. Así el encontrarnos con la filosofía. Darnos cuenta por primera vez, en la conciencia, que se va en la filosofía, que está en ella y que hace filosofía.

Al estilo del que empieza a tener información de geología ¡descubre que  camina sobre el planeta!

O el que piensa en la gravedad atmosférica se da cuenta que, en 24 horas, las estrellas están sobre su cabeza y, alternativamente, se encuentran allá en el fondo, bajo sus cabeza…

Sucede, empero, que se da el fenómeno que se siente ajeno,  y muy distante, el que hace filosofía, de toda actividad filosófica. Pasa a considerar al investigador  de filosofía como el guardián de un saber esotérico.

Una consideración de Karl Jasper hace en su obra La filosofía, es “Tenemos que librarnos de la idea de que  el filosofar sea en sí y esencialmente una incumbencia de profesores. Es una cosa del hombre actual es, en todas las condiciones y circunstancias, del esclavo lo mismo que del señor”

La iglesia con sus cánones, su unidad y su tradición, señala el buen rumbo del vivir en solitario y en comunidad.

Es “La escolástica que conserva y educa”

¿La filosofía? Para el área occidental, que es en la que nos movemos, los que  entienden de estas cuestiones todavía están estudiando, aprobando, o criticando, a Platón, y algunos se van hasta los Presocráticos.

 De entonces para acá mil pensadores de primera línea, con la impresión que estamos ante el más indescifrable y excelente  galimatías de grandes temas.

Y, ¿quién lo dijera? ¡Esa es la respuesta!

La Historia de la Filosofía es para la filosofía lo que para la religión, el canon, la argamasa que le da cuerpo y consistencia. Igual en religión, que  en filosofía, tiene otra palabra: trascendencia, tradición:

Dibujo tomado de
El País
14 octubre de 2017
“Llamamos a la historia de la filosofía algo paralelo  a la autoridad de la tradición religiosa.”

De aquellos pensadores de la antigüedad arranca nuestra manera de pensar y actuar que, serios filósofos modernos, se han encargado de analizar y a su vez enriquecer. De esa manera se da vida a la tradición filosófica.

“La autoridad de la tradición despierta en nosotros los orígenes en los que se creyó anteriormente, mediante el contacto con ellos en los comienzos y en las cumbres del filosofar históricamente dado. Todo estudio ulterior presupone esta confianza. Sin ella no cargaríamos con el trabajo de estudiar a Platón o a Kant.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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