KIERKEGAARD, ALGO DE VALOR PARA LEER


 

Considerado uno de los grandes pensadores originales de los tiempos modernos (1813-1855), Kierkegaard tiene el cuadro formativo cultural de todo sincero pensador del mundo occidental.

Su Uno, su Único Dios, es Jesucristo, y a Sócrates, por su dialéctica, lo considera su maestro. Sócrates nació siglos antes de Jesús y, dice de él, sería un buen cristiano.

“Estamos tratando aquí de dos magnitudes cualitativamente diferentes; pero en un sentido formal puedo llamar  perfectamente a Sócrates mi maestro, mientras que sólo he creído, sólo creo, en Uno: Nuestro Señor Jesucristo”

Sören Kierkegaard, Mi punto de vista.

Ahí se detiene, no da el otro paso, su grandeza de pensador original no va más allá. No se atreve a decir que Jesús  fue un buen socrático. La naturaleza humana de Jesús la vela un tanto para quedarse sólo con la naturaleza divina.

Si aprendió carpintería de su padre humano, José, bien pudo aprender a discurrir de Sócrates. Era dar un paso demasiado atrevido.

De todas maneras  ha caminado donde  pocos filósofos  se atreven a pensar  siquiera. Inclinarse profundamente  ante los apotegmas, los imperativos categóricos dichos por Jesús, en lo que se conoce como el Sermón de la Montaña y, a la vez,  abrirse a la verdad que resulta de las contradicciones de la dialéctica socrática. 

Kierkegaard es poco conocido en México porque se lee poco en general (pocos leen muchísimo, muchos leen poco y el noventa  por ciento ve televisión), y menos en cuestiones de filosofía. Tambien porque es protestante. ¡Una vieja historia que ha dejado muy mal sabor de boca en todas partes!

Dibujo tomado de
El País
21-04-2018
La Biblia de Valera, con la que se puede dialogar seriamente con los protestantes, ha sido sustituida por cien distorsiones bíblicas que van y viene ensuciando  el campo.

Todo católico, con formación sólida, encontrará valiosa la  obra filosófica de Kierkegaard. En estos tiempos de eclecticismo abandonado a fuerzas diversas, para decir de manera educada, a la basura que corre por nuestras calles, no hay mucho de calidad al alcance de la mano.

De prosa culta, fluida y accesible para el común, Kierkegaard no tenía intenciones de parecer ininteligible. Va directo al concepto, que no hay que buscar entre los oscuros  neologismos a los que  de tiempo acá son tan proclives algunos filósofos, y por eso Kierkegaard está lejos de los anarquistas  que hacen de las suyas dentro de   la gramática tradicional.

Sus temas son  de actualidad perenne. Incómodos en ocasiones, si se toma en cuenta el contexto político de su tiempo, y el que estaba por llegar en Europa.

 Está seguro que la multitud (uno de sus  temas recurrentes) está compuesto de individuos y se resiste  imaginar  una multitud sin individuos.

“La multitud, en efecto, está formada por individuos; por lo tanto, debe estar  en poder de cada hombre el llegara a ser lo que es, el individuo. Ya que nadie, nadie en absoluto, está excluido de llegar a ser un individuo, excepto  aquel que se excluye a sí mismo convirtiéndose en multitud”.


 De la prensa de su tiempo tenía un pésimo concepto. La hacía responsable del miserable modo de pensar de la multitud:

“la vileza periodística era una escala desproporcionadamente grande, estaba sin duda llevando a la gente a sus tumbas…penetrando de forma vil en todas partes…”

De los políticos dice dos o tres crudas realidades.

Kierkegaard se vio envuelto en graves conflictos por señalar cosas de sus días, hasta temer por su vida, tanto política como religiosa de su misma iglesia, en Dinamarca. Decía estaba encerrada, lejos de la gente.

También  hace mención, tacita, desnuda de algunas prácticas  del catolicismo. Como cuando habla de una multitud enorme que llena lo templos, pero desinformada, en cuestiones teológicas y distorsiones en la praxis de su jerarquía. De lo que no estaba tan lejos ya que los concilios de la Iglesia de Roma son precisamente autocriticas para reorientar la brújula de la nave apostólica.

Como sea, lo cierto es que Sócrates no escribió, Jesús tampoco  lo hizo. Les creemos a sus interlocutores, Platón y los apóstoles.

En ninguno de los dos, Sócrates o  Jesús, la  letra mata el espíritu, como se dice. ¿Por qué no habremos de creer que se trata del mismo espíritu?

 Tautológicamente decimos que, con su  prosa culta fluida y accesible para el común, Kierkegaard va directo al concepto, que no hay que buscar entre los oscuros  neologismos a los que  de tiempo acá son tan proclives algunos filósofos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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