EPICTETO, UN ESCLAVO QUE NO ERA ESCLAVO


 

Epicteto es el prototipo de la humanidad antigua.

Nació                (esclavo) el año 50 de nuestra era. Decía lo que, tiempo después, dirían los cristianos.

Para el año 50 los apóstoles, y demás seguidores de Jesús, estaban apenas buscando la forma de escabullirse del Sanedrín y trascender los estrechos límites de su aldea.

A Epicteto esas ideas le venían de los Presocráticos, pasando por Sócrates, Platón y Aristóteles.

Esa intelectualidad le sirvió para entender su materialidad, de la miserable vida que tuvo que pasar siendo esclavo: hambre, ofensas, amistades, traiciones, victorias y debilidades de sí mismo.

Esa humanidad Antigua que no gustaba de llevar la guerra al exterior, sino al interior de sí mismo, en primer lugar, es de la que habla Epicteto:

“Recuerda estar siempre en guardia contra ti mismo”, decía.



Dibujo tomado de
El País
11 agosto 2018
Desconfiamos hasta de nuestra sombra tan pronto ponemos un pie fuera de la casa. En el metro, en el trabajo, de los que viajan en el micro, del que se acerca a preguntarnos algo…

Mi circunstancia, es decir, la sociedad en la que vivo, que es la de consumo y a la basura, no sabe de sobriedades antiguas.

Acumulo cosas y afectos, con la mayor ligereza, y de la misma manera los deshecho.

Recientemente salió la noticia    que en la ciudad de México: “Los 21 millones que viven en la capital  producen al día 13,000 (trece mil) toneladas  de residuos: 123 son de plástico”

El País, 25 de mayo 2019, Pág. 26)

En mi metafórico desván no sólo hay cachivaches llenos de polvo y telarañas, sino también personas viejas (o jóvenes) o con algún síndrome de nacimiento o adquirido

Epicteto es reiterativo hasta lo increíble porque conoce la pasta humana. Siempre estoy pidiendo, o exigiendo, más de lo que sobriamente necesito. Me gusta llevar la guerra a otros frentes como mampara en donde ocultarme de  mi mismo.

A: Devoro medio kilo de tortillas en cada comida.

B: Bebo un litro de “refresco” (soda) en cada comida.

C: Hacen ya 25 años que estoy intentando dejar de comer pan.

D: Tengo 30 pares de zapatos y todavía no encuentro unos de mi gusto.

C: Drogas blandas, drogas duras, drogas secas, drogas liquidas, etc. 

Es lo que Epicteto dice:

 “No tienes que librar a la tierra de monstruos porque no naciste Hércules ni Teseo: pero puedes imitarlos librándote tú mismo de los monstruos  formidables que llevas en ti. En tu interior hay un león, un jabalí, una hidra; pues bien, procurar dominarlos. Procura dominar el dolor, el miedo, la codicia, la envidia, la malignidad, la avaricia, la pereza y la gula”.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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