Leer es el imperativo que escuchó
Agustín, cuando estaba bajo una higuera.
Hay varias versiones sobre este
episodio en la vida del santo. La más cercana a él es la voz del cielo que le señalaba la lectura de la Biblia.
Llevaba ya muchos años investigando,
y hasta militando, en diversas corrientes de pensamiento que venían de la
antigüedad griega. Pero sentía que eran modos no suficientes de valores
vitales.
¿O que leyera a Platón, era lo que le
decía la misteriosa voz? Es conocida la fuerte influencia que este filósofo
tuvo en el pensamiento de Agustín.
El punto es que él declara a su madre,
Mónica (Santa Mónica), que tanto le insistía se convirtiera al cristianismo, que
mucho de lo que aquí se profesaba ya lo conocía:
“Púseme a leer y descubrí que todo lo que había
leído de verdadero allá en los platónicos se decía acá.”
O pudo tratarse de una adecuación
literaria del propio Agustín-piensan algunos biógrafos suyos- de algo que había oído de Ponticiano.
La lectura es eso, un a priori, un conocimiento antes de haber
tenido personalmente la experiencia empírica.
Semejante sería la experiencia del
joven judío rico, con Jesús, a la literatura personalizada que dijera a alguien
que busca: “¡Deja tu celular y sígueme!”
No porque esa maravilla tecnológica
sea mala sino porque distrae al tomarse como un fin y no como un medio de
comunicación.
Nadie puede decir que el dinero o el
celular sean malos, puesto que todos los buscamos. Pero como dijo Jack Reacher,
el personaje de la película: “el oro vale según la persona que lo posea”
Lo mismo puede decirse de un libro. Lo
que se busca en la lectura del libro no es lo que dice el libro sino cómo soy
yo, el que lo lee.
Stekel, el psiquiatra del primer
tercio del siglo veinte, autor del célebre
libro La mujer frígida, dejó asentado
que la práctica de la ciencia, de cualquier disciplina académica, va ser
desarrollada no según la lógica de la
razón académica sino cómo el académico es.
La materias de la Facultad de
Medicina son las mismas para todos pero hay médicos que son una salvación para
la vida y otros su molde contrario.
Rififi entre los hombres fue una película francesa, de mediados del siglo veinte, que
mostraba cómo unos malandrines planean robar un banco alquilando el departamento arriba de ese banco. Siguiendo
la lección en México se dieron varios casos copiando los pasos de la película.
Otros, en cambio, hicieron lo posible,
o hasta lo imposible, por ayudar. Como el caso del defraudador de
inversionistas, del cuento de Graham Greene. Seguramente había leído
en su niñez, o escuchado de algún predicador, y ahora era la oportunidad de
ponerlo en práctica.
El sagaz defraudador de
inversionistas murió tratando de salvar a un perro. Greene deja entrever que
ese perro es el avatar de la divinidad que viene a salvar al defraudador, no al
revés, el defraudador salvando al perro.
Y ese es todo el proceso que implica el
ponerse a leer, buscándose a sí mismo.
Al revés del que no quiere encontrarse a sí mismo, como el
hombre- vampiro que no tiene espejos en su castillo. O como dice Séneca:
“Buscas a otros no por su amistad sino para no encontrarte contigo mismo.”
Ahora le echamos la culpa, de todas
esta distracciones, al liberalismo moderno, que apartan la atención, de los
pueblos, de temas considerables, para ir tras de las ruidosas banalidades.
Pero Werner Jaeger dice lo mismo de
la gran cultura griega en el siglo cuarto antes de Cristo: “Se prefiere la peor
comedia a las sentencias más escogida de
los poetas más profundos. Con la literatura ocurre lo mismo que con la comedia:
no gusta lo que es sano, sino lo que produce placer.”
Paideia, los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura Económica, México,
2002.
Ampliamos la experiencia de Agustín
bajo aquel árbol: “Toma, lee y encuéntrate a ti mismo”. Lo hizo en la lectura de Mateo, él sí se encontró y
dejó todo y se fue en pos de Jesús.
No hace falta, como hizo Dorian
Grey, encerrar su metafísico retrato
bajo llave para que nadie descubriera su realidad. En la actualidad el
famoso liberalismo moderno me proporciona muchas
maneras de distraer mi atención para que no mire hacia el libro.
Y hay países en los que su Secretaría de Educación Pública no llama mucho la tención de su pueblo hacia la lectura del libro.
Y hay países en los que su Secretaría de Educación Pública no llama mucho la tención de su pueblo hacia la lectura del libro.
Toda su obra de Agustín gira en torno
del ejercicio de su enorme voluntad de no
hacer lo que quería hacer. Apreciaba la
realidad del mundo fenoménico casi como un sibarita. Y su mérito, que lo llevó
a Jesús, fue no hacer lo que tanto deseaba hacer.
Gareth B. Matthews, comentando la
obra de Humpty Humpty dice, a propósito de la fuerza de voluntad: “Fuerza de voluntad
es tratar al máximo de no hacer algo
que realmente queremos hacer.”
El niño y la filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 2014
Pregunten a un bebedor crónico, a un fumador empedernido o a un
comedor compulsivo, si es fácil no
hacer lo que se desea con toda el alma hacer...
Es un hecho que los escritores
encuentran su vocación siendo lectores.
Agustín mismo es un excelente escritor porque, cuando llegó a las playas del cristianismo, ya había leído
cuanta teoría filosófica caía en sus manos, sobre todo de la cultura helénica y
su paradigma Platón. Siguió con los romanos clásicos, Cicerón, Séneca, Marco
Aurelio, Plotino…
El libro es como la hidroquinona (o
el elon), la substancia química en fotografía, que hace aparecer la imagen en
la charola del cuarto oscuro del laboratorio de fotografía.
La imagen que aparezca en el fondo de
la charola del revelador ya no es responsabilidad de la substancia
hidroquinona.
Si lo que resulta es un Al Capone o
un San Agustín, ya no es cuestión del libro…
"Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín o, en
latín, Aurelius Augustinus Hipponensis (Tagaste, 13 de noviembre de 354-Hippo
Regius, 28 de agosto de 430),1 es un santo, padre y doctor de la Iglesia
católica. El «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador del cristianismo del
primer milenio y según Antonio Livi uno de los más grandes genios de la
humanidad.2 Autor prolífico,3 dedicó gran parte de su vida a escribir sobre
filosofía y teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más
destacadas.” WIKIPEDIA
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