Editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1994,traducción, introducción y notas de Antonio Gómez Robledo |
Al menos de no todos los hombres porque, “Todos los hombres son iguales mientras duermen” pero al despertar cada quien se va por su lado. Es una bella metáfora de la cueva de Platón del hombre que va despertando a la luz del conocimiento. Iguales en la inconsciencia, pero diferentes en el conocimiento.
Sin embargo ese no es el punto. El asunto es qué mueve al hombre en un sentido o en otro.
Dos circunstancias pueden ayudar a aliviar la responsabilidad moral cuando se comete un crimen. Una por ignorancia y la otra por violencia.
Por ignorancia por ejemplo si alguien mata a su hijo al que s e le ocurrió entrar subrepticiamente brincándose la azotea de la casa y no lo hizo por la puerta. El padre, creyendo que se trata de un ladrón, lo hiere de muerte.
El modo de violencia es cuando alguna clase de tirano, obliga bajo la amenaza que de no cometer un crimen por encargo su familia morirá.
De aquí se desprende que otro modo, ya con toda la estructura jurídica institucionalizada, sería el caso del militar profesional en caso de guerra.
Pero en todos estos casos se requiere de un proceso mental complicado. Suele suceder que los soldados antes de entrar en combate ingieran o s e les proporcione alguna clase de droga, aunque sea un trago de tequila o un cigarro de marihuana. ¿Porque tiene miedo a morir o porque tiene miedo a cargar con el recuerdo de haber matado? El tratamiento psicológico que recibe un policía de esquina que mató para defenderse o para evitar algún hurto. En la siguiente ceremonia puede hasta ser condecorado por tal cosa pero él no olvidará, mientras viva, que cegó una vida. De todos estos casos clínicos el cine norteamericano ha realizado excelentes filmes.
Hay otro modo más huidizo al que se refiere Aristóteles. El malo es o se hace malo. En el fondo este asunto se refiere al tema griego no resuelto. O parcialmente resuelto según el ángulo del que se le mire. L a genética y la pedagogía vuelven a enfrentarse al tratar de profundizar en la eterna contradicción del hombre consigo mismo.
Por contradecir a su maestro Platón, Aristóteles asegura que la virtud es susceptible de la causa y e l efecto, no dictada desde un millón de años antes. El hombre puede ser malo o bueno: “La tesis central de la ética aristotélica es la de que está en nuestras manos ser buenos o malos”. Lo que queda sin respuesta, en el contexto de la causalidad, es qué resorte lo inclina para un lado o para el otro. ¿Por qué unos dejan de fumar y por que otros fuman hasta morir por tal hábito si todos saben los riesgos que se corren? ¡Por pura voluntad! ¿Pero qué mueve a esa voluntad?
Lo mismo al hablar de la concupiscencia Aristóteles dice que "no está en la situación de lo involuntario sino en el terreno de poder decir sí o no". Pero tampoco hay respuesta definitiva qué es lo que mueve en un sentido o en otro. Igual si la concupiscencia nos lleva aun terreno pantanoso donde podemos zozobrar por qué no todos pueden evitarla.
Antonio Gómez Robledo cita a Oviedo, en la voz de Medea, para los tiempos paganos: “Si yo pudiera sería más dueña de mí; pero me arrastra, contra mi voluntad, una fuerza insólita, y una cosa me persuade el deseo y otra la razón; veo lo mejor y lo pruebo, pero sigo lo peor.”
Y para los tiempos cristianos cita a san Pablo: “Porque no hago el bien que quiero; más el mal que no quiero, este hago”.
En ocasiones Aristóteles s e parece a Protágoras cuando dice que el hombre es la medida de todas las cosas. Después, aunque no quiera admitirlo, su tesis es la de Platón que dice que no todo lo controla el hombre: “El hombre es causa de los actos voluntarios, mientras que no es causa de los actos involuntarios”. También lo dice de otra manera: “Más allá de la razón está el Principio de la razón”.
Y el regreso al punto de partida, de la Ética Eudemia, es que el hombre debe elegir entre el apetito y el raciocinio pero, contra todo razonamiento, frío, meditado, se ve llevado ilógicamente por el deseo.
Aristóteles hace un esfuerzo por no dejar los cabos sueltos donde el hombre es llevado y traído por fuerzas ajenas a él. “Esta virtud es el dominio de sí mismo”. Pero otra vez la pregunta: ¿Cómo se llega esa virtud, a ese dominio? De un millón de alcohólicos, cien llegan a los grupos de AA, de esos cien se salvan sólo cinco. Lo mismo puede decirse de los fumadores o de otro tipo de adicciones. ¿Qué es lo que decide?
Aristóteles sabe que se puede salir fácilmente adoptando una solución perezosamente dogmática: todo está bajo el control del hombre. Y ahí acaba toda discusión. Lo mismo que para Homero, el pagano, que para San Pablo, el cristiano, la respuesta es sumamente sencilla: la solución se encuentra en las estrellas.
Pero Aristóteles se resiste a recurrir a la solución del Deus ex machina. Y es cuando abre su paracaídas y regresa a la Tierra, a seguir pensando como hombre, no como místico. A seguir preguntándose ¿por qué, cómo, para qué?
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