Conversaciones con Ernest Jûnger

 Jünger llevó una vida durante la segunda guerra mundial que no debió ser ajena a muchos alemanes que se encontraron en su posición. Era parte de las fuerzas de ocupación en Francia y, según sus confesiones a la prensa (yo las encontré en un trabajo de Julien Hervier que le hizo una entrevista cuando Jünger tenía noventa años de edad. El trabajo se llama Conversaciones con Ernest Jünger), desde ese puesto ayudaba a gente de diversas nacionalidades, incluidos judíos. Tal vez podríamos pensar en lo que la literatura de aventura ha dado en llamar “doble espía”. O bien de alguien que al terminar las hostilidades declara no haber estado de acuerdo con la causa a la que en realidad había servido con entusiasmo.

Ernest Jünger
Su espíritu de aventura lo llevó a alistarse tempranamente en la Legión Extranjera antes de 1914. Su padre logró sustraerlo de esa situación y lo regresó a casa. Para consolarlo le prometió que formaría parte de una expedición alpina al Kilimanjaro en África, pero en breve estalló la primera guerra mundial en la que pelearía los años que durara el conflicto. Fue herido catorce veces y al final le otorgaron la medalla ‘Al mérito”, que era la más alta distinción alemana. El caos económico y el desorden de la sociedad, llevado a cabo por los partidos políticos, hicieron de Alemania (todos decían querer salvarla) poco menos que la tierra de nadie. Jünger participó al lado de los cuerpos francos de filiación paramilitar que, metralleta en mano, enfrentaban a los anarquistas y socialistas de todo matiz. Irónicamente él se confesada más tarde como un “anarca”. Como parte de los Cascos de Acero trataba de poner orden en todas partes: “De ese año datan sus primeros artículos de periodista político en El Estandarte, suplemento extremista de la revista de los “Cascos de Acero’ la más importante liga alemana de ex combatientes”. Por esa época escribe un manual de táctica de guerra.

En la segunda guerra mundial es parte del ejército de ocupación en Francia en donde es llevado a formar parte del Estado Mayor alemán. Sus conocidos le reprocharán haberse identificado con la subversión interna cuando las cosas empezaron a ir mal. Sus amigos del Estado Mayor lo envían al frente del Cáucaso para sondear las reacciones de los oficiales ante una eventual violencia contra Hitler”. Se preparaba ala sazón el atentado que llevaría a cabo más tarde el conde Stauffenberg.

Ateo o cripotocristiano, le da por leer la Biblia en medio de la guerra para poder sobrellevar la situación bélica que al parecer ha llegado a incomodarle o aterrarle.

No obstante su declarada posición antinazi posterior, sus conocidos lo señalarán al final de haber trabajado con empeño en la segunda guerra mundial: “Después de la capitulación alemana, a pesar de su claro repudio al nazismo, choca con la hostilidad de aquellos que lo acusan de haber sido su precursor”. Durante las guerras habló el lenguaje de éstas. En la segunda pos guerra habló el lenguaje de la paz. Y de haber sido un decidido defensor de su nación más tarde lo vemos como decidido protagonista del concepto de nación y defensor de un orden internacional sin fronteras.

La historia de Jünger fue en realidad la de miles de alemanes. Se vieron envueltos por fuerzas poderosas y encontradas. Pero a él se le conoce por su incursión en el campo de la literatura Dice que leía mucho Y que escribía sus proyectos de novelas aun en las trincheras de la primera guerra mundial entre ataque y ataque. Es natural que sus trabajos reflejen el ambiente de conflicto que entonces prevalecía en Europa. Su primer libro publicado fue Tempestad de Acero que de inmediato tuvo un general reconocimiento. Durante la ocupación de Francia se reunía, con permiso de sus superiores en tertulias literarias con escritores franceses y de otras nacionalidades.

La vida de Ernst jünger fue versátil, basada en su participación en las dos grandes guerras se podría escribir de él que fue un alemán a la altura de los tiempos. Pero, ¿de los tiempos de quiénes? Los diversos bandos lo consideraron como uno de ellos. Por lo mismo no faltaron quienes lo señala como uno que en realidad pertenecía al bando contrarío.



"Se une a los Wandervögel en 1911, un movimiento juvenil que sostenía principios radicales posteriormente adoptados por el movimiento hippie, extremaba el espíritu de la naturaleza y la búsqueda de los bosques así como el respeto absoluto por la vida animal. Además, a diferencia de estos últimos teñía su ideario de una glorificación de la nación alemana.

Jünger pasó una parte de la II Guerra Mundial como militar en el París ocupado, donde a partir de 1941 frecuentó los salones literarios y de fumadores de opio, así como la bohemia parisina, se dejó invitar por los oficiales que comenzaban a rebelarse contra Hitler y salvó la vida a cuantos judíos represaliados pudo.
 La prohibición de sus publicaciones en 1949 surge a raíz de negarse Jünger a cumplimentar un formulario sobre la desnazificación en la zona de ocupación británica. Esta prohibición le llevó a mudarse a Ravensburg, en la zona de ocupación francesa.

Desde que en los años 50 entablara amistad con Albert Hofmann, el creador del LSD, varios de los libros de Jünger versaron de forma directa o indirecta sobre la experiencia psicodélica.
En 1952, después de su primera experiencia con la LSD, escribe Besuch auf Godenholm (Visita a Godenholm), cuya publicación coincidió con la aparición de Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley.
En 1959 se le otorga la Cruz del Mérito Federal, junto al pintor Otto Dix" Wikipedia.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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