WAHL, MÁS ALLÁ DE LA JUVENTUD


Vivir, más que durar.

Hunapu e Ixbalanqué  van por la vida jugando a la pelota en el camino al Xibalbá: viven. Drácula, cuando llega el día, se mete a su sarcófago. Le tiene miedo al sol.

Para no morir Drácula  chupa la sangre de los humanos porque sólo de esa manera puede durar más tiempo con vida.

El sarcófago de Drácula es la metáfora de la ciudad moderna, en la medida que ésta nos aparta de los bosques  de las montañas. Vivimos lejos del sol.

Centros de investigación gerontológica   se afanan en prolongar la vida humana en muchos países. La esperanza de vida en el mundo, en 1950, era de 47 años, en el 2020 de 72 años, según la División  de población de la ONU en 1996.

 La prolongación de la longevidad es obvia.

¿Qué segmento de esta línea fue de humanos en vigencia? ¡El resto estuvo caracterizado con  visitas harto frecuentes  a los centros de salud!

 Con el natural imparable decaimiento del humano varias son las inquietudes que surgen. ¿Es loable estirar la liga más allá de su resistencia propia? ¿Prolongar mundialmente la longevidad hace una  humanidad mejor? ¿O sólo llena de viejos, más viejos,  el planeta y las salas de espera de los hospitales?

El filósofo marsellés, Jean Wahl, anota en su obra El camino del filósofo, hablando de la causalidad, que “el efecto no contiene nada más que lo que  contiene la causa, y viceversa.”

HUEHUETEOTL
DIOS DEL TIEMPO
DE LA CULTURA DE CUICUILCO
¿PARA QUÉ RETRASAR LO INEVITABLE'?

El Dr. Whitaker, de la universidad de Pensilvania, se hizo esta pregunta: “Si el envejecimiento es un proceso natural, todos estos recortes, suturas y remiendos de la cirugía, ¿no son entonces un método antinatural para retrasar lo inevitable?”
National Geographic Vol. 6, N°1, enero 2000

El promedio de vida de los romanos en los viejos tiempos era de 22 años. En la actualidad el promedio en Japón es de 80 años, en México de 72, en Canadá de 79, en Uganda de 41… Factores ambientales, sociológicos, políticos y económicos  nunca  vistos.

Pero cada vez se lee menos a Homero, a Cervantes a Goethe, a Emerson, al Popol Vuh… ¿Eso es vivir?

Estos estudios  del encanecimiento son vistos en una cajita de Petri. En otras palabras, observar la conducta del individuo  en ambientes de la ciudad, bajo condiciones de vida poco naturales.

Por contraste habría que emprender estos mismos estudios con gente del campo, de comunidades rurales. Ella vive en el valle, en el campo. No en las cotas altas, como los alpinistas, pero su contacto con los elementos naturales atmosféricos son cotidianos.

Los estudios que toman en cuenta la disminución de calorías, y genes de longevidad, se refieren a gente que vive en la ciudad, al abrigo de los fenómenos naturales. La ciudad, insistimos, es  como una cajita de Petri para los investigadores de la senectud.

La escalada de  salón, y los estudios sobre gerontología, tiene algo en común: ambos se desarrollan bajo condiciones de invernadero, artificiales muy cuidadas.

Hay diferencia en una flor de invernadero, que en una flor de los altos bosques, a merced de los vientos, la lluvia y los diferentes cambios de temperatura que se registran durante las 24 horas del día y el fenómeno atmosférico de las diferentes cotas que tanto golpea a los alpinistas.

Músculos, tendones y ligamentos se ejercitan naturalmente en una ascensión, y esos mismos, pero de manera diferente, en el descenso.206 huesos del cuerpo humano, moviéndose coordinadamente, es algo extraordinario, por más inconscientes que estemos de ello.

 Todos hacemos en la taza del WC sentados en los 90 grados. Perdimos ya la habilidad de flexionarnos hasta la posición de cuclillas, rebasada cierta edad. ¿No nos cree?, ¡haga la prueba ahora mismo y verá lo que dicen sus rodillas!

Así fuimos atrofiando nuestras  facultades fiscas y mentales. La gente está cada vez más lejos de la cultura y los ciudadanos tienen miedo de ir más allá de la última calle de la ciudad.

Seguir el sendero obliga a no perderlo de vista. Y esto ya es un ejercicio para la mente que ayuda contra la senilidad, caso contrario en las personas que se retraen en sí mismas.

Y, si, como dice Thoreau, tenemos la suerte de perdernos en el bosque siquiera por media hora, todos nuestros sistemas se ponen alerta en la tarea de reencontrar el sendero. ¡Muy diferente que adormilarse frente al televisor!

El “síndrome del vecino indeseable” es producto de vivir en el  ambiente masificado de la ciudad, por lo que perdimos el valor inmenso de la armonía con el prójimo.

Una de los aspectos positivos que recibe la mente, al
dejar atrás la soledad de las montañas y descender al valle, es la calidez de la gente, a través de  su trato social y psicológico.

Nos damos cuenta del error: por tres o cuatro rufianes, ponemos la misma etiqueta al pueblo entero.  Y todo esto  es también un ejercicio  de la mente en  el proceso de envejecimiento. No contra el envejecimiento sino en el estiramiento de la liga hasta donde fue programada. La expresión contra el envejecimiento, muy empleada, es una idea del todo desafortunada.

Inactividad y mala nutrición es la versión moderna de suicidarse. Morir antes de tiempo, según la esperanza de vida al nacer de ese país.

La ciencia estudia desde hace un siglo  cantidad de registros de gente que voluntariamente aceptó someterse a experimentos de laboratorio del envejecimiento.

Hay a la fecha numerosos estudios pero, como dicen algunos connotados genetistas y gerontólogos, “apenas estamos en el comienzo de la investigación”. Otros aseguran que ninguna hormona posee la clave de la eterna juventud.

Lucrecio al describir, con entusiasmo y firmeza, fenómenos atmosféricos de cielo, mar y tierra, hace más de veinte siglos, decía, no obstante, con la probidad de los científicos de ahora: “estamos indecisos sobre muchos fenómenos que vemos.”

¿Cuál entonces es el promedio real, no “estirado”,  de vida para los habitantes de un país? Los años con vida de los padres, que llevan una vida normal,  es una señal del tiempo que vivirá el individuo en el proceso de encanecimiento, pues se refiere a la herencia.

Un recurso empírico, ciertamente,  pero que se aproxima más que otros a la realidad. Sino intervienen la dulce vida, el sedentarismo  y las grasas saturadas que reducen la “luz” en las arterias, el abuelito puede ser una  referencia de cuántos años viviremos.

La  ciencia apunta a prolongar la vida en buenas condiciones de la gente, tanto con la medicina correctiva como con la preventiva, al tiempo que políticos y economistas se horrorizan de tener que “cargar” con una población longeva cada año más numerosa.

 Malas condiciones de vida, de empleo, de alimentarse, de educación, del aire contaminado y la inseguridad en las calles, impiden que se llegue a edad prolongada con calidad. Dicho de otro modo, los gerontólogos se afanan en subir una escalera eléctrica que tira hacia abajo…

Lucrecio habla de un todo.

Ojalá pudiéramos entender que no podemos vivir siempre entre montañas, como lo entiende un alpinista. Esto sería una abstracción. Nos falta el calor de la gente y las comodidades de la tecnología.

Pero de la misma manera entender que es una abstracción vivir siempre en la ciudad alejados de las montañas que es, en otras palabras, la Naturaleza natural.

Nos falta el contacto con los cielos cargados de sol, nubes amenazantes, vientos,  atardeceres  tempestuosos y amaneceres tal vez románticos.

Mejor que esperar el turno en las salas masificadas de los hospitales y clínicas.

Los campeones deportivos de laboratorio (el famoso doping) es una imagen nada alentadora. Ahora tenemos   poblaciones que llegan a los cien años, o más, con el pastillero en las manos…

Los sistemas de adaptación de la mente, a los panoramas subjetivos que inspiran la noche entre los bosques, y las mañanas acampando al pie de los glaciares, son tan importantes como los del cuerpo. En contrario, los tejidos se aflojan prematuramente y la mente se reblandece.

 No por vocación masoquista sino porque eso hace funcionar nuestros sistemas de adaptación a las diversas condiciones que encontramos en el campo, todo lo cual provoca que nuestros procesos de encanecimiento sean conforme a como están programados naturalmente.

Con frecuencia encontramos la expresión de los genetistas de  “estamos programados para esto. Para esto si para esto otro no”.

¿Pero quién programa esas “escaleras retorcidas” de genes?
Aventuramos  una expresión que parecerá retrógrada la luz de la ciencia: Dejemos que la Naturaleza, o el cielo,  sigan programando esas “escaleras de genes”. Visto está que cuándo los humanos  nos metemos  a manipular virus y genes en el laboratorio  nos llevamos sustos del tamaño del planeta.

El Popol Vuh dice que los dioses quichés “manejan” todo eso. Los cristianos aseguran que el cielo, Lucrecio insiste en que son los átomos lisos y redondos, y Homero, lo dijo antes que nadie, son los dioses del Olimpo los que deciden esto o aquello. Mejor dicho, sus diosas sugieren lo que los dioses deben hacer… ¡Esto se oye mejor! Habla de la fuerza de la biología femenina que tanto asusta a nuestro narcisismo masculino.

La ciencia moderna del siglo veintiuno lleva a cabo grandes (y costosísimas) investigaciones de consultorio, y de laboratorio, sobre esto del envejecimiento humano, pero  sus más connotados nombres, con toda probidad, siguen diciendo:  “Apenas estamos en el comienzo de la investigación.”

Por lo pronto (lo decimos como gente a la que le gusta caminar por los  bosques): sólo queda volver a una de las cuatro causas que decía Aristóteles, con el ejemplo del mármol y  la estatua: la causa eficiente.

¿Causa eficiente? ¿Qué es eso? En otras palabras: agarrar la mochila y caminar por los bosques altos (antes que la sierra metálica los desaparezca) y los glaciares (antes que la cultura industrial los  extinga por completo) y los vientos (antes que para siempre tengamos que usar cubre bocas con un ventiladorcito en la nariz proveedor de oxigeno).

Por la tarde levantaremos la tienda y regresaremos al valle, o mañana o la semana que sigue. Así es como entendemos el modo dialectico de vivir: La ciudad y la montaña, la montaña y la ciudad.

Sólo Drácula le tenía miedo al sol, al viento, a la lluvia y al bello amanecer.

LUCRECIO, ARMONIA VS MIEDO SOCIAL


Desterrada la armonía, la calle se llena de miedos.
Reinan, como dicen los darwinistas, los violentos sobre los pacíficos.

Eso dice Lucrecio. De cuando tiene lugar  la pérdida de  la armonía interior y de    la armonía de fuera.
Lucrecio especula, afirma, materializa, todo está compuesto por átomos lisos y redondos, dice, el alma y el ánimo también son puros átomos.

La Naturaleza es su modelo. Y por la Naturaleza salta a hablar del espíritu, que está más allá del alma y del ánimo.

Es impresionante la diversidad de temas que menciona en su libro De la naturaleza de las cosas. Tiene en los siglos precedentes, a su tiempo,  toda la Paideia griega.

 Una rica cultura, la occidental que, se considera, empieza con Homero y fue construida a base de tesis y contratesis. Materia y espíritu. De aquí todas las dualidades imaginables:   demonios y mónadas, Ideas vs naturalezas simples, reposo y movimiento, el Ser frente al No-Ser, la Nada y la No-Nada, lo Absoluto y las apariencias, el tiempo y el espacio, la armonía y la disolución, creencia más existencia, sentimiento más voluntad, reposo y movimiento, Ser y Devenir, causalidad y sustancia, carencia y abundancia, homogeneidad y heterogeneidad, cualidad inefable y cantidad mensurable, interioridad y exterioridad, lo Uno y lo Múltiple… y teorías  temas más.
Su imaginación, o mejor, su intuición, de Lucrecio, dejarían con la boca abierta al mejor oráculo de su tiempo o al más prolifero de los novelistas de este siglo. Sobre todo la academia tiene en él apuntes pioneros numerosos. La ciencia atómica, la anatomía, la pedagogía, la sexualidad, la astronomía, la sociología, la…

Pero su lectura sucede como intentar leer el Quijote por primera vez. A la tercera página  se le arroja al cesto de la basura por la cantidad de situaciones ilógicas que vamos encontrando.

Somos ya  hombres de la cultura industrial y no vemos valores de trascendencia, como en la Paideia. Los dioses actuales son otras dualidades: la plus valía honrada  y los 800 gramos por un kilo, consumismo y deshecho, etc. En la Paideia saber era poder, ahora poder es tener.

Si se intenta por segunda vez su lectura,  Lucrecio y el Quijote,  pasarán a ser  dos de los cinco libros en la mesita de cabecera para leer toda la vida. Lucrecio con su materialismo atómico eterno  y Platón con sus Ideas también de eternidad.

Y cuando los  defraudadores, la corrosión social, la economía de mercado y la cultura industrial, han contaminado el aire, más que el coronavirus, y todo parece ya no tener esperanza de volver a respirar oxígeno, Lucrecio habla de la armonía y del gran todo.

Sabe de lo que está hablando. Ciudadano romano de los tiempos (99 a C.-55) en el que el poder se compraba con monedas, ya no se ganaba con virtudes y acciones para engrandecer aún más el imperio.

Engrandecerlo  beneficiando al pueblo y aportando a la cultura, se entiende.

Fue testigo de la corrupción de los hombres. Descubrió una maldad infinita con tal de hacerse del trono, del tronuelo y del tronito. El despotismo afloró aun en los puestos burocráticos más anodinos. De servidores para el pueblo, que comían de servir al pueblo, se volvieron temibles contra el pueblo. Sus degenerados gobernantes fueron un paradigma a seguir   para sus subordinados a sueldo de todos los niveles.

El miedo y la incertidumbre llenaron las calles de Roma. Escribe:      

“Si el espíritu empero por el cuerpo da miedo más vehemente es poseído, vemos que el alma entera toma parte, palidez y sudor aun tiempo embisten, la lengua balbucea y la voz falta, ofuscase la vista, el oído zumba, aplómense los miembros: muere el hombre por un terror del animo a menudo.”

Tito Lucrecio Caro, De la Naturaleza de las cosas, colección Austral, No 1403, Espasa-Calpe S.A. Madrid, 1969.

Lucrecio marca la pauta para el camino de la regeneración social. No cree en la existencia de los dioses y lo reitera a lo largo de toda su obra. Pero no cree en dioses por los dioses mismos, sino a juzgar por la conducta de los hombres.

No puede creer que de las manos de los dioses haya salido algo tan inacabado, dice: “No puede ser hecha por los dioses maquina tan viciosa e imperfecta.”

 A pesar de lo anterior, sí cree que los humanos pueden remontar la condición humana. A condición que no se alejen de la Naturaleza.

Si es cierto que un día fuimos monos, y remontamos esa etapa, ¿Por qué no ir más allá de lo presente? ¿O hasta aquí llegó la evolución? ¿Satisfechos con el antropocentrismo? ¿Con nosotros se acabó la posteridad?

La evolución sigue. Para eso, como en las leyendas antiguas, tiene que pasar la prueba de vencer al enemigo. No al que tiene enfrente, sino al que lleva consigo. Vencerse a sí mismo o, vencer a mimismo.

El orgullo, la obscenidad, la petulancia, su obsesión por el lujo y la desidia torpe. Después de eso, le dice a su interlocutor, su ínclito interlocutor Memmio, al que dirige su largo poema, ya no quedará nada de humano. Humano  como lo entendemos en la actualidad: más de nota roja que de espiritualidad.

Lucrecio:
“Así el que a todos estos enemigos hubiere sujetado, y de su pecho los hubiere lanzado con las armas de la razón tan sólo, ¿no debemos colocar a este hombre entre los dioses?”
Apela a la razón. La razón, es verdad, es un valioso instrumento por el que el finito humano rige su vida. Pero, al juzgar por la pandemia, pocos  hacen uso de la razón. La armonía preestablecida de Leibniz pasó a ser sólo una ocurrencia. De un día para otro el mundo se puso de cabeza. Por lo que pasa a ser la razón  una medida metafísica que poco tiene que ver con  el actual humano.


Por lo demás, pedir a la divinidad no es una compra de cosas y víveres  que se hace por Internet y nos lo entregan a la puerta de nuestra casa. Como hacemos en estos días del coronavirus.

Con el cielo no funciona así. Es preciso echarse la mochila al hombro y caminar hasta donde está la mercancía. Si encontramos o no la mercancía no depende de nosotros. El dueño del mercado puede tener otra oferta para nosotros.

Como cuando nos esforzamos por llegar a la cumbre de la montaña. Lo medular del asunto es el esfuerzo que se hace en la subida. Tiene más valor que la cumbre misma. La cumbre será pronto  un recuerdo para la literatura y la historia alpina, pero la subida un ejercicio psicofísico de beneficio invaluable e inmediato.

Dígalo sino la situación de los alpinistas, otrora fuertes y dinámicos, con la mirada fiera que se abrían camino entre las tormentas. Ahora  viven en los recuerdos de sus escaladas pasadas, viejos y achacosos.

El alpinismo fue para ellos un deporte, o un oficio de llevar clientes a la cumbre, no un plan de vida. En México se hace deporte de los 15 a los 35 años de edad (salvo excepciones). Después…la molicie.

¿Por qué tanto insistir en ir a la montaña? Ascender a la cumbre, o caminar por los bosques altos, une las ideas de subsistencia con la de existencia.

La subsistencia quema toxinas y bombea el corazón para que las arterias no se tapean por las grasas saturadas que comemos y mantiene alejada la sombra siniestra  del infarto.

La existencia aleja el spleen, como dicen algunos. Spleen, esa apatía inconforme de voluntad que lleva al infarto espiritual, a la náusea de vivir.

La cultura industrial nos dice como comprar, no como existir.

Aun en la dimensión religiosa rezar el santo rosario, como enseñó San Francisco, es una intención positiva de entrada. Pero si no se pone en práctica esa intención, es como el pedido por Internet esperando que la divinidad nos traiga la mercancía hasta la puerta de la casa. Es como los 800 gramos por un kilo…

Como preparar mi mochila para subir a la montaña pero nunca ir a la montaña…

El miedo y la incertidumbre llenaron las calles de Roma, en otros tiempos, como dijimos, la heredera de la gran Paideia. Perdidos sus mitos, ahora está el imperio convertido  en un bazar de pasillo,  en un almacén de cambalaches a lo Santos  Discepolo.

En un artículo de Richard Morais, publicado hace tiempo en la revista Selecciones, el psiquiatra Niel Micklem dijo: “Quizá me equivoque, pero creo que la pérdida de la esencia es lo que hace infelices a tantos occidentales” III-1997.

Lucrecio, escritor ateo de los tiempos anteriores a nuestra era, y Chesterton, escritor religioso del siglo diecinueve, coinciden en la tesis que la evolución del humano  se dio no por el más fuerte sobre el débil,  como dicen los darwinistas, sino por prestarse ayuda mutuamente en el momento de peligro. Habla de los remotos primeros tiempos, cuando ni siquiera se comunicaban oralmente.

Lucrecio:
“Los que estaban más vecinos entre sí establecieron relaciones, se abstuvieron de daño y de violencia, protegían sus hijos y mujeres. Y en sus gestos y voces balbucientes indicaban ser muestra de justicia y de la imbecilidad compadecerse. Más no podía dominar en todos esta concordia bien que exactamente guardaban estos pactos los más buenos, que eran en mayor número: sin esto la raza humana fuera destruida enteramente ya desde aquel tiempo, no se hubiera hasta ahora propagado.” Op, Cit. Libro Quinto, Cap. X

 Lucrecio, apuntábamos, marca la pauta para el camino de la regeneración:

“¡Somos la diversión de unos terrores tan frívolos y vanos! Desterremos estas nieblas y estos sobresaltos, no con los rayos de la luz del día, sino pensando en la Naturaleza.”
No es un pistoletazo literario, lanzado en la noche, como tantos programas que tiene los que  escriben. Más adelante reitera:

“Preciso es que nosotros desterremos...

WAHL, NACEMOS PARA VIVIR, NO PARA MORIR


“Yo devengo”, son dos palabras que propone Wahl para pensar en la permanencia y en la destrucción.
Yo soy yo pero también devengo, experimento cambio.
La destrucción del hombre y su reconstrucción. A través de las experiencias de la vida real, sin dejar de ser él.
Así como era en la placenta antes de nacer, así será en la primera hora de “ingresar” al ataúd. La vida lo formó a través de indicarle cómo es el estilo  de la sociedad. La madre genética lo hizo como lo hizo y el mundo lo hizo como él se dejó hacer.
La permanencia y el devenir o movimiento. Algunos pensadores dicen que hay puro verbo. En otras palabras, sólo movimiento de las cosas. Casi siempre muy lento, como el hielo del glaciar que se desliza hacia el valle. Otros que a ese río de hielo le falta el  cauce, el sujeto, lo permanente.
En alpinismo el pragmático goza con el esfuerzo psicofísico de la ascensión y la praxis de ir resolviendo los problemas técnicos de la escalada. El otro, como se llame, además de lo anterior, mira el paisaje y se dice: “Esto seguirá siendo así, de amanecerse  y atardecerse bellos, por siglos y siglos después que yo haya partido”
 Es un viejo y muy interesante debate de los filósofos. Empezó con Platón y con Epicuro, sino es que desde los Presocráticos. Por eso se dice que en tanto el científico ya llegó a la luna, o más allá, la filosofía  sigue donde la dejó Platón hace veinticuatro siglos.
 Veinticuatro siglos de seguidores y de críticos. Pero  como el bumerang que parece perderse en las nubes y siempre lo vemos que está de vuelta.
El pensamiento del hombre común es que vamos hacia la destrucción final, expresada con la frase “nacemos y morimos”. O como los valentones después de ingerir medio litro de tequila: “para morir nacimos”.
Pensadores como Kierkegaard y Nietzsche, tan distintos en el fondo pues uno es un pensador religioso y el otro se detiene en lo finito. Sin embargo ambos prefieren la fórmula: “Nacemos para vivir.”
Nietzsche, en Aurora, se afana porque el hombre no muera por la preocupación de la enfermedad, antes que de la enfermedad.
El fondo de este pensamiento es el de una destrucción parcial para después continuar.
Wahl:
“La vida va siempre hacia la vida y sólo puede concebir la muerte como una destrucción parcial o, a veces, una destrucción total, para el individuo finito, necesaria para una construcción concebida como posterior.”
Jean Wahl, Introducción a la filosofía. Fondo de Cultura Económica, México, 1988
Tlamatzinco: El uso del piolet
En el ejercicio del alpinismo que el individuo desarrolla el Devenir.
Dibujo tomado del Libro Técnica Alpina.
de Manuel Sanchez y Armando Altamira.
Editado por la UNAM 1978
La conclusión es que el mundo tiene una razón de ser. La vida se desarrolla bajo la lógica de un proyecto, un Devenir para bien.
De no ser así, para no caer en un mecanicismo fatal, nosotros podemos darle una razón de ser. O ambas cosas. Mejor ambas cosas, y así alejarnos de la abstracción, de la secta cultural.
Una escalada no es competencia con la montaña, como se cree en la literatura alpina y en la poesía. Es una experiencia contra mis miedos y mis limitaciones físicas. A esa lucha se le llama Devenir, movimiento a partir del sujeto, a partir de mi yo.
Podemos ir más allá, con Lucrecio, que dice algo que se acerca a la Creación, no tanto a la Evolución: “No han sido formados nuestro miembros para servicio nuestro: los usamos porque hechos nos los hemos encontrado: la vista no nació antes que los ojos.”
Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas, Colección Austral número 1403, Espasa Calpe, S. A. Madrid, 1969.
 Es la vieja, y siempre renovada, discusión de los finitos y los infinitos, de los evolucionistas y de los creacionistas.
 Para nuestro asunto, lo que nos interesa  es que aquí también está presente el Sujeto y el Devenir.
 Hay hedonistas, y  sacerdotes del atomismo, que juran que morimos físicamente pero esos átomos jamás mueren: “La materia es eterna”.
Pero también hay la magia, el mito, la leyenda, la metafísica, que aseguran, como dice Wahl, que morimos parcialmente para después seguir, pues la belleza es eterna, independientemente de mi yo.
Como dicen en mi aldea de Tlamatzinco: la misma gata pero revolcada.
El Ser y el Devenir o movimiento. El río siempre fluye pero el hombre, parado sobre el puente, es el que se da cuenta de su permanencia y que el agua del río  pasa.
 Como la madre ancianita que ve a su hijo de sesenta años lleno ya de arrugas, calvo y panzón, pero tal cual, en su manera de ser,  como ella lo trajo al mundo.  
Para esta metáfora del río, de la escalada o de la madre, se necesita una disposición de ver que hay valores temporales y valores  eternos. Sin excluirse unos de los otros.
Que los abstraccionistas resuelvan quién fue primero, ¿el huevo o la gallina? Nosotros no excluimos. Con la mochila al hombro, y sudando mientras remontamos la pendiente, no hay lugar para exquisiteces de literatos.
Sólo una cosa: nacemos para vivir, ¿si no para qué tanto correr y ganar la carrera frente  al ovulo?

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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