VENCEDOR EN 1974 DEL GLACIAR N E, DEL MONTE ACONCAGUA, F.MARTINEZ E. MURIÓ EN 2020

 


Escaladores de primera línea y montañistas muy resistentes para caminar aun en las cotas altas de los volcanes nevados del Valle de México, son los rasgos del alpinismo del Estado de Nuevo León, propiamente de la ciudad de Monterrey.



Travesía del Corredor Superior oeste del Pecho de la Iztaccihuatl. Una de las ascensiones llevadas a cabo por la preselección.

Foto de Armando Altamira.

Siempre lo supe. Lo confirmé cuando  Francisco tomó parte de la preselección para subir al Aconcagua, República Argentina, programada para el verano de 1974.

Una observación que guardé desde el principio, y me dio la medida de la fuerza de voluntad de Francisco, es que en tanto los otros eran de la ciudad de México, Del Estado de México  y uno de la cercana Puebla, él debía trasladarse desde el lejano norte, hasta el  Valle de México, ¡cada fin de semana!, comprendido su regreso a Monterrey después de cada agotadora (en verdad extenuante),lo que esto significa ya en la práctica es algo fuera de lo común.

Era una expedición oficial de la Federación Mexicana de Montañismo y, desde luego, de la   CODEME. Con recursos económicos suficientes que hasta entonces no se había visto en el país.

Más si se toma en cuenta que el alpinismo  es un deporte en el que las  masas ni participan ni ven, como si es en  el fútbol o el box, y que por lo tanto  el dinero, de procedencia de medios  oficiales, no va a “hacer ruido” en los medios de comunicación.

 


La Transversal de la pared norte del Abanico otra práctica de la preselección, realizada por Salvador Alonso Medina y otros integrantes de la preselección.

Foto de Armando Altamira

Las expediciones alpinas de los mexicanos al extranjero en su mayoría contratan guías o bien son integrantes de alguna expedición ya organizada por terceros. Y con frecuencia van por vías de ascenso en la, que de tramo en tramo,  hay refugios construidos de manera fija,  lo que quiere decir que  esa expedición no necesitan desarrollar toda la estrategia de  instalación de campamentos.

Lo que  caracterizó a nuestra expedición fue que ninguno de nosotros conocía la República Argentina, no sabíamos con exactitud dónde estaba el Aconcagua ni contratamos guías.

Con un plano de la región, ya en los Andes, una brújula y un altímetro, llevamos a  buen fin todo el trabajo de la ascensión, contemplado, desde luego todo el mecanismo de la instalación, aprovisionamiento de equipo y víveres, de   los cuatro campamentos, uno base y tres de altura.  

 Un dato que puede dar una idea de la vastedad  de los mencionados recursos  es el  que  Jorge Rivera  voló hasta Anchorage, Alaska, para traer equipo de primera para quince.

 Para el famoso mal tiempo del Aconcagua, ese que desbarata expediciones y deja cadáveres en sus laderas, tiene 7 mil metros de altitud y con temperaturas bajas en  los 30 grados o más, Jorge trajo sleeping para los 8 mil.

Así el resto del equipo. Entre otras cosas, un impermeable tormenta que, como luego veremos, sería clave en el momento que  la tempestad sobre el Aconcagua hace  crisis y los montañistas, ya cerca de la cumbre, uno de ellos Francisco, deben conocerse a sí mismos de qué temple están  hechos.

Nadie conoce sus potencialidades alpinas  hasta que tiene un pie metido en la eternidad.

 


Plano del lado noreste del Aconcagua y la ruta que siguió la expedición, partiendo de la aldea Punta de Vacas.

Dibujo de Javier Osorio B.                             

Dado que entonces no había relaciones diplomáticas entre México y Chile (el monte Aconcagua está muy cercano a la frontera con Chile) nos vimos obligados ir hasta Buenos Aires y de ahí hoteles y aviones llevando nuestra    tonelada de excelente equipo hasta Mendoza, ciudad en la precordillera.

 Nadie gastó un peso de su dinero. Alguien, al regreso, hizo el comentario que a la ida llevaba 130 pesos en su bolsillo y regresó a México con sus 130 pesos. Al final  de la expedición todavía regresamos 200 mil pesos (de aquellos pesos) o algo, así que nos sobraron. El tesorero de la expedición fue Agustín Tagle.

 

 


Los primeros mexicanos llegando al emplazamiento del campamento base, al fondo la pared sur del monte Ameghino

Foto de Armando Altamira

El programa de selección comprendía ocho salidas en la Iztaccíhuatl, el Popocatépetl y montañas del Estado de Hidalgo. Serían llevadas a cabo cada fin de semana, sin interrupción. Expertos montañistas de la ciudad de México  apostaban que  no se podía llevar a cabo tal programa, dada lo intenso de cada una de las salidas (40 kilómetros por la sierra de las Navajas de Real del Monte a Tulancingo, Estado de Hidalgo, o la vuelta a la Iztaccihuatl en la cota 4, 200m, la Transversal de la pared norte del Abanico, de roca, nieve y hielo en el Popocatépetl, también en los 5 mil, etc.), y que a la mitad de las fechas acabarían  abandonando por agotamiento físico.

Algunos de estos buenos y resistentes alpinistas mexicanos,de los que más tarde oiríamos hablar  que ascendieron  a las cumbres del Himalaya, se abstuvieron de participar en la preselección desde el momento en el que conocieron las ocho salidas que, queda dicho,fueron consideradas imposibles de llevar a cabo, en parte por las dificultades técnicas de algunas de estas ascensiones (la pared Este del Pecho de la Iztaccihuatl, por ejemplo) y en parte por lo extenuante que resultarían.

Empero, el alpinismo mexicano envió en esta ocasión a lo mejor de sus estados de importancia alpina.

 Se apuntaron 30 y 30 cumplieron con el programa de ocho salidas como originalmente estaban programadas.  Siguió la ingrata etapa de dejar fuera a 15 excelentes montañistas y quedar con  15.

Dos de aquellos  fueron Juan José Oñate y Senén Martínez  ( a 47 años de distancia no conservo con exactitud su apellido de éste último). Ellos dos, y cuatro más, se precipitarían en caída mortal, apenas al año siguiente, el 2 de noviembre de 1975, al subir por el flanco  Occidental del Pecho de la Iztaccihuatl, misma que se conoce con el nombre de “Rampa de Oñate”.

Un año antes, con motivo de la preselección, yo le había puesto su nombre a esa parte de la Iztaccihuatl pues era un excelente montañista.

No obstante a su innegable calidad de montañistas, algunos hacían  esfuerzos por asegurarse el lugar en la selección a base de conductas poco ortodoxas, en el sentido de hacerse notar, algo de intrigas, etc.

 Francisco no entraba en este juego. Era callado, y tenía la enorme cualidad de todo buen expedicionario, tal como hacer labores de campamento para el grupo, en tanto  otros se limitaban  a lo suyo: su mochila, su comida, su tienda, sus plato, su foto…

En la expedición iban Mario Campos Borges y Salvador Alonso Medina, escaladores de mucha experiencia y habilidad, probada en las difíciles escaladas de la Sierra de Pachuca,3 mil metros de altitud, tales como al norte de la pared Benito Ramírez y la pared norte del Abanico, en el Popocatépetl, en los 5 mil de altitud, de roca nieve y hielo, así como  la norte de las Inescalables, Cabeza de la Iztaccihuatl, también en los 5 mil.

 


Nuestro campamento base, en los 4 mil.

Foto de Armando Altamira

Eran nuestra carta escondida por si el Aconcagua presentaba  sus dificultades, de escalada en roca, con sus inestables condiciones atmosféricas y rechazaba nuestros primeros intentos.

Francisco fue, con otro de la ciudad de México, la primera  cordada que enviamos a la cumbre. Yo personalmente vigilaba estos movimientos en el campamento 3, en  los 6, 300 metros sobre el glaciar. En caso de no lograr la cumbre, o que ya no regresan, enviaría otra cordada y otra. Ellos lo sabían. Íbamos por todo sin importar…

 Justo es reconocer que todos eran decididos y estaban con esa idea.   No movernos de los Andes  hasta conseguir la cumbre por esa ruta. Teníamos recursos al menos para un sito de dos meses, en caso de mal tiempo. Y, de ser necesario, enviaríamos  por víveres  para más tiempo.

 El baquiano de Punta de Vacas que con su recua de mulas llevó nuestro equipo hasta el emplazamiento del campamento base, nos había provisto de kilos de carne seca y Jorge  trajo de  Anchorage muchas bolsas de comida deshidratada, además estaba el  campamento base a sólo tres metros de distancia donde corría un arroyuelo de agua de deshielo del Glaciar de los Ingleses, adyacente al nuestro, es decir, el Glaciar  de los Polacos. Nada nos faltaba. Sólo hacer lo nuestro y, en caso necesario, resistir.

¡Pero regresaron! Aun antes de llegar al campamento 3, entre la oscuridad de la madrugada, y todavía con la nieve y el hielo colgándoles hasta en las pestañas, me mostraron los trofeos recogidos en la cumbre.

El mal tiempo los alcanzó ya muy arriba (el mal tiempo, aire huracanado lanzando nieve con una fuerza tremenda,  casi a  los 7 mil, es algo tan violento que en la ciudad no podemos siquiera imaginar, y en la ciudad de Monterrey,donde prevalecen las altas temperaturas, ¡menos!).

 Hicieron alto,  conformaron una plataforma en el hielo, a  base de golpes de piolet, se envolvieron en sus  impermeables-tormenta y esperaron soportando  la violencia con que los golpeaba  el huracán de  nieve. Sus botas dobles especiales contra tormenta los salvan del peligro de congelamiento en los pies. Era su voluntad la que estaba a prueba.

El mal tiempo en esas cotas puede durar días y hasta semanas. Con esa violencia y con temperaturas arriba de los 30 grados sólo se puede sobrevivir unas cuantas horas. Después quedarán   sepultados dentro de su capsula de hielo. Ellos lo sabían.

 


Lado noreste del Aconcagua. Se ve la distribución de los campamentos, a partir del campamento base. El campamento 3 en los 6,300 m.

Foto de Armando Altamira

Nada nuevo. Esta  montaña abunda en historias de esa naturaleza. En la ladera de la ruta normal del Aconcagua algunas de esas cápsulas de hielo han tenido que esperar hasta diez o quince años que un verano cálido las descongele para dejar al descubierto los cuerpos de los alpinistas que  durante tanto  tiempo fueron  inútilmente buscados por familiares, amigos y cuerpos alpinos de rescate.

Era la oportunidad que llevarían grabada por siempre en su vida. El poco oxígeno, propio de esas alturas que acaba con la vida de los humanos, hasta en pocas horas, también podía hacerlos desistir.

No dieron un paso atrás y siguieron resistiendo. De cuando en cuando quitaban la nieve que se acumulaba sobre sus cabezas y  espaldas (empezaba a formarse la cápsula de hielo). ¡Resistieron cinco horas, inmóviles, al heladisimo viento huracanado!

Una expedición anterior a la nuestra por ese glaciar  se había visto obligada a retirarse sin haber podido llegar a la cumbre. Y por el camino de regreso a Punta de Vacas, encontraríamos en el Río de las Vacas (ver plano)  otra expedición, esta de norteamericanos, qué subía  hacia el Aconcagua por el mismo Glaciar NE, también se verían obligados renunciar a la cumbre  por el mal tiempo y uno de sus integrantes, lesionado, sería sacado de la montaña en helicóptero. Ver en el informe que rendiremos al regreso, el dato que este mismo mal tiempo había acabado con la vida de dos militares que habían subido la ruta normal en una acción de rescate de cadáveres.

Los militares de Punta de Vacas son los que llevan, de tiempo en tiempo, la labor de búsqueda y rescate de cadáveres en las laderas del Aconcagua. En el campamento 2 el cadáver de una alpinista norteamericana, estaba a unos diez metros de distancia de nuestras tiendas y ya tenía ahí varios años.

 Nuestra cordada finalmente, a la primera señal de menos violencia del tiempo, no pensó en bajar y salvar así la vida, sino que  siguió hacia arriba.

¡Se acabó!¡ A desmantelar los tres campamento de altura y concentrar todo el equipo, y todos,  en el campamento base!

Gran decepción. Todos querían  ir a la cumbre ¡Estaban capacitados para tal empresa! Ellos lo veían lógico. Los responsables de la expedición lo veíamos como si en un partido de fútbol todos los del equipo quisieran meter su gol…Empezó la revolución. Los alpinistas mexicanos si no alcanzamos el triunfo hacemos la revolución, si lo alcanzamos también hacemos la revolución…

El señor Eduardo Sosa, de la ciudad de Monterrey, me  hizo saber  por Internet, el 4 de agosto de 2021, la noticia que Francisco falleció ocho meses atrás, en diciembre del 2020.

Huyendo del coronavirus he vivido  más de un año en aldeas entre montañas del Estado de Hidalgo donde no hay Internet.  Fue hasta el 5 de agosto del 2021 que encontré la noticia. Hasta hoy, 31 de agosto, es que puedo publicar esta nota en mi blog.



Francisco Martínez E, en la cumbre del Aconcagua, el 8 de febrero de 1974                                                                                                                                                                                                                                                                                                   El señor Sosa  me solicita en el comunicado un ejemplar  del libro que entonces escribí de los trabajos de la expedición. Fue un libro muy buscado y pronto se agotó su circulación. No sé dónde quedaron los mil ejemplares y yo mismo presté mi ejemplar y jamás me lo regresaron. Hasta  Monterrey llevamos personalmente 50 ejemplares de Los mexicanos en la ruta de los polacos. Por lo visto  también se perdieron de vista. Hago este relato como una especie de síntesis del contenido de ese libro.

Un libro que suscitó mucha polémica por su enfoque  nada ortodoxo. En otras palabras,  como un experimento de conductas humanas  en ese contexto aislado de las montañas, que relata, relato, el lado humano, demasiado humano, de los integrantes de la expedición.

La idea es que otras expediciones se sirvieran de nuestros aciertos, pero  sobre todo de nuestros errores,  para ahorrarse incurrir en ellos. 

Última observación: La expresión:recursos económicos que hasta entonces no se había visto en el país”, con la que fue financiada esta expedición, puede parecer ampulosa.

 Yo le doy otra lectura: tanto esfuerzo en las montañas mexicanas durante los trabajos de la preselección, tanto dinero invertido en la expedición, merced a circunstancia políticas  y económicas muy especiales de  ese momento en México,  muchos  trabajos de la expedición, de 15 expertos alpinistas de diferentes estados del país,  ya sobre los Andes, la sensibilidad de las autoridades deportivas de la FMM y la CODEME.

 Al final todo eso fue puesto, en su momento,  a disposición de Francisco, un alpinista de Nuevo León, para que  se midiera con la montaña  más alta de América,  y por una ruta hasta entonces ajena a nosotros lo mexicanos, ¡y lo supo aprovechar llegando a   su cumbre!

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Al regreso de la expedición a México rendimos un informe (en trabajo de imprenta) al presidente  de la república, Luis Echeverría Álvarez. Esto porque él personalmente entregó el cheque para financiar la expedición al entonces presidente de la FME, en una entrevista que nos concedió  a él y a mí en Los Pinos.

En otras palabras, las finanzas para la expedición no procedieron del presupuesto de la CODEME, hacia la FME, como es el curso normal sino que, como se apunta, fue entregado personalmente por el presidente de la república.

A continuación reproduzco parte de este informe. Con los años se me han extraviado las paginas 13, 14,19 y 20. Empero, como se puede apreciar, lo medular está  contenido en lo que se ha podido rescatar: entrenamientos en México, ruta de acercamiento en el lado sureste del Aconcagua, instalación de campamentos y foto de la cumbre.

       Considero que es un documento de valor  porque, en cierta manera, aunque tardíamente (¡47 años!, es también un informe que hacemos al montañismo de Nuevo León     en el que Francisco Martínez E., participó y vivió intensamente, cada una de las etapas que aquí se ilustran.      

 

 ¡El reconocimiento más grande que a Francisco se le puede hacer es  que, por su  destreza técnica  en la montaña, y su valor frente  la  tempestad,  se ganó el lugar de pasar a ser un paradigma del alpinismo mexicano!

Armando Altamira G.





































NOTICIAS RECIENTES DEL MONTE ACONCAGUA


El 19 de septiembre del 2021 fue publicada en Internet una nota referente al mal de montaña en el monte Aconcagua, en esta ocasión por la ruta considerada como la clásica o “normal”, es decir, la que va por Plaza de Mulas.

 

“Otro muerto en el Aconcagua

Drama: el andinista sufrió mal de altura en un refugio a 5400 metros y perdió la vida antes de que pudiera ser rescatado; es la séptima víctima fatal del año.

27 de enero de 2000

MENDOZA.- Fue la séptima víctima fatal en lo que va del 2000. Flavio Lisi, un ingeniero salteño de 37 años, se sumó ayer( El 18 de septiembre del 2021)   a la trágica lista de los que quedan en el camino a la cima del cerro Aconcagua, al sufrir una grave descompensación por el llamado mal de altura.

Lisi era el jefe de una expedición de siete personas del Club Amigos de la Montaña, de Salta, que transmitía por radio sus vivencias a miles de personas que seguían con entusiasmo el ascenso, tal como informó  La Nación  en su edición de ayer.

El montañista se descompuso y comenzó a sentirse mal anteanoche, en el refugio Nido de Cóndores, a 5400 metros. Estaba desorientado, tenía cefaleas y pérdida de conciencia por una insuficiente oxigenación de la sangre, que se debe a la falta de adaptación del organismo a la altura.

La expedición se comunicó en la mañana de ayer con los guardaparques para informar que Lisi estaba enfermo. Un médico preguntó los síntomas y les indicó que lo bajaran de inmediato porque el estado del deportista era preocupante.

Horas más tarde llegó al refugio una patrulla de rescate de alta montaña y constató que Lisi había fallecido, al parecer a causa de un edema pulmonar agudo.

La patrulla de rescate de alta montaña informó que el cuerpo fue trasladado hacia el campamento base de Plaza de Mulas, mil metros más abajo. Hoy sería llevado a un hospital para practicarle la autopsia.

Lisi es la persona número 99 que muere en el Aconcagua desde 1926, fecha en que se comenzó el registro, y la séptima en lo que va de esta temporada de ascención. Este año también murieron en el cerro la mejicana Justina Julia Martínez, el japonés Yshigli Tamiharu y los argentinos Daniel Morales, Germán Brena, Walter Toconás y Gustavo Martín.”


















Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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