NAVIDAD, TIEMPO DE BORRACHOS. KHAYYAM, POETA, TIENE UNA COPA DE VINO EN LA MANO

 

  


Khayyam.

¡Larga vida a los poetas!




Filosofía  y psiquiatría se ocupan de la vida del ser humano y la religión de su alma. Tanto aquellas como ésta lo presumen enfermo.

Convencido de su antropocentrismo, amo y señor del universo, pero está enfermo. ¡Le han dicho que está enfermo! ¡Le han obligado a creer, espada sobre su cabeza, a que piense que está enfermo! No está enfermo, pero él ya  se siente enfermo.

Se encerró en la ciudad y no va más a los bosques altos y a las montañas, donde soplan los vientos y brillan los hielos del glaciar, y ahora paga el precio llamado hipocondrías: biológica y, digamos, la no-racional.

 Desde la niñez ( al estilo de Kierkegaard) vive en tensión por la figura de un final del mundo apocalíptico lleno de brujas y demonios que lo precipitan en el abismo ardiente atizado siempre por Dite. Se pregunta ¿Por qué tuvo que nacer y ahora se pregunta por qué tiene que morir?

¡Que célula biológica o qué numen decide el tiempo de la vida del humano?

Entre tanto.

Ahora casi todos hablan de la virtud. En el Fedón, Sócrates, horas antes de morir, platica en grande con sus amigos filósofos sobre al virtud. (Las buenas maneras, por así decirlo)

Si la virtud se enseña es que   es de este mundo. Si no se enseña habrá que buscar su origen entre las nubes.

Si se enseña es una cuestión elitista ya que pocos pueden pagar el maestro. O curso propedéutico para entrar a la universidad.

Si viene del cielo es una selección injusta porque no llega a todos.

¡Admisión limitada!

¡Frente a San Miguel Arcángel, general de los ejércitos celestes, y su punitiva espada en alto, no cualquiera obtiene la visa para entrar al cielo!

¡Como esos padres humanos que prefieren a algunos de sus hijos y a los otros les hacen el feo! ¡Se portan mal esos hijos! ? O este es normal y aquel tiene sindrome!

 En todo caso ¿son culpables, los culpables, de no haber tenido la oportunidad que los otros sí tuvieron?

Nick Carraway, el amigo del Gran Gatsby, recuerda  las palabras que su padre le  dijo cuando recibió su título de universitario: Cuando te sientas tentado a criticar a alguien recuerda que no todos tuvieron la oportunidad que tú tuviste en la vida.

 Los que estudian estas cuestiones tienen por cierto que  el infierno es tanto alimentado por hidrocarburos como  también por  estar impedido del amor de Dios

¿Por qué no alcanzó él también ese amor de Dios? ¡Necesita un abogado que hable por él en el cielo!

Aristóteles, a semejanza del merolico de la plaza, desacredita a idealistas y matemáticos para poder vender su sistema que sí salva de una  existencia doliente (su Metafísica).

Los pueblos originarios de América fueron obligados, espada en mano, a creer que eran culpables de un delito espiritual que ellos no cometieron. Los que se resistían eran quemados estando vivos o, vivos,  servían de almuerzo a los perros.









Religiones y filosofías quieren curar al hombre tanto en su cuerpo como en su alma.  Religiones altamente espirituales en el pasado ahora ya casi racionalismo puro y filosofías audazmente espirituales.

Hombres estresados que han dejado de reír porque creencias angustiosas llenan su pensamiento aun estando dormidos. Se despiertan sudando en el silencio de la noche buscando con desesperación el fármaco relajante.

Por fortuna aún quedan en el mundo algunos poetas.

Los poetas no creen ni en los historiadores ni en la pureza del futbol profesional.

Con una copa de vino en la mano al amanecer, observando cómo el viento se lleva las arenas del desierto, Khayyam compone una  de sus rubaiyat, en la que considera la incongruencia del llamado pecado universal   que tanto enferma a  las conciencias:

 

Pretender que el humilde devuelva en oro el plomo      

que a él le han arrojado, exigirle que pague

Una deuda que nunca con nadie ha contraído

Es comercio de usura al que nadie está obligado

 

 

 

 

 

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores