Diez pinturas prehistóricas



El autor cree que la historia del hombre es una, sin interrupción. Se muestra escéptico en las etapas convencionales que suelen ponerse en protohistoria y en prehistoria.

Criterio interesante para México, apuntamos nosotros, donde la historia acaba con frecuencia de muerte súbita y, al mismo tiempo, aparece otra de generación espontánea, de seis años, sin relación con la anterior…

Dice A. Houghton Brodick en su obra La Pintura Prehistórica. (Fondo de Cultura Económica, México, 1975) que el criterio de que hay civilización sólo donde hay escritura arrojaría algo así como 5,000 años para Egipto y Sumeria,1,400 para China y sólo unos cuantos siglos de nuestra era para la Europa continental.

Brodrick prefiere arrancar desde hace medio millón “o tal vez un millón” de años y preguntarse por qué aparecieron las pinturas rupestres. Los hombres “modernos” se encontraron con los neandertales y eso provocó una conmoción tal que dio lugar a una revolución más bien del tipo moral. Se pedía para tener éxito en la caza y para librarse de la muerte y la destrucción: “El arte todavía es magia o no es nada, puesto que nos trasforma al revelarnos el espíritu del artista”.

El éxito dependía de encontrar manadas abundantes, a su propia pericia y a la magia. Por eso en el Paleolítico Superior en Europa las ceremonias se celebraban ante las pinturas. Se pedía caza abundante, blancos fáciles y protección al cazador. Ese sería el origen del arte primitivo de sus antepasados para asegurar el sustento: “Todavía en la actualidad los aborígenes de Australia pintan y repintan en los mismos antiguos parajes, para obtener  la abundancia, de la misma manera que pintaban y repintaban los hombres de la edad de piedra”.

El primer artista en Europa Occidental fue el “hombre moderno” del Paleolítico Superior que ya utilizaba ciertas herramientas de piedra. Si bien en Europa se dio la creación de lo que llamamos ahora “arte prehistórico” la mayor parte de las culturas de la edad de piedra del continente europeo parecen proceder de otras partes. Con esto tenemos que la civilización en sus orígenes no sería un producto europeo. Pero sí fue obra de Europa el arte representativo.  Dice el autor que el arte pictórico representativo fue obra de Europa y se manifestó en España y Francia, hace unos 40, 000 años.

Las civilizaciones del Cercano Oriente  florecieron cuando la mayoría de los europeos llevaban todavía una vida de la edad de piedra. Sin embargo, no se conocían pinturas prehistóricas hasta el descubrimiento de la cueva de Altamira, en el norte de España, durante la séptima década del siglo pasado”.

(Ver en este mismo blog la nota sobre el descubrimiento de la Cueva de Altamira)

La obra comentada de A. Houghton Brodrick  contiene pinturas rupestres de Australia, Nueva Guinea, la India central, etc. Pero sean de donde sean los artistas rupestres, de alguna manera son considerados parte de una sola historia para el área de la  Europa Occidental.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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