JASPER, INTERPRETAR EL DESIERTO.


 

Interpretaciones parciales niegan la interpretación absoluta, en caso que ésta exista.

 

Bello y horrible es el desierto

Tan bello y horrible como no respetar el clásico sujeto, verbo y complemento, en redacción.

Es peligrosísimo o bien se puede ir por él  con todo el placer que da la caminata por la inmensa llanura.

Mucho en esta vida, incluidas las cosas sagradas y las materiales,  se reducen a la interpretación que se tenga de ellas.

La ciencia misma desecha una interpretación, ya consagrada, por una interpretación más reciente.

Existen trescientas interpretaciones políticas  que nos prometen el perenne abasto de la canasta básica, así como tres mil modos de interpretar lo  religioso que nos aseguran abrirán las puertas del cielo.

El arrabal donde Blance Dubois (Vivien Leigh) fue a vivir, y al que llegó en un Tranvía llamado deseo, era de un nivel cultural muy diferente (quién sabe si bueno o malo) al suyo. Tan diferente que los “chicos” del rumbo, empezando por Stanley Kowalski (Marlon Brandon) acabaron poniéndole una camisa de fuerza para llevarla al manicomio. Interpretaban de manera diferente al mundo.

Lo de todos los días es la interpretación que del matrimonio hace los novios. Son las mismas palabras, comunes, pero cada uno le da su interpretación que, lo más seguro,  nada se parece a la del otro, a juzgar por la cantidad de divorcios que tienen lugar a pocos años (meses o semanas) de la boda.

Con más frecuencia, de lo que parece, se han dado casos en la historia  (caso de México en el siglo dieciséis)que una interpretación se impone por la fuerza a todas las demás interpretaciones. Tanto del orden religioso como del seglar. De todos los colores y matices que mejor ni los mencionamos.

Es como en la ascensión a la montaña. Imposible para algunos, muy difícil para otros y no faltan los bromistas que preguntan dónde está lo que vamos a escalar, cuando ya lo han superado.

Parece imposible de escalar, interpretaba yo.
Pero Manuel Ramírez (escalador de Pachuca Hgo. México) interpretaba de otro modo y ya está en la cumbre.
 
(Esperamos que también esté en la otra cumbre, pues hace algunos años que falleció)
 
El Obelisco, Región de Los Frailes,
de Actopan, Estado de Hidalgo, México.
Foto de Armando Altamira G.
 
 
 
 
 
Se interpreta el miedo (muy necesario, por lo demás) elaborando complicadas tablas de intensidad del miedo en el escalador cuando éste se encuentra al pie de su escalada.

Del uno al diez, el número mayor corresponde al temor mayor. También se les llama “tablas de dificultad de la escalada”.

Como si nos propusiéramos interpretar, en números, la belleza de un amanecer en el desierto, de una mujer o de un poema.

Una interpretación absoluta, una misma para todos, no tiene lugar, dice Karl Jasper en su obra La filosofía, capitulo VII:

“Una realidad absoluta no es apresable, precisamente, por medio de una interpretación. Es siempre una falsificación de nuestro  saber el tomar el contenido de una interpretación por la realidad misma”.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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