LUCRECIO, ARMONIA VS MIEDO SOCIAL


Desterrada la armonía, la calle se llena de miedos.
Reinan, como dicen los darwinistas, los violentos sobre los pacíficos.

Eso dice Lucrecio. De cuando tiene lugar  la pérdida de  la armonía interior y de    la armonía de fuera.
Lucrecio especula, afirma, materializa, todo está compuesto por átomos lisos y redondos, dice, el alma y el ánimo también son puros átomos.

La Naturaleza es su modelo. Y por la Naturaleza salta a hablar del espíritu, que está más allá del alma y del ánimo.

Es impresionante la diversidad de temas que menciona en su libro De la naturaleza de las cosas. Tiene en los siglos precedentes, a su tiempo,  toda la Paideia griega.

 Una rica cultura, la occidental que, se considera, empieza con Homero y fue construida a base de tesis y contratesis. Materia y espíritu. De aquí todas las dualidades imaginables:   demonios y mónadas, Ideas vs naturalezas simples, reposo y movimiento, el Ser frente al No-Ser, la Nada y la No-Nada, lo Absoluto y las apariencias, el tiempo y el espacio, la armonía y la disolución, creencia más existencia, sentimiento más voluntad, reposo y movimiento, Ser y Devenir, causalidad y sustancia, carencia y abundancia, homogeneidad y heterogeneidad, cualidad inefable y cantidad mensurable, interioridad y exterioridad, lo Uno y lo Múltiple… y teorías  temas más.
Su imaginación, o mejor, su intuición, de Lucrecio, dejarían con la boca abierta al mejor oráculo de su tiempo o al más prolifero de los novelistas de este siglo. Sobre todo la academia tiene en él apuntes pioneros numerosos. La ciencia atómica, la anatomía, la pedagogía, la sexualidad, la astronomía, la sociología, la…

Pero su lectura sucede como intentar leer el Quijote por primera vez. A la tercera página  se le arroja al cesto de la basura por la cantidad de situaciones ilógicas que vamos encontrando.

Somos ya  hombres de la cultura industrial y no vemos valores de trascendencia, como en la Paideia. Los dioses actuales son otras dualidades: la plus valía honrada  y los 800 gramos por un kilo, consumismo y deshecho, etc. En la Paideia saber era poder, ahora poder es tener.

Si se intenta por segunda vez su lectura,  Lucrecio y el Quijote,  pasarán a ser  dos de los cinco libros en la mesita de cabecera para leer toda la vida. Lucrecio con su materialismo atómico eterno  y Platón con sus Ideas también de eternidad.

Y cuando los  defraudadores, la corrosión social, la economía de mercado y la cultura industrial, han contaminado el aire, más que el coronavirus, y todo parece ya no tener esperanza de volver a respirar oxígeno, Lucrecio habla de la armonía y del gran todo.

Sabe de lo que está hablando. Ciudadano romano de los tiempos (99 a C.-55) en el que el poder se compraba con monedas, ya no se ganaba con virtudes y acciones para engrandecer aún más el imperio.

Engrandecerlo  beneficiando al pueblo y aportando a la cultura, se entiende.

Fue testigo de la corrupción de los hombres. Descubrió una maldad infinita con tal de hacerse del trono, del tronuelo y del tronito. El despotismo afloró aun en los puestos burocráticos más anodinos. De servidores para el pueblo, que comían de servir al pueblo, se volvieron temibles contra el pueblo. Sus degenerados gobernantes fueron un paradigma a seguir   para sus subordinados a sueldo de todos los niveles.

El miedo y la incertidumbre llenaron las calles de Roma. Escribe:      

“Si el espíritu empero por el cuerpo da miedo más vehemente es poseído, vemos que el alma entera toma parte, palidez y sudor aun tiempo embisten, la lengua balbucea y la voz falta, ofuscase la vista, el oído zumba, aplómense los miembros: muere el hombre por un terror del animo a menudo.”

Tito Lucrecio Caro, De la Naturaleza de las cosas, colección Austral, No 1403, Espasa-Calpe S.A. Madrid, 1969.

Lucrecio marca la pauta para el camino de la regeneración social. No cree en la existencia de los dioses y lo reitera a lo largo de toda su obra. Pero no cree en dioses por los dioses mismos, sino a juzgar por la conducta de los hombres.

No puede creer que de las manos de los dioses haya salido algo tan inacabado, dice: “No puede ser hecha por los dioses maquina tan viciosa e imperfecta.”

 A pesar de lo anterior, sí cree que los humanos pueden remontar la condición humana. A condición que no se alejen de la Naturaleza.

Si es cierto que un día fuimos monos, y remontamos esa etapa, ¿Por qué no ir más allá de lo presente? ¿O hasta aquí llegó la evolución? ¿Satisfechos con el antropocentrismo? ¿Con nosotros se acabó la posteridad?

La evolución sigue. Para eso, como en las leyendas antiguas, tiene que pasar la prueba de vencer al enemigo. No al que tiene enfrente, sino al que lleva consigo. Vencerse a sí mismo o, vencer a mimismo.

El orgullo, la obscenidad, la petulancia, su obsesión por el lujo y la desidia torpe. Después de eso, le dice a su interlocutor, su ínclito interlocutor Memmio, al que dirige su largo poema, ya no quedará nada de humano. Humano  como lo entendemos en la actualidad: más de nota roja que de espiritualidad.

Lucrecio:
“Así el que a todos estos enemigos hubiere sujetado, y de su pecho los hubiere lanzado con las armas de la razón tan sólo, ¿no debemos colocar a este hombre entre los dioses?”
Apela a la razón. La razón, es verdad, es un valioso instrumento por el que el finito humano rige su vida. Pero, al juzgar por la pandemia, pocos  hacen uso de la razón. La armonía preestablecida de Leibniz pasó a ser sólo una ocurrencia. De un día para otro el mundo se puso de cabeza. Por lo que pasa a ser la razón  una medida metafísica que poco tiene que ver con  el actual humano.


Por lo demás, pedir a la divinidad no es una compra de cosas y víveres  que se hace por Internet y nos lo entregan a la puerta de nuestra casa. Como hacemos en estos días del coronavirus.

Con el cielo no funciona así. Es preciso echarse la mochila al hombro y caminar hasta donde está la mercancía. Si encontramos o no la mercancía no depende de nosotros. El dueño del mercado puede tener otra oferta para nosotros.

Como cuando nos esforzamos por llegar a la cumbre de la montaña. Lo medular del asunto es el esfuerzo que se hace en la subida. Tiene más valor que la cumbre misma. La cumbre será pronto  un recuerdo para la literatura y la historia alpina, pero la subida un ejercicio psicofísico de beneficio invaluable e inmediato.

Dígalo sino la situación de los alpinistas, otrora fuertes y dinámicos, con la mirada fiera que se abrían camino entre las tormentas. Ahora  viven en los recuerdos de sus escaladas pasadas, viejos y achacosos.

El alpinismo fue para ellos un deporte, o un oficio de llevar clientes a la cumbre, no un plan de vida. En México se hace deporte de los 15 a los 35 años de edad (salvo excepciones). Después…la molicie.

¿Por qué tanto insistir en ir a la montaña? Ascender a la cumbre, o caminar por los bosques altos, une las ideas de subsistencia con la de existencia.

La subsistencia quema toxinas y bombea el corazón para que las arterias no se tapean por las grasas saturadas que comemos y mantiene alejada la sombra siniestra  del infarto.

La existencia aleja el spleen, como dicen algunos. Spleen, esa apatía inconforme de voluntad que lleva al infarto espiritual, a la náusea de vivir.

La cultura industrial nos dice como comprar, no como existir.

Aun en la dimensión religiosa rezar el santo rosario, como enseñó San Francisco, es una intención positiva de entrada. Pero si no se pone en práctica esa intención, es como el pedido por Internet esperando que la divinidad nos traiga la mercancía hasta la puerta de la casa. Es como los 800 gramos por un kilo…

Como preparar mi mochila para subir a la montaña pero nunca ir a la montaña…

El miedo y la incertidumbre llenaron las calles de Roma, en otros tiempos, como dijimos, la heredera de la gran Paideia. Perdidos sus mitos, ahora está el imperio convertido  en un bazar de pasillo,  en un almacén de cambalaches a lo Santos  Discepolo.

En un artículo de Richard Morais, publicado hace tiempo en la revista Selecciones, el psiquiatra Niel Micklem dijo: “Quizá me equivoque, pero creo que la pérdida de la esencia es lo que hace infelices a tantos occidentales” III-1997.

Lucrecio, escritor ateo de los tiempos anteriores a nuestra era, y Chesterton, escritor religioso del siglo diecinueve, coinciden en la tesis que la evolución del humano  se dio no por el más fuerte sobre el débil,  como dicen los darwinistas, sino por prestarse ayuda mutuamente en el momento de peligro. Habla de los remotos primeros tiempos, cuando ni siquiera se comunicaban oralmente.

Lucrecio:
“Los que estaban más vecinos entre sí establecieron relaciones, se abstuvieron de daño y de violencia, protegían sus hijos y mujeres. Y en sus gestos y voces balbucientes indicaban ser muestra de justicia y de la imbecilidad compadecerse. Más no podía dominar en todos esta concordia bien que exactamente guardaban estos pactos los más buenos, que eran en mayor número: sin esto la raza humana fuera destruida enteramente ya desde aquel tiempo, no se hubiera hasta ahora propagado.” Op, Cit. Libro Quinto, Cap. X

 Lucrecio, apuntábamos, marca la pauta para el camino de la regeneración:

“¡Somos la diversión de unos terrores tan frívolos y vanos! Desterremos estas nieblas y estos sobresaltos, no con los rayos de la luz del día, sino pensando en la Naturaleza.”
No es un pistoletazo literario, lanzado en la noche, como tantos programas que tiene los que  escriben. Más adelante reitera:

“Preciso es que nosotros desterremos...

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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