JAMES CAMINA POR LAS CALLES DE LONDRES

 


         Henry james gustaba caminar por las calles de Londres. Lo hacía, dice, “por ejercicio, por diversión,  por adquisición y, sobre todo siempre regresaba caminando a casa al termino del día cuando había pasado la tarde en otra parte, que era lo más frecuente.”

Novelista estadounidense nació en 1843 y en 1915 obtuvo la nacionalidad  inglesa. Henry fue el hermano menor del conocido filósofo William James.

Caminaba en tanto observaba lo que vivía  Londres en sus calles. Logró abundantes “apuntes”. A eso se refiere con lo de “adquisición”, lo que significa oro molido para un novelista.

Una de sus novelas se conoce con el título de Roderick Hudson. Que es como su alter ego. De este personaje de su creación dice: “Había tenido durante mucho tiempo, en todo caso, mi pequeño y oscuro observador del “mundo de Londres”; lo vi deambular, vagar y añorar, vi todas las pasiones desconcertantes que pudieran fermentar en él  una vez que se hiciese lo suficientemente reflexivo y desheredado.”

Caminar por las calles de la ciudad, como ejercicio, es una práctica que pocos llevan a cabo. El país ocupa los primeros lugares de obesidad en el mundo y todo el rosario de enfermedades que de eso se desprende.

                                                     Caminar es mejor que correr

                  Del libro Técnica alpina de Manuel Sánchez y Armando Altamira

                                                Editado por la U. N. A. M. 1978


El gobierno de la Ciudad de México ha instalado, al menos el rumbo que conocemos,  aparatos al aire libre diseñados para los ejercicios corporales (son minigimnasios al aire libre) pero su utilización o es nula o no pasa del veinte  por ciento, para decir de alguna manera el olvido o la indiferencia que se tienen de parte de la población.

Impedido, el alpinista, de ir a las montañas, tan frecuentemente como se quisiera, caminar por las calles, entre tanto, como lo hizo James, es la mejor opción.

La sociedad urbana, y su cultura industrial, está lejos, por definición,  de tener los horizontes naturales de la cordillera, pero al menos no es tan artificial como los gimnasios cerrados.

A estos les falta el sol, el viento, la lluvia, el frío, el calor. Todo eso que pone en juego nuestros mecanismos naturales de adaptación en las cambiantes condiciones atmosféricas de las montañas.

Sin pasar a segundo lugar los valores  subjetivos que vive el caminante de los bosques que son del ámbito de la filosofía. 

¿Filosofía? Es ese afán de pensar en los valores de trascendencia que cada vez se les frecuentan menos  en la medida que la economía de mercado crece.

               Pensar en los valores de trascendencia que  se  frecuentan menos  en la                                 medida que la economía de mercado crece

                              Tomado de El País,11 de agosto de 2018


Los gimnasios son un buen, hasta excelente,  recurso para otros fines de ejercitar el cuerpo pero para un alpinista son burbujas artificiales nada  lógicas.

Queda el otro recurso de los grandes parques de la ciudad para trotar y correr. El ejemplo de grades corredores de largas distancias como los maratones, o más, debieran hacernos pensar en el  hecho que algunos de ellos acabaron con las rodillas en mal estado, por no decir hechas polvo…

Ahora nos parecemos, de algún modo, más a un edifico o a los semáforos de la esquina, que cuando en  la edad de piedra deambulábamos por  las montañas o los bosques.

 El    mimetismo, esa habilidad que algunos animales poseen para parecer semejantes a otros organismos o al lugar en donde se encuentran. ¿Por qué el humano tendría que escapar, voluntariamente o no, a ese recurso de “camuflarse” si así lo ha dispuesto la Naturaleza?

Como sea, conviene tener conciencia que todavía en México se puede caminar a pie libremente por las calles de la ciudad sin que sea delito. En otros países sólo se viaja en una clase u otra de trasporte. El que  no lo hace es considerado  como un delincuente.

¡Caminemos, pues, mientras exista  esa libertad!

 

 

 


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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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