IBSEN EN EL 194 DE SU NACIMIENTO

 

 

 


“Henrik Johan Ibsen /ˈhɛnɾɪk ˈjoːhɑn ˈɪpsən/ fue un dramaturgo y poeta noruego. Es considerado el más importante dramaturgo noruego y uno de los autores que más han influido en la dramaturgia moderna, padre del drama realista moderno y antecedente del teatro simbólico.  Nacimiento: 20 de marzo de 1828, Skien, Noruega Fallecimiento: 23 de mayo de 1906, Oslo, Noruega”Wikipedia

 


Ibsen


Una sinopsis nuestra de su obra El Pato Salvaje fue publicada por el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México en el Cuaderno de Comunicación Sindical número 89, en el 2006.

 

El Pato Silvestre es una de las obras más polémicas de Ibsen. Los críticos han tenido  las más diversas y encontradas interpretaciones. Está llena de símbolos y de prototipos sociales. Pero para nosotros el misterio tiene una clave. Una obra imperecedera, como ésta,  sólo puede tratarse de la sociedad como actor principal.. No de una sociedad en particular sino general. Por eso en esta ocasión Ibsen ni siquiera le pone nombre al lugar  en el que se desarrolla  la  acción. Lo que le da universalidad es que es un producto  social en descomposición y esto tiene reflejos   en muchas  partes. En el México del primer tercio del siglo veintiuno, por ejemplo,   se necesitan, dicen los especialistas en esta cuestiones de la educación,   mil quinientas universidades públicas más de las actuales para ser competitivos en educación con países del segundo nivel mundial, ni siquiera para los del primer nivel. Pero lejos de eso lo que se construyen  son más cárceles.

Sin embargo  El Pato Silvestre   no  es un sendo   ensayo sociológico de esos que nada más los especialistas frecuentan, como sería una empresa  multidisciplinaria  que requeriría varios  volúmenes para su desarrollo. Y esto es lo que desconcierta  a los críticos de El Pato Salvaje ¿cómo Ibsen pudo decir tanto en tan poco espacio? La obra, desde luego,  tiene el tratamiento muy ibseano. Se desarrolla en el  marco de una bucólica aldea y en el seno de una vida hogareña.

Gina, una sencilla muchacha, que se afana por conservar su hogar y llevar en buenos términos su matrimonio, guarda un secreto de su vida de soltera que acabó explotándole en la cara. Toda la armonía  de su casa descansa en el silencio del pasado y ella sola debe cargar con la situación.

Trabajaba de sirvienta en  casa de Werler, dueño de una fábrica. Con dádivas la convence de tener relaciones amorosas de las que nace una hija, que se llamará Hedvige. En los días del embarazo ya no trabajaba en la casa y conoce a Hjalmar Ekdal, con el que se casará y le hará creer que es su hija. Teme que si le dice la verdad decida no  vivir con ella. El es fotógrafo de profesión y esa es la fuente de sus ingresos.

En otro tiempo, Ekdal, padre de Hjalmar, era socio del dueño  Werler. Pero éste se las ingenia  y se queda con todo el capital. Ekdal, ya viejo, se encuentra en la miseria  y vive con  Hjalmar. Para paliar un poco su conciencia, Werler le da algo de trabajo de la fábrica y de esa manera le hace llegar algunas monedas.

Gregorio Werler, el hijo del dueño y amigo de Hjalmar, hace las veces del coro de las tragedias griegas que tratará de ir marcando las cosas. Sabe de la acción tramposa  que su padre ha cometido con el padre  de su amigo y está enterado  que la hija de Gina es de su padre, su media hermana. Y cree que la vida será mejor para todos si las ventanas se abren y circulan los vientos. Busca de todo corazón  sanear la vida  de la familia de su amigo Hjalmar. Pero al desenredar la madeja  la situación empeora.  Hjalmar no reacciona  con la altura que él esperaba y el pleito entre el matrimonio no  tarda en llegar y con ello la ruptura. Hjalmar le reprocha a su mujer   el

habervivido esos años en la creencia que Hedvige es su hija. Es su ego  de hombre lastimado pero agarra de pretexto a la niña.

Hedvige, la hija de catorce años de edad, muy querida por su padre Hjalmar, de pronto es rechazada por éste al darse cuenta que la niña en realidad es la hija  del dueño Werler.

No obstante eso, el matrimonio, como muchas veces sucede  cuando hay un pleito entre marido y mujer, al día siguiente ya está otra vez en el proceso  de reconciliación.

La que queda definitivamente dañada es la hija. No entiende bien lo que sucede con sus padres pero lo que tiene claro es que su padre la ha rechazado. Y aquí es donde ocurre la tragedia. El abuelo Ekdal era aficionado a la caza. En una ocasión trae a  casa un pato silvestre herido. Lejos de matarlo  la familia se propone  cuidarlo.

Cuando las cosas ya se ha han  descompuesto en la familia, Gregorio Werler le dice a la niña que tal vez sacrificando al pato silvestre su padre, Hjalmar,  tome eso como una muestra de reconciliación y vuelva a aceptarla. Y lo cierto es que para entonces Hjalmar empieza, dentro de él,  también un proceso de acercamiento para aceptar a la niña pues en verdad la quiere.  Es decir, su amor empieza a desplazar a su ego lastimado.

Con la idea de sacrificar al pato silvestre  la niña agarra una pistola y se introduce a donde tienen al animal. La familia escucha el disparo de la pistola y corre al lugar. Ven a la hija en el suelo. Todos tiene la esperanza que haya sido un accidente sin consecuencias.

Pero uno de los personajes, llamado Relling, es médico y al examinarla se da cuenta que la niña está muerta. Y aun hace otro descubrimiento, la ropa está quemada en el área del balazo por lo  que descubre que, lejos de haber sido un accidente, se trataba de un suicidio.

La niña sufría de ceguera progresiva y estaba apunto de quedar definitivamente ciega. Probablemente  esa sea la analogía entre el pato silvestre enfermo, y la niña también enferma.

Los entendidos de la conducta humana han elaborado variadas explicaciones del verdadero leit motiv de esta comedia que fu escrita para teatro, en 1884. Una de ellas el rechazo de los padres y lo que eso pueden lesionar al hijo o a la hija.

También está lo de la herencia biológica. El dueño Werler padecía de la vista. Pero al no tener cerca a su hija Hedvige, no pudo atenderla ni afectivamente ni proporcionarle  educación ni el auxilio médico para su ceguera. Otro troquel social a nivel mundial. Ha dispuesto  las cosas  para que una parte de su  herencia pase a manos de su hija Hedvige,  pero ahora es  ya tarde  y no  servirá para nada.

La actitud de Gregorio Werler, con toda su sincera intención de que las cosas se aclaren y su amigo Hjalmar y su esposa Gina vivan plenamente felices, sin sombras del pasado, en realidad acabó precipitando todo y terminó en tragedia.

Hay que insistir en el secreto de Gina, largamente llevado en silencio con tal que su matrimonio no sufra contratiempo. La obra no se detiene mucho en la  psicología posparto   de   Gina.

 

Y la actitud  de Hjalmar, que de pronto no digiere la situación, y empezó a herir a los que lo querían. Más adelante lo hubiera hecho pero no tuvo tiempo pues antes  llegó el drama.

El Pato Salvaje es el símbolo de una sociedad descompuesta que acaba triturando lo poco bueno que hay en ella. A este grupo social le faltaba equilibrio y, llegado el momento difícil, no contó con fuerzas necesarias para superar la crisis.

Es una obra sombría y no se ve por dónde puedan estar las corrientes de regeneración social. Sombría pero a la que no se le puede ignorar con sólo voltear la vista para otro lado.  Ya no conocemos qué sucedió después, cuando el tiempo pasó y si el dolor hizo reaccionar y purificó a esa sociedad. O continuó su descenso. Eso ya no lo dice Ibsen.

Hay otros personajes. El nombrado médico Relling y Molvik, estudiante de teología.. Estos dos son un par de juerguistas de tiempo completo. Nada les importa la tragedia que lo ha rozado de cerca y siguen en la loca vida fácil  con el vino y las muchachas alegres.

Quizá de esta manera Ibsen nos dio a entender que, pase lo que pase, la vida sigue. Pero, ¿qué es lo que sigue y cómo sigue, si lo que tenía calidad ya se ha ido? También en las prisiones la vida sigue... Y esto nos lleva a una segunda suposición. Probablemente lo que Ibsen quiso decir fue que no hay que dejar que El Pato Silvestre se enferme. Que no hay que dejar que la sociedad enferme...

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 



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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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