WARD, MÉXICO EN 1827

 


H. George Ward escribió un libro de su viaje a México titulado: México en 1827.Individuo culto y ameno para escribir, sus observaciones del país que entonces llevó a cabo son de visión penetrante que todo mexicano debiera leer para conocer otro lado de nuestra historia de esos días.

 Nosotros hicimos una sinopsis de este trabajo y lo publicamos en un cuaderno de comunicación sindical, número  86, del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México,(STUNAM) y fue publicado en octubre de 2006.  

 

 “Viajeros”, “Expediciones científicas”, “Gambusinos”...Todos quieren conocer las potencialidades de México apenas Hidalgo ha dado el grito de independencia frente a Francia, y que en seguida se dirigirá contra España. Se tenía horror por el curso que había llevado la Revolución Francesa y de plano ya no se toleraba a los “gachupines”.Humboldt de Alemania y Poinsett de Estados Unidos son los primeros en llegar. El primero mide la altura de las montañas, estudia las minas y se mueve en el ambiente de los hombres de la ciencia. El otro es un simple viajero (después regresará a México como Plenipotenciario y primer Embajador de su país) que observa a la sociedad, el estado en que se encuentran los caminos, establece logias para los intelectuales mexicanos  y se mezcla con los militares.

 

Son los Lawrence de Arabia que envían a  sus respectivos gobiernos informes puntuales de lo que hay en el subsuelo y en la superficie del país. Tras estos ilustres hombres llegarán a Veracruz los ejércitos invasores... Después de tres siglos de un control absoluto de la libertad de expresión, por parte de España, los mexicanos les abren sus brazos y  dan la bienvenida sin pensarlo dos segundos.

 

Procedentes  de países anglos, los nuevos visitantes incluían siempre, como requisito para decidirse a invertir en México, el tema de la libertad de cultos. Les interesaba introducir el cristianismo liberal en un ambiente cristiano romano (Igual harían en Japón en 1945 y en Irak en 2003). Casi todos los insurgentes eran católicos, y abundaban los caudillos – sacerdotes, pero necesitaban dinero para reconstruir minas y presas...

 

En este panorama social mexicano también llega Henry George Ward, Encargado de Negocios de su Majestad de Inglaterra, a las costas de Veracruz. Los caudillos mexicanos del momento también  lo esperan con los brazos abiertos. Necesitan reconocimiento político y  esperan que invierta su capital. Los caudillos tienen tan sólo una década en la lucha y se revelan, a pesar de eso, como  experimentados negociadores. Empero, los otros, los extranjeros, tienen mil años de experiencia...

 



H.G.Ward

foto tomada de Internet







Más esos viajeros eran tan preparados académicamente que, sin excepción, dejaron trabajos de “observación” que a la postre resultarían verdaderas joyas de la “literatura de viajes” enfocados a los más diversos aspectos que eran de su interés tales como la minería, política, historia,  arqueología (cuando en México ni se soñaba que existiera esta ciencia de la antropología), sociología, economía, potencialidades geográficas como selvas, ríos...

 

Ward observa que, con una patente falta de visión, los insurgentes habían destruido las presas de las que se alimentaban la extensas tierras de las haciendas de los españoles. Cuando cesó la contienda los insurgentes se encontraban dueños de una tierra yerma y sin dinero para reparar  esas  presas. Lo mismo sucedió con las ricas minas. El gran Tiro General de la mina la Valenciana de Guanajuato ya había costado a los españoles un millón de dólares en 1801. Y se siguió invirtiendo en ella durante años. En 1810 las tropas de Hidalgo la inutilizaron y en 1818 fue destruida por los seguidores de Mina. Después se necesitó concesionar este importante lugar a la Anglo Mexicana Association para que volviera a producir.

 

Al cerrara una mina se caía la economía de la región. Los labradores, artesanos, pequeños ganaderos o pastores dependían en mucho del poder adquisitivo de los obreros mineros. La   historia oficial nos ha impedido realizar un trabajo más a fondo y ver en realidad para quiénes trabajaban, consciente o inconscientemente, algunos de estos caudillos. Con el argumento de quebrar la economía de los españoles acababan con lo que sería el patrimonio de los mexicanos. Individuos que de pronto aparecían en nuestras costas al frente de un grupo de rebeldes armados y pertrechados,  “con dinero de sus propios bolsillos”,  y al grito de ¡Viva la Independencia de México!, quemaban sus ricas tierras de café, destruían sus fabulosas minas y volaban las grandes presas!... 

 


Mina complejo La Valenciana, Guanajuato

Foto tomada de Internet


Otra de las observaciones que hace Ward es que fue desde los lejanos tiempos de la colonia, y durante prácticamente los tres siglos que ésta duró,  que nuestra ecología sufrió un grave daño. Lo que les interesaba sobre todo a los españoles, desde los días de la conquista, era la extracción de la plata. Para tal actividad se necesitaban enormes cantidades de madera que satisfacían cortando árboles de todos esos bosques de la amplia franja norte de Pachuca,  como es Tulancingo, Chico  hasta Zimapan, en los que se encuentran ubicados los macizos montañosos de importancia alpina de los Frailes, las Monjas, las Ventanas, Peñas Cargadas.... Y más allá los bosques de Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas...

 

Ward insiste que  la guerra de independencia trajo la casi destrucción de la exitosa industria de la minería en México.  Pero dada la tecnología y el capital, que era necesario para volver a echarlos  a andar, estos no se encontraron a la mano y los mexicanos, ya independientes, tampoco pudieron beneficiarse de las minas, ahora suyas. Muy relativamente suyas: “En 1826 estaban establecidas allí ( en la región de Temascaltepec) cinco compañías, dos inglesas, dos americanas y una alemana; no había una sola mina explotada por alguna compañía mexicana a pesar de que el señor Septión, del tribunal de Minería, es propietario de una, San Francisco de Paula, para la cual todavía está buscando quién le proporcione avío” ( Ward, “México en 1827”, Fondo de Cultura Económica).

 

La prosa de Ward, elegante, sencilla y culta, descubre una educación de las mejores universidades europeas de su tiempo. Aun en pleno siglo veintiuno es agradable leerlo. Sobre todo si recordamos que a la sazón, en el diecinueve, algunos de  los  mejores  escritores mexicanos  se esforzaban por llenar sus escritos de citas en latín y un español muy rebuscado.  Ward mezcla, con cuidadosa dosificación, el dato exacto y la sabrosa  anécdota.

 

Podemos imaginar una pequeña expedición inglesa que atraviesa el bárbaro y muy pobre territorio mexicano, carente de caminos para carruajes. Sólo senderos para animales de carga, llevando consigo tiendas de campaña, camas de latón y sirvientes. Además  un surtido vestuario para cambiarse de ropa a la hora de tomar el te, lo que hacen en pleno campo abierto o entre la agreste montaña. Evita describir el absurdo de cómo hacían sus necesidades fisiológicas en un país donde no se conocían los elegantes “retretes” de Inglaterra.

 


 Sobre todo es muy cuidadoso en sus expresiones que escribe de las gentes, los lugares y costumbres de México. Al final,  como a Lawrence de Arabia le pasó con las arenas del Cercano Oriente, parece que Ward fue conquistado por México. Llegó a tomar, con agrado, pulque y pidió al conde de Regla que le llevara a bautizar a una de sus hijas...  No obstante, después de eso, un día aparecerían los buques de guerra ingleses frente a las costas de Veracruz...

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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